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Ellos son los atletas del equipo de refugiados de los JJOO de París: “Pensaré en quienes me ayudaron en mi viaje”

Barbari Zharfi Mahboubeh

Maria d'Oultremont

27 de julio de 2024 21:31 h

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Ser la madre que su hija admire es el principal objetivo de Mahboubeh Barbari. Este y el de que su niña no se rinda ante las adversidades, que luche por sus sueños. Nacida en Irán, y con una infancia marcada por la represión política y la violencia, Barbari encontró refugio en el judo. Ahora, a sus 32 años, es una de las judocas que integran el Equipo Olímpico de Refugiados. “Me di cuenta de que el judo tenía el poder de darme un propósito”, asegura cada vez que le preguntan Babari.

Este fin de semana, 36 atletas representarán a toda la población desplazada mundial, más de 100 millones de personas. Procedentes de 11 países de origen diferentes, estos atletas competirán en 12 deportes diferentes: acuáticos (natación), atletismo, bádminton, boxeo, breaking, piragüismo (eslalon y esprint), ciclismo (en ruta), judo, tiro, taekwondo, halterofilia y lucha (estilo libre y grecorromana).

En 2018, la inestabilidad social de su país, Irán, junto con el aumento de restricciones de libertad de expresión, detenciones arbitrarias y violencia generalizada -que también repercutió dentro del mundo deportivo- obligó a Barbari a escapar y buscar refugio en Alemania. En aquél entonces, las mujeres en Irán tenían prohibido vestirse con el judogi y acceder a las instalaciones donde se practica este deporte.

“Estoy emocionada”, dice cuando le preguntan por su participación en los Juegos. “Cuando me dijeron que estaba seleccionada, lloré. No me esperaba esta reacción, pero de repente, sentí como si lo hubiera conseguido todo en mi vida”. La dedicación de Barbari va más allá del judo, puesto que también es activa en el mundo del atletismo, natación y bodybuilding.

“Mi hija es la fuente de mi inspiración”, asegura. A día de hoy aún le cuesta hablar de su periplo hasta llegar Alemania y su éxito se lo dedica a su familia. Para esta cinturón negro, jueza y entrenadora, el judo también es un deporte familiar pese a la dificultad para “equilibrar la maternidad con el deporte”. Para Barbari, madre soltera y con una familia que aún vive a más de 3.000 kilómetros de distancia, ser parte del Equipo de Refugiados de los Juegos Olímpicos implica “demostrar al mundo que las madres también pueden ser deportistas de élite”, añade.

Del campo de refugiados al tartán de París

Encontrar un propósito en el deporte también fue lo que llevó a Perina Lokure Nakang a salir de la monotonía del campo de refugiados de Kukuma, en Kenia y convertirse en una atleta. Tan solo lleva cuatro años practicando deporte.

Nacida en Sudán del Sur, Nakang escapó junto a su tía de su pequeña localidad, Chukudum, dejando atrás a su madre, padre y hermanos. Sin entender muy bien por qué sus padres y hermanos no escapaban con ella, ambas se sumaron al primer coche de la fila que cruzaba la frontera hasta Kenia. El suyo se salvó, pero los que iban detrás fueron atacados por los grupos armados. Tenía siete años en aquel momento y no ha sido hasta este año cuando ha podido reunirse con su madre, a quién logró reconocer gracias a las fotografías que le enseñaba su tía. Su padre falleció días después de su partida.

Nakang es una de las más de 200.000 personas que vivía en el campo de refugiados de Kakuma, entre tiendas de campañas y donde no siempre encontraba algo que comer. “Si tienes suerte, comes algo. Si no, como mayor, lo poco que hay lo dejas para los más pequeños”. “En Kakuma, la vida puede ser monótona. Levantarse, buscar agua, ir a la escuela y luego volver a casa”. Para romper con la rutina, empezó a jugar al baloncesto y al fútbol hasta que se sintió curiosidad por un grupo que salía a correr.  “Empecé a esprintar los 100 y los 200 metros”. Este fin de semana, esta joven de 21 años competirá en la carrera de 800 metros.

