“Temía casarme con 14 años porque sabía que muchos hombres tratan mal a las mujeres”
“Yo solo tenía 14 años y no quería casarme, pero me obligaron”, dice Oumou, que ahora tiene 22 años, sentada a la puerta de su casa, mientras atiende a su hijo pequeño que llora a su lado. Todavía estaba en la escuela primaria cuando sus padres decidieron entregarla en matrimonio a un hombre que no conocía. Oumou tenía miedo, “porque muchos hombres son violentos y tratan mal a las mujeres”, explica.
Su historia se repite a menudo en su comunidad, en la región de Tillaberi, y en todo Níger. El país africano tiene la mayor tasa de matrimonio infantil del mundo: tres de cada cuatro niñas son forzadas a casarse antes de cumplir 18 años. Un porcentaje que otras regiones del país, como Diffa, se eleva al 89%.
“No era lo suficientemente madura como para enfrentarme a vivir con un hombre que no conocía”, lamenta Oumou. “Cuando me casé, pronto me quedé embarazada y tuve a un hijo sano. Por suerte no tuve los problemas en el parto que suelen tener las madres jóvenes”.
El matrimonio infantil hunde sus raíces en creencias culturales y sociales y en la profunda desigualdad de género, reforzadas por las condiciones legales, educativas y económicas del país. La vergüenza y el deshonor de la familia, más que el pago de la dote, es la principal causa de los matrimonios acordados, que son considerados una forma de prevenir que las hijas tengan relaciones sexuales o se queden embarazadas antes de casarse.
“Los padres casan a las niñas porque creen que es una manera de prevenir el deshonor que suponen los embarazos fuera del matrimonio”, explica Hamidou, líder tradicional del pueblo de Diomona, donde la ONG Plan Internacional trabaja junto a la comunidad para reducir estas cifras. “Intentamos convencerles de que la mejor forma para evitarlo es la educación”, añade Hamidou,
En muchos países de África Occidental, la edad legal de matrimonio es de 15 o 16 años, pero muchas niñas son casadas bajo la sharía o la ley consuetudinaria en ceremonias religiosas o tradicionales, que son las más comunes en la región.
Sin embargo, el matrimonio infantil es una violación de derechos que obliga a las niñas a abandonar su educación, renunciar a su infancia y las expone a violencia, abusos y embarazos precoces, que son la primera causa de muerte de niñas de entre 15 y 19 años en países en desarrollo.
El arma de Ramatoulaye: una máquina de coser
Ramatoulaye lleva más de un año trabajando en un taller de costura, donde cose vestidos a media jornada y gana unos cuatro euros al día si hay clientes. Todavía vive con sus padres y, de momento, no está casada. Ha asistido a varios talleres comunitarios sobre derechos de la infancia y salud reproductiva impulsados por Plan International.
Desde la ONG, consideran que para acabar con el matrimonio infantil es necesario trabajar con un enfoque a varios niveles que busca, a nivel individual, el empoderamiento y cambio de conductas de los y las jóvenes; a nivel familiar, el apoyo de las jóvenes y transformar las creencias y la mentalidad de los padres y madres; a nivel comunitario, la creación o refuerzo de los sistemas comunitarios de protección infantil; y a nivel gubernamental, el apoyo de políticas a través de la incidencia.
Ramatoulaye tiene claro que el matrimonio esperará hasta que termine de pagar su máquina de coser y pueda montar su propio taller. “Si no tienes tus propios ingresos, todo es más difícil y sufres más. Es mejor no depender de otros”, concluye.
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Nota: Los gastos derivados del viaje para realizar este reportaje han sido costeados por la ONG Plan Internacional.