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Sin miedo y en lucha para vivir en un lugar seguro: estas son las mujeres que desactivan minas antipersona

Najeeba Qassimi, una desminadora afgana, trabajando con el detector y el equipo de protección.

Jessie Williams

The Guardian —

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De niña, Hana Khider soñaba con Sinjar. Nacida y criada en Siria, recuerda cuando su madre le contaba historias sobre esa zona del norte de Irak donde vivía parte de su familia. “Siempre lo imaginé y lo tuve en mente. Era hermoso y pacífico”, explica sin perder la sonrisa durante una videollamada.

Ahora vive en un pueblo de Sinjar con su marido y sus tres hijos, muy cerca del monte del mismo nombre, un lugar “muy especial para nuestra comunidad”. Khider es yazidí, una comunidad que cree que esa cima rocosa es el lugar donde el Arca de Noé tocó tierra. Generaciones enteras de personas perseguidas lo consideran un refugio sagrado.

Esa misma montaña fue el lugar donde Khider y otros 40.000 yazidíes lograron salvarse de la persecución del Estado Islámico en agosto de 2014. Expulsados de sus aldeas, acamparon allí durante meses -algunos durante años- tras un genocidio que, según la ONU, supuso la masacre de 5.000 yazidíes y la captura de hasta 7.000 mujeres y niñas. Los miembros del ISIS las compraban como esclavas sexuales. “Temimos por nuestras vidas”, dice Khider, que ahora tiene 28 años y explica cómo los combatientes del ISIS rodearon la montaña.

Ella logró escapar al Kurdistán, donde vivió en un campo de desplazados internos hasta que su pueblo fue liberado. Regresó a casa junto a su familia en mayo de 2016. Una vez allí, unos meses más tarde, decidió presentarse a un trabajo para desminar en el Grupo Asesor de Minas (MAG por sus siglas en inglés), una organización no gubernamental que encuentra y elimina minas y explosivos en lugares en conflicto.

Liberar la tierra del peligro de muerte

“Todos los yazidíes quieren hacer algo para que Sinjar vuelva a ser como antes de la guerra”, dice Khider. “Así que cuando oí hablar de una organización que se deshace de restos bélicos, que libera la tierra del peligro de muerte, sentí que quería trabajar con ellos”. La tierra en la que se ubica la comunidad yazidí aún sufre la infección que el ISIS dejó como legado. Además de todo tipo de municiones sin explotar (morteros, proyectiles o granadas) el ISIS dejó artefactos explosivos improvisados por todas partes. Los colocó dentro de cualquier recipiente, de ollas a teléfonos móviles. Incluso dentro de juguetes.

Ahora, los equipos de desminado peinan cuidadosamente el terreno y trabajan hasta dentro las casas para identificar esos artefactos explosivos improvisados que siguen matando y mutilando. A principios de diciembre, cuatro niños jugaban en el pueblo de Qabasiya, a diez minutos en coche al sur de Sinjar. Dos de ellos murieron al pisar uno de esos artefactos. Los otros dos están en el hospital con heridas graves.

Por eso Khider no está sola. Cada vez más mujeres yazidíes dan el paso de convertirse en desminadoras. “Mi trabajo lanza un mensaje al ISIS: 'Somos fuertes y no nos van a derrotar”, dice. Su determinación salta a la vista en 'Into The Fire', un documental reciente de National Geographic que sigue el trabajo de Khider como responsable de un equipo de desactivadora de minas. En una escena está cuidando el jardín y dando de comer a sus tres hijos; en la siguiente está detonando morteros, retirando minas y buscando artefactos explosivos en ciudades devastadas por la guerra. Lo hace con un sombrero de ala ancha y un par de pendientes de oro que brillan bajo el sol.

El desminado solía considerare hasta ahora como “cosa de hombres”, debido al peligro y a la exigencia física que requiere: es un trabajo lento y arduo. Pero esta visión está cambiando. Khider supervisa un equipo mixto formado por 14 personas. Comienza su jornada laboral a las cinco de la mañana, cuando llega a la base del MAG para recibir instrucciones y reunirse con su equipo. A continuación se dirigen a un lugar contaminado y limpian artefactos explosivos hasta la hora de comer.

Sobre el terreno, cada paso que da Khider está lleno de peligro, pero también la aproxima al Sinjar que soñaba en su infancia: un lugar pacífico y sin explosivos.

