El infierno laboral de los técnicos de sonido: “Mañana no vengas”
La sensación de regreso a la normalidad en la música en vivo es creciente, pero no está claro que la normalidad previa a la pandemia fuese del agrado de todos. Para los técnicos y técnicas de sonido, por ejemplo, no lo era. Jornadas laborales de hasta 24 horas, descansar sentados en una maleta metálica o tirados en el suelo, trabajar con 40 grados a la sombra y la suela del calzado pegándose al escenario o con un frío polar porque la calefacción de la sala no se enchufará hasta que llegue el público… Llegó la pandemia y desapareció el trabajo. Muchos ni siquiera han recibido ningún tipo de ayuda. En el último año y medio ha habido muchas deserciones y, ahora que el negocio vuelve a rodar, el panorama no parece haber mejorado en lo sustancial. Para algunos, ha empeorado.
“La pandemia ha arrasado con todo”, afirma Ramon Sendra, un técnico de sonido con más de dos décadas de experiencia. En 2016 se hizo célebre en el gremio al relatar en un vídeo su extenuante jornada laboral. Ese día empezó a trabajar las 6.30 de la mañana y acabó a las tres de la madrugada. Más de 20 horas que le permitieron exponer las mil y una vulneraciones del Estatuto del trabajador: estar expuesto a una cantidad de decibelios dañina, montar y desmontar equipos sin luz, rebasar con creces la jornada laboral de ocho horas… Sendra se sentía fuerte porque no le faltaba el trabajo y decidió exponer la situación. The Project, la empresa para la que trabajaba aquel día, nunca más ha requerido sus servicios. “Y sé que otras no me han vuelto a llamar porque piensan: cuidado con este que puede grabar un vídeo y darnos por culo”, asume.
Otros técnicos contactados para este reportaje prefieren no identificarse. “Si damos nombres y apellidos estamos renunciando a nuestro trabajo. Aquí las carreras laborales se dan y se quitan con mucha facilidad”, afirma uno de ellos. Sí señala que un problema clave de este sector es que se contrata a los técnicos “a obra hecha, como a los pintores”. La diferencia, aclara, es que “nosotros dependemos de unos horarios que marcan otras personas. Puedes estar parado una hora a las cuatro de la madrugada tras 16 horas de trabajo porque el camionero que recogerá el material no llega o porque los estands del mercadillo han desmontado antes, pero una de las camionetas se ha quedado encallada al maniobrar para salir por las calles estrechas del pueblo”, pone de ejemplo.
Las mil y una vulneraciones del Estatuto del trabajador: estar expuesto a una cantidad de decibelios dañina, montar y desmontar equipos sin luz o rebasar con creces la jornada laboral de ocho horas
No debe haber muchos oficios en España en los que el trabajador sea incapaz de saber cuánto cuesta su hora de trabajo. Un técnico de sonido cobra entre 180 y 250 euros por jornada. Son tarifas que apenas han variado desde 2008 porque, aunque la gran mayoría de técnicos son autónomos, las tarifas las marca la empresa que los contrata y que luego ofrece sus servicios al cliente final: festivales, empresas privadas o ayuntamientos. “Como las empresas se han acostumbrado a que no les costemos más dinero si trabajamos más horas, nos convocan a primera hora. Eso implica que una jornada normal sea llegar a las diez de la mañana aunque el concierto empiece a las diez de la noche”, explica otro. En casos extremos, la jornada laboral puede durar 24 horas. Y eso significa que, según vaya el día, habrán trabajado “a 20 euros la hora o a seis”.
Sin vacaciones ni bajas
Robert Ballester lleva en este gremio desde 1987. Como autónomo, tiene más que asumido que nunca tendrá derecho a vacaciones pagadas ni a bajas por enfermedad. No son los únicos agravios de un sector sin convenio. “Otra cosa que hemos asumido como propia, sin ninguna compensación, es el transporte. Si acabas de trabajar a las dos de la madrugada en el Palau Sant Jordi, necesitas moto o coche. La empresa no te transporta. Debes tener vehículo privado. Y con la comida, igual. A mí me pagan un sueldo, pero los gastos de transporte y comida no están contabilizados aparte. Por lo tanto, cuando yo desgravo estoy pagando un IRPF por unos gastos que no deberían estar incluidos”, resalta.
