Por qué el mundo será un lugar peor cuando Aretha Franklin deje de cantar
Aretha Franklin ya forma parte del patrimonio político de Estados Unidos. A diferencia de otros artistas, que dividen su compromiso entre el micrófono de un atril y el de los escenarios, la diva sabe que su música es himno suficiente. “No soy muy buena oradora”, confesó a los periodistas en 1971 en el teatro Apollo de Nueva York. Casi todos regresaron decepcionados a las redacciones sin una declaración incendiaria que incluir en la crónica del concierto. Todos, menos uno.
El periodista Gerry Fraser, de The New York Times, trasladó el foco de la noticia al público de aquella noche y dio de lleno en la clave. “No solo vinieron a ver a la Lady Soul, la Soul Sister Nº 1, a la Reina del Soul o todas esas etiquetas que lleva encima, sino también a participar con ella en una exaltación de su negritud”, escribió el segundo reportero negro de la historia del Times.
Franklin pertenece a esa hornada de artistas que no han necesitado liderar manifestaciones para convertirse en un símbolo. Aunque procedía de una familia pudiente, de joven sufrió las mismas humillaciones que cualquier chica de color en los años sesenta. Su padre, además de ser un predicador, aprovechaba sus sermones en la iglesia para denunciar los abusos de la supremacía blanca, así que le inculcó un espíritu crítico desde muy pequeña.
Los Franklin estaban muy unidos a Martin Luther King, hasta el punto de ayudarle a preparar su famosa Marcha por la Libertad. En aquel 1963, Aretha llevaba un tiempo fuera de los coros góspel y había centrado su talento en el soul y el jazz. “No creo que desmereciese a Dios cuando decidí cambiar de estilo hace dos años, al fin y al cabo, el soul nació con la esclavitud y el sufrimiento de mi pueblo”, resumió la cantante en una columna de opinión.
Cinco años más tarde interpretó Precious Lord en el funeral de King. Desde entonces, su voz estuvo unida para siempre a la lucha por los derechos de los afroamericanos.
Respect a un himno feminista y racial
RespectEn 1967, las calles de Washington rugían con pancartas por los derechos civiles, pero también por la liberación femenina. Quedaba un año para que Coretta Scott King liderase un movimiento por las mujeres afroamericanas tras la muerte de su marido, aunque muchas ya reivindicaban junto a las blancas la igualdad de género. Todas ellas encontraron ese año en Respect, de Aretha Franklin, un himno personalizado, que no se diluía en las luchas comunes como el fin de la guerra de Vietnam.
La canción nació de su primera colaboración con el estudio Atlantic, donde logró imponerse sobre toda la música negra y convertirse en la auténtica diva del soul. En realidad ni siquiera fue escrita para ella (antes fue interpretada por el rey del soul Otis Redding, título ex aequo junto a Sam Cooke), pero solo necesitó sentarse al piano una vez para apropiarse al momento de Respect.
Años después de aquella ola feminista que llevaba su ritmo, Franklin reconoció que no se veía tan relevante para el movimiento. “Ese es el papel de Gloria Steinem”, dijo la artista a la Rolling Stone, “no creo que yo fuese el catalizador de todas esas mujeres. ¿Y si lo fui? Pues, mucho mejor”.
También Chain of Fools y Think forman parte de la banda sonora de aquellas activistas que querían “romper las cadenas” e invitaban a los hombres a pensar “sobre lo que estás haciendo”. Incluso Do Right Woman, Do Right Man, donde cantaba que las “mujeres son solo humanas, debes entender, no son juguetes”.
Acerca de las siguientes herederas del feminismo en la música, la cantante siempre ha dicho que confía plenamente en Beyoncé para portar esa antorcha. La intérprete de Lemonade superó hace un año a la emperatriz absoluta del soul y se convirtió en la mujer con más premios Grammy de la historia. Pero las leyendas son intocables, y el reinado de Franklin perdura incluso cuando ya ha anunciado su retiro oficial de la música.
Una canción, un mensaje
Aunque nunca ha tomado la voz cantante en manifestaciones políticas ni ha liderado ninguna marcha por las mujeres, Aretha Franklin se pronunciaba hasta ahora con cada una de sus estudiadas apariciones. Cantó en la investidura presidencial de Bill Clinton en 1993, donde eligió I dreamed a dream, pero fue en los actos de Barack Obama donde más se dejó ver.
Ninguno de los dos expresidentes ha escondido nunca su respeto y admiración por ella. Pero quizá el momento más emotivo y mediático que se recuerda fue durante un concierto homenaje a Carole King en 2015, al que asistieron Barack y Michelle Obama. Al presidente no solo se le escaparon las lágrimas al escuchar (You Make Me Feel Like) A Natural Woman, sino que puso en una carta lo que ningún jefe de Estado ha dicho sobre un artista en solitario.
“Nadie encarna de forma tan completa las conexiones entre el espíritu afroamericano, el R&B y el rock and roll. La forma en que las dificultades y el dolor se transforman en belleza, vitalidad y esperanza. Norteamérica brota cuando Aretha canta”, contestó en un correo Obama al director del New Yorker. Para el político, su voz sintetiza todas las vivencias del país, desde las más lamentables hasta las grandes conquistas. “La experiencia americana vista desde la parte inferior hasta la superior, desde el bien y el mal, la reconciliación y la trascendencia”, añadía.
Al fin y al cabo, Aretha Franklin no ha dejado de ser un símbolo a pesar de sus secretos y sus contradicciones. Ella cedió como patrimonio únicamente su inteligencia musical; ni sus palabras ni su simpatía. Por eso cuando el escritor David Ritz pintó a una Aretha competitiva, déspota y controladora en Respect (su biografía no oficial), nadie renegó de su mensaje.
Sin necesidad de agarrarse con uñas a la fama, Franklin ha prevalecido por su arte, como las grandes divas. Ha aplaudido a sus sucesoras desde el respeto, honrando a Adele con una versión de su Rolling in the deep o defendiendo a Beyoncé ante las acusaciones de un supuesto playback. Ha sido protagonista hasta el final en eventos monopolizados por la música moderna, como los Grammy, y ha participado en las galas benéficas y homenajes que le apetecían. Así, durante cinco décadas.
Lo único que ha cambiado en este tiempo ha sido su público, que siempre suma nuevos adeptos. Porque, como ya descubrió en su día el periodista Gerry Fraser, ahí está la clave de su relevancia. Esa gente que encuentra en sus canciones el motor para lanzarse a las calles, conocer sus raíces, “exaltar su negritud” y, en definitiva, celebrar una música incombustible.