Apenas un año atrás, en la primavera de 2017, cuando Pedro Sánchez viajaba por las agrupaciones socialistas en un viejo Peugeot 407 durante la campaña de las primarias, solo había unas personas que recibiesen más burlas por parte de la gestora socialista que el propio secretario general en el exilio. Eran los fieles de Pedro Sánchez, esos locos que seguían al rey loco y destronado, decían desde la gestora. “Son como los gorriones de Juego de Tronos”, me contó un dirigente del PSOE, uno de los más críticos con Sánchez. “Son una secta fanatizada que nos quiere quemar a todos en la hoguera”, decían tras las murallas de Ferraz, con infinito desprecio.
El caso es que los gorriones ganaron, contra la apuesta mayoritaria de los más listos del partido, contra la mayoría de los medios de comunicación, contra todos los poderes fácticos. Contra pronóstico, Sánchez volvió a ganar y llegó a la Presidencia del Gobierno. Y de nuevo contra todas las apuestas, Sánchez ha logrado rodearse de un Consejo de Ministras mucho más plural, solvente y transversal de lo que sus críticos auguraban.
Sánchez ganó a todos y frente a todos. Pero también tuvo cerca algunos pocos, que cuando nadie apostaba un duro por su futuro, se montaron con él en su Peugeot 407 a recorrer cada agrupación socialista comiendo bocadillos de gasolinera. La suerte de aquellos soldados que se alistaron en una guerra donde la derrota parecía segura ha sido desigual. Unos desfilan en París, el día de la victoria. Otros murieron en las playas de Normandía.
El equipo con el que Sánchez debatió si había que presentar la moción de censura era reducido; sus fieles más próximos, el equipo de máxima confianza hasta hace solo unos días. Entre otros, Juanma Serrano, su jefe de gabinete y su sombra desde que llegó a Ferraz, tras las primeras primarias que ganó. También Maritcha Ruiz, la directora de comunicación del PSOE y amiga personal desde que se conocieron en las juventudes socialistas a los 18 años. Alfonso Gómez de Celis, uno de sus hombres más cercanos y que fue también de los primeros que apostó por él cuando era apenas conocido como “el diputado guapo del PSOE” y todos se burlaban de su ambición de ganar las primarias. José Luis Ábalos, su mano derecha en el partido. Y Adriana Lastra, su mano izquierda, y la persona a la que –junto a Ábalos– Sánchez ha encomendado Ferraz mientras él se ocupa de La Moncloa. Antes de aquella reunión, también había hablado con Iván Redondo, el politólogo que hoy más influye en el nuevo presidente y que fue el primero que le animó a presentar la moción de censura.
De todos ellos, solo Ábalos ha llegado a ministro y solo Iván Redondo le acompañará en La Moncloa, como director de la oficina del presidente y su sombra a partir de ahora. Maritcha Ruiz se queda en Ferraz. Lastra va a ser portavoz en el Congreso sustituyendo a Margarita Robles. Gómez de Celis aún está pendiente de destino, algunos lo sitúan como delegado del Gobierno en Andalucía. Juanma Serrano vuelve a su puesto en la FEMP, como funcionario, tras rechazar otras ofertas del presidente del Gobierno.
Contra el pronóstico de los críticos con Sánchez, que le acusaban de rodearse solo de “los gorriones”, de los fieles, el nuevo presidente no solo ha dejado atrás a varios de sus leales, sino que ha nombrado en su gabinete a ministros que no fueron de su cuerda.
La forma mala de verlo es que Sánchez abandona a los suyos. La buena, que ha valorado la competencia y no solo la lealtad para nombrar a su Gobierno. Que ha buscado el Consejo de Ministras más ambicioso posible, incluso asumiendo la desagradable tarea de decir que no a algunas de sus personas más próximas, y que le acompañaron en la travesía del desierto. Que su equipo era tan pequeño que estamos ante el primer Consejo de Ministros del PSOE en mucho tiempo donde el presidente ha tenido las manos libres, sin tener que repartir los nombramientos por cuotas entre los barones territoriales.
Juanma Serrano no tiene un gran manejo del inglés, lo que no es un gran problema para ser el jefe de gabinete de un líder de la oposición, pero se convierte en una dificultad para acompañar a un presidente por Europa. Adriana Lastra no tiene una licenciatura universitaria y, al igual que José Luis Ábalos, tampoco tiene una carrera fuera del partido. Entre los dos, Sánchez optó por premiar a Ábalos como única excepción de un gabinete muy técnico, donde la gran mayoría de los ministros tiene una amplia trayectoria académica o profesional en lo suyo. Maritcha Ruiz no salta a La Moncloa, pero gestionará desde Ferraz la comunicación del PSOE, que tiene en menos de un año que afrontar las elecciones andaluzas, municipales, autonómicas y europeas. Y en cuanto a Gómez de Celis, es un político casi desconocido fuera de Sevilla –donde fue concejal–, que a diferencia de Lastra y Ábalos, apenas ha asomado a la luz pública, y que por ello hoy sigue detrás del escaparate.
El Gobierno de Sánchez ha sorprendido a todos. Es un Consejo de Ministras que merece de entrada el elogio por ser el que más mujeres tiene en todo el mundo, y en puestos nada decorativos o a los que lleguen sin méritos incontestables.