En los últimos tiempos se han consumado conquistas mínimas. Principalmente en grandes festivales. Tras varias experiencias extenuantes en el Monegros Desert Fest, se consiguió doblar el número de técnicos para que así trabajasen en turnos más cortos. El día que estrenaron esta nueva dinámica, el jefe de producción del recinto se dirigió a ellos como “los mariquitas que hacen turnos”, recuerda uno. Igual que entre los músicos, el gran enemigo de los técnicos es el propio técnico. “Nuestro trabajo está totalmente colonizado por la épica de la autoexplotación”, lamentan. ¿Casos extremos? “Puedes encontrar cosas tan brutales como que un técnico acabe un concierto de madrugada en un pueblo, al día siguiente tenga bolo en otro pueblo y que esas cuatro horas que tenía previstas para dormir las tenga que dedicar a conducir”, relata Sendra.
Un técnico puede acabar un concierto de madrugada en un pueblo y al día siguiente tener bolo en otro pueblo, y que esas cuatro horas que tenía previstas para dormir las tenga que dedicar a conducir
La temporalidad del oficio empuja a asumir este tipo de riesgos porque, a diferencia de los transportistas, que trabajan por ley con un tacómetro que registra sus horas de trabajo y descanso, aquí nadie vela por nadie. “Según el Estatuto del trabajador, solo puedes trabajar ocho horas al día y, como máximo, hacer una hora extra. Y, dentro del cómputo global, puedes hacer 80 horas extras al año. El mes pasado yo trabajé 32 horas más de las que me tocaban”, calcula Sendra. Es lo normal. Lo insólito sería que alguien limitase los horarios. Cuando el gremio ha invitado a la administración a comprobar in situ sus condiciones laborales, la respuesta que han recibido es para enmarcar: que los inspectores no trabajan en fin de semana y entre semana acaban a las siete de la tarde.
Siempre cabría la opción de quejarse al jefe, pero en este sector, como en cualquier ámbito laboral no regulado, reina un clima de amenazas tácitas y represalias inmediatas. Reclamar una factura retrasada puede implicar que no te llamen más para darte trabajo. Protestar por trabajar más horas de las previstas supone entrar en una lista negra. “Hacer bien tu trabajo no es garantía de que te llamen más. Tragar con las condiciones y no quejarte, sí lo es”, coinciden varias voces. Es revelador que nunca se haya convocado una huelga de técnicos y que nadie sepa de un concierto que se haya suspendido porque el técnico se plantó para reclamar sus derechos. El espectáculo siempre continúa.
Por contra, cancelar un concierto por lluvia, por enfermedad del artista, por falta de venta de entradas o por las célebres “causas ajenas a la organización” sí es habitual. Y eso, una vez más, deja al técnico desprotegido: perderá el trabajo y no cobrará un euro. Cuando se canceló el Doctor Music Festival en junio de 2019, unos 200 técnicos de sonido se quedaron sin el encargo más voluminoso de aquel verano (entre cuatro y seis días de trabajo) ni posibilidad de reubicarse en otro evento porque la suspensión se anunció solo un mes antes. “Aquí el 'mañana no vengas' está a la orden del día”, lamenta Ballester. Y nada se ha hecho para proteger al técnico de tamaña incertidumbre. Por contra, sí ha pasado a la historia lo de pagar en negro. “La última vez que cobré medio sueldo en negro fue en un mitin del PSC de 2006”, recuerda el propio Ballester.
Ante tal panorama, la conciliación familiar es un concepto exótico, puesto que la mayor parte del trabajo se concentra los fines de semana y las jornadas se alargan hasta altísimas horas de la madrugada. También por ello este es un sector altamente masculinizado y con apenas un 5% de mujeres, según datos del sindicato Técnikas. Y aunque todos coinciden en que donde mejor se les trata es en los grandes festivales, la lista de reclamaciones que podrían hacer en la mayoría de ocasiones es infinita: no tener acceso a un lavabo, no poder comer con unas mínimas comodidades…
La conciliación familiar es un concepto exótico, puesto que la mayor parte del trabajo se concentra los fines de semana y las jornadas se alargan hasta altísimas horas de la madrugada en un sector altamente masculinizado y con apenas un 5% de mujeres
“Nos saltamos el Estatuto del trabajador a unos niveles de los que no somos conscientes”, denuncia Ballester. Tras años compartiendo quejas y penas en grupos de WhatsApp y charlas de bar, publicó en El Periódico de Catalunya una carta denunciando la situación laboral de los técnicos en las fiestas de la Mercè que organiza el Ayuntamiento de Barcelona. Fue un segundo toque de alerta, tras el vídeo de Sendra, que tras algunas reuniones derivó en la creación de Tecnicat, el primer sindicato de técnicos catalanes. Aunque sus afiliados no tienen representación en las empresas para las que trabajan (al no formar parte de la plantilla, ni siquiera podrían presentarse a unas hipotéticas elecciones sindicales), lograron que las distintas administraciones los aceptasen como interlocutores y con estas acordaron elaborar un censo para saber cuántos técnicos trabajan en eventos culturales, actos institucionales y convenciones. En 2019 estimaban que solo en Catalunya el sector podría tener dos mil trabajadores.
