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La Serena, la casa donde las activistas se toman un respiro para recuperarse de los ataques por su labor

Algunas de las activistas participando en una de las actividades en Casa La Serena.

Icíar Gutiérrez

“El tiempo se detuvo”, dijo Valeria. “¡El mundo siguió girando sin nosotras y no ha pasado nada!”, le contestó Gloria. Las dos pensaban que ausentarse durante diez días era demasiado. “¿Y el trabajo, y mi familia?”, se preguntaban. Junto a tres compañeras, pasaron unos días en Casa La Serena, un espacio para el descanso y la recuperación de mujeres defensoras de derechos humanos ubicado en Oaxaca, al suroeste de México.

“Cada una llevábamos algo que sanar en nuestras vidas”, recuerda Gloria en un artículo publicado en la página web 'Sin censura'. 

Cansancio extremo, elevados niveles de estrés, desgaste emocional o físico, duelos... Son algunas de las situaciones que atraviesan las mujeres que ejercen el activismo en Centroamérica y México. Una labor por la que muchas reciben ataques, la mayoría en forma de intimidación y hostigamiento psicológico, y por la que también pagan las consecuencias de romper los roles machistas al situarse en primera línea de la defensa del medio ambiente, de los derechos de las mujeres o contra la corrupción. 

Así, las amenazas, las agresiones –también a sus familiares–, el alto nivel de implicación a pesar del peligro o la precariedad económica suele conllevar un alto coste para la salud mental de las defensoras, según las investigaciones que lleva a cabo la IM-Defensoras y que culminaron, en 2016, en la inauguración de la Casa La Serena. En estos años, 45 mujeres han pasado por el espacio. 

Son las propias compañeras las que las animan a tomarse un respiro. Cuando las redes nacionales de defensoras en Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y México detectan que algunas de sus integrantes están pasando por situaciones de este tipo, las proponen para acudir, de forma gratuita, a esta casa de estancia temporal. Cinco mujeres, una de cada país que integra la red de IM-Defensoras, pasan diez días en este espacio, rodeado de zonas verdes y pensado para su descanso y su recuperación.

“Ellas no se conocen por lo general y a pesar de que trabajan en diferentes causas, en circunstancias y contextos distintos, identifican que hay muchas cosas que las unen: la violencia creciente en la región y la lógica patriarcal del activismo en la que las mujeres 'son para los otros', la dinámica del sacrificio estresante o la falta de límites que hacen que se olviden de sí mismas”, explica Ana María Hernández, defensora y coordinadora general de Casa La Serena, en una conversación con eldiario.es.

Esta dinámica, dice, es lo que, en muchas ocasiones, empuja a las mujeres a seguir trabajando a pesar del agotamiento y el estrés. “Incluso las feministas más radicales admiramos a las defensoras que dan su vida por 'la causa' y criticamos a aquellas que ponen límites”, sostiene IM-Defensoras en su investigación. A ello se le unen los sentimientos de impotencia y frustración provocados por los propios contextos de violencia en los que trabajan y la sensación de que lo que hacen “nunca es suficiente”. 

“Vienen con mucho desgaste y muchas acumulan un dolor profundo por las cosas que vivieron: mataron a sus familiares, sufrieron violencia sexual.... Pero no somos víctimas, somos mujeres empoderadas que solo tenemos que quitarnos los obstáculos para poder caminar de nuevo desde otro lugar”, prosigue Hernández, integrante del Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad Oaxaca, que coordina el proyecto.

Según el último informe de IM-Defensoras, los ataques a ataques a defensoras crecieron un 30% durante 2015 y 2016 en la región. El 37% de las agresiones tuvieron que ver con su condición de mujeres. La intención de las impulsoras de la iniciativa es replicar el proyecto con dos casas más en Centroamérica en los próximos dos años.

