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Murad Odeh, activista palestino LGTBIQ+: “Ser queer no puede desligarse de vivir bajo la opresión militar de Israel”

Murad Odeh, activista palestino queer frente a las puertas de Casa Árabe en Madrid.

Maria d'Oultremont

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Con 14 años, Murad Odeh salió “del armario”. Entonces, el contexto social le obligaba a “ser gay, o ser palestino”, no podía ser ambas cosas. Nacido en el seno de una familia muy conservadora, Murad creció en Valencia. Sus padres y abuelos escaparon de la Guerra de los Seis Días de 1967 de su ciudad natal, Nablus, en la Cisjordania ocupada. “Permanecieron un tiempo en Libia hasta que llegaron a la capital valenciana”, cuenta mientras se ajusta la kufiya alrededor del cuello.

Sin sentirse “ni de aquí ni de allí”, Murad recuerda cómo su familia marcó mucho la diferencia entre ellos y los otros. “Me parece que es algo bonito y que forma parte de la resistencia cultural que muchas madres y mujeres musulmanas tratan de no olvidar”, explica. El problema que acarrea esta diferenciación no son las tradiciones culturales, sino la creencia de que ser palestino y gay son dos elementos incompatibles, “y eso implica negar tu propia identidad, por imposible que sea”, sostiene. De hecho, cuando le dijo a sus parientes quién era, “se lo tomaron muy mal”. “Para ellos fue como si renunciara a mi identidad palestina, lo vieron como una traición”.

Con mucha incomprensión y convencido de que sería “imposible” reconciliarse con su familia, a los 21 años se mudó a Madrid. “Ese fue el inicio de una nueva etapa en la que me decía: ya no tengo familia; ya no soy árabe”.

En una entrevista con elDiario.es, el periodista y activista palestino que lucha por los derechos LGTBIQ+ reconoce todo el dolor que supuso renegar de su identidad: un árabe queer. “El problema del colectivo queer o LGTBIQ+ árabe es que no tiene modelos a los que asemejarse. Ni a nivel familiar, ni a nivel social. Al menos ese fue mi caso”, asegura el activista. “Es algo muy doloroso”.

Resistencia LGTBIQ+ en Palestina

La principal herramienta a la que Murad tuvo acceso para gestionar esa dualidad fue la terapia, “un privilegio” al que no todos los niños o adolescentes que se encuentran en una situación similar tienen acceso. La segunda, fue un viaje a sus orígenes.

En 2023, Murad viajó a Palestina por primera vez. “Me fui a Cisjordania porque tenía la sensación de que sólo conocía una parte de lo que era el mundo árabe, la que me habían contado mis padres”. “Sin la intención de encontrarme con nada, un día abrí Grindr [aplicación de citas LGTBI] y me encontré con muchos chicos israelíes y extranjeros”, relata el activista. “De repente me escribió una persona sin foto. Empezamos a hablar y me contó que era palestino”.

Murad recuerda este momento como el más sanador de su vida. “Me invitó a dar un paseo con un amigo suyo. Pasó algo que nunca me hubiera imaginado: tres palestinos gais conversando en árabe al lado del muro que rodea el casco antiguo de Jerusalén, como una situación cualquiera en España. Me explotó la cabeza”, recuerda.

Desde ese momento, el viaje de Murad cambió de rumbo y comenzó a ver y conocer los movimientos de resistencia LGTBIQ+ en la Cisjordania ocupada: “Fuimos a Ramala y me enseñaron los sitios donde se reunían y se conocían. Conocí a personas que trabajan con organismos europeos para la creación de redes clandestinas LGTBI” –unos espacios para que las personas del colectivo se conozcan y tengan apoyo psicológico, entre otros servicios–.  

Actualmente existen dos organizaciones árabes de defensa de los derechos LGTBIQ+ muy importantes: Aswad y alQaws. La primera trabaja desde Haifa, en Israel. Aswad surgió en 2001 de la mano de mujeres palestinas. La segunda está en Palestina, pero “a veces es desmantelada y es muy complicado contactar con ellos”. Según IGLA World, la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex, la homosexualidad no está prohibida explícitamente en Cisjordania, pero las autoridades pueden recurrir a la ley sobre delitos informáticos para perseguir, torturar y encarcelar a miembros del colectivo queer, asegura Murad. Por otra parte, en la Franja de Gaza la homosexualidad sigue sigue siendo ilegal como herencia al Código Penal aprobado por el Mandato Británico de Palestina en 1936.