Y entonces llegó la pandemia.
La bomba de las inspecciones
La expansión del coronavirus provocó en febrero de 2020 la cancelación del Mobile World Congress de Barcelona. Previendo que ya no volverían a tener un volumen fuerte de trabajo hasta mayo, muchos técnicos de sonido se dieron de baja de autónomos. No les salía a cuenta pagar la cuota. Así hacen cada año. La estacionalidad de su trabajo está más que demostrada. Pero en marzo se declaró el estado de alarma en España y cuando el Gobierno anunció ayudas para los autónomos, todos los que habían dejado de cotizar a la Seguridad Social no pudieron pedirlas. La constatación definitiva de que ser técnico significa vivir en un limbo administrativo llegó en el peor momento. Desde entonces, la sangría de técnicos ha sido constante. “Algunos se han reciclado, otros han desaparecido. Tengo compañeros trabajando en Amazon y ahora, cuando necesitas técnicos, cuesta encontrarlos. Si tanto cuesta, habría que ofrecer mejores precios, ¿no? Pero no se están ofreciendo”, desvela Sendra. ¿Qué está pasando? Que en plena pandemia también llegó lo que todas las empresas de sonido habían temido durante décadas: una inspección masiva de trabajo.
Decenas de empresas del sector funcionaban con uno o dos trabajadores fijos y el resto los fichaban como autónomos cuando llegaba el verano y aumentaba el volumen de trabajo. Expedientes y sanciones a firmas catalanas como BTM, Fluge, Albadalejo, Max, Twin Cam, Sclat, TST, Ara So, FEC y Rocktail, han causado un efecto inmediato: ya ninguna quiere autónomos. Desde hace unos meses, se contrata a los técnicos, pero con altas y bajas de un día. El resultado, por ahora, no satisface a muchos técnicos. Ballester echa cuentas: “Si antes cobrabas 100 y te retenían un 15% de IRPF, ahora te retienen el 15%, un 6,5% de aportación de trabajador a la Seguridad Social y el 30% que debería pagar la empresa a la Seguridad Social pero te carga a ti. Aquellos 85 sobre 100, hoy son menos de 50 y sigues asumiendo gastos de transporte y comida”.
Cuando el Gobierno anunció ayudas para los autónomos con el estado de alarma, todos los que habían dejado de cotizar a la Seguridad Social no pudieron pedirlas. Ser técnico significa vivir en un limbo administrativo
Alguna empresa ha aumentado las tarifas para que el trabajador no sufra esa rebaja indirecta de más de un 30% de su sueldo, pero la mayoría se niegan porque eso implicaría aumentar el precio al cliente final y, por lo tanto, ser menos competitivo frente a otra empresa de la competencia. “En el mundo corporativo” explica Sendra, refiriéndose a convenciones de empresas privadas principalmente extranjeras, “el cliente lo entiende, pero la Administración no, porque siempre juega al precio más bajo. Conciertos de fiesta mayor en los que el ayuntamiento siempre se queda con la oferta más baja son responsables de esta paradoja: faltan técnicos, pero no aumentan los sueldos”, resume Sendra. Para colmo, las inspecciones solo se han hecho en Catalunya de modo que las empresas de otras comunidades siguen operando como siempre y pueden ser más competitivas. “Las catalanas, si no quieren perder clientes, deben mantener tarifas y que el trabajador asuma la reducción salarial”, resuelve Ballester.
“El problema en España es que gran parte de la contratación de este país depende del ámbito municipal”, señala Sendra. Se refiere a la inmensa gama de eventos organizados por ayuntamientos. Y cuando se maneja dinero público, la administración tiende a elegir el presupuesto más barato. Pero si una empresa monta un evento por 15.000 euros y otra lo monta por 10.000, es más que probable que esa rebaja de 5.000 sea a costa del sueldo y las condiciones de sus técnicos. Este es el círculo vicioso donde se enquista el problema: la misma administración que impulsa inspecciones para proteger a los trabajadores se convierte luego en el cliente que precariza a esos mismos trabajadores.
