El Pavón Kamikaze baja el telón: cinco años de éxito, un Premio Nacional de Teatro y una deuda
El éxito y la rentabilidad son dos conceptos que aunque en la vida suelen estar cerca, no pasa lo mismo en el teatro. Y eso explica, en una parte importante, por qué la compañía Kamikaze, una de las más reconocidas de dramaturgia contemporánea en Madrid, se queda sin casa. Tras cinco años en el teatro Pavón como residencia, el proyecto amasado a ocho manos por Miguel del Arco, Israel Elejalde, Aitor Tejada y Jordi Buxó baja el telón definitivamente el próximo 30 de enero por problemas económicos.
La compañía deja atrás muchas temporadas de éxitos, largas colas de espectadores en la mítica calle Embajadores, el Premio Nacional de Teatro de 2017... y una deuda. Porque la historia del Pavón Teatro Kamikaze es también la muestra de la costosísima supervivencia de un teatro privado en la escena capitalina. “Veníamos muriendo prácticamente desde el principio. Estábamos produciendo como los teatros públicos sin ser sostenibles”, resume el dramaturgo Miguel del Arco.
La caída se ha consumado en varios actos, como una obra de teatro. En 2017, la compañía anunció que sería su última temporada en este particular teatro, sede durante una década de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Pero aguantó un poco más. Tres administraciones –Ministerio de Cultura, Comunidad de Madrid y Ayuntamiento– proporcionaron ayudas públicas al proyecto que tres años después han resultado insuficientes para sostenerlo. La compañía proyectó 18 obras nuevas para la temporada 2019-2020, aquella con la que los dramaturgos pretendían despedirse del teatro. Ya estaba decidido: junio sería el último mes antes de bajar el telón. Entonces llegó una pandemia mundial y los planes se precipitaron. No hay dinero, dice la compañía, para subsistir los seis meses que quedan hasta verano.
El coronavirus cogió al Pavón Teatro Kamikaze con un caramelo entre las manos. Acababan de estrenar Traición –una adaptación de Harold Pinter con Raúl Arévalo, Irene Arcos y Miki Esparbé– y tenían 200.000 euros vendidos en entradas, recuerda el actor y creador Israel Elejalde, otra de las cabezas pensantes del proyecto. El texto, de Pablo Remón, era un reclamo para el público lo miraras por donde lo miraras. Pero no siempre las apuestas de la compañía transitaron por caminos tan seguros.
“Es evidente que las carteleras de los grandes teatros privados tienen que adecuarse a determinadas recetas. No tiene por qué ser de contenidos, pero sí, por ejemplo actores famosos. Hay que establecer de alguna manera un reclamo. Si te sales de ahí, si te arriesgas es ciertamente fácil pinchar. Hemos tenido espectáculos que no han ido tan bien como otros, pero a lo mejor de los que han ido mal la gente no ha sido consciente”, explica Elejalde.
“Había gente que nos decía: ¿pero por qué si algo tiene éxito lo bajáis de escena? Al contrario, si las funciones no iban tan bien, las manteníamos también en cartel hasta que estaban programadas”, profundiza Del Arco. Ambos, ya con la fecha de cierre marcada en el calendario, se felicitan por haber logrado que la “gente confíe en el espacio”. “Los espectadores se acercaban a un lugar donde se les mostraba cosas que podían conocer o que no y eso nos permitió poner encima del escenario proyectos no tan conocidos. Se ha conseguido algo colectivo con el público, que ha sentido este teatro como suyo. Ese es el gran regalo”, añade el actor.
Problemas con el casero y una enmienda de Vox
Esta muerte anunciada la han apuntalado dos factores: la mala relación de la compañía con el propietario del edificio –un inmueble protegido de gran valor– y la inseguridad permanente sobre las ayudas públicas. Las subvenciones anuales, de entre 350.000 y 390.000 euros, temblaron varias veces en los últimos años. En 2020, pese a la gran crisis, fueron menores que en 2019. Vox logró presionar al Ayuntamiento de Madrid para reducir en 50.000 euros la aportación municipal. El área de Cultura, dirigida por Andrea Levy, lo explica así una vez anunciado el cierre del teatro: “La reducción se debió a una enmienda de Vox que consideraba que no se podía entregar tal cantidad de dinero directo a una empresa privada sin mediar una concurrencia pública”. En los presupuestos de 2021, la extrema derecha trató de dejar la subvención a cero, pero el Gobierno municipal no lo aceptó. Un día después, se hizo público que el Pavón Teatro Kamikaze bajaba el telón antes de tiempo.