Avance hacia la igualdad

Su trabajo forma parte de un gran avance hacia la igualdad de género en un sector dominado hasta ahora por hombres. Le pregunto si alguna vez se ha enfrentado con resistencias masculinas en su rol de jefa de equipo: “Cuando comencé a trabajar como desminadora junto a mis compañeras a muchos se les hizo extraño. Pero también se mostraron muy abiertos. Recibí el apoyo de mi marido, de mi familia, de mis parientes y de los propietarios de las tierras que limpiamos”.

Holivan Khero tiene 22 años, realiza este trabajo en un lugar cercano y está de acuerdo con Khider: “En nuestra comunidad, hombres y mujeres somos iguales, no hay problema porque yo sea desminadora. La gente está orgullosa de mí”, dice. “No tengo miedo”.

Su familia viajó a Alemania tras el genocidio pero ella quiso quedarse para ayudar en la reconstrucción de su comunidad. “Si nuestra tierra estuviera limpia y sin ese peligro [los artefactos explosivos], mi familia seguiría aquí”, dice. Tras ella, en la pared, puede verse un mapa del norte de Irak. Está lleno de puntos rojos que marcan las zonas contaminadas. Son como puntos de luz que señalan las cicatrices ocultas de la guerra.

En 2016, MAG fue la primera organización de desminado que desplegó mujeres en Irak. Hoy emplea a 24 mujeres yazidíes. Jack Morgan, director de la organización en el país, dice que planean contratar a otras 10 mujeres de Mosul en cuestión de semanas. “Están convencidas de limpiar esta tierra”, dice. “Tienes la sensación de que para ellas se trata de algo personal”.

A principios de enero, un empleado de MAG murió a principios de este mes en una explosión en un almacén de municiones en la región iraquí de Telefar. Tenía 24 años. Su fallecimiento recuerda los peligros a los que se enfrentan todos los días los desactivadores de minas.

1.800 kilómetros cuadrados de tierra con explosivos

En Irak hay unos 1.800 kilómetros cuadrados de tierra contaminada por explosivos (una superficie mayor que la zona metropolitana de Londres), como resultado de los distintos conflictos surgidos en las últimas décadas: la guerra entre Irán e Irak e los 80, la Guerra del Golfo, la invasión liderada por Estados Unidos en 2003 y la ocupación de parte del país por el ISIS en 2014.

El gobierno iraquí se ha marcado febrero de 2028 como plazo para limpiar el territorio. Morgan cree que ese objetivo es demasiado optimista. “El año pasado, los y las desminadoras despejaron poco más de 15 kilómetros cuadrados”, dice. La llegada de la COVID-19 no ha ayudado. Este año MAG ha conseguido desarmar apenas 1.200 minas, normalmente serían 6.750.

Líbano: 70 muertos y 470 heridos desde 2006

Líbano es otro país de Oriente Medio que desafía lenta pero inexorablemente las normas de género en lo que respecta al desminado. El pasado mes de septiembre viajé allí para observar el trabajo de MAG en el sur del país. La tierra, abrasada por el sol, irradiaba calor mientras cruzábamos el río Litani, que serpentea por un valle entre imponentes y escarpadas montañas. El sur del Líbano es conocido por sus tierras fértiles; pasamos por olivares y manzanos. Nuestro conductor enumeró todos los productos que aquí crecen: albaricoques, higos, tabaco. Parecía idílico. Pero, según MAG, desde 2006 y han muerto 70 personas a causa de la explosión de minas y artefactos similares en el país. La cifra de heridos asciende a 470.

Llegamos hasta la Línea Azul, una frontera de 120 kilómetros entre Israel y Líbano, actualmente vigilada por cascos azules de Naciones Unidas. A medida que nos acercábamos, veíamos cada vez más señales de advertencia en forma de triángulo rojo con una calavera y huesos cruzados. Hay que tener mucho cuidado al pisar. Aquí quedan algunas de las 400.000 minas colocadas por Israel durante la ocupación del sur del Líbano en la década de los 80. Durante una guerra corta pero intensa peleada en 2006, Israel también lanzó cuatro millones de bombas de racimo sobre la zona. Alrededor del 40% no explota al tocar tierra. Al igual que las minas terrestres, las bombas de racimo esperan a la vista, o levemente enterradas, hasta que un civil desprevenido las pisa, a veces décadas después.

