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Sobrevivir siendo un bailarín homosexual en Abu Dabi: “¿Puedo decir quién soy realmente o me lo callo?”

Fernando López Rodríguez, bailaor de flamenco y filósofo que publica el libro 'Esto jamás podré contarlo'

Ángeles Oliva

19 de noviembre de 2022 23:02 h

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“La verdad es, en ciertos casos, un privilegio heterosexual”, dice Fernando López en su libro. Cuenta cómo en los Emiratos Árabes decir la verdad puede ser peligroso, y es necesario recurrir constantemente a subterfugios, medias verdades, silencios y mentiras para sobrevivir. “La negociación es absolutamente constante. No hay un código de conducta explícito que señale que esto se puede hacer, esto se puede decir, y esto no, porque depende de muchísimos factores: de los lugares en los que se realizan, del tipo de personas y del contexto. Y eso genera estrés, porque tienes que estar permanentemente en alerta e intentando decodificar la realidad y preguntándote, ¿aquí cómo me tengo que comportar, cuál es el relato que puedo hacer, o qué puedo contar de mí mismo hoy? ¿Puedo decir quién soy realmente, a lo que me dedico, dónde vivo y la relación que tengo, o mejor me lo callo?”, explica el investigador.

Fernando López es bailarín, coreógrafo y filósofo. Es doctor en Estética por la Universidad de París VIII, donde investiga sobre flamenco, y está ligado a las Universidades de Lille y Pablo de Olavide de Sevilla. En sus piezas artísticas la cuestión central tiene que ver con temas LGTBIQ+ y feminismos, memoria histórica y conciencia social. En 2017 publicó De puertas adentro, donde revisa cómo se ha invisibilizado la homosexualidad en la historia del flamenco.

En 2019 se trasladó a Abu Dabi para acompañar a su marido, que se instalaba allí por motivos laborales. Él no tenía visado de trabajo y no podía acreditarse como cónyuge de su pareja, así que necesitó una pirueta administrativa para entrar y salir del país sin problemas. Aquella fue la primera de una sucesión de subterfugios y el aprendizaje para una vida que, durante dos años, fue un continuo baile de máscaras y disfraces adaptados en cada ocasión a quién se encontraba delante.

“Lo que más me costó no fue la llegada sino la adaptación a una nueva realidad en la que sin una violencia explícita me di cuenta que el 95% de la vida laboral y personal que llevaba a cabo en España con total normalidad, no la podía llevar allí. Conseguimos hacernos un grupo de amigos gais, y había sitios donde podíamos socializar, pero la normalización de la vida personal fue imposible, siempre había que buscar estrategias para justificar por qué estaba en ese país”, explica el bailaor.

Borrar el curriculum

En cuanto a lo profesional, Fernando López tuvo que borrar de su currículum todas las publicaciones, espectáculos y conferencias que tuvieran que ver con cuestiones de género, queer o LGTBIQ+, que eran la mayoría. “Para cualquier artista un país en el que existe este grado de censura es un país problemático. Para mí, lo era más porque realizo un tipo de arte con códigos muy contemporáneos, en los que abordo cuestiones sociales que allí no se pueden ni siquiera mencionar”.

La palabra danza allí está muy asociada a prácticas extranjeras, y sobre todo a danzas eróticas ejecutadas por mujeres asociadas a la prostitución, en cabarets nocturnos o fiestas de boda. No usan el término ni siquiera en centros de enseñanza

Tuvo que limitarse a hablar solo de música o de artes performativas, porque el término 'danza' (raqs en árabe) tiene una connotación peyorativa en los países del Golfo. “La palabra danza allí está muy asociada a prácticas extranjeras, y sobre todo a danzas eróticas ejecutadas por mujeres asociadas a la prostitución, en cabarets nocturnos o fiestas de boda. No usan el término ni siquiera en centros de enseñanza de danza o en teatros en los que se programa danza, prefieren la palabra performance. Tomé conciencia de que si quería hacer algo allí de manera cotidiana, tenía que cambiar radicalmente la perspectiva y poner entre paréntesis todo lo que había venido haciendo durante años”, cuenta el coreógrafo.

