A medida que los asentamientos israelíes en Cisjordania brotan por todas partes y se expanden, los incidentes con colonos alcanzan una cifra récord. En las zonas de fuerte presencia de colonos, los relatos sobre altercados son muy numerosos y todas las familias conocen al menos a una persona que ha sido acosada, atacada o detenida debido a algún conflicto con colonos.
Nisreem junto a una ventana blindada en su casa en Tel Rumeida, Hebrón (Cisjordania).
Nisreem junto a una ventana blindada en su casa en Tel Rumeida, Hebrón (Cisjordania).
Nisreen Al-Azzeh tuvo que instalar rejas en las ventanas de su casa en la zona H2 de Hebrón (una zona situada en Cisjordania pero bajo ocupación israelí) debido a su gran concentración de colonos. La casa de la artista, de 51 años, se encuentra justo debajo del asentamiento de Ramat Ashay: “Los veo cada vez que abro la ventana”.
Vista general de Tel Rumeida, Hebrón (Cisjordania).
Vista general de Tel Rumeida, Hebrón (Cisjordania).
Los habitantes de Tel Rumeida y otros tres asentamientos cercanos invadieron la casa de Nisreen más de una vez con el objetivo de romper las ventanas con piedras. Después, los colonos utilizaron palos para abrir las rejas de las ventanas mientras su familia tenía que permanecer en silencio en el interior.
Nisreen recoge la ropa en su casa.
Nisreen recoge la ropa en su casa.
“Me dieron ganas de gritar cuando vi que dañaban la ventana, pero mi marido me dijo que no lo hiciera por miedo a que se dieran cuenta de que estábamos aquí y nos atacaran”, recuerda la mujer, que se queja de que los soldados israelíes rara vez intervienen para detener esos ataques, incluso cuando los presencian.
La hija de Nisreen en la cocina de su casa.
La hija de Nisreen en la cocina de su casa.
La artista dice que el acoso al que se enfrenta es cada vez peor y afirma que lo que quieren es que ella y sus vecinos abandonen sus casas. “Quieren empeorar las cosas y hacernos la vida imposible, para poder controlar la zona, especialmente con el nuevo gobierno. Quieren echarnos de aquí”, sostiene. Nisreen solicitó ayuda a MSF en 2016 tras una ola de violencia especialmente intensa en la que varios integrantes de su comunidad murieron a manos de colonos o soldados.
Trabajadoras de MSF durante una sesión con Jinan, cuya casa fue derruida por fuerzas israelíes.
Trabajadoras de MSF durante una sesión con Jinan, cuya casa fue derruida por fuerzas israelíes.
En una tienda de campaña levantada a las prisas en una colina rocosa cerca del pueblo de Douma, en el norte de Cisjordania, la hija de Mustafa Mlikat, Jinan, habla con psicólogos de MSF para que le ayuden a procesar sus emociones tras sufrir un traslado no deseado y la demolición de su casa. Su historia refleja la situación de violencia duplicada que implica la ocupación israelí de Cisjordania: la violencia de los colonos y la violencia del ejército.
Mustafa Mlikat revisa la medicación de su hijo.
Mustafa Mlikat revisa la medicación de su hijo.
Mustafa compró un terreno cerca de Douma específicamente por su lejanía de los asentamientos y se construyó una casa de 300 metros cuadrados que el ejército israelí se encargó de destruir este año. El terreno que compró estaba en la zona C de Cisjordania, bajo el control de las autoridades israelíes, que no entregan permisos de construcción a los palestinos.
Mustafa Mlikat junto a sus hijos al lado de los escombros de la que fue su casa, derribada por las fuerzas israelíes, en Douma (Cisjordania).
Mustafa Mlikat junto a sus hijos al lado de los escombros de la que fue su casa, derribada por las fuerzas israelíes, en Douma (Cisjordania).
“Vinieron el dos de febrero con una excavadora”, recuerda, y afirma que perdió la mayor parte de los muebles que consiguió salvar de la excavadora por la lluvia que caía ese día. En el proceso destruyeron un tanque de 300 litros cúbicos que causó la muerte a una de sus crías de oveja. Tras perderlo todo: primero a manos de los colonos y luego del ejército, Mustafa, Jinan y sus otros 12 hijos duermen en la tienda de campaña y en una choza, mientras Mustafa intenta encontrar una solución.
Cabras pertenecientes a la familia de Mlikat.
Cabras pertenecientes a la familia de Mlikat.
Mustafa, de 50 años, vivía en una comunidad beduina llamada Muarrajat, a una hora de distancia al norte del Mar Muerto. Los problemas con los colonos empezaron cuando construyeron una casa cerca de la suya. “Tienen ovejas. Solían venir a nuestra tierra y hacer que sus ovejas pastaran en nuestros huertos”, explica Mustafa, que también cría ovejas y no pudo detenerlos. “Si intentas discutir con ellos, tienen grupos de WhatsApp, así que llaman a los demás y de repente te enfrentas a 30 o 35 colonos a la vez”, dice, recordando una vez que golpearon a su hermano en una situación similar. Así que, como muchas otras personas de su comunidad, decidió marcharse.
Harbieyh Al-Zaru dobla las mantas en la habitación de sus hijos en Hebrón (Cisjordania).
Harbieyh Al-Zaru dobla las mantas en la habitación de sus hijos en Hebrón (Cisjordania).
Harbieyh Al-Zaru vive en el núcleo de la zona de conflicto. Esta mujer de 50 años vive en la Ciudad Vieja de Hebrón, una antigua y vibrante arteria comercial convertida en un pueblo fantasma desde que las autoridades israelíes encargadas de esa parte de la ciudad impusieron restricciones a los desplazamientos palestinos en la zona a medida que crecía la actividad de los asentamientos. “Esta calle estaba abarrotada, llena de transporte, llena de vida, llena de tiendas”, recuerda. “Ahora todas las tiendas están cerradas”.
Harbieyh Al-Zaru junto a la ventana de su habitación, desde donde se ve un checkpoint israelí.
Harbieyh Al-Zaru junto a la ventana de su habitación, desde donde se ve un checkpoint israelí.
Cuando los psicólogos de MSF la visitan, Harbieyh intenta contener las lágrimas mientras cuenta innumerables anécdotas sobre la violencia y el acoso que sufre su familia por parte de los soldados, de los colonos y, a veces, de ambos.
Harbieyh Al-Zaru en su casa en Hebrón (Cisjordania).
Harbieyh Al-Zaru en su casa en Hebrón (Cisjordania).
Recientemente, mientras estaba de anfitriona de unos familiares que habían ido a cenar a su casa, los soldados hicieron una violenta redada exigiendo a la familia que devolviera unas bicicletas que unos colonos cercanos les acusaban de haber robado. Nadie tocó la comida esa noche. Los niños lloraban, los invitados quedaron aterrorizados y se llevaron a Mutaz, el hijo de Harbiyeh. Las bicicletas se encontraron más tarde en el interior de una tienda.
Harbieyh Al-Zaru junto a una cámara de seguridad instalada en la azotea.
Harbieyh Al-Zaru junto a una cámara de seguridad instalada en la azotea.
El edificio de su familia en el que vive formaba parte de este ecosistema: “Mi familia alquilaba este edificio, había médicos, una farmacia y tiendas”. Ahora, las fuerzas israelíes desplegadas para proteger a los más de 800 colonos de la zona colocaron cámaras de vigilancia en el tejado de su casa a fin de garantizar la seguridad de la zona para los colonos, privando así a Harbieyh y a su familia de la intimidad de la que disfrutaban para descansar o tender la ropa.
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