No, no estamos tan bien
“No sé si mi historia es importante.” Esa fue la frase que más veces oí de las personas con las que me senté a hablar para construir este libro. La decían justo antes de empezar la conversación, dudando de que sus vivencias fueran a aportar algo a este diálogo colectivo. Yo también dudé durante muchos años de que mi experiencia fuese importante. Claro que nuestras historias lo son, pero nos han hecho creer que no y nosotros lo hemos asumido así. ¿Cómo no va a ser importante decirles a tus padres que eres lesbiana en medio de una carretera después de una boda a la que tu novia no ha podido ir? ¿Cómo no va a ser importante cruzar un océano porque en tu país te habían secuestrado y amenazado de muerte por ser una mujer trans? ¿Cómo no va a ser importante que tus compañeros de instituto te hayan acosado durante años o que te hayan llevado a terapia por tu orientación sexual? ¿Cómo no va a ser importante que nadie te dijera que tu bebé era intersexual antes de que le operaran sus genitales?
Hemos crecido oyendo insultos como “maricón”, “marimacho” y “travelo” mientras nuestro entorno hacía bromas sobre orientación sexual e identidad de género y recibíamos noticias de palizas. Hemos asimilado que nuestra existencia era negativa y que despertaba odio en los demás. Hemos alcanzado la edad adulta pensando que éramos menos. Hemos interiorizado que nuestras realidades son menos relevantes, menos aptas, secundarias, mínimas, inservibles; en definitiva, invisibles. ¿Cómo no vamos a quitarles validez a nuestras propias historias si hemos aprendido durante toda la vida que somos motivo de rechazo? Nos han hecho naturalizar la violencia que sufrimos, como si fuera normal que nos tuviera que suceder algo malo por ser gais, lesbianas, bisexuales, trans, intersexuales, etcétera.
El 24 de agosto de 2018 el movimiento #MeQueer estalló en España. Twitter se llenó de denuncias y de casos de discriminación por ser una persona LGTBI+. El hashtag fue trending topic a las pocas horas y en solo un día se registraron más de 40.000 tuits. El impacto hizo que saltara a Latinoamérica y que, como si se tratase de un seísmo, se replicara en países como México, Argentina, Venezuela, Paraguay y Colombia. Unos días antes, el 13 de agosto, el escritor alemán Hartmut Schrewe lo había iniciado de forma espontánea. Dos semanas después, el #MeQueer sumaba más de 110.000 mensajes en todo el mundo.
Al igual que Hartmut, cuando escribí el primer tuit jamás se me pasó por la cabeza que se desataría un tsunami de vivencias tan inmenso. Aquel día decidimos romper en las redes nuestro silencio, nuestro dolor y nuestra vergüenza. Aquel día, también, muchas personas escucharon por primera vez lo que para nosotros, nosotras, nosotres es nuestro día a día: sentir odio por no ser heterosexual ni cis. De ese rugido comunitario y de ese abrazo digital nace este libro.
España está a la cabeza de los países de la Unión Europea con mayor aceptación de los derechos de las personas LGTBI+. Tenemos una ley estatal que garantiza el matrimonio homosexual y que nos permite adoptar, una ley estatal de identidad de género y diferentes leyes LGTBI+ y trans autonómicas que a-plían la protección a otros ámbitos. Sin embargo, este avance en el marco legal no ha ido acompañado de un avance en el marco social. Nos podemos casar y las personas trans pueden cambiar sus datos en el Registro Civil, pero nos siguen pegando palizas por la calle, sufrimos acoso en las aulas, nos someten a terapias de conversión como si estuviéramos enfermos, tal y como hacía la dictadura franquista; las personas trans siguen teniendo dificultades para acceder a un puesto de trabajo y siguen necesitando un informe de disforia de género, seguimos teniendo miedo de expresarnos libremente en ciertos espacios... Y esta discriminación se agrava y se vuelve interseccional si hablamos de personas LGTBI+ migrantes, racializadas, con menos recursos económicos y/o con algún tipo de diversidad funcional.
