Mujeres que limpian de minas el Sáhara
Con más de 2.700 kilómetros, la barrera levantada por Marruecos en el Sáhara Occidental es el muro militar más largo del mundo. No es su único récord. Esta extensa frontera se considera uno de los territorios más poblados de minas terrestres, legado de un conflicto que sigue afectando el día a día de las comunidades nómadas que habitan esas tierras. Restos escondidos y letales de la guerra que han provocado accidentes –en ocasiones mortales– a unas 2.500 personas, según calcula AOAV (Action On Armed Violence), la única organización internacional activa, desde 2006, en el desminado de la zona. La ausencia de estadísticas oficiales hace temer que la cifra sea aún mayor.
Iauguiha Mohamed Embarek saluda en un castellano fluido, aprendido durante algunos de los veranos de su infancia que transcurrieron en España. Esta joven de 24 años es una de las tres mujeres que en la actualidad forman parte de los equipos de limpieza de minas desplegados por AOAV –con el apoyo de la ONU y en cooperación con el Frente Polisario– en el Sáhara Occidental. “Estudié Biología y me especialicé en ecología animal, pero aquí en los campamentos no hay trabajo en eso, así que tenemos que buscar otras cosas, cada uno trabaja en lo que puede para vivir”, comienza a contar desde la oficina de esta ONG, en Rabuni.
Esa otra cosa a la que Iaughiha llegó casi por casualidad ha sido tradicionalmente considerada una tarea de hombres. “Al principio había un poco de escepticismo entre el personal masculino”, explica Minetu Larabas Sueidat, coordinadora del Programa de Acción sobre Minas de AOAV en el Sáhara Occidental. “Muchos no esperaban que las mujeres resistieran en este trabajo, pensaban que lo dejarían enseguida por miedo o por las duras condiciones, pero no fue así. Eso les sorprendió mucho y después de un tiempo dejaron de darle importancia. Hoy trabajan de igual a igual. Simplemente se olvidaron de que son mujeres”, recalca Minetu. De las 87 personas que trabajan para AOAV en la zona, 79 son saharauis. De ellos, tan solo diez son mujeres.
A Iaughiha la oportunidad le llegó a través de un vecino. “Me dijeron que en AOAV estaban buscando gente y vine a la oficina. No sabía exactamente en qué consistía el trabajo pero cuando me lo explicaron enseguida me interesó. Yo ya había oído hablar de esto, sabía que había mujeres realizando estas tareas. Además, tenía una razón personal, una experiencia que viví cuando era una niña. Realmente, fue eso lo que me impulsó”, recuerda.
Segundos después las lágrimas comienzan a deslizarse por su rostro, como si esa memoria dolorosa guardada durante más de una década irrumpiera de nuevo devolviendo a Iaughiha a sus diez años, a su brazo roto y a aquel hospital donde vio a una niña llorar y llorar, llamando desconsolada a su tío antes de que le amputaran los dedos y una de las piernas. “Yo no era muy consciente de lo que le había pasado a esa niña, pero en aquel momento entendí que las minas eran algo muy serio”.
“Las desminadoras son mujeres muy respetadas”
En un estudio realizado en 2008, AOAV identificó alrededor de 200 áreas afectadas por la presencia de minas, bombas de racimo y otros artefactos explosivos a lo largo del muro. Hasta ahora, se han conseguido limpiar las regiones de Tifariti y Bir Lahlou y, en estos momentos, los equipos trabajan desminando campos en Mijek y Mehaires, detalla Minetu, quien califica la situación de “problema humanitario” debido al riesgo constante en que viven los lugareños, que suelen desplazarse a esas zonas con el fin de alimentar a su ganado.
“El Sáhara es uno de los lugares más desafiantes para trabajar en el desminado, incluso el personal internacional lo dice. Las condiciones son muy duras, temperaturas muy frías en el invierno y demasiado cálidas en verano, tormentas de arena…”, advierte Minetu. Pero ese tipo de inclemencias no asustaron ni a Iaughiha ni a su precursora, Mariem Zaid, la primera saharaui que hace seis años se puso el aparatoso uniforme de desminadora y salió de los campos de refugiados con la tarea de localizar y destruir minas terrestres. Nunca antes había viajado a ninguna parte.
