Y el mundo vio nacer a ‘Mister Super Bowl’
Era su noche. El hombre del que todo el mundo hablaba y al que todos los focos buscaban. Un veterano con cara de chaval cuyos méritos y una carrera excepcional habían puesto ante la oportunidad de su vida: desafiar la historia del deporte y convertirse en un caso único, puede que irrepetible. Y no falló a la cita. En la edición número 51 de la Super Bowl, Tom Brady y sus New England Patriots lograron sellar el billete a la gloria con una remontada épica, la mayor de todas las finales de NFL, en un guión de partido digno de la mejor epopeya griega.
Fue una final del fútbol americano en la que el factor Trump no entró en escena más que en los prolegómenos del evento. Y no es que sean pocas las conexiones del personaje con varios de los protagonistas que se dieron cita en Texas. Pero ni la amistad que une al presidente de los Estados Unidos con el poderoso propietario del equipo campeón, Robert Kraft, ni las simpatías que el excéntrico dirigente estadounidense despierta en el entrenador patriota Bill Belichick o en el mismo Brady, fueron motivo de peso para que Trump decidiera dejarse ver por el NRG Stadium. En su lugar, el vicepresidente Mike Pence fue el encargado de asumir la representación institucional.
Tampoco la polémica generada por el decreto migratorio de Trump, recientemente derogado por un juez federal, pareció afectar a la ciudad que albergó la fiesta por excelencia de la NFL. Houston, una de las grandes urbes estadounidenses que más inmigración refugiada y expatriada acoge, no necesita recibir lecciones sobre el impacto y consecuencias de la inmigración. Con casi el 30% de su población proveniente de unos 40 países distintos, sencillamente, no procede.
Y es que fueron muchos inmigrantes e hijos de inmigrantes los que a lo largo de la semana pasada llenaron y dieron color a las calles de la ciudad texana, participando en todos los actos y celebraciones que la NFL organizó con motivo de la Super Bowl. Por ello, también en el Estado de la Estrella Solitaria se sucedieron marchas y protestas con el objetivo de hacer visible el desacuerdo con la deriva ultranacionalista de su nuevo presidente. Un sentir que también llegó desde el propio césped tras el pitido final, como se encargó de dejar claro el ala cerrada de los Patriots, Martellus Bennett, al ser preguntado por el muro que se pretende construir entre las fronteras de México y Estados Unidos: “Derriben el muro… Te amo México”.
Brady, la leyenda
Sea como fuere, si algo es capaz de unir y crear nexos es el deporte. Bien lo saben en Estados Unidos, un país que invierte cantidades multimillonarias en fomentar la actividad deportiva en sus múltiples disciplinas. Siempre en búsqueda de un nuevo héroe, de un referente cuyas gestas y méritos logren aglutinar al pueblo o animarlo a tratar de seguir su ejemplo.
Tom Brady no es esa clase de deportista. Entre sus virtudes no destaca la capacidad de caer en gracia a amplios sectores. Un hecho que se acentúa en el deporte profesional donde la mayoría, al elegir colores, parece hacerlo bajo la condición implícita de no poder ensalzar las virtudes y los méritos del contrario.
Pero lo que el “cerebro” de los Patriots acostumbra a no poder ganarse en el terreno de las sensaciones y los prejuicios, sí lo logra en el de los números. La estadística, fría pero incuestionable, acostumbra a dibujar mejores retratos que los trazos dispares que dibujan otro tipo de barómetros. Y ahí es donde Brady ha forjado su leyenda, ascendiendo desde la intrascendente posición 199 en la que fue elegido en el ranking del draft del año 2000, hasta su condición actual de único quarterback ganador de cinco títulos de la Super Bowl, por delante de Montana y Bradshaw, y nombrado cuatro veces jugador más valioso de la final (una más que Montana).
Remontada histórica
No empezó bien la noche del domingo para el bueno de Tom. Enfrente, unos Atlanta Falcons que, comandados por el quarterback Matt Ryan y el receptor Julio Jones, han sido la sorpresa positiva de la temporada con un juego vistoso, explosivo y lleno de recursos en una de las ofensivas más divertidas de ver y complicadas de frenar en toda la historia de este deporte.
Brady sufrió, y sufrió mucho. Su línea ofensiva no le protegía de los embistes de la defensa rival y apenas gozaba de tiempo para pensar hacia dónde enviar el ovoide, lo que se traducía en muy pocos minutos sobre el césped. Por el contrario, Matt Ryan descargaba mucho trabajo en las carreras de su compañero Devonta Freeman y se sentía cada vez más a gusto lanzando pases a la espalda de la defensa rival en una zona secundaria muy poco acertada. Una intercepción para Touchdown al propio Brady supuso irse al descanso con el marcador 3 a 21 y la sensación de que los Patriots eran un juguete roto a manos de unos Falcons que se lo estaban pasando genial.
Pero si algo tiene este deporte es que los partidos pueden dar la vuelta en cualquier momento. Bill Belichick, el entrenador jefe de New England y artífice de la etapa prodigiosa que la franquicia empezó en el 2000 y que ya nadie sabe cuando terminará, ajustó las piezas de su puzle y la cara del equipo de Boston al término del show de Lady Gaga fue otra muy distinta. Una mejora proporcional al bajón de los Falcons, muy capaces en el arranque de la segunda parte pero totalmente superados en el último cuarto del partido, en el que encajaron un 19-0 para terminar el partido empatados a 28. Primera Super Bowl con empate al final del tiempo reglamentario y un Brady que no sabía si lo suyo era nadar para ahogarse a la orilla o si el cuento iba a terminar como en Disney.
Pero la suerte del sorteo de campo les sonrió, pudiendo elegir atacar los primeros, y la inercia arrolladora con la que terminaron el último cuarto se prolongó en la prórroga con un drive antológico que dirigió Brady y culminó el corredor patriota James White. Terminó el partido, nació la leyenda. Tom Brady es ya ‘Mister Super Bowl’.