La cooperación, la gran ausente en el acuerdo de presupuestos del Gobierno
No faltan discursos brillantes en la Asamblea General de Naciones Unidas. Las palabras del expresidente Rajoy y el Rey Felipe VI en su día apelando al compromiso con el desarrollo global, desgraciadamente, no se vieron correspondidas con la realidad de nuestro país. Hace pocas semanas, hemos escuchado a Pedro Sánchez y al ministro Josep Borrell usar mensajes de fuerte compromiso con la agenda de desarrollo y la cooperación internacional, así que esas intenciones deben, ahora sí, verse confirmadas por acciones concretas. En el actual momento político esto implica dar algunas señales claras que requieren el respaldo del resto de partidos.
Para quienes hemos desarrollado funciones internacionales en relación con el conjunto de organismos y agencias donantes en el mundo en los últimos años ha sido triste ver a España fuera de las iniciativas más innovadoras, perdiendo credibilidad y presencia a raudales porque dejaba de contribuir financieramente a acciones bilaterales y multilaterales de cooperación.
España tiene que dejar rápidamente ese incómodo lugar como paria dentro de una comunidad internacional del desarrollo que ahora está muy necesitada de esperanza e impulso multilateral ante las amenazas lideradas por la Administración de Donald Trump. Su abandono de la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados en Palestina, o la aplicación de su regla (gag rule) para excluir de financiación a cualquier entidad que participe en acciones de planificación reproductiva, dejan un enorme hueco, y son solo la punta del iceberg. La cooperación internacional es un pilar esencial de la acción exterior para ayudar a países en crisis, y para buscar objetivos y beneficios comunes más allá de nuestras fronteras en el Magreb, América Latina, o en el Sahel donde la pobreza es más profunda, y se sufre con especial virulencia el impacto de conflictos y crisis humanitarias.
La cooperación internacional, que vive una gran transformación y numerosos retos de modernización a los que España ha sido ajena por incomparecencia, se convirtió en la gran mártir del periodo de austeridad iniciado en 2009, y ahora llega el momento de que nuestro país se ponga al día y vuelva a ser un socio confiable para países y organismos receptores y donantes, y un actor comprometido con quienes sufren la pobreza, la desigualdad y el cambio climático. Es tiempo de refundación, sobre la base de un compromiso renovado.
Este período abre una ventana de esperanza: el Gobierno ha proclamado que la agenda 2030 de desarrollo sostenible es su agenda de futuro, con dimensiones domésticas y también internacionales. La hora de la verdad es la del presupuesto (“amores sin reflejo presupuestario no son verdaderos”), y en el primer round encontramos una interesante batería de medidas de alcance nacional con resonancias en la agenda de desigualdad y sostenibilidad, pero por ahora una omisión respecto del papel de España en el mundo, incluyendo un incremento de la Ayuda Oficial al Desarrollo, totalmente desaparecida del acuerdo de presupuestos.
Entre los países donantes de la OCDE, España no está con los más avanzados, ni con la media del grupo, o con la media de la Unión Europea. Está entre los alumnos perezosos e irresponsables del último pupitre. Ha roto nuestro propio suelo de los años ochenta, llegando al 0,15% del PIB, dos años antes de que se cumpla el 40 aniversario de la promesa del 0,7%. España, la quinta economía de la UE, aparece en la posición 14 entre los donantes europeos, solo por delante de los del este de Europa, recién llegados a la cooperación, y muy lejos del promedio del 0,4%.
Mienten quienes dicen que España sigue una tendencia global. La ayuda dejó de crecer a un ritmo alto con el inicio de la crisis, pero ha seguido creciendo, lentamente, hasta 2016, aunque ha sufrido otros problemas (desviación por intereses comerciales, de control migratorio o securitarios) y transformaciones significativas que merecen un atento análisis.
Mientras España destruyó su capital en la arena internacional, el resto de países, con crisis incluida, continuaron con esta política en medio de la tormenta, muy pequeña en recursos pero singular y única en impacto y proyección. Recordemos que la ayuda en España se lleva hoy solo 15 céntimos de cada cien euros –llegamos a 46 céntimos hace 10 años. Esos recursos no equilibran cuentas, simplemente dañan a quienes no reciben la ayuda. Y dañan también gravemente la reputación, credibilidad e influencia de nuestro país.
La ayuda que damos debe alinearse con las prioridades de pobreza, pero su nivel de eficacia en la lucha contra la pobreza también ha caído, como nos recuerda el Overseas Development Institute, que sitúa a España en última posición.
Hay que asegurar también la coherencia de políticas, y tampoco en eso estamos bien a día de hoy. El Centre for Global Development, en su índice de “Compromiso con el desarrollo” nos sitúa en la posición 16 de 27 países valorados, de nuevo en la 14 de entre los países europeos.
Así pues estamos muy abajo; tan abajo que es posible crecer y mejorar con unos pasos iniciales al alcance de la mano. La experiencia, capacidad y compromiso de personas profesionales y voluntarias en nuestro país está fuera de toda duda, la respuesta social ante situaciones de ayuda de emergencia siempre supera cualquier expectativa, pero tenemos una Agencia de Cooperación dramáticamente infrautilizada y un sistema que necesita refundarse para esta nueva etapa.
Estos pueden ser tiempos de buenas noticias si aparecen las señales de recuperación anunciadas por el ministro de Asuntos Exteriores y cooperación y el Presidente del Gobierno ante las Naciones Unidas. Europa y el mundo necesitan países que se comprometan con una agenda de desarrollo sostenible de puertas para adentro y para fuera. Y España tiene una oportunidad única para recuperar su lugar en el mundo.
Sin mirar al pasado más reciente, esta ocasión debe aprovecharse para retomar un acuerdo que incluya a todos los partidos políticos en un campo que debiera estar fuera de cualquier disputa. Acabar con el hambre, la pobreza y las peores enfermedades en el mundo, y asegurarse de que se incluye la solidaridad real –y no retórica– en la renovación de la 'marca España' es urgente. Son retos a los que es difícil oponerse sin sonrojarse.