Cuando el tamaño importa: a Europa se le atraganta competir sin ‘campeones’ y con un 99% de pequeñas empresas
Competir con Estados Unidos y China se ha convertido en una de las prioridades de la Unión Europea, que necesita salir de la “lenta agonía” en la que se encuentra, en palabras del expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, que se ha encargado de elaborar un recetario para la nueva Comisión Europea. Su tesis principal es que se necesita una inyección de inversiones de hasta 800.000 millones al año para salir del letargo, pero la hoja de ruta para mejorar la competitividad del club, que será uno de los principales asuntos que discutirán los líderes en una reunión informal la próxima semana en Budapest, también señala otros aspectos, como impulsar a las empresas y, sobre todo, las de los sectores en los que ahora se juega la partida, como el tecnológico, y en los que la brecha con el resto de potencias se ha ido agrandando en los últimos tiempos.
“La influencia futura de Europa dependerá del rendimiento y la adaptabilidad de sus empresas. En la actualidad, las empresas europeas sufren un déficit de tamaño asombroso en comparación con sus competidores mundiales, principalmente de Estados Unidos y China. Esta disparidad nos penaliza en numerosos ámbitos: innovación, productividad, creación de empleo y, en última instancia, la propia seguridad de la UE”, afirma el también ex primer ministro italiano, Enrico Letta, en un informe que le encargó, en este caso, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel.
Uno de los problemas, por tanto, que tiene la UE es el tamaño de sus compañías. El 99% son pequeñas o microempresas, que dan empleo al 48% de los trabajadores y representan el 31% de la facturación. Las medianas empresas (entre 50 y 249 empleados) son el 0,8%, aunque suponen el 15% de la fuerza laboral y el 18% de los ingresos. Las grandes empresas son solo el 0,2% del total, emplean al 37%, pero representan más de la mitad de la facturación (51%), según los datos de Eurostat correspondientes al año 2022.
“Es crucial apoyar a las grandes empresas de la UE para que crezcan y compitan en la escena mundial. Esto puede permitir la diversificación de las cadenas de suministro, atraer inversión extranjera, apoyar los ecosistemas de innovación y proyectar una imagen fuerte de la UE. En última instancia, una economía próspera respaldada por empresas sólidas pone a toda la Unión en condiciones de negociar acuerdos comerciales más favorables, dar forma a las normas internacionales y afrontar con éxito crisis y retos mundiales sin precedentes”, reflexiona Letta.
Según el ranking de Forbes, la primera gran empresa europea (la francesa TotalEnergies) se encuentra en el puesto 25º de un listado copado por compañías estadounidenses y chinas. En el ‘top 50’ solo hay seis procedentes de países de la UE (Allianz, BNP Paribas, Santander, Volkswagen y LVMH).
Más allá de que el tamaño importe en un entorno de competencia feroz, el problema que se topa la UE es a qué dedica sus principales esfuerzos. Y es que el mundo ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. A principios de los 2000, Europa sí tenía ‘campeones nacionales’ entre las grandes empresas mundiales, como Volkswagen (hoy en el puesto 48º del listado de Forbes), pero ahora la partida no se está jugando en sectores como el automovilístico sino en el ámbito digital.
Solo cuatro tecnológicas europeas en el ‘top 50’
Solo cuatro de las 50 mayores empresas tecnológicas del mundo son europeas, entre ellas la multinacional alemana de software de gestión para empresas SAP, que acaba de destronar a la holandesa ASML, una compañía de semiconductores que hasta ahora encabezaba el ranking europeo de empresas tecnológicas. “La posición global de la UE en tecnología se está deteriorando: de 2013 a 2023, su cuota de ingresos mundiales en tecnología cayó del 22% al 18%, mientras que la de EEUU aumentó del 30% al 38%”, advierte Draghi en su informe.
“Los acontecimientos tecnológicos del siglo XXI, donde han aparecido grandes tecnológicas estadounidenses y chinas, han dejado rezagada a la UE, sin 'campeones continentales' al menos hasta ahora. En vez de esos grandes operadores, los europeos andábamos con una visión muy nacional de los asuntos económicos”, señala en un artículo Santiago Carbó Valverde, director de Estudios Financieros de Funcas, en el que pone como ejemplo los proyectos paneuropeos como Airbus o Galileo.
Cuando se habla de impulsar ‘campeones’ nacionales o europeos las miradas se posan rápidamente en los responsables de Competencia de la Comisión Europea, dadas las estrictas reglas a la hora de autorizar fusiones o adquisiciones empresariales que permitan engrosar el tamaño de las compañías.
En la retina todo el mundo tiene el caso de la adquisición de Alstom por parte de Siemens que prohibió la Comisión Europea en 2019 bajo la premisa de que atentaba contra la competencia y encarecía el mercado. La operación habría colocado a esa compañía en el liderazgo mundial del sector ferroviario.