En los Emiratos Árabes hay una enorme desigualdad social, con unas categorías sociales claramente marcadas y donde parte de la población vive en la riqueza extrema. Fernando López es consciente de su lugar privilegiado en el país. Él y su marido pertenecían al grupo de los llamados expats, personas expatriadas de clase media-alta, normalmente provenientes de países occidentales y con trabajos bien remunerados. “Los dos teníamos el privilegio de tener un pasaporte europeo y por tanto de ser casi una excepción. Teníamos una vida equivalente a lo que sería clase media en España, pero en su traducción a Emiratos. Digamos que al círculo selecto de las grandes fortunas no llegamos nunca. En nuestro ámbito la gente está normalmente de paso en el país para hacer dinero, pero muchos acaban alargando su estancia en el Golfo durante años y años por las buenas condiciones salariales y las comodidades de un 'país Disneyland', así lo llaman”, cuenta López.

Puntero láser de advertencia

En un país en el que a nivel legislativo la homosexualidad es muy problemática, en la práctica la gente encuentra maneras de sobrevivir. Aunque no se puede bajar la guardia, el control social es implacable. “Hay bares que no son reconocidos como gais, pero donde la comunidad LGTBI se reúne. En algunos casos se han cerrado, y en ellos hay que guardar mucho las apariencias. ”Una de las experiencias más chocantes que tuve al principio yendo a uno de estos bares fue que había guardas de seguridad con un puntero láser que te iban señalando si te acercabas demasiado a un hombre. Si empezabas a tocarle un poquito demasiado, o parecía como que eventualmente le podías dar un besito o un abracito, te señalaban con el puntero para que te apartaras. Son garitos en los que para mantener la ficción tienen que guardarlas formas. Tú te puedes ir a encontrar con alguien, pero los códigos afectivos tienen que ser respetados“, recuerda el investigador, que añade otras experiencias mucho más abiertas que también vivió en Abu Dabi: ”Obviamente hay lugares en los que he visto cosas salvajes e increíbles, porque la noche es muy larga y hay momentos en los que el alcohol y la nocturnidad permiten que haya situaciones que tú puedes ver en España y que no te imaginarías que pudieras ver en Emiratos, y efectivamente, ocurren, pero son excepciones. Y siempre bajo el yugo de la posibilidad de que pase algo malo“.

Una de las experiencias más chocantes que tuve al principio yendo a un bar fue que había guardas de seguridad con un puntero láser que te iban señalando si te acercabas demasiado a un hombre

Fernando López no comparte el argumento de que, aunque la homosexualidad esté penalizada, una cierta permisividad en reductos nocturnos supone que la gente pueda llevar una vida normal: Yo no considero que poder ir a una fiesta a emborracharme con otros chicos gais sea una manera de normalizar la homosexualidad y de normalizar mi vida. Yo lo que quiero es poder tener una relación normal con mi pareja y con mis amigos, poder salir a la calle sin tener que ocultarme y poder realizar mi trabajo como yo considere que lo tengo que hacer. Eso es normalizar, irme a emborrachar a un garito gay underground, para mí es un aspecto anecdótico. Lo que pasa es que, claro, permitiendo esta clase de cosas también das una sensación de mayor apertura, que realmente no es cierta”, reflexiona el investigador.

Las aplicaciones de citas han facilitado la posibilidad de contactar con personas que no habrían podido intimar de otra forma, y al mismo tiempo se han convertido en herramientas de control, utilizadas por personas homófobas o por instituciones gubernamentales para buscar gais mediante perfiles falsos. Así se organizan falsas quedadas y se montan 'cacerías' de gais. “Esto ha pasado en muchos países, lamentablemente, y en Emiratos también. En los últimos años la cosa está bastante relajada porque la pena de muerte allí no se aplica desde hace bastantes años, pero redadas ha habido, durante el tiempo en el que yo estuve no recibí noticia de ninguna. Pero sí se hablaba de una redada en una fiesta en la que se había hecho una ficción de boda entre dos chicos emiratíes en una casa privada y que había llegado a los oídos de la policía o de quien fuera, todos acabaron en prisión. Muchos de mis amigos lo recordaban como algo muy traumático porque suponía que había que tener extremo cuidado incluso con las reuniones en espacios privados. Y todos, aunque la mayoría ni siquiera habían estado ahí, todos, lo vivían como una amenaza social que había que tener muy en cuenta”, relata López.

