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Ruiz-Mateos: la muerte del bufón del empresariado español

José María Ruiz Mateos, en una de sus visitas al juzgado. Reuters

Antonio M. Vélez

José María Ruiz-Mateos, fallecido este lunes a los 84 años en un hospital del Puerto de Santa María (Cádiz), deja tras de sí una dudosísima hoja de servicios, epítome de mucho de lo peor del empresariado español, aunque sí se le pueden reconocer dos virtudes: un excelente olfato para la comunicación y el mérito de haber amenizado como nadie las páginas de Economía de los periódicos con la retahíla de bufonadas que protagonizó durante las décadas de los 80 y los 90. 

“Yo soy un especialista en cierres”, se describía en julio de 1997 el jerezano durante un curso de verano de la Universidad de Cádiz titulado 'La empresa familiar desde la óptica jurídica y empresarial'. Ruiz-Mateos estaba crecido: un mes antes, la Audiencia Nacional le había absuelto, junto a otros cuatro acusados, de los delitos de falsedad y estafa por el 'caso Rumasa', en una sentencia que acreditó una larga serie de irregularidades constitutivas de delito por las que no se le condenó por no haberlo solicitado el fiscal.

Ya fuera como Superman de derribo (aquella célebre imagen en un juzgado en 1992, durante uno de los innumerables procesos judiciales relacionados con la expropiación de Rumasa), atendiendo a los medios en alguna de sus periódicas ( y breves) estancias carcelarias o escapándose, en 1988, por la puerta principal de la Audiencia Nacional con una peluca, unas gafas de sol y una gabardina (y la moto de uno de sus hijos), Ruiz-Mateos pasará a la historia por sus muchas astracanadas y, esto es mucho más serio, por los enormes fiascos empresariales de Rumasa (1983) y, más recientemente, su sucesora, Nueva Rumasa (2011). Dos episodios que deberían figurar en cualquier guía que compendie todo lo que no debe hacer un hombre de negocios.

Y eso que fue un ejemplo a seguir durante años. El jerezano forjó la vieja Rumasa, un auténtico imperio, a partir de una firma vinícola heredada en 1961 de su padre, el exalcalde de Rota (Cádiz) Zoilo Ruiz-Mateos. A golpe de compras (Galerías Preciados, Almacenes Sears, Loewe, la hotelera Hotasa, bodegas en Jerez y La Rioja...), valiéndose de la ingeniería financiera (fue un pionero en la utilización de testaferros, sociedades interpuestas y el uso de paraísos fiscales) y al calor de las amistades que su pertenencia al Opus Dei le brindó en el aparato del régimen franquista.

Pero el 23 de febrero de 1983 llegó el primer mazazo, la expropiación de Rumasa, para “garantizar plenamente los depósitos de los bancos, los puestos de trabajo y los derechos patrimoniales de terceros”, que el Gobierno de Felipe González consideró “gravemente amenazados”. Rumasa fue una gran burbuja que en el momento de su intervención sumaba 14 bancos y cerca de 400 empresas con más de 60.000 empleados. Detrás había un agujero patrimonial de más de 111.000 millones de pesetas, unas pérdidas reales de 9.000 millones de pesetas (los beneficios declarados eran de 5.000 millones), una deuda tributaria y fiscal de unos 20.000 millones y una peligrosa concentración de riesgos entre sus bancos que convertían al grupo en una bomba de relojería.

Un fantasma que aún colea en un edificio de la calle Velázquez de Madrid, donde tiene su sede lo que queda de la Rumasa estatal, propiedad de la Dirección General de Patrimonio. La empresa todavía sigue activa, en buena parte por los más de 1.500 procesos judiciales que siguieron a  la expropiación. En ninguno se ha decretado la multimillonaria indemnización que reclamó durante años Ruiz-Mateos, tal y como refleja la empresa en sus cuentas de 2014.

Entre payasadas como el famoso puñetazo a su némesis, el exministro Miguel Boyer, en los pasillos de un juzgado al grito de “¡Que te pego, leche!”, y su exitosa candidatura a las elecciones Europeas, también en 1989, con las que su partido logró dos escaños y, con ello, la inmunidad judicial, Ruiz-Mateos y su numerosa progenie forjaron en los 90 otro conglomerado empresarial, Nueva Rumasa, al abrigo de empresas como Dhul (entonces segundo fabricante de postres en España) y de nuevo, a golpe de compras, marca de la casa en este maestro de la economía piramidal.

Anécdota o riesgo

“Yo quiero pensar que son más una anécdota que un riesgo”, dijo en septiembre de 1999 el entonces secretario de Estado de Economía y hoy ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, cuando le preguntaron, en una entrevista en La Vanguardia, si Ruiz-Mateos y otros nombres célebres de la España del pelotazo como Jesús Gil o Mario Conde eran “una amenaza”.

Pero el riesgo se concretó: Nueva Rumasa fue ganando tamaño (llegó a tener más de 10.000 empleados y más de 1.500 millones de facturación) hasta que en 2011, en plena crisis financiera, caía con estrépito llevándose consigo los cerca de 140 millones de euros que, pese a las repetidas advertencias de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), aportaron cerca de 5.000 particulares para cubrir pagarés de compañías del holding emitidos entre 2009 y 2010 que, en pleno vendaval económico (cuando bancos y cajas apenas pagaban un 3%), ofrecían rentabilidades cercanas a los dos dígitos.

Una operación por la que un juzgado de lo Mercantil de Madrid ya condenó en febrero pasado a Ruiz-Mateos y a uno de sus hijos, Francisco Javier, a abonar más de 92 millones de euros a los acreedores de la sociedad José María Ruiz Mateos, principal emisor de los pagarés de Nueva Rumasa, tras declarar culpable el concurso de esa sociedad. Es una de las muchas causas judiciales que aún afrontaba el octogenario empresario (se calcula que rondan el medio centenar) y que van a heredar sus hijos.

Los seis varones (Pablo, Alvaro, Alfonso, Javier, Zoilo y José María) están dedicados por entero a administrar lo que queda del patrimonio familiar, mientras las siete hijas (Begoña, Patricia, Socorro, Rocio, Nuria, Paloma y Almudena) permanecen en un discreto segundo plano porque “fueron educadas para ser madres de familia”, como dijo el patriarca en alguna ocasión.

Mientras la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía Nacional rastrea el nexo entre la familia y sociedades en el exterior vinculadas a Nueva Rumasa, que en teoría fue vendida en 2012 al liquidador Ángel de Cabo (el mismo que se quedó Marsans, de Gerardo Díaz Ferrán), por lo pronto dos de los hijos de la saga, Álvaro y Javier Ruiz-Mateos, ingresaban en enero de este año en la prisión madrileña de Navalcarnero para cumplir sendas de condenas de dos años y medio de cárcel por un delito contra la Hacienda Pública y otro de alzamiento de bienes al no haber pagado el fisco por la venta de un hotel en Peñíscola (Castellón).

La sentencia, dictada en 2013, también les condenó a abonar una multa de 1,8 millones por el impago del IVA derivado de la operación de venta, un dinero que se desvió a una cuenta radicada en Suiza a través de una sociedad de la familia radicada en el paraíso fiscal de Belice. Para otros dos hermanos, Pablo y Alfonso, la Fiscalía pide tres años de cárcel y una multa de tres millones de euros por haber defraudado a Hacienda casi 1,4 millones de euros tras no declarar el IVA correspondiente a la venta de las Bodegas Montesquius S.A. La saga continúa.

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