La violencia que sufrimos las personas LGTBI+ en España es sistemática, crónica e histórica. La violencia que recibimos viene de partidos políticos, instituciones religiosas, jefes, compañeros de clase, compañeros de trabajo, padres, madres, conocidos y desconocidos. La violencia sigue estando ahí. Sigue repitiéndose. Sigue haciendo su camino. No se corta. No se frena. No se detiene.
Este libro pretende ser un lugar para encontrarnos, para valorarnos y para reconocer que nuestras vidas sí importan y sí son valiosas. Es un lugar para todas las personas a las que no nos han dejado hablar y nos han hecho sentir que teníamos que estar calladas con la cabeza agachada. Hoy esa sumisión se termina. Pero este libro también quiere ser un lugar de escucha para que conozcáis cómo se pudo haber sentido vuestro hermano gay en la adolescencia, lo que siente vuestra amiga trans ahora mismo o lo que sintió aquella chica que viste por el pasillo del instituto cuando le gritaste “bollera”. Sin vosotros no habrá un cambio y esa violencia seguirá perpetuándose. Las personas LGTBI+ no somos responsables de la discriminación que sufrimos ni tenemos la culpa de que se ataquen nuestras libertades y se vulneren nuestros derechos. Existimos. Estamos aquí. Ya no queremos estar en los márgenes. Jamás elegimos estar ahí.
No puedo negar ni esconder el lugar desde el que estoy escribiendo. Hablo desde mi perspectiva y asumiendo mis privilegios como hombre blanco, europeo, cis, gay, con estudios, que vive en Barcelona, de clase obrera aspiracional y que tiene estas páginas a su disposición. No me estoy erigiendo como voz única ni representante de todos, sino como un agente transmisor que comparte este lugar.
En estas páginas hay compilados casi dos años de investigación y de trabajo. Es un diario de viaje, de esperas en el tren, de llamadas por Skype, de cafés en el barrio de Sant Antoni, de acudir a asociaciones, de asistir a proyecciones de documentales y a charlas, pero también de salir de fiesta, de pasear el dedo por Instagram y de abrir Grindr. Todas las historias que aparecen a continuación son reales. Sin embargo, algunos nombres son ficticios para proteger el anonimato de los testimonios. Soy consciente de que faltan puntos de vista. La realidad LGTBI+ es muy amplia y diversa y toda no se puede almacenar en algo más de doscientas páginas. Aquí hay recogidas una treintena de historias. Quiero pensar que este es un punto de partida para que después se escuchen muchas más.
Estos relatos de vida tampoco pretenden generalizar, sino contribuir a formar un retrato colectivo actual que ilustre en qué punto estamos. En este libro no hay respuestas ni soluciones; lo que se dibuja es un mapa de las violencias que sufrimos las personas LGTBI+. El libro está dividido en ocho espacios en los que las enfrentamos —nuestra casa, los centros educativos, la calle, el trabajo, instituciones públicas como ayuntamientos y el Gobierno, las cárceles, los centros sanitarios y el espacio que ocupan nuestra salud mental y emocional— para poder ver quién las ejerce, qué mecanismos activamos para enfrentarlas, qué huella nos dejan y cómo intentamos vencerlas.
No, no estamos tan bien. Ni estamos tan bien como pensáis, ni estamos tan bien como nos han hecho pensar. Seguir ocultando, negando y menospreciando la violencia que sufrimos supone ser cómplice de ella. No buscamos tolerancia, porque tolerar significa permitir algo de modo excepcional. Tampoco buscamos permiso para estar porque nadie tiene poder sobre nuestra existencia. Queremos demoler el armario en el que nos encierran. Queremos ser tan libres como vosotros. No queremos puertas ni rejas. Queremos reventar el cerrojo y verlo todo abierto. Así, de par en par. Que entre en el aire. Que nos veáis. Que nos veáis como iguales. Si uno de los principios de la democracia es la igualdad entre ciudadanos, el odio a la diversidad sexual y a la identidad de género no tiene cabida en nuestra sociedad. Nos atañe ponerle fin. Vamos a extirparlo.
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