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Elbeyli, el “cinco estrellas” de los campamentos turcos de refugiados

Imagen de archivo: Campo de Kilis. | Wikimedia Commons

Ana Garralda

Kilis (Turquía) —

Adentrarse en el campo de contenedores más grande de Turquía poco tiene que ver con la imagen de tiendas polvorientas o embarradas asociada, en el imaginario colectivo, a las condiciones de vida de los casi cinco millones de refugiados que han huído de la guerra en Siria. En Elbeyli, no. En Elbeyli lo que abruma es la docena de calles que vertebran el campo, flanqueadas por largas hileras de barracones de metal blanco, ordenados, grandes, algunos hasta con antena parabólica sobre el tejado. Y por eso Turquía lo quiere mostrar, mientras esconde otros sobre los que pesan numerosas denuncias de vulneraciones de derechos humanos.

Según fuentes de las autoridades de Kilis, ciudad cercana al este de Elbeyli, de este campo podrían salir parte de los refugiados sirios que sean re-asentados en Europa y a él llegarán también algunos de quienes sean deportados a Turquía desde Grecia, según establece el acuerdo firmado en marzo entre los 28 y el gobierno de Ankara.

Tras cruzar el portón de entrada, coronado por un colorido mural artístico de 70 metros cuadrados se vislumbra, unos cientos de metros más allá, una torreta militar que recuerda la cercanía de la frontera con Siria. De hecho, la estampa onírica inicial se emborrona con las detonaciones esporádicas de la artillería turca que responde a los envites de los milicianos del Estado Islámico, presentes a unos cientos de metros más allá, al otro lado de la frontera. “De aquí es mejor que no pasemos”, explica Metin Yildiz, director de Educación Pública del campo. “Algún proyectil ha caído dentro del campo, es peligroso”, añade.

El funcionario turco, al que en todo momento acompaña, junto al periodista visitante, un séquito de personas —entre personal del campo y curiosos—, tiene más interés en mostrar las bondades de este campamento modelo, llamado irónicamente por algunos cooperantes de las ONG internacionales como “de cinco estrellas”, que en adentrarse en sus calles.

Metin Yildiz presenta una reacción ambivalente cuando escucha el término. Por un lado se siente orgulloso; por otro, le incomoda la connotación sarcástica de la expresión. “Esto es como un pueblo sí. Aquí no solo viven 24.000 refugiados sirios, sino que también trabajan a diario 550 turcos entre profesores, educadores, médicos, enfermeras, personal de limpieza, etc. Los servicios básicos están cubiertos”, describe el funcionario mientras recorremos de vuelta, comitiva incluida, la arteria principal del campo hacia la zona donde se encuentra el hospital que cuenta con siete médicos, 13 asistentes técnico-sanitarios y 2 ambulancias operativas las 24 horas.

Barracones con nevera y aire acondicionado

Cuando pedimos entrevistar a alguno de los refugiados aparece Mohamed, un médico sirio que abandonó su país al poco de estallar la guerra en 2011. Animado por la comitiva, enseguida se ofrece a enseñar el barracón —en el campo hay más de 3500— donde vive y formado por dos espacios separados, uno que sirve a modo de cocina y de comedor y un segundo como dormitorio, con un baño completo entre medias.

“Está claro que no es como mi casa en Siria, pero dentro de lo que cabe tenemos de todo y aquí no nos caen las bombas”, explica con la soltura de quien está acostumbrado a mostrar su hogar a requerimiento de las autoridades del campo. En la habitación que hace las veces de cocina se ve un frigorífico, un microondas o un aparato de aire acondicionado. En el espacio contiguo, hay una televisión y varios camastros. Sobre uno de ellos yace inerte un chico de mirada perdida. “¿Es su hijo?, preguntamos. ”Sí“, responde Mohamed sin entrar en más detalle.

Fuera multitud de niños corretean mientras otros juegan en una de las siete zonas de juego construidas en Elbeyl. En el campo hay 8.500 estudiantes repartidos en cuatro escuelas, incluidos dos parbularios, uno de ellos para niños discapacitados y menores que padecen trastorno de estrés postraumático (TEPT). “Le ocurre a muchos por la guerra”, explica Yildiz. “Por eso tenemos a varios psicólogos trabajando en el campo”, añade.