Junto a Farida Abaroge (Etiopía), Mohammad Amin Alsalami (Siria), Jamal Abdelmaji Eisa Mohammed (Sudán), Musa Suliman (Sudán) y Nakang, el eritreo Tachlowini Gabriyesos también correrá en las pistas de atletismo parisinas, siendo esta la segunda vez que representa a los refugiados en los Juegos Olímpicos. Como la mayoría de sus compañeros, aprendió que la constancia es clave para a orientar sus pasos, un consejo que se grabó a fuego cuando emprendió la travesía por el Sinaí para alcanzar Israel. “Me siento muy bien y disfruto estando aquí porque, con el equipo de refugiados, aunque no nos conozcamos y no compartamos el mismo idioma, es muy fácil comunicarse”, asegura el jugador.  

Tachlowini Gabriyesos escapó de la inseguridad y represión de su país junto a un amigo cuando solo tenía 12 años. Ambos pasaron un tiempo en Etiopía y Sudán antes de emprender el periplo en el Sinaí para llegar a Israel, donde obtuvieron la condición de refugiado. En medio de la arena, su amigo le recomendó algo: “Quítate los zapatos al dormir y ponlos apuntando hacia su destino”, recuerda. Eso les permitiría, decía, no perder el rumbo. Ya han pasado ocho años desde la última vez que vio a la familia que dejó atrás. 

De una forma similar a la de Nakang, el atletismo apareció en la vida de Gabriyesos cuando estaba en Hadera (Israel), la escuela a la que llegó antes de ser encerrado en un centro de detención para migrantes de Israel. Allí conoció a su profesor de atletismo.

Su constancia le permitió alcanzar su límite en World Athletics con un tiempo de 2.10.55 en la maratón de Agmon Hahula, un récord que le hizo elegible para competir en Tokio 2020.

Cuando bailar es un riesgo

Cuando los Talibanes recuperaron el poder en Afganistán, Manizha Talash fue una de los 400 afganos que llegaron a España después de que los talibanes retomasen el control en Kabul. En medio de un contexto de represión contra las mujeres, Talash era perseguida por ser también bailarina de breakdance. “A los talibanes no les gusta que las mujeres salgan a bailar”, dice la atleta. Desde entonces, empezó a recibir amenazas hasta que un día una bomba le estalló cerca. “Soy la chica de la bomba”, publica en redes sociales con la intención de demostrar que no tiene miedo de cualquier tipo de persecución.

“Me escapé para perseguir mi sueño. No porque tenga miedo”. Talash descubrió su pasión hace 17 años, convirtiéndose en la única chica bailarina de breakdance de su Kabul natal. “Era la única mujer entre 55 hombres. Si ellos pueden ¿por qué yo no?”, se cuestionaba. Con el tiempo, el breakdance se convirtió en una importante válvula de escape para distanciarse de los retos a los que se enfrentaba en su vida. Ahora es la única deportista que se presenta en el Equipo de Refugiados de los Juegos Olímpicos en la categoría de breakdance.

Su mensaje, para estos Juegos Olímpicos es claro: “Quiero decir quién soy, de dónde vengo y quiero expresar el arte, la cultura, el deporte, que las mujeres son fuertes... y la paz”, resume en una entrevista con elDiario.es.

La boxeadora camerunesa Cindy Ngamba y el taekwondista sirio Yahya Al-Ghotany fueron los abanderados del Equipo Olímpico de Refugiados del COI para la Ceremonia de Apertura de París 2024 del pasado viernes. Al-Ghotany es el primero de una familia de siete hijos. Cuando estalló la guerra en Siria, él y su familia no tuvieron más remedio que abandonar su ciudad natal y buscar un lugar más seguro. Desde entonces, reside en Jordania, en el campo de refugiados de Azraq donde empezó a practicar taekwondo en la Academia Azraq de la Fundación Humanitaria de Taekwondo (THF).

Siendo el abanderado más joven, con 19 años, para Ghotany participar en los juegos olímpicos es representar a “los más de 100 millones de personas de todo el mundo que, como yo, han tenido que huir de sus hogares. Pensaré en todos los que me han ayudado en mi viaje: mis amigos y mi familia”, aseguró el taekwondista.

Tras lograr su objetivo de llegar a los Juegos Olímpicos, Al Ghotany defiende que su “próximo objetivo es ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos”.

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