Diez días de atención integral

Durante los diez días que dura su estancia en La Serena, las defensoras reciben dos tipos de atención: individual y colectiva. En la primera, en función de sus necesidades personales, acuden a terapia psicológica, reciben masajes relajantes o, si lo requieren, pasan consulta con una ginecóloga. En la segunda, participan en talleres para recuperar la creatividad (cerámica, lectura, escritura...) y en sesiones de terapia grupal, acuden a clases de baile o yoga o se unen a actividades grupales como caminatas por el campo.

Es entonces, cuando se conocen y conviven, comprenden que todas, por el hecho de ser mujeres y activistas, se enfrentan a circunstancias muy parecidas y cargan con “un enorme costal lleno de sentimientos, frustraciones y hartazgos” similares, según cuenta Gloria. “Cada taller, cada terapia tenía un por qué y era precisamente ayudarnos a reencontrarnos con las mujeres que somos, a escuchar nuestros cuerpos, a sacar todos esos problemas cotidianos, el dolor, el cansancio, a reconocer nuestras fortalezas pero también nuestras debilidades y nuestros errores”, resume la mujer, periodista de profesión. 

Las trabajadoras de La Serena tratan de brindar apoyo a las defensoras en “cinco dimensiones”, explican. “La física: dónde se acumula la tensión en tu cuerpo, qué señales te está dando que, por la sensación de alerta, desatendemos. La emocional: poder expresar las emociones sin que pensemos que no somos fuertes, generando un espacio de confianza”, ejemplifica Hernández.

“También, la dimensión mental: cuestionar ese rol de género de que yo puedo hacerlo todo o 'cómo puede ser que yo me cuide si hay mucha gente que está muriendo y me necesita'. La espiritual, es decir, todo aquello que te conecta con la vida, por ejemplo, sentarse frente al mar. Y la energética, porque las defensoras convivimos con una energía de muerte muy fuerte, con esa amenaza de perder la vida o las violaciones de derechos”, agrega. 

“El desgaste favorece a quienes quieren que paremos”

Durante los diez días, las defensoras intercambian sus experiencias y reciben charlas sobre cómo ejercer el “activismo saludable”, aquel que mira también por el bienestar de la defensora. “Reflexionamos sobre lo que implica el derecho a defender derechos y cuestionamos este activismo que justifica el sacrificio y favorece la lógica de las prisas sin pararte a reflexionar. Esto satura. Algo muy importante es que toman conciencia de que el desgaste favorece a quienes quieren que dejemos esta labor, a los depredadores. Tenemos que tener una mayor prevención para no llegar a este estado emocional”, recalca Hernández.

Su idea es que la experiencia y lo aprendido quede plasmado en un “plan de autocuidado” que les permita, también, compartir algunos consejos prácticos con otras compañeras cuando vuelvan a sus comunidades. “Son cosas muy simples como el cambio en la dieta. Las defensoras pasamos muchas horas sentadas y oyendo cosas horrendas, necesitamos equilibrar con alimentos que nos ayuden a sentirnos ligeras, cocinar con alimentos más naturales. También recogemos rutinas de respiración o ejercicios prácticos para manejar el estado de ansiedad prolongado que vivimos. Es un plan muy sencillo con propósitos alcanzables”, sostiene la coordinadora. 

El objetivo final de este “autocuidado”, como se refieren las defensoras de derechos humanos a su estrategia de protección feminista, es velar por su bienestar, pero también poder retomar con más fuerza su activismo y enfrentarse con menos agotamiento a los riesgos que conlleva su labor. “El autocuidado es profundamente transgresor desde la lógica patriarcal: el bienestar es un derecho y fortalece nuestra capacidad para defender otros derechos. El cuidado colectivo fortalece nuestra consigna: las redes salvan”, concluye Hernández.

“Es ese camino que puede darnos la fortaleza, el coraje, el empuje para no rendirnos, pero siempre escuchando nuestro interior y saber cuándo debemos hacer un alto en ese camino”, sentencia Gloria.

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