Más allá de la posición ideológica de cada uno, es incuestionable la solvencia y experiencia para el puesto de la economista que gestionaba los presupuestos de toda Europa, Nadia Calviño. O de la consejera que acabó con la privatización de la Sanidad valenciana, Carmen Montón. O de la fiscal que combatió el terrorismo desde la Audiencia Nacional, Dolores Delgado. O de la exsecretaria de Estado del Ministerio de Medioambiente, Teresa Ribera, quien será la primera ministra verde en España que también gestione la industria que más contamina: el sector energético.
El Gobierno, sin duda alguna, responde a una estrategia muy estudiada: la de ocupar el mayor espacio posible en el tablero político, con fichajes galácticos como el ministro de Ciencia, Pedro Duque. Tanto es así que hay varios nombres en el Ejecutivo que sin duda le habría encantado nombrar a Albert Rivera si algún día llegase a La Moncloa.
En la derecha, el aplauso al nuevo Ejecutivo ha sido casi unánime. Y a la izquierda del PSOE, se debaten entre las críticas a algunos de los perfiles más conservadores y la evidencia de que su oposición a Pedro Sánchez va a ser un equilibrio mucho más difícil que criticar a Mariano Rajoy en La Moncloa.
De entre todos los ministros, dos están concentrando la mayor parte de las críticas. Uno es Fernando Grande-Marlaska: un juez promocionado por el PP, que empezó a ascender en la carrera judicial tras archivar el Yak 42 y que incluso votó en contra de la recusación en el caso Gürtel de Concepción Espejel, la amiga de Cospedal. El otro es Màxim Huerta, un periodista y escritor más inteligente y culto de lo que podría deducirse de sus colaboraciones con Ana Rosa, pero al que su pasado frívolo en las redes sociales y en la tele le ha convertido en el blanco al que más disparará la derecha, como el flanco más débil del nuevo Gobierno.
En lo económico, el gabinete de Sánchez manda mensajes bastante claros. No habrá ninguna revolución ni grandes cambios, con un equipo al frente que viene de la ortodoxia presupuestaria liberal y que no asusta en absoluto ni a Europa ni al dinero. Manuel Escudero, quien aún es el responsable de Economía del PSOE y que planteaba políticas más a la izquierda, ha pintado poco o nada en la elección de estas ministras. Es otro de los que se ha quedado fuera.
Las políticas progresistas en lo económico se van a centrar en dos frentes. Deben tener miedo las farmacéuticas y las empresas de la salud privada, con una ministra de Sanidad, Carmen Montón, que se esforzará por bajar la factura en medicamentos, potenciará los genéricos y hará sufrir a un lobby muy poderoso –que ya hace mucho que ataca a Montón cuando ni siquiera era ministra–. Deben temer las eléctricas, especialmente las más contaminantes, y hacen bien en preocuparse porque de la mano de la ministra Teresa Ribera probablemente lleguen a España los impuestos medioambientales que hace tiempo nos pide Europa.
El Gobierno de Sánchez afrontará también políticas contra la desigualdad, aunque es pronto para saber si contarán con el margen económico suficiente como para que sean medidas más allá de lo cosmético. Lo importante no es nombrar un alto comisionado contra la pobreza infantil: es que haya dinero para combatirla. Dependerá de los presupuestos, que deben pasar por un Parlamento donde la derecha tiene más votos que la izquierda. Lo mismo sucederá con las pensiones.
Sí habrá cambios más visibles es en las políticas sociales, las mismas que auparon a José Luis Rodríguez Zapatero en su primera legislatura. El Gobierno de Sánchez dará la batalla a la derecha en tres frentes que, de saque, están ganados en la sociedad española: feminismo, memoria histórica y ecologismo. Ni siquiera Ciudadanos se opondrá a medidas como sacar a Franco del Valle de los Caídos o quitarle la medalla pensionada al torturador Billy el Niño.
Donde no habrá grandes avances ni osadías por parte del Gobierno será en el tema catalán, y no solo por el claro gesto de tener como ministro de Exteriores al líder socialista que más ha combatido a los independentistas, Josep Borrell. No podrán siquiera acercar presos a las cárceles catalanas; al estar en prisión provisional, dependen del juez Llarena. Tampoco hay mucho margen para reformas constitucionales federalistas cuando solo se tienen 84 diputados.
Sin embargo, los tiempos probablemente jugarán a favor del presidente Sánchez porque una gran parte de los líderes del indendentismo catalán se conforma con una tregua. Solo Puigdemont, Torra y la CUP quieren mantener el pulso en lo más alto, pero la mayoría de los dirigentes del PDeCAT ni ERC no les quieren seguir en esa lucha, como confiesan en privado. Además, el Gobierno puede permitir que salgan adelante algunas de las leyes sociales del Parlament, que Rajoy tumbó en el Constitucional de saque; una vía que ya ha insinuado el ministro oficioso de Catalunya, Miquel Iceta.
El nuevo presidente del Gobierno se reunirá con el nuevo presidente de la Generalitat y hablarán sin insultarse. Y eso ya será más de lo que hizo el Gobierno del PP en año y medio. Porque la mayor ventaja con la que hoy cuenta Pedro Sánchez es que él no es Mariano Rajoy. Y que ha sido él, contra todo pronóstico, quien puso en marcha la moción de censura que ha mandado a Rajoy a la historia.