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Muelle: el primero de todos los grafiteros

El grafitero Muelle en la terraza del Círculo de Bellas Artes en 1987. Foto: José Antonio Rojo

David Sarabia

Juan Carlos Argüello pasó. Pasó porque tuvo que pasar. Como la invención del fuego o el primer beso. Son de esas cosas inherentes a la condición humana: acontecimientos que ocurren solo en ciertos contextos. Mecanismos que se activan per sé. Estar en un momento y en lugar. Coger un spray de pintura. Firmar en la pared. Pasar a la historia. Si no hubiera sido él habría sido otro. Pero fue Muelle, de Madrid. En 1985.

Argüello nace en 1965 y muere en 1995. Pasa su infancia y gran parte de su adolescencia en un barrio, Campamento, que a finales de los ochenta será suyo. No le pertenecerá el asfalto, ni sus gentes. Tampoco ningún rayo de sol que se proyecte sobre cualquier banco. Pero sí que terminará por apropiarse de las calles. De los carteles publicitarios, de los muros, de las paredes que sobrevivan al derrumbe y que luego conformen solares vacíos. Después, Madrid entera también será suya. Pero ya un poco menos. Porque la 'escuela' de la que se convertirá en precursor sin querer, casi sin saberlo, habrá aprendido bien la lección y grabará sus nombres a discreción por toda la ciudad.

Espíritu 'rockero'

No hay una fecha exacta de inicio del movimiento grafitero. Algunos expertos coinciden en que fue alrededor de 1982, después de la Transición. Sin embargo, la primera firma documentada que existe de Muelle data del año 1985. Fernando Figueroa es doctor en Historia del Arte y experto en arte urbano. Ha escrito varios libros sobre grafiti, el último junto a Felipe Gálvez, que se titula Firmas, muros y botes. Gran conocedor de la figura de Muelle, eldiario.es estuvo con él charlando acerca de este autor tan icónico, como lo es en Madrid el oso y el madroño.

“Muelle se mueve entre dos territorios: la movida madrileña y las movidas de los barrios. Él estaba en los dos mundos: punk-rock y pop”, asegura Fernando. Es gracias a esa dualidad, a ese espíritu imbuido del inconformismo punk y del mestizaje pop, que Juan Carlos Argüello descubre el grafiti. La adolescencia tiende a provocar en los cuerpos impulsos de cambio, de ruptura con lo que se viene practicando hasta entonces. Muelle era baterista en un grupo de rock (Salida de emergencia), luego se convirtió en grafitero. “Primero empezó a publicitar su grupo con pintadas y a partir de ahí, fue moviendo su mote”, cuenta el historiador.

Al igual que sabemos que la primera firma que echamos al hacer el DNI no volverá a repetirse exactamente igual, las pintadas de Muelle evolucionan con el paso del tiempo. Los 'tags' de Argüello, en origen, tienen una estética punk, con letras quebradas y picudas que después se suavizan, redondeándose. “A mí me gusta pensar en esto como un reflejo de la dinámica española. De la Transición combativa a una consolidación de la democracia más dulce, más europea, donde lo que predomina no es la lucha de clases, sino vivir la vida”, afirma Fernando.

Muelle es un autóctono. Se identifica con la ciudad de Madrid. Crea un estilo y un movimiento que será denominado como 'flechero' (terminar con una flecha las piezas, propio de la subcultura punk de los años 70 y 80 en EEUU) y sobre todo, deja un mensaje. Un mensaje que, como él mismo reconocerá en entrevistas posteriores al 85, es comunicativo. “Expone una filosofía de vida, como con el rock. Lo de vivir un poquito al límite, es un 'chico malo' pero tampoco es un delincuente”, cuenta Figueroa. Argüello posee el impulso adolescente, es el inconformismo, la búsqueda de la autosuficiencia y la autonomía, dejar a un lado el niño y buscar al hombre que se lleva dentro. Es un James Dean en Rebelde sin causa. Es el héroe que Madrid necesita después de la Transición para convertir una ciudad gris en una ciudad multicolor. Es el Muelle forjándose en leyenda sin saberlo.

Muelle

“Muelle influyó en todo, porque antes de él no había nada”. La contundente afirmación pertenece a Pastron#7, uno de esos chavales que bebieron de la escuela de Argüello. Ahora es un hombre que ha cambiado los botes por la redacción: es periodista. Cuenta que Juan Carlos “se convirtió en un personaje de la movida madrileña, alguien fresco, moderno, que trajo algo que no existía y que encima cayó bien, porque lo hacía sin molestar”. El grafitero tenía una ética propia: no firmaba en fachadas de casas, ni en trenes, ni en autobuses. Buscaba lugares neutros, como podían ser los carteles publicitarios de El Corte Inglés anunciando la moda de primavera-verano o el papel de los anuncios en las estaciones de metro.

Tanto era así, que hasta la Policía le tenía por un chico simpático. “Entre Muelle y la Policía siempre se da una relación cordial. No robaba, no mataba, solo pintaba su nombre en los muros. Era como publicidad, pero propia”, cuenta Fernando. El contexto en el que Argüello se mueve es el de una España que abraza nuevas libertades, donde la calle se sitúa como espacio de dominio público. Madrid quiere abrirse al mundo y mirarse en otras ciudades europeas como Londres o París, en las que el arte urbano está asentado desde hace varias décadas. “Cuando le detenían, que fueron pocas veces, el comisario de turno le pedía una firma 'para sus niños', porque Muelle se había convertido en un personaje parecido a Alaska, Loquillo... a un personaje de la Movida, un icono popstar”, afirma Figueroa.

