Poner final por escrito a la adolescencia pasa por elogiar “caminar sin rumbo” y “perder el tiempo”
Cumplir los treinta –no sin atravesar su correspondiente crisis– , publicar un recopilatorio de textos escritos durante quince años y llamarlo Final de adolescencia es la forma en la que el periodista Sergio Diez ha tejido su primer libro, que une melancolía, amor, humor, miedos y el paso del tiempo. Con palabras hacia su abuelo y sus tortillas de patata, reflexiones sobre las raíces, las comedias románticas, la infancia, la renta básica universal y la perrita Sota, a la que dedica una de sus poesías, titulada Incidente. “Leí su historia en un periódico y me pareció muy triste. Un policía mató de un disparo a la perra de un hombre que vivía en la calle”, recuerda ante este periódico.
“Un buen poema puede nacer también de los artículos que leemos, y no solo de nuestra experiencia personal, pues sobre estos temas podemos proyectar después nuestra mirada y forma de sentir y expresar, que personalmente opino que es lo más importante”, reflexiona este madrileño, que forma parte del equipo de Mesa, Portada y Redes de elDiario.es.
“Los textos, principalmente poemas, nacieron de ideas que me inquietan, me parecen interesantes o que llegan de alguna manera”, reconoce. El resultado es para su autor “un viaje circular que lleva del presente hacia el pasado, y que termina de vuelta en el presente”. Sota no es la única que recibe dedicatorias en su volumen, editado por Talón de Aquiles, también alude a Miguel Hernández, Federico García Lorca, Walt Whitman y George Brassens. “Son nombres que han sido muy importantes para mí cuando nació mi amor por la poesía”, explica.
En el prólogo, titulado Reflexiones y relatos, comparte: “Esto no es un relato y no pasa nada”. Una afirmación que tiene mucho que ver con su manera de escribir. “Me ayuda darme libertad para crear sin un juicio excesivo hacia mí mismo, dejar brotar el agua de la fuente. Y luego más adelante, con una mirada crítica, le das forma, decides si te gusta o no, eres más o menos exigente. Quitarme las expectativas me ha ayudado”, revela.
En otro de sus textos, Paraíso perdido, habla de que “es una pena vivir la vida en orden cronológico”, sobre lo que afirma que, encontrar una alternativa, “está difícil”. “Tiene que ver con reconciliarse con la memoria de uno mismo, porque puede hacerte volver a muchos momentos e instantes que tenías olvidados y que eran importantes para ti”, argumenta, “muchas veces, en función de cómo seas, pueden venir sin previo aviso a la cabeza y, si tienes la suerte de estar en general en paz con tu pasado, pasearte por allí o ser asaltado por los recuerdos puede ser hasta bonito y servirte para entender mejor las cosas”.
Sergio Diez indica que esto no quiere decir que intente ser una persona “poco nostálgica”, ya que considera que la nostalgia “es interesante y agradable; pero también triste y muy tramposa”.
El privilegio de “caminar sin rumbo”
“Caminar sin rumbo no significa estar perdido” es una cita del libro La comunidad del anillo que vertebra uno de sus relatos, y que en el volumen de J.R.R. Tolkien se refería al personaje de Aragorn (a quien en su adaptación a la gran pantalla, dirigida por Peter Jackson, interpretó Viggo Mortensen).
“En Final de adolescencia tiene más que ver con que, aunque tengas muchas capas, si sabes más o menos lo que quieres y lo que no, en líneas generales, puedes caminar sobre tierra firme”, comenta Sergio Diez, “los demás a lo mejor piensan que vas sin rumbo porque cambias mucho de trabajo, de residencia, de estilo de vida, o porque no prosperas en un área determinada”. “Pero es que quizás valoras otras cosas. A lo mejor sí que te conoces bien y sigues tu propia brújula de forma decidida”, plantea.
Si sabes más o menos lo que quieres puedes caminar sobre tierra firme. Puede que los demás piensen que vas sin rumbo porque cambias mucho de trabajo, de residencia, de estilo de vida. Pero es que quizás valoras otras cosas. A lo mejor sí que te conoces bien y sigues tu propia brújula de forma decidida
También halló inspiración en la frase “en la infancia se vive y después se sobrevive”, en este caso como cita al poeta Leopoldo María Panero y el documental El desencanto: “Es muy lúcida sobre cómo intentamos defender y proteger durante buena parte de nuestra vida adulta parte de la inocencia y la belleza que tenía en sus ojos el niño que una vez fuimos”.
La “angustia” de buscar la felicidad
El periodista valora en otro de sus textos: “Nunca seré tan feliz como ahora”. Un afirmación que, según reconoce, “tiene más de angustia que de felicidad, paradójicamente. Tiene que ver con el miedo a perder a gente que te importa, a que la cosa se tuerza o que el mundo haga crack, más allá de que es verdad que ya vivimos en un mundo muy complicado”. A su vez, lo relaciona con “la anticipación y cómo esta impide vivir el presente”.
“Cuando dejas de ser joven pierdes esa sensación de que después de un momento malo vendrán siempre mejores”, considera, “después de una mala experiencia no se suele cambiar a mejor, se cambia a distinto”. En cualquier caso, incide en defender “no perder nunca la esperanza y aceptar que todos somos vulnerables”. “Nuestras vidas pueden torcerse de repente y, hasta entonces, hay que intentar centrarse en disfrutar todo lo que vivimos”, propone.
Aceptarse, conocerse, aguantarse
En la pieza Manos de ajo, el escritor revela que hay veces en las que, todavía, le “cuesta” mirar a la gente a los ojos. Pero ha sido un avance, ya que hubo “un tiempo en el que prácticamente no lo hacía nunca”. Una experiencia sobre la que concluyó que pese a lo mucho que se inculca que se debe “amar al prójimo como a nosotros mismos”, la realidad es que “nadie suele explicar que para poder hacer eso primero uno tiene que aprender a aceptarse”. “Poco amor podrá ofrecer a los demás el que no se aguante”, escribe.
“No se nos enseña o se nos enseña mal; y es importante conocerse bien y no estar siempre en guerra con uno mismo”, opina antes de aclarar que esto no significa que se pueda “hacer cualquier cosa”: “Aceptarse tiene mucho más que ver con nuestras contradicciones y saber que, si metemos la pata, en muchas ocasiones podremos remediarlo o hacerlo mejor más adelante”. Aceptar las contradicciones y la complejidad, como vía para conocerse mejor a uno mismo “sin machacarse en exceso”, es para Sergio Diez clave para “estar con los demás de forma más tranquila y agradable”.
Aceptarse tiene mucho más que ver con nuestras contradicciones y saber que, si metemos la pata, en muchas ocasiones podremos remediarlo o hacerlo mejor más adelante
Una forma de hacerlo pasa por “perder el tiempo”, una 'actividad' que no goza de demasiada buena prensa en plena era de la productividad exacerbada. “Merece la pena estar a solas con uno mismo, y parece que cada vez más aburrirse es un lujo”, lamenta, “de los momentos de aburrimiento nacen muchas veces buenas ideas, o simplemente disfrutas y te sientes mejor”.
“Muchas cosas bonitas vienen de momentos no planificados, en los que estás más tranquilo, sin obsesionarte, por ejemplo, con ser productivo con tu ocio”, concluye, “merece la pena reservar huecos para hacer cosas que simplemente te hagan sentir bien, como en mi caso escribir, y si después va a algún lado, pues muy bien. Y si no, pues perfecto”.
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