“Nos dejó temblando. Nos dijeron: lo siento chicos”, se acuerda Del Arco, que intentó en el mandato de la exalcaldesa Manuela Carmena que el Ayuntamiento cediera un espacio público vacío como casa de la compañía. Nunca ocurrió, tampoco con el cambio de Gobierno. “Los colegas estaban seguros de que no nos iban a dejar caer y nos reíamos. Somos unos crédulos. Ningún político se ha sentado con nosotros para salvar el Pavón. Todos de puertas para afuera han expresado la maravilla que era, se han llenado la boca, pero ¿quién ha hecho algo para hacer que este proyecto fuera viable?, zanja muy crítico el dramaturgo, que afea que la Comunidad de Madrid se ”haya despedido por un tuit“ del proyecto. La Consejería de Turismo aportaba 100.000 euros anuales y el Instituto Nacional de Artes Escénicas, dependiente del Ministerio de Cultura, otro montante similar. ”En el Ministerio nos dijeron que qué pena, pero que iba a ser un alivio“, concreta también Del Arco.
Tanto la Comunidad de Madrid como el Ayuntamiento lamentan el cierre. “Deja un hueco importante en la escena teatral. El reciente anuncio es la decisión de un grupo de promotores culturales a los que agradecemos su implicación en la cultura madrileña”, responde una portavoz de la Consejería de Cultura, liderada por Marta Rivera de La Cruz. En el departamento que dirige Andrea Levy aseguran que se ha “mantenido” siempre “un diálogo fluido” con la compañía y achacan el cierre al “elevado precio del alquiler y sus desavenencias con los caseros”. “El Ayuntamiento no dispone de otro espacio teatral como el que demandan. Además, sería complicado explicar hacer una cesión de espacio a una empresa privada sin mediar un concurso público”, justifican desde el área de Cultura del Ayuntamiento. El Consistorio aún no ha resuelto las ayudas creadas para rescatar a las compañías teatrales en esta coyuntura.
El alquiler del teatro ha sido la otra gran lucha intestina que ha quitado el sueño a los dramaturgos. El edificio es un preciado bien, ubicado en pleno centro de Madrid y adquirido en 1999 por la Compañía Zampanó, dirigida por Pepe Maya y Amaya Curieses. La pareja compró el inmueble abandonado y lo rehabilitó, respetando el aspecto original del teatro. La fachada está protegida. “No ha habido ni negociación ni relación. Solo show me the money”, resume la compañía, que abonaba 400.000 euros anuales por el arrendamiento. elDiario.es ha tratado de contactar con los propietarios sin recibir respuesta. Lo que pase con el edificio a partir de ahora es una incógnita. Del Arco asegura que ha recibido “llamadas surrealistas” de una de las inmobiliarias del barrio, interesadas en si iba a venderse o alquilarse de nuevo. “Mañana a lo mejor ahí tenemos un Zara”, añade.
La compañía afronta aún un mes de espectáculos por delante. Hasta el 10 de enero continuará con la puesta en escena de Las canciones y presentará Yo soy el que soy hasta su clausura el día 30. ¿Habrá una segunda vida para el proyecto en otra residencia? Ninguno de los cuatro creadores que vertebran la compañía se atreven a dar el próximo paso, aunque seguirán escribiendo sus montajes sin casa. “Estamos agotados, aún tenemos que ver cuáles son los daños. Cerrar un teatro conlleva una aventura de desmontaje que nos va a tener ocupados este año, además de que hay que recuperarse anímicamente de esto. La decisión es como una separación de una pareja, con casa y todo. Aquí teníamos volcado el deseo, el amor, la imaginación...”, lamenta Elejalde. “Era inevitable. Hay que aceptarlo y soltarlo, despedirnos con dignidad”.
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