Hugo es otro grafitero de la era post-Muelle. Nació en 1981 y lleva pintando desde el 95, año en el que Argüello fallece. Bajo el pseudónimo de Sfhir, este madrileño confiesa que ya desde pequeño siempre le llamó la atención el grafiti. Tanto, que su primer recuerdo relacionado con el tema es el de estar firmando su nombre en la Torre Eiffel de París durante una excursión con el colegio. “Con 14 años ya tenía ese síndrome... Me gustaba dejar mi señal allá donde fuese”, dice Sfhir. Confiesa que Muelle fue la primera referencia de grafiti que tuvo. “El primer contacto que tienes con algo se te queda marcado de por vida”. Entonces a él le dio por los botes y los sprays, y se fijó inevitablemente en Muelle: “Tampoco es que a mi me encante lo que hizo, porque tengo muchos otros referentes, pero él es un pilar básico del grafiti en España”, afirma.

Juan Manuel, Bleck (la rata), Remebe o Tifón son algunos de los artistas que vienen 'detrás' de Muelle. Es particular el caso de Juan Manuel, un peluquero que pintaba ya incluso antes que lo hiciera Argüello. No supo (o no quiso) dedicarse al grafiti seriamente, pero sí que llegó a conocer personalmente a Juan Carlos. Otro caso curioso es el del hoy actor de cine y teatro Daniel Guzmán. El Tifón fue amigo de Muelle hasta su muerte e incluso pintó con él en varias ocasiones. Además, protagonizó en 1990 un docudrama (Mi firma en las paredes) que trata la figura de Argüello desde la piel de un chico que quiere convertirse en grafitero a finales de los ochenta. “Juan Carlos no difería nunca de Juan Carlos, era auténtico. Era una persona muy sociable y a la vez solitaria”, cuenta el actor a eldiario.es. Muelle era siempre Muelle, como Argüello era siempre Argüello. Una personalidad amable, introvertida, bondadosa, cordial, ética. Un mundo interior rico y prolífico.

“Recuerdo que era toda una experiencia cuando subía a su casa a que me pintara alguna camiseta”, comenta Daniel Guzmán. “Me enseñaba bocetos, fotos de piezas que había hecho recientemente y yo alucinaba. Era entrar en un museo de arte con la ilusión de compartir con un maestro su experiencia y su talento”, asegura nostálgico el actor. Si hay algo empírico en todo esto es que las generaciones venideras se fijaron en Muelle y sus coetáneos. Porque cada vez había más. “Al fin y al cabo esta gente formaron la cosecha que luego el resto de generaciones recogimos”, dice Sfhir. “Muelle fue referencial para muchos de nosotros”, confirma Guzmán.

Nace el mito

La influencia de Argüello era palpable en cada grafiti de Madrid de 1990. “Muelle es un ejemplo de conducta: es ético, no es vandálico y es una persona sencilla. Sin un ego soberbio”, dice Fernando Figueroa. El halo de misterio que le rodeó hasta las primeras apariciones públicas en los medios, a finales de los ochenta, le volvieron casi un Robin Hood. Los mismos mandos policiales, al principio, se sentían desorientados. No sabían qué era Muelle: “Ellos conocen que existen códigos cerrados por parte de bandas de delincuentes. Piensan que es un mensaje de alguna banda. Una de sus teorías fue que la flecha marcaba la dirección a la casa del camello que vendía droga”, afirma entre risas el historiador.

Hay un dato fundamental que permite a Muelle convertirse, al mismo tiempo, tanto en pionero como en leyenda del grafiti madrileño. Y no es otra cosa que su moto. “Ver su Vespino aparcada por las calles de Madrid, buscarle para ver donde estaba pintando y poder asistir en directo a ese momento era algo especial”, asegura Daniel Guzmán. Juan Carlos Argüello conducía su dos ruedas allá donde se dirigiese, ya fuera a visitar a una novia o pintar un muro. “Esto propicia multitud de historias y leyendas sobre él, porque los chavales ven la moto aparcada en este o en otro lugar y comienzan a imaginar. La moto a Muelle le dio la vida, aunque también se conocía la ciudad, ya que trabajó un tiempo de mensajero”, asegura Fernando. Era ese poder como de ubicuidad lo que le hizo a Argüello trascender de simple mortal a mito de la Movida.

Juan Carlos Argüello murió de cáncer de hígado un 30 de junio de 1995. Una afección hepática que sufría desde niño y que fue progresando hasta llevarse su vida, borró de casi todos los muros de la ciudad al pionero del grafiti en Madrid, quién sabe si de España. Aún así, la última pieza que se conserva de Muelle se encuentra en el número 30 de la Calle Montera de Madrid. Desde la Plataforma por la declaración de la firma de Muelle como BIC (Bien de interés cultural), Elena García Gayo y Fernando Figueroa luchan porque el Ayuntamiento considere a esta última pieza de Argüello un trocito de la ciudad. “Ocurre una paradoja, y es que la pieza se conserva porque en el edificio donde está no se han hecho obras, lo que responde a un litigio entre propietarios. Si estuviese sobre un edificio público hubiese tenido competencia y no habría durado hasta nuestros días. Ese litigio ha favorecido que no se tocase el inmueble”, explica Fernando. El problema es que el Ayuntamiento está bloqueado por ser un edificio privado, por lo que cualquier iniciativa tiene que partir de manos de gente como Gayo y Figueroa. “Al menos ya han dicho que reconocen su valor cultural, pero debemos seguir buscándonos las habichuelas para llevar a cabo esto, es una iniciativa popular”. Larga vida a Muelle.

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