El mito del autónomo
El problema está estallando hoy, pero tiene su origen en los años 80, cuando se asentó la idea de que la mejor fórmula para trabajar como técnico era la del autónomo. “En 30 años, los técnicos de sonido españoles nos hemos puesto al nivel de los de cualquier país. Lo que no hicimos fue solventar la parte laboral”, lamenta Sendra. Y ahí sigue. Muchos han huido, pero muchos otros ya se están formando en busca de oportunidades. Ballester lo sabe de primera mano porque es profesor de sonido en varios centros. “A veces les pregunto si ya saben dónde se meten, pero son conocedores del sector. De hecho, hay más de un músico en paro que busca aquí nuevas salidas”, desvela. Pero tal como está el patio hoy, Ballester es tajante: “Yo no le desearía este trabajo a mis hijas”.
La pandemia, cómo no, ha debilitado un movimiento sindical que en apenas tres años había adquirido cierto músculo. Además de Tecnicat, en Catalunya existen asociaciones como Atac, Atecat (más asentada en el sector teatral) y TécniKas (de mujeres). PEATE aglutina todas las agrupaciones que han surgido en distintos puntos del país, mientras los grandes sindicatos siguen dando la espalda a un gremio que en toda España podría sumar diez mil trabajadores.
En Francia funcionan con el sistema de intermitencia y tienen claro que cuando acabas la gira pasas al paro directamente porque has trabajado un número de días al año y mereces tener una compensación
Negociar con las empresas una jornada laboral de menos de 12 horas y un sueldo de 20 euros la hora sigue todavía en el capítulo de las quimeras. La solución pasaría por un convenio colectivo que reconozca las especificidades del sector; sobre todo, su temporalidad. “Pescadores y agricultores tienen unas condiciones laborales especiales. Nosotros también necesitamos un convenio a medida. En Francia funcionan con el sistema de intermitencia y tienen claro que cuando acabas la gira pasas al paro directamente porque has trabajado un número de días al año y mereces tener una compensación”, compara Ballester. “Los médicos hacen unas jornadas de 24 horas, pero luego descansan dos días que cotizan. Igual debería ser con nosotros”, apunta Sendra. “No quiero hacer agravio comparativo con otros sectores pero nuestra realidad es esta. No somos artistas ni emprendedores: somos trabajadores”, insiste Ballester.
El nuevo marco laboral que se ha impuesto en Catalunya, y que se puede expandir al resto del país si crece el número de inspecciones, tal y como desearían muchos técnicos catalanes, también genera otras complicaciones a corto plazo. “Antes, si cotizabas como autónomo, cotizabas todo el año. Ahora, si cotizas solo los días que estás contratado, igual son 80 o 100 al año. ¿Cómo vas a pedir una hipoteca o un alquiler de piso con estos contratos de dos días?”, se plantea Ballester. “Si esa alta laboral de un día sirviese para cotizar dos días y medio por día trabajado, aún serviría de algo. Pero los técnicos solo cotizan un día por día trabajado, aunque un bolo para nosotros igual son 12 horas de trabajo y no son las tres o cuatro que trabajará el músico”, compara otro técnico. Y esta situación no solo afecta a los técnicos que trabajan de aquí para allá en giras, festivales o fiestas mayores. Lo mismo ocurre en la mayoría de salas de conciertos de España. Algunas programan 80, cien y hasta 200 conciertos anuales y se resisten a tener a un técnico en plantilla. La figura más célebre de la música española no es Rosalía ni C. Tangana: es el falso autónomo.
La única buena noticia
Paradójicamente, la pandemia ha traído una buena noticia para los técnicos de sonido: el toque de queda. Por primera vez en la historia, este verano han podido realizar jornadas decentes. “Este verano fui a la fiesta mayor de Andorra y cada día tocaba un solo grupo. Los ayuntamientos han decidido pagar lo mismo por una fiesta más corta”, aplaude Sendra. “Pero cuando pase volveremos a las jornadas interminables con el añadido de que, con este cambio de modelo contractual, ganaremos menos. De la pandemia, saldremos peor”, vaticina.
Imaginar un futuro laboral digno en este oficio puede provocar cierta ansiedad, pero mirar atrás genera aún más inquietud. Sobre todo, cuando llevas tres décadas en él. “En 1991 monté un estudio de grabación y, como no tenía ganas de hacer tantos conciertos, dije a la empresa con la que trabajaba: si me llamáis, que sea para cobrar por lo menos 40.000 pesetas. ¡Y me llamaban! ¡Y me pagaban 40.000 pesetas! Eso son 240 euros. Hoy se está pagando lo mismo”. Pero desde 1991, el precio de los conciertos se ha disparado hasta niveles obscenos. Es normal que a Ballester no le cuadren los números. “Si entonces había dinero para pagarme, ¿dónde está ese dinero ahora?”, se pregunta.
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