Primero, la liberación de Palestina

Murad se enfrenta a diario a preguntas como: ¿Por qué la comunidad queer o LGTBI en Palestina no ha conseguido desarrollar sus derechos? Responderla implica conocer las raíces de fondo y violencias sistémicas a las que se enfrenta el colectivo en Palestina.

“Existen un montón de vertientes, pero la principal es el sistema heteropatriarcal que reside en Palestina, pero también en el resto del mundo árabe”, señala. “El matrimonio en Palestina es muy importante, no solamente como un paso hacia la adultez, sino también como una cuestión que alega al sentimiento nacional; porque cuando están borrando a una población, la procreación es vista como una forma de resistencia”.

La segunda de ellas es la opresión militar israelí: “No nos hacemos una idea de lo complicado que es ni de las consecuencias que tiene la [falta de] libertad de movimiento”, denuncia el activista haciendo referencia al aislamiento entre las poblaciones palestinas y los puestos de control israelíes en las carreteras de Cisjordania. El periodista explica que, cuando las fuerzas israelíes impiden que los palestinos circulen libremente, impiden también la libre “asociación, creación de redes de apoyo y de afecto dentro del colectivo”. 

Tras experimentar ese control israelí en primera persona, Murad entendió la doble lucha de los queer palestinos: “Ser palestino y queer no puede desligarse del hecho de ser palestino y vivir bajo la opresión militar. Primero viene la liberación de Palestina y luego, cuando lo consigan, podrán empezar a pensar en la liberación del colectivo”, concluye finalmente. Llegar a esa reflexión fue el primer paso para emprender su lucha.

La homosexualidad “producto del colonialismo occidental”

Murad toma como referente a Jasbir K. Puar, una teórica queer y profesora del Departamento de Mujeres y Estudios de Género de la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey (EEUU), para entender la problemática a la que se enfrenta el movimiento LGTBIQ+ a día de hoy. “Yo divulgo que la homosexualidad tal y como la entendemos hoy es un producto del colonialismo occidental”, dice.

En su opinión, existen “dos fuerzas contradictorias que perpetúan el estereotipo de lo que es y lo que tiene que ser LGTBIQ+”. La primera viene de “los países musulmanes que utilizan la homosexualidad para desviar la atención de sus crisis internas y asociarla con lo occidental”. La segunda, prosigue, “es la retórica de los países occidentales –dentro de los que se enmarca España– que dicen que el islam es incompatible con los sistemas democráticos y su pensamiento”.

Bajo este prisma, el activismo de Murad busca hacer hincapié en el “trasfondo muy racista” que va en sintonía con los programas electorales de la extrema derecha. “Si tú ves a las sociedades árabes como retrógradas, estás dando pie a la intervención occidental. Si tú pintas a la sociedad palestina como anacrónica, de homófobos y fundamentalistas religiosos, desde aquí [España] vamos a votar para que se intervenga en Palestina”. Pero no es así, sostiene el experto: “La heterogeneidad palestina existe”.

La “burbuja palestina” en la que creció Murad le impidió conocer otras realidades del mundo árabe que sí que hacían referencia a la homosexualidad. “Yo conozco a familias queer en Palestina”, asegura sin poder revelar sus identidades, a la vez que enfatiza las referencias homosexuales en la literatura árabe premoderna que se encuentran en las poesías de Abu Nuwas, del siglo XVIII, o en los cuentos de Las mil y una noches. “Fue la moral rígida victoriana la que trajo esa censura a los países que hoy denominamos árabes o de mayoría musulmana”, concluye haciendo referencia a la censura literaria impuesta durante el colonialismo británico.  

Mediante la divulgación en redes sociales y conferencias públicas, Murad quiere rebatir “la representación de las sociedades árabes que no corresponde a la realidad”. “Compro el discurso de que la religión y la sociedad tienen un componente homófobo”, admite, “pero si sólo nos focalizamos en los mismos elementos, estamos obviando el resto. Y eso genera racismo, además de perpetuar el estigma”.

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