'The Deuce', el nacimiento de la industria del porno en la Nueva York de David Simon
Es probable que HBO estrene The Deuce para disimular el eco de algún que otro escándalo reciente, como la polémica racial en torno a Confederate, el tira y afloja con más de un hacker, o la emisión involuntaria de capítulos inéditos de sus propias series. O tal vez sea por colmar el vacío que deja el final de temporada de Juego de tronos.
Por una u otra razón, la cadena ha adelantado el estreno de la nueva serie de David Simon, creador de The Wire, lanzando su piloto el 25 de agosto, cuando estaba prevista para el 10 de septiembre.
En los últimos años, Simon se ha convertido, por derecho propio, en el azote de la moral biempensante de la teleficción norteamericana. Serie tras serie, capítulo tras capítulo, ha dibujado un mapa de la miseria en el país más poderoso del mundo. Ya fuera con el universal retrato urbano del Baltimore de The Wire, el fantasma psicológico que pesa sobre el ciudadano tras la guerra de Irak de Generation Kill, o la pobreza económica enfrentada a la riqueza cultural de la Nueva Orleans arrasada por el Katrina de Treme.
Esta vez le toca a Nueva York. Pero no el de hoy, sino el de los años setenta. Entre los gobiernos de Nixon y Reagan, se legalizó y consolidó la industria del porno en pleno Times Square, entre drogas baratas y cara especulación inmobiliaria. Hacia todo esto mira The Deuce, cuyo piloto apunta las maneras de gran serie.
Nueva York setentero, Nueva York mainstream
mainstreamEn los albores del nuevo milenio, Martin Scorsese estrenó una película excesiva, especialmente en lo visual, que tuvo una acogida regular en la crítica cinematográfica de entonces. Se llamaba Gangs of New York y su lema promocional rezaba un grandilocuente “América se forjó en las calles”.
Tan lejos y tan cerca, David Simon ha asimilado la idea de aquella frase y pervive en el germen de su forma de construir relatos. Si cambiamos el Nueva York de 1860 por el de 1970, y el clan de los conejos muertos por el de los proxenetas de Times Square, nos daremos cuenta de que quien nos regalase una de las mejores ficciones del siglo XXI ha dado un paso más hacia el mainstream. No necesariamente en el mal sentido.
Como decía Charles Bramesco en su crítica para The Guardian, “las series de David Simon cuentan con personajes fascinantes y complejos, pero en su esencia todo trata de recrear ecosistemas sociales”. Y en cierta medida, los ecosistemas que empiezan a asomar la pata en el piloto de The Deuce, son los más estilizados y visualmente atractivos de su carrera... para bien y para mal.
El monumento al plano-contraplano de antaño ha evolucionado hasta la concepción esteta del ambiente turbio y lógico. No se trata aquí de complicados planos, sino de la atención al detalle. La mirada hacia el neón reflejado en el charco, el perfecto andar de los zapatos de piel de cocodrilo, el cartel de una película de Bertolucci en segundo plano... pero también las indigestas rimas visuales entre trenes entrando en estaciones y penetraciones de índole sexual.
Tampoco brilla por su audacia su banda sonora que recurre, por mucho que nos guste, a viejos conocidos como el Assume the Position de Lafayette Gilchrist para cerrar su piloto. Canción que ya habíamos escuchado en The Wire, por cierto.
En suma: un descompensado batiburrillo que, sin embargo, resulta atractivo por trasnochado. Es tan extemporáneo como los ecosistemas sociales que pretende retratar. Todo está conectado.
Relato delicado, talentos adecuados
Si bien Simon ha abrazado el lenguaje mainstream en lo formal, parece que el reto más importante de su nueva serie va a ser otro. En esos ecosistemas de los que hablábamos, no era el vestuario lo que destacaba, sino el realismo de su relato, casi siempre de una voluntad universal tan compleja como bien armada. Solo que esta vez el relato tiene una piedra de toque doblemente compleja: su retrato de la mujer.
