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El silencio de los eólicos o la vida en el rural gallego
El cineasta y periodista Aser Álvarez, residente en Compostela y fundador de la productora Arraianos Producións, está de vuelta con uno de sus documentales, “O Silencio dos Eólicos”, el retrato de una familia de ganaderos de vacuno que habita “en un lugar donde sólo viven ellos, ganándose la vida dignamente y criando a sus hijos en el rural”.
Realizó el profesional esta película para el festival Chanfaina Lab al que fue invitado, que es “un proyecto muy lindo” que fascina al creador porque se organiza en el pequeño ayuntamiento coruñés de San Sadurniño, o “Sansa”, y sirve “para documentar el patrimonio material e inmaterial de esa zona e invitar a los vecinos a hacer cine y a que vean piezas audiovisuales sobre su realidad realizadas por cineastas foráneos”.
Muchos directores de prestigio han ido al municipio a hacer sus trabajos, pero también hay junto a ellos artistas locales como Cruz Piñón y Abel Vega, dos de los que el director Álvarez se declara fan incondicional y define como personas “llenas de talento y frescura, que se animan a hacer cine gracias al festival”.
En el marco de este original evento, Álvarez ha elaborado este corto documental, en el que retrata a una familia diferente, que se dedica a producir leche de vaca y que “realmente son un ejemplo de vida digna en una aldea remota de Galicia, en un lugar en el que no hay nadie más aparte de ellos, en la Serra de Forgoselo”.
La casa de la familia Arnoso está al lado de un parque eólico, “por lo que el fuerte sonido que hacían los ventiladores al amanecer” le llamó la atención, relata, “pero más aún un día que no soplaba el viento y estaban parados”.
Le preguntó al protagonista de la historia si no les incordiaba el ruido que hacían y obtuvo por respuesta que “lo que molesta es que dejen de sonar”, ya que están “habituados a escucharlos y lo raro es que no suenen”.
Por eso le pareció que “O silencio dos eólicos” era el mejor título para aquella pieza audiovisual grabada en un lugar tan peculiar y editada por su “socio y maestro”, Plácido Romero.
“Siempre hablamos de los eólicos como una energía limpia pero realmente discrepo de esta idea, y les tengo bastante manía porque en nuestro país empezaron a plantar eólicos indiscriminadamente sin importar el paisaje”, argumenta, aunque reconoce que al mismo tiempo también le atraen visualmente esos “gigantes ruidosos”.
Es por eso que con esta pieza pretende “invitar a soñar que otros modelos de desarrollo rural son posibles y deseables”. Defiende el mensaje de “una Galicia no solo llena de eólicos y de eucaliptos o granjas intensivas de cerdos y pollos, sino un país lleno de gente joven viviendo del aprovechamiento multifuncional de la tierra y del ganado, respetando el medio y criando a sus hijos en el rural”.
Alegato que pone de manifiesto el compromiso del polifacético periodista con el rural, al igual otros de sus múltiples proyectos como el Festival de Cine Rural Carlos Velo, que surgió “fruto de la necesidad de abordar la crisis del mundo rural desde una perspectiva contemporánea, original y creativa”.
Con esta misma idea ha creado la feria FICRural, que será este año en la segunda quincena de septiembre en Santiago, convirtiéndose en “un foro de intercambio y divulgación de experiencias innovadoras contra el holocausto del rural”.
“El rural no es un sinónimo de atraso sino todo lo contrario. Cultura viene de cultivar, de trabajar la tierra, algo que se nos olvida. Cuando hablamos de cultura pensamos que hablamos de algo elitista, cultureta, urbanita y posmoderno, pero no es así”, reflexiona este documentalista.
Sin duda el documental es el género que sobresale en su carrera, y considera que “es una herramienta útil y muy necesaria en el momento actual, sobre todo para hacernos pensar”.
Pese a tener un extenso recorrido, con trabajos de éxito como “100% CEF”, por el que consiguió un Mestre Mateo, o el largometraje “Sísifo Confuso. Traballos e días de Francisco Leiro”, entre otros, confiesa que no se considera un cineasta, sino un “simple aprendiz que aspira a contar historias”.
Sin abandonar su defensa del medio rural, Álvarez sigue embarcado en diferentes proyectos “para seguir soñando con cambiar el mundo, pues con pequeñas iniciativas se pueden remover conciencias”, por lo que sentencia que “ojalá hubiese un Chanfaina Lab en cada ayuntamiento rural de Galicia, porque lo pequeño es hermoso”.
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