“¡Vete al médico!”, le espetó un diputado del Partido Popular a Íñigo Errejón cuando hablaba en el Congreso de los problemas de la salud mental. Este político conservador, Carmelo Romero, más tarde se disculpó: “Ha sido una frase desafortunada”. Pero su primera y espontánea reacción sirve muy bien para ilustrar el estigma que aún rodea a la salud mental. Porque dudo que llegásemos a ver en el Congreso a nadie que se mofara del cáncer, o de las víctimas de la COVID.
La depresión en ocasiones también mata, pese a las burlas que hoy rodean a esta enfermedad. El suicidio supone una de las primeras causas de mortalidad entre los jóvenes, por encima de los accidentes al volante. Los problemas de la salud mental afectan a millones de personas. Un 5% de la población sufre depresión. Un 1%, esquizofrenia. Un 1,5%, trastorno bipolar. Un 7,35% –otros cálculos triplican este porcentaje–, episodios de ansiedad. Hay en España 2,5 millones de ciudadanos que consumen psicofármacos a diario. En los últimos diez años, la venta de antidepresivos ha crecido un 45%.
Nadie se avergüenza de una gripe, o de una fractura, o de pasar el sarampión. Pero las enfermedades mentales siguen afectadas por el qué dirán. Quienes las padecen suman muchas veces a sus sufrimientos la culpabilidad y la incomprensión de la sociedad. Porque tendemos a ver estas enfermedades como un fallo en primerísima persona: no de nuestro cuerpo, sino de nuestra alma, entendida como nuestra consciencia y personalidad. Un fallo del que muchos pacientes se hacen responsables, porque es así como sigue viendo a estas enfermedades una parte de la sociedad.
Desde elDiario.es, hemos querido dedicar una de nuestras revistas monográficas a la salud mental porque queremos ayudar a romper ese tabú. Normalizar unas enfermedades que son cotidianas y casi siempre tienen solución. Hablar del elefante en la habitación, en lugar de esconderlo. Aportar información contra el estigma y poner luz a uno de los grandes problemas contemporáneos: porque este tipo de enfermedades están yendo a peor.
Es una de las grandes contradicciones de nuestro tiempo, las miserias de la aldea global: el mundo más conectado de la historia provoca una mayor soledad. El planeta Tierra más próspero jamás conocido por el ser humano genera infelicidad. Durante la pandemia y el confinamiento, muchos salieron del armario y alentaron una suerte de #MeToo de las enfermedades mentales, haciendo pública su afección. El mundo distópico en el que vivimos durante estos dos últimos años hizo tolerable admitir la fragilidad. Pero la vuelta a la normalidad está provocando el efecto contrario: vuelve a estar mal visto no ser feliz.
Hay una parte de esa infelicidad que no podrán curar ni la terapia ni los medicamentos. Tiene que ver con problemas que superan a la salud mental. Hay otra parte que es congénita: en la lotería genética los hay que tienen mejores y peores cartas, igual que frente a todas las demás dolencias. Pero la medicina ha avanzado lo suficiente para dar a muchas personas una solución. Que no será perfecta. Que no será sencilla. Pero que solo será posible si quienes padecen estos problemas son conscientes de su situación. Y aceptan combatirla.
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