Al otro lado de la calle donde se encuentra el barracón de Mohamed, quien se une a la comitiva, un chaval minusválido se acerca. Otros tres más jóvenes se abrazan y posan socarrones. El más vivo, dice: “¡Aquí, aquí, nos queremos quedar en este campo!”, dice sonriente en medio de sus dos amigos a quienes acoge bajo sus brazos arqueados. La comitiva sonríe satisfecha. Metin Yildiz cuenta que en la escuela de secundaria del campo ya se han formado medio centenar de chicos sirios que han accedido a universidades turcas. “Por cada uno hemos pagamos 5.000 liras tucas (unos 1.400 euros)”, señala el funcionario.

El joven sirio que acompaña en todo momento a Yildiz, con quien habla en un turco fluido y que hace las veces de “localizador” de compatriotas “aptos” para entrevistas señala a Raduan, un ingeniero y arquitecto sirio. “También huí de Siria por la guerra. Aquí no puedo ejercer mi profesión, pero al menos puedo trabajar como profesor”, explica en árabe este hombre que asegura no tener intención de marcharse a Europa.

“Intentamos que lleven la mejor vida posible. No solo damos servicios básicos sino también formación profesional en artesanía, costura, peluquería, entre otras, para que ellos puedan ganar un dinero extra”, relata Yildiz a punto de entrar en el módulo en el que se practica la pintura, última parada de este 'tour' guiado. En él trabajan varios pintores amateurs sirios que ya han logrado vender algún cuadro a los visitantes. Entre ellos destacan Fedi Selim y Abdel Karim Zerzuri, los autores del mural de grandes dimensiones que cubre el gran portón de acceso al campo.

Un cuartel más que un campo de refugiados

Al dejarlo atrás, por la carretera que conduce de vuelta a la cercana ciudad de Kilis, a unos 30 kilómetros al este de Elbeyli, el camino es un reguero de gente que se dirige por el arcén de la vía a poblaciones cercanas o hacia la propia Kilis, donde la población refugiada siria ya supera a la local (unos 125.000 sirios conviven junto a 90.000 turcos, según fuentes del consistorio de esa ciudad)

Los refugiados del campo con permiso pueden traspasar las verjas que rodean sus instalaciones siempre y cuando salgan por la mañana y regresen por la noche. Además, si permanecen fuera más de una semana pierden todos sus derechos en Elbeyli y la posibilidad de regresar, de acuerdo a la información facilitada por las autoridades del gobernorado de Kilis.

En la carretera caminan a buen ritmo Yasser y su amigo Jawad, nombres que se intuyen ficticios en cuanto que ambos temen ser expulsados del campo. Se dirigen a Kilis, población donde le gustaría encontrar trabajo para así poder abandonar “Allí me siento como en una cárcel”, explica Yasser a un lado de la carretera. “Se te pasan las horas muertas entre todas esas verjas. Siempre estamos controlados”, añade mientras mira de soslayo hacia atrás, temiendo que algún policía del campo les vea hablando con una periodista. No hay tiempo para charlar más. Ambos se despiden y continúan su camino.

De los 23 campos que las autoridades turcas gestionan en Turquía, en los que viven unos 260.000 refugiados sirios (alrededor del 10% de los 2.7 millones que viven en el país), solo seis constan de estructuras prefabricadas, según la información facilitada desde el gobernorado de Kilis. La mayoría están conformados por tiendas de campaña, a excepción de unos cuantos como el de Nizip, en la provincia de Gaziantep, donde coexisten barracones y tiendas de campaña.

Algunos de ellos están saturados de refugiados que no tienen suficientes alimentos o no han dispuesto de sistemas de calefacción durante los meses más duros del invierno, según han denunciado diversas ONG y expertos internacionales del ámbito humanitario. Una información difícil de contrastar en cuanto que el gobierno turco centraliza la obtención de los permisos para visitar tales campos, una tarea ardua, si no imposible, en el caso de los campos de peores condiciones.

La situación de los campamentos turcos de refugiados es difícilmente comparable a la de los que Turquía erigió en el lado sirio de la frontera cuando decidió cerrar sus pasos fronterizos. El objetivo era crear una “zona de seguridad” para las decenas de miles de sirios que huyeron tras la última ofensiva del régimen de Al Assad -respaldado por la aviación rusa- contra el norte la ciudad de Alepo, a escasos kilómetros del puesto fronterizo turco-sirio de Öncüpınar.

Tal es el caso del campo de refugiados de Bab al-Salam, donde esperan en un limbo legal decenas de miles de sirios, pendientes de que, o bien Turquía reabra sus fronteras (lo que parece poco probable), o puedan regresar a sus casas en Siria, lo que por el momento, se vislumbra en un horizonte muy lejano.

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