Mariem fue la primera en romper ciertos estereotipos de género como la arraigada creencia de que una mujer es menos capaz que un hombre de acometer el trabajo físico y psíquico que requiere el desminado. “A Mariem nunca le importó, decía que le daba igual lo que pensaran, que cuando estaban en el campo todos eran iguales”, subraya Minetu al tiempo que recuerda que en aquel momento las cosas eran diferentes. “Las mujeres eran consideradas las responsables de lo doméstico y, si trabajaban, lo normal es que lo hicieran como profesoras, médicas o en oficinas, no que se dedicaran a estos trabajos tan arriesgados. Pero ahora las familias están muy orgullosas, las desminadoras son mujeres muy respetadas por la comunidad”.
Hoy, Mariem ha vuelto a Smara, donde a sus 28 años se prepara para ser madre. Probablemente no regrese a los campos de minas, pero se ha convertido en una líder que apoya a las nuevas desminadoras. Hasta su casa se dirigió Iaughiha tras presentarse al puesto de trabajo. “Quería que me lo explicara todo”, relata la joven.
Mariem ha dicho en alguna ocasión que para desminar hay que mantener la seriedad, ser persistente y, sobre todo, tener confianza en uno mismo. La autoconfianza como clave del éxito. Iaughiha transmite esto último. En cuanto consiguió el puesto se entregó con entusiasmo a la que sería su primera misión. Era septiembre de 2013. Primero, un mes de entrenamiento en el que aprenden todo lo básico que deben saber, manejar el radar, qué hacer en caso de detectar algo, etc. Para ello se desplazaron hasta la base de Mijek, donde serían capacitados 23 nuevos saharauis que trabajarían en 14 puestos de desminado. Tras acreditarse, siguiendo los estándares internacionales (IMAS), llega el momento de la verdad.
“El primer día me levanté muy temprano y me puse el uniforme. Me sentía muy feliz y tenía mucha curiosidad”, rememora Iaughiha. Reconoce que no tenía miedo. “Me había concentrado mucho durante el entrenamiento, sabía muy bien lo que tenía que hacer y estaba muy segura de mí misma. Nunca olvidaré ese día en el que ya todo era real”, afirma con orgullo.
Permaneció poco tiempo en aquella primera misión. Aquejada de fuertes migrañas, se vio obligada a regresar a casa al cabo de unas semanas. Durante esos días no localizó ninguna mina, aunque sí recuerda la emoción que sintió durante el entrenamiento cuando su radar comenzó a emitir fuertes señales. “Empecé a gritar: ¡una mina, una mina!, pero no era más que un gran trozo de metal”, ríe.
Las misiones tienen una duración aproximada de unos tres meses. En esta en la que Iaughiha trabajó por primera vez se limpiaron alrededor de 125.000 m², a un ritmo de 1.940m² por día, y se localizaron 66 restos explosivos de guerra (minas, bombas de racimo y otros artefactos). Cuando se localiza una mina, se avisa al supervisor y se estudia todo lo relativo a su detonación, cuánto TNT se va a necesitar según el tipo que sea, y se prepara. Tras la cuenta atrás, explota. “Cuando vi la primera explosión fui consciente del peligro real de las minas para las personas. Me pareció tremenda y eso que algunos compañeros decían que no era de las más fuertes, que las hay mucho peores”, puntualiza Iaughiha.
La joven bióloga convertida en desminadora regresó al trabajo en enero de este año, en una nueva misión que se prolongó hasta el 21 de marzo, en la que admite que ya ha encontrado muchas minas.
- ¿Crees que es difícil hacer este trabajo?
- Bueno, si una es como yo no es tan difícil –responde con soltura.
- ¿Por qué?
- Porque soy joven, a mí me gusta trabajar, levantarme con el objetivo de hacer algo y además esto es bueno para los demás, estamos salvando vidas, a los animales, al medio ambiente…
- ¿Y ha cambiado algo en ti?
Iaughiha lo piensa por un momento y responde que no. “Soy la misma”, asevera. Pero no olvida aquella imagen que vio cuando era una niña. “Lo que más me preocupa son los accidentes, cuando se pierde un brazo o una pierna. Eso es lo que me asusta. Como mujer es más difícil vivir así el día a día. Lo realmente problemático para nosotras son las consecuencias de las minas”.