Un equipo de desminadores del MAG limpiaban parte del terreno. Tenían bastante trabajo. Caminamos hacia ellos con mucha precaución. Levantaron la vista y nos saludaron. Al mirar más de cerca, me di cuenta de que en el grupo había varias mujeres. En Líbano, MAG emplea a 30 mujeres.

Una de ellas es Hala Naame, de 31 años, originaria de un pueblo cercano a Nabatieh, la ciudad donde MAG tiene su sede. De pelo largo y oscuro y sonrisa tímida, llevaba trabajando desde el amanecer con temperaturas que alcanzan los 37 grados durante la tarde. Embutida en la pesada armadura protectora debía sentirse como si estuviera en el interior de un horno. Pero Naame no se inmutó.

“Me preocupa que mi hijo pueda morir al pisar una mina”

“Cuando estoy desminando mi prioridad es la seguridad porque tengo una familia”, me dijo durante su descanso para comer. Tiene un hijo de cinco años. “Me preocupa que pueda morir o terminar herido si pisa una mina; a todos los niños les encanta jugar al aire libre”, decía.

El equipo me mostró el campo de minas en el que trabajaba, cerca de un pueblo llamado Houla. Las minas antipersona están entre la vegetación o semienterradas. Detonaron 11 en tres explosiones controladas; la onda expansiva se abrió paso entre los árboles. Una vez despejada esa tierra, los agricultores podrán utilizarla de nuevo para cultivar y pastar ganado, la principal fuente de ingresos del sur de Líbano.

En lo que va de año, MAG ha retirado cerca de 15.000 minas en Líbano. Mofida Majzoub, nacida en Sidón es, a sus 40 años, la supervisora de la organización en el noreste del país, la zona que linda con la frontera Siria. Antes era fotógrafa. Tras 25 días de formación se convirtió en desminadora. Corría 2016. En 2019, fue ascendida a supervisora y tiene a su cargo un equipo de 12 personas. “Me aseguro de que se sigan los procesos para que los desminadores trabajen seguros. Es una gran responsabilidad. Ríe. Algunos de mis amigos dicen: 'Estás loca'”.

No es suficiente con hacer un buen trabajo: hay que cambiar las actitudes

Durante el viaje, me he encontrado con mujeres en todos los pasos del desminado. Desde las relaciones con la comunidad hasta jefas de equipo y coordinadoras de programas. Pese a lo que pudiera parecer, el proceso avanza lento. Una encuesta realizada en 2019 por Mines Action Canada a 12 organizaciones dedicadas a la retirada de minas terrestres en todo el mundo entre las que se encontraban MAG, Halo Trust y Danish Demining Group descubrió que sólo el 20% de los empleados en terreno en este sector son mujeres.

Hiba Ghandour, responsable de género y diversidad de MAG en Líbano, afirma que la incorporación de más mujeres a los puestos operativos no se producirá de la noche a la mañana: “Es un proceso, pero lo estamos consiguiendo. No hay nada escrito; aprendemos sin parar. No debería existir ningún trabajo del que alguien pueda decir que no es para mujeres”. Sobre todo, con la situación económica que atraviesa Líbano, dar oportunidades a las mujeres es hoy más importante que nunca. “He oído al 90% de nuestro personal femenino decir: 'Ayudamos a nuestros maridos, a nuestros padres, a las familias; sin nosotras no sobrevivirían'”.

Para quienes creen que las mujeres son incapaces de asumir el rol de desminadoras, Ghandour les responde que, en cada formación que imparte, siempre hay alguien que pregunta: “¿Es trabajo para mujeres?”. Siempre hay algún supervisor que responderá y explicará que las trabajadoras de su equipo lo hacen mejor que algunos hombres, a veces mejor que cualquier hombre.

A veces no es suficiente con hacer un buen trabajo; hay que cambiar las actitudes. Arianna Calza Bini, directora del Programa de Género y Acción contra las Minas (GMAP) del Centro Internacional de Desminado Humanitario de Ginebra, imparte sesiones de formación sobre la integración de la perspectiva de género a personas que trabajan en el sector del desminado por todo el mundo. Recuerda varias sesiones con mujeres de Oriente Medio que le dijeron que sus colegas masculinos “les hacen constantemente preguntas como: '¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en casa con tus hijos? ¿Por qué estáis trabajando vosotras y no vuestros maridos?”. Explica: “A menudo se considera que el desminado es empleo para ex-militares, hombres”.

