Un periodismo para la pena y no para la culpa
- Ideas desde el 16 Festival Zemos98 sobre fronteras: Remapping Europe Remapping EuropeRemapping Europe
Es triste, pero cuando los periodistas contamos historias como las de los 15 muertos de Ceuta en febrero recibimos esa respuesta en Twitter o en comentarios de las noticias: “y entonces, ¿qué queréis? ¿Que quitemos las fronteras y entren todos?”. Hay otro argumento estrella de los que opinan que no deberíamos estar informando con detalle, como si hacerlo hiciera un favor a algún tipo de maldad: “ay, qué listos sois los progres. ¿A que no meteríais a toda esa gente en vuestra casa? Pues eso”. No me estoy inventando los ejemplos. El mantra está tan extendido que hasta salta fronteras; también lo dice Marine Le Pen, la extrema derecha francesa, en entrevistas.
Y no. Lo contrario de que una persona muera en la frontera no es dejar todas las fronteras abiertas; lo contrario de que una persona muera en la frontera es que no muera.
Y no. Reclamar una gestión diferente de las fronteras no implica el deber de ser tú el que sostenga personalmente la acogida; de la misma manera que no debemos hacernos cargo personalmente de dar de comer al pobre, no pagamos el seguro médico a quien se pone enfermo, no ejercemos justicia por nuestra cuenta cuando vemos un crimen.
Sin aceptar esos mínimos, no hay debate; no puede continuar la conversación. En realidad es que no merece la pena y la actitud ahí ya no debe ser dialéctica sino de construcción cultural diferente que acabe arrinconando esos planteamientos, como otros han sido arrinconados a lo largo de la historia. ¿Cómo se construye eso, en este caso?
La visión mediática general del migrante criminaliza, lo sabemos y hay ejemplos muy recientes; pero incluso cuando hay buenas intenciones de por medio es fácil caer en paternalismos lacrimógenos, lugares comunes repetidos una y otra vez que cuentan con diferentes rostros la misma historia. Eso revela cierta incapacidad de comprender y, por tanto, el vicio de repetir lo que otros han hecho antes. También la suspensión del pensamiento crítico como gesto cobarde para afrontar matices y correr riesgos.
En el 16 Festival Zemos98 estamos hablando de fronteras y de migrantes revisando todos los mitos mediáticos disponibles. Por aquí andamos periodistas, académicos, activistas y artistas. Las aproximaciones del activismo o la investigación social a los mitos mediáticos, también hay que decirlo, a veces no son justas porque por su parte también están basadas en un profundo desconocimiento de cómo funciona el periodismo, qué ingredientes necesita para poder llegar a buen puerto, que no es otro que el de aportar elementos asumibles y rigurosos con un punto de partida conceptual y narrativo que no es el del activista o el académico; es el del lector. Que el lenguaje de la academia no es el lenguaje de la información; que la conceptualización artística no es compatible con un titular. Si la propuesta del periodista está demasiado alejada del punto de partida del público, no habrá divulgación, ni pedagogía, ni transmisión de conocimiento. Por mucho aplauso experto que reciba.
Lo que los periodistas nos llevamos de este tipo de encuentros es una mochilla llena de lupas nuevas para mirar, sonotones nuevos para escuchar, palabras nuevas para ir colando como quien no quiere la cosa, por aquí y allá. Hasta que un día, sí, estén en el titular.
Algunas frases que vamos pegando en las paredes del CAS de Sevilla nos están ayudando a pensar, más allá de cosas en las que sabemos que todos estamos de acuerdo. Un par de ellas que no refuerzan ideas sino que nos ponen en alerta:
“Nuestros deseos políticos a menudo son una trampa que nos tendemos a nosotros mismos y que estrecha nuestra capacidad de comprender la complejidad de las migraciones”
Pasa con todo. Acarreamos unos apriorismos ideológicos que nos ayudan, muchas veces, a leer la realidad de una manera diferente a la que es presentada. Pero no siempre; e incluso puede ser contraproducente, injusta con quienes decimos defender.
“Los derechos humanos pueden estar siendo una excusa para las ONG y medios liberales para no admitir que este debate es ideológico y político”
Lo mismo pero al revés. Además de la fina línea entre combatir un discurso y servirle, hay otra algo más gruesa: la que permite que a veces el periodismo y las organizaciones sociales se muevan en zigzag en el campo minado de la injusticia, haciendo siempre un retrato fino de la víctima y borroso del victimario. Un periodismo para la pena y no para la culpa.