Estos son los biocombustibles de segunda generación que ya impulsan la movilidad sostenible
Los grandes medios de transporte desplazan a diario millones de toneladas de mercancías y pasajeros por todo el mundo, convirtiéndose en una de las principales fuentes de emisión de dióxido de carbono y gases de efecto invernadero. Los expertos coinciden en señalar que la electrificación de los vehículos pesados es complicada debido a que las baterías exigidas por unos motores concebidos para acarrear grandes cargas y recorrer enormes distancias serían desproporcionadas. Un ejemplo que ilustra esta dificultad es el Boeing 787-10 Dreamliner, modelo de aeronave que necesitaría una hipotética batería de tres toneladas para realizar sus recorridos habituales de casi 13.000 kilómetros transportado a 300 pasajeros, con tripulación y equipajes.
Sin embargo, los sectores implicados y las compañías energéticas llevan varios años invirtiendo en investigación, desarrollo e innovación para hacer este tipo de movilidad más sostenible y han encontrado un camino viable que, paulatinamente, se va despejando de la mano de los biocombustibles de segunda generación. Si la electrificación es muy difícil para aviones, barcos y camiones, emplear estas alternativas sostenibles parece la mejor forma de materializar la transición energética.
A diferencia de los biocombustibles de primera generación, que se producen a partir de cultivos vegetales que pueden competir con la alimentación —remolacha, cebada o soja, entre otros—, los de segunda se fabrican con residuos orgánicos, como aceites usados de cocina, desechos agrícolas y ganaderos o biomasa forestal. Es decir, ponen en práctica los criterios de la economía circular al aprovechar los excedentes de otras industrias y sectores. Además, al proceder de materia orgánica, los aproxima a las cero emisiones netas, pudiendo reducir las emisiones del transporte pesado hasta en un 90% en todo su ciclo de vida. Todo sin necesidad de modificar los motores ni requerir un cambio drástico en la tecnología para producirlos, ya que la molécula de los biocombustibles es prácticamente idéntica a la de los carburantes de origen fósil.
Si bien en el transporte marítimo y aéreo su penetración aún no está generalizada, su uso en carretera es mucho más habitual. De hecho, en nuestro país los biocombustibles se encuentran desde hace años en los surtidores de las estaciones de servicio mezclados con diésel y gasolina. Para 2026, la obligación de incorporar biocombustibles en el transporte rodado será del 12 % en contenido energético (en 2024 es del 11%).
Pese a que su penetración aún no es masiva en determinados sectores, poco a poco se extiende su utilización. En este sentido, Cepsa es una de las compañías energéticas que está tratando de impulsar su uso desarrollando proyectos para reducir las emisiones del transporte pesado. Como ejemplo de la movilidad ferroviaria sirve el reciente proyecto que la energética llevó a cabo junto a Maersk y Renfe, y que supuso poner en marcha una iniciativa pionera para descarbonizar totalmente el corredor ferroviario que une Algeciras y Madrid, ya que todavía cuenta con un tramo no electrificado entre la ciudad gaditana y Córdoba. Para lograrlo, Cepsa suministró durante quince semanas más de 130 toneladas de biocombustible procedente de aceites usados de cocina, que permitió completar más de 100 trayectos en tren y evitar la emisión de cerca de 500 toneladas de CO2.
También existen ejemplos en el sector marítimo, como demuestran los 84 viajes en ferris de Naviera Armas Trasmediterránea que se realizaron en el estrecho de Gibraltar el pasado verano con biocombustibles de segunda generación suministrados por la energética.
Otro de los sectores donde Cepsa está avanzando es el sector aéreo. SAF son las siglas en inglés que se usan para denominar el combustible sostenible de aviación. Actualmente, Cepsa se ha convertido en la primera compañía en comercializar desde el pasado verano SAF en cinco de los principales aeropuertos de España (Madrid, Barcelona, Sevilla, Málaga y Palma de Mallorca), que representan alrededor del 60 % del tráfico aéreo del país.
Para seguir impulsando su utilización, la energética está trabajando para incrementar su producción y aumentar la disponibilidad de producto en todos estos sectores. El pasado abril anunció la construcción, junto a Bio-Oils, de la mayor planta de biocombustibles de segunda generación del sur de Europa, con una capacidad de producción flexible de 500.000 toneladas de SAF y diésel renovable, destinados a la descarbonización del transporte pesado.
Estas y otras iniciativas puestas en marcha en todo el mundo parecen despejar el horizonte de la descarbonización del transporte pesado. Gracias a la apuesta por los biocombustibles de segunda generación, una alternativa que ya es real, se renueva así la esperanza de avanzar hacia la movilidad sostenible.