Narrar la necesidad de liberación y feminismo influenciado por el auge de la figura de Simone de Beauvoir, con la creación del imperio de la pornografía, la cosificación como herencia cultural machista o la prostitución como único medio de vida, será algo a lo que The Deuce va a tener que enfrentarse. Y ser testigos de cómo lo hará es de lo más estimulante del panorama seriéfilo.
Para ello, Simon parece haberse rodeado de los talentos adecuados. Para empezar, el piloto lo dirige Michelle MacLaren, productora de Breaking Bad y directora de algunos de sus mejores episodios. También un nombre que ya debería ser tan conocido en la industria como los de Damon Lindelof, David Benioff o D.B. Weiss pues en su haber cuenta con capítulos dirigidos en Juego de tronos, The Leftovers o Westworld. Ella dirigirá el último episodio de esta temporada de The Deuce.
En la dirección la acompañan nombres como Uta Briesewitz y Roxann Dawson. La primera ha dirigido episodios en The Defenders y Orange is the New Black, y la segunda en House of Cards o The Americans.
La lista se completa con Ernest Dickerson, Alex Hall o James Franco, que además de dirigir interpreta por partida doble a los hermanos Vincent. Nombres que darán un computo de cuatro episodios dirigidos por mujeres y cuatro por hombres. Este hecho no debería ser noticia si no fuese por la rara avis que supone. El agravio comparativo es fácil: ninguno de los episodios de la última temporada de Juego de tronos lo ha dirigido una mujer.
Entre los guiones, además, parece destacar algún nombre más allá de la habitual colaboración del enorme novelista George Pelecanos en los productos de Simon. Es el caso de las escritoras Lisa Lutz y Megan Abbott, esta última definida como “punta de lanza de la renovación de la novela negra norteamericana desde un punto de vista femenino”. A diferencia de Lutz, no es inédita en España. Es Pop Ediciones publicó su Reina del crimen hace unos años.
A juzgar por la plantilla y el resultado del episodio dirigido por MacLaren, podríamos aventurar que David Simon lo tiene todo para ser capaz de capturar esos ecosistemas complejos, llenos de personajes memorables que no representan funciones narrativas. Individuos que son mezclas creíbles de patrimonios culturales de un tiempo y un lugar.
Prostitución, proxenetas y porno
Decía el escritor y crítico Jorge Carrión en Teleshakespeare sobre The Wire: “En la tradición de la literatura y del cine urbanos, es el personaje quien regula la percepción y la representación de la ciudad”. Pero luego añadía, en este libro que casi se diría antológico en España: “The Wire no se concentra en un personaje, ni en un lazo de parentesco, ni siquiera en una comunidad. Estos recursos narrativos pasan a un segundo plano. Porque se trata de construir una red urbana; de generar la sensación de que el televidente está tocando, a través de la carne de píxel de los personajes, la superestructura ideológica y pasional de Baltimore”.
Es una sensación difícil de expresar, pero quienes siguen a David Simon saben de qué habla Carrión. Se trata del falso progreso como mantra de la clase baja en The Corner, del arte como vehículo del trauma en Treme, y la tensión racial en Show me a Hero. Baltimore, Nueva Orleans, Yonkers, Irak y la capacidad para capturar un tiempo, con toda su complejidad. De la valentía de enfrentarse a las más oscuras contradicciones del sistema en el que nadie nos dijo que teníamos que vivir.
Lo fascinante de todo esto es lo que está por venir. El primer episodio de The Deuce aún no se ha acercado al mundo del porno de los setenta que ya inmortalizase Paul Thomas Anderson en Boogie Nights. Pero lo que hemos visto hasta ahora plantea nuevas rutas, interesantísimas, en la carrera de su creador al tiempo que recupera aquello que le hace único. Por ahora, “It's all in the game”, que diría Omar Little.