Bridget Forster fue miembro del ejército británico y ahora trabaja para el Servicio de Acción contra las Minas de las Naciones Unidas (UNMAS). Recuerda que le dijeron que era “demasiado débil para cavar un agujero” cuando comenzó a trabajar en el sector del desminado. En 2018 terminó su formación en desactivación de artefactos explosivos (EOD) y se convirtió en una de las ocho mujeres que trabajan para el UNMAS galardonadas en 2019 con el premio del secretario general de la ONU a la paridad de género. Espera que sirva para “un cambio de mentalidad”.

Desactivadas 7.500 restos explosivos en Palestina

Después de una temporada destinada en Libia, hoy es la responsable del programa UNMAS en Palestina. Supervisa la misión de retirada de minas liderada por Naciones Unidas en Gaza y Cisjordania. La UNMAS comenzó a trabajar allí en 2009 tras la guerra de 2008-2009 entre Gaza e Israel que dejó tras de sí gran cantidad de explosivos sin detonar, un volumen que aumenta cada vez que la violencia se recrudece, la última vez en 2019.

Por ahora, el gobierno palestino bajo la supervisión de la UNMAS y la propia misión han retirado más de 7.500 restos explosivos de guerra. El 90% de su equipo en Palestina son mujeres. Desde la misión, se anima a las mujeres de Gaza a participar en formaciones sobre los riesgos de los explosivos y a planear estrategias para que sus viviendas estén mejor preparadas cuando estalle la próxima guerra.

“Lo único que tenemos que hacer es fijarnos en la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que se refiere a la implicación de las mujeres en la construcción de paz. Pese a lo que me dicen muchos hombres, las mujeres sí quieren participar en la construcción de paz.

Cuando nos acercamos a las mujeres de las comunidades, una de ellas dice: “Gracias, tienen que escuchar nuestra voz, podemos marcar la diferencia y nadie nos lo había pedido antes”. Añaden también que así se contribuye al empoderamiento de la siguiente generación. Eso, para Gaza, significa mucho porque “se había impuesto una sensación de impotencia e incapacidad para la acción. Están encerradas en una prisión al aire libre”.

“Fui prisionera en mi propia casa”

Shahad Alobaid tiene 30 años y trabaja como oficial de enlace de la UNMAS en Mosul (Irak), donde desempeña una labor fundamental: contacta con la población, recopila información sobre artefactos sin explotar y prioriza las tareas de los equipos de limpieza. Estudiaba el último curso de inglés en la Universidad de Mosul cuando el ISIS se extendió por el país en 2014. Su padre no le permitió a ella ni a sus tres hermanas menores salir de casa mientras el ISIS ocupaba la ciudad. Temía por sus hijas. “Fui prisionera en mi propia casa durante 30 meses”, dice. “Fueron días y noches muy largos”. Todo se complicó cuando su padre murió de un ataque al corazón en 2016. “Después de eso, mis hermanas y yo, ya no teníamos nada que perder. Estaba lista para morir”.

El barrio en el que vive Alobaid fue liberado por las fuerzas iraquíes en enero de 2017. “Solo pensé en conseguir un trabajo para alimentar a mi familia”. Comenzó a hacerlo como intérprete para una empresa privada de desminado en abril de 2017 y después pasó a ejercer como oficial de enlace con UNMAS. “Era la única chica del equipo en Mosul. La mayoría eran exmilitares, oficiales de alta graduación, de generales a tenientes. Me veían como a una niña”. Dice que les llevó tiempo aceptarla: “Tuve que demostrarles que podía hacerlo”.

Al principio tampoco fue fácil convencer a su madre. Solo aceptó que su hija mayor trabajara desminando con una condición: “Que no le dijera nada a nadie, ni familiares ni vecinos, lo que estaba haciendo. Que dijera que trabajaba en la universidad”. Logró mantener el secreto nueve meses. “En cuanto mi madre vio la confianza que tenía para hablar con los demás y que estaba ayudando a mis vecinos, se sintió muy orgullosa”.

Alobaid -como el resto de mujeres que desminan- pone su esfuerzo al servicio de Mosul, devastada por la guerra, reconstruyéndola desde los cimientos. Así, también se reconstruye a sí misma: “Siento que vuelvo a ser un ser humano”.

Traducido por Alberto Arce

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