La batalla de las reglas de competencia
París y Berlín iniciaron entonces una batalla contra esas normas. “Las reglas deben ser revisadas para tener en cuenta los desafíos de la política industrial con el objetivo de permitir a las empresas europeas ser competitivas en la escena mundial”, señaló en aquel momento el Manifiesto franco-alemán para una política industrial adaptada al siglo XXI y que básicamente pretendía limitar el poder de la Comisión Europea en esas decisiones y dárselo a las capitales.
La vicepresidenta de Competencia, la danesa liberal Margrethe Vestager, se mantuvo entonces firme y se negó a relajar las reglas. Uno de sus principales argumentos -y de los detractores de ese enfoque- es que los países grandes siempre impondrían su voluntad a los pequeños generando una distorsión en el club comunitario. Vestager, eso sí, declaró la guerra a las ‘big tech’ a las que sometió al estricto control de las reglas de competencia así como al nuevo marco legislativo de la vida digital con leyes como la de Mercados Digitales o la de Servicios Digitales.
Ahora que el debate sobre los ‘campeones europeos’ vuelve a estar sobre la mesa ante la necesidad de relanzar la política industrial, la presión recae sobre Teresa Ribera, que es la nominada para la cartera de Competencia a falta de que el Parlamento Europeo le dé el visto bueno a su candidatura. Precisamente, su posición sobre las fusiones y adquisiciones es una de las principales preguntas que le han formulado los eurodiputados de la Comisión de Economía en el trámite de las respuestas por escrito.
Y es que, tras las advertencias de Draghi y Letta, la propia ‘carta de misión’ en la que Von der Leyen endosa sus tareas a Ribera figura una alusión a la revisión de las directrices sobre la evaluación de las concentraciones horizontales. “Europa necesita un nuevo enfoque de la política de competencia, que apoye más a las empresas que se expanden en los mercados mundiales, que permita a las empresas y los consumidores europeos aprovechar todos los beneficios de una competencia efectiva y que esté mejor orientada a nuestros objetivos comunes, en particular la descarbonización y la transición justa”, le dice la presidenta de la Comisión Europea, que también le ha encargado un nuevo marco para las ayudas estatales.
En su respuesta, Ribera aboga por “evolucionar” la política de control de fusiones empresariales para “captar las necesidades y dinámicas contemporáneas como la globalización, la digitalización, la sostenibilidad, la innovación y la resiliencia” al tiempo que se impide la “acumulación excesiva de poder de mercado”.
Los riesgos de los ‘campeones nacionales’
Pero el impulso de los ‘campeones’ nacionales o europeos conlleva riesgos. En general, los críticos con esa posición consideran que la falta de competencia de las grandes empresas les deja sin incentivos para mejorar en cuestiones como la innovación o la productividad.
“Una política de fomento de los campeones nacionales es perjudicial e ineficaz”, sentencia un artículo publicado por el think tank Brookings: “Los campeones nacionales nacen de la consolidación del mercado, y los mercados concentrados significan precios más altos para los consumidores y mayor desigualdad en el mercado en general”.
“La política industrial que reduce la competencia en un esfuerzo por dirigir más recursos hacia una única empresa globalmente competitiva acaba aislando a esa empresa de las mismas fuerzas del mercado que permitirían su éxito. Una empresa a la que se concede el monopolio de un mercado nacional carecerá de incentivos no solo para ofrecer precios bajos, sino también para innovar o mejorar su eficiencia. Esta falta de presión nacional deja a los campeones nacionales mal preparados para competir en el mercado mundial, por no hablar de si otros países permitirán siquiera que esas empresas subvencionadas operen en sus mercados”, apuntan los autores Bill Baer y Jack Malamud.
Por eso la UE está intentando diversificar la respuesta que da a su crisis de competitividad. Además de potenciar el tamaño de las empresas o de reformar el régimen de ayudas de estado, el compromiso de la Comisión Europea es simplificar los procesos para eliminar trabas a las compañías europeas.
“30 años después del mercado único, nuestra unión económica dista mucho de estar completa. Nuestros competidores tienen economías con mercados y presupuestos estatales del tamaño de continentes. Una start-up de California puede expandirse y recaudar dinero en todo Estados Unidos. Pero nuestras empresas aún se enfrentan a demasiadas barreras nacionales que dificultan el trabajo en toda Europa, y demasiada carga normativa”, reconoció Von der Leyen en un discurso esta semana.
“Mientras que 300.000 millones de euros de los hogares europeos se invierten cada año en mercados extranjeros, seguimos teniendo unos mercados de capitales fragmentados”, agregó la presidenta de la Comisión Europea, que reiteró el compromiso de avanzar hacia la Unión de los Mercados de Capitales que se le atraganta a la UE por las reticencias de algunos países, como Holanda o los liberales alemanes por la desconfianza en los bancos de algunos socios europeos, y también por el rechazo de otros, como Luxemburgo, Irlanda o los bálticos, entre otros, a centralizar la supervisión bancaria. Para potenciar las inversiones conjuntas, España ha planteado “proyectos piloto” en los que puedan participar varios estados miembros. En Bruselas la música suena bien mientras se buscan fórmulas para no quedar atrás.
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