Segregación brutal

En los Emiratos hay una segregación completa de la vida por géneros. Con vagones de metro, salas de espera, parkings, playas o horarios de gimnasios solo para mujeres. “Especialmente para la población local y para la población de otros países afines, la segregación de género es brutal. En los dos años conocí a un gran grupo de amigos emiratíes hombres, que ya de por sí es bastante complicado porque suelen relacionarse mucho entre ellos, pero mujeres he conocido solo una. Hay todo un dispositivo que ellos consideran su política de género como noches exclusivamente para chicas en un bar o en una playa, o en una clase de danza. Para mí también era complicado, porque muchas veces por ser hombre no me podían o no me querían contratar y preferían profesoras mujeres o bailarinas mujeres”, cuenta el bailaor, que añade: “En actuaciones de flamenco, el guitarrista y el cantaor, que eran hombres, tenían que tocar de espaldas al público porque era una actuación en la que solo había mujeres en el público, o el DJ o el técnico de sonido tenía que estar en una cabina aparte, en una habitación cerrada y comunicarse con la bailaora a través de WhatsApp porque no podía estar en el teatro viendo a las mujeres”, relata.

En actuaciones, el guitarrista y el cantaor hombres tienen que tocar de espaldas al público porque la actuación es solo para mujeres. El técnico de sonido tiene que estar en una cabina aparte y comunicarse por WhatsApp porque no puede ver a las mujeres

En los Emiratos no hay derecho de asociación, no existe un movimiento LGTBIQ+ organizado aunque hay algunos grupos que se reúnen de manera clandestina con un objetivo más terapéutico que político. “Hay tres o cuatro grupos que yo identifique que llevan poquitos años reuniéndose de manera periódica. No tienen una voluntad activista en el sentido social o político, se reúnen más bien para hacer casi una terapia de grupo o darse la sensación de comunidad, contarse un poco cómo lo llevan con la familia, con los amigos. No hay una voluntad real de salir a la calle, obviamente eso es absolutamente impensable e inviable para ellos. Y es algo que desde nuestra perspectiva occidental, o al menos desde la mía, es curioso, porque ellos piensan que su manera de reivindicar tiene que ser diferente a la manera en la que lo hemos hecho en Occidente, que no puede pasar por salidas a la calle, manifestaciones, reivindicaciones y tal, porque saben que es imposible. Pero al mismo tiempo yo no sé cuál es la alternativa para una normalización LGTB, no sé cuál es su plan o su propuesta para poder avanzar en la adquisición de derechos sin mojarse”, reflexiona el investigador.

El fútbol no ha sido nunca un aliado

Qatar y Emiratos Árabes son países hermanos en el Golfo Pérsico, la celebración del Mundial de fútbol pone sobre la mesa la vulneración de derechos humanos en ese país. Según la organización en defensa de los derechos LGTBI Stonewall, en Qatar están prohibidos los actos sexuales entre personas del mismo sexo y castigados con penas de cárcel de uno a cinco años. Según un informe de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA), “ciertas fuentes” indican que la homosexualidad es castigada con penas de muerte.

“A la economía y a los grandes eventos internacionales, especialmente en el deporte, no les interesa mucho la cuestión de los derechos humanos”, señala el bailarín. “O si les interesa no lo hacen ver demasiado y sistemáticamente pierden la oportunidad de denunciar esta clase de situaciones en todos los países en los que se celebran eventos de este tipo. También he de decir, y a lo mejor es políticamente incorrecto decirlo, que el ámbito del fútbol nunca ha sido un gran aliado para cuestiones relacionadas con el feminismo y lo LGTBI. Y creo que en España lo estamos haciendo bastante mal teniendo en cuenta el nivel de avance social y de progreso que tenemos en términos de derechos. Me parece que ni el seleccionador ni toda la organización futbolística está a la altura de, al menos, visibilizar que hay un problema. Casi que se defiende al país y se dice que hay problemas como en todos los países, pero que el fútbol no tiene nada que ver con eso y que la política no tiene que tocar el deporte”, reflexiona.

“Cuando eres un hombre blanco heterosexual, obviamente no tienes que preocuparte de cuestiones políticas, pero eso es un lujo que el resto de personas no se pueden permitir”, opina López. “Y no solo los visitantes, que es lo problemático, parece, para el Mundial, sino la propia población qatarí, que también tiene una comunidad LGTB y a la que este tipo de eventos le podría haber favorecido en términos de apertura. Y no lo ha hecho. Es una oportunidad absolutamente perdida. Yo creo que la responsabilidad que tenemos los europeos y los españoles en este caso la hemos perdido por completo. Al menos, las personas que están en puestos directivos dentro de organizaciones del fútbol”, concluye.

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