Qué esperar del BCE en 2021
El Banco Central Europeo (BCE) empezó el año 2020 con una política monetaria moderadamente expansiva, relajada por Mario Draghi como su despedida de la presidencia del BCE. La intención era quizás allanar el camino a Christine Lagarde, su sucesora, adelantándose a una recesión en ciernes. Esto le dio a la presidenta entrante la tranquilidad de no esperar que fuese necesario tomar medidas de política monetaria en el corto plazo. Lagarde puso al BCE a revisar su marco de política monetaria, un ejercicio que debía durar todo el año pasado.
Sin embargo, la pandemia de la COVID-19 vino a trastocar estos planes. El BCE se vio obligado a reaccionar a la crisis económica fruto de las medidas de contención de la enfermedad. Lo hizo en política monetaria y en supervisión bancaria, al principio de manera titubeante y luego con decisión pero con resultados desiguales. El BCE amplió hasta tres veces el alcance de sus medidas de apoyo a la liquidez y el crédito bancarios, y de estabilización de los mercados de deuda pública. Las medidas de emergencia contra la pandemia se extenderán como mínimo hasta el tercer trimestre de 2021, y en algunos casos hasta la mitad de 2022.
En cuanto a la estabilización de los mercados de dinero y de deuda pública, se puede decir que el BCE ha tenido éxito con sus políticas. La volatilidad de los mercados y los diferenciales entre los rendimientos de los bonos de los diversos países de la zona euro han vuelto a niveles comparables con los de antes de la pandemia. Los tipos de interés, tanto el Euribor como los de la deuda pública, están bajo mínimos.
Donde no le han resultado tan bien sus políticas al BCE es con la banca. El BCE liberó a los bancos de sus colchones de capital adicionales con la esperanza de que aumentase el crédito a la economía real, pero esto no ha ocurrido. En la primera etapa de la crisis, los bancos han dado a las empresas liquidez extraordinaria debido a avales del estado (a través del ICO en el caso de España) y a períodos de carencia acordados por los bancos mismos. Pero en España hemos visto cómo el segundo programa de avales del ICO, orientado no a conservar la liquidez sino a fomentar la inversión, ha sido un fracaso. La razón es que los bancos no necesitaban más capital para prestar a las empresas, mientras que las empresas han perdido la confianza en sus expectativas de negocio a medio plazo mientras dure la pandemia.
Las políticas monetaria y supervisora del BCE no pueden incidir sobre la confianza de las empresas ni generar demanda de crédito para inversión. Sólo la política fiscal puede hacerlo, y los gobiernos han fiado toda su capacidad de estímulo real al plan de recuperación europeo, que aún no ha echado a andar.
Otro asunto en el que el BCE no ha tenido mucho éxito es en elevar la inflación más cerca de su objetivo del 2%. Desde agosto, la inflación armonizada estimada por Eurostat es negativa en la zona euro, y la inflación subyacente ha caído muy por debajo de los anteriores mínimos históricos. Esto ha sido a pesar de la gran expansión de las compras de bonos por parte del BCE desde el mes de marzo.
En un mundo ideal, las campañas de vacunación contribuirán a controlar la pandemia en la primera mitad de este año y el Fondo de Recuperación y Resiliencia de la Unión Europea se pondrá en marcha sin más dilaciones que las ya habidas el año pasado. Entonces, el Banco Central Europeo podría limitarse a completar la revisión de su política monetaria en junio, y en la segunda mitad del año anunciar la retirada gradual de los estímulos monetarios extraordinarios o, mejor dicho, su no renovación.
Sin embargo, no está de más prepararse para sorpresas desagradables. Incluso en el mejor de los casos, las empresas europeas -sobre todo las de los sectores turístico y horeca (hostelería, restauración y cafeterías) y las pymes- pueden experimentar una crisis de solvencia este año. Paradójicamente, las vacunas y la recuperación económica que todos deseamos pueden precipitar esta crisis entre las empresas más débiles, al retirarse las ayudas públicas. Otra posible fuente de inestabilidad será el Brexit en los primeros meses del año.
El Brexit ocurrió en febrero pasado pero sus consecuencias prácticas aún no se habían realizado por la sucesión de períodos de transición, que tocaron a su fin indefectiblemente al final de año pasado. Incluso habiendo la UE y el Reino Unido llegado a un acuerdo limitado de libre comercio, el Reino Unido queda fuera de la Unión Aduanera y el Mercado Único. No se espera que el impacto económico sea severo para la UE, pero podría ser peor de lo previsto y obligar al BCE a actuar.
Por otro lado, una crisis de solvencia de horeca, turismo y pymes puede representar un problema serio para la banca europea. Andrea Enria, presidente de la junta de supervisión del BCE, ha avisado del riesgo de que hasta 1,4 billones de euros de préstamos entren en mora como consecuencia de la crisis económica fruto de la pandemia. El BCE liberó capital de los bancos por €120 mil millones de euros, estimando que eso podría permitir a los bancos prestar 1,8 billones de euros adicionales. Pero en su lugar, la banca europea puede tener que provisionar 700.000 millones de euros adicionales por morosidad. Los 120.000 millones en cuestión cubrirían menos del 20% de esas necesidades.
No es de extrañar, por tanto, que el BCE haya recordado a los bancos la conveniencia de no pagar dividendos ni recomprar acciones por lo menos hasta septiembre. Los bancos que quieran hacerlo tendrán que justificarlo al supervisor.
En resumen, en el mejor de los casos el BCE se prepara para un año tranquilo en el que revisar su política monetaria para el futuro. Pero hay nubarrones oscuros en el horizonte que amenazan tormenta, si no para este año, para el siguiente.
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