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¿El hundimiento definitivo de Ciudadanos?
Ciudadanos no está atravesando su mejor momento. Más bien está atravesando el peor de su historia, habida cuenta del hecho irrefutable de los resultados electorales en Cataluña, donde ha pasado de 36 a 6 diputados; la última crisis interna que está sufriendo a raíz de las mociones de censura presentadas en Murcia; y, en general, el desgaste progresivo de su proyecto político.
Ciudadanos nació en 2006 en Cataluña como respuesta al nacionalismo catalán y para defender, como expresa su nombre, el concepto ilustrado de ciudadanía, según el cual todos tenemos los mismos derechos y obligaciones, independientemente de la parte de España donde vivamos; más concretamente, como respuesta a la deriva identitaria y catalanista del PSC, abducido por los cantos de sirena del nacionalismo reaccionario. A pesar de sus orígenes progresistas e incluso izquierdistas de sus padres fundadores, en las elecciones europeas de 2009, incomprensiblemente, y por cuestiones puramente electorales, Ciudadanos decidió presentarse de la mano de Libertas, un partido político xenófobo, antieuropeo y de extrema derecha, lo que le supuso su primera gran crisis interna. Consecuencia de ello, centenares de militantes decidieron abandonar la formación naranja, la cual parecía extinguirse.
Sin embargo, semejante decisión no significó su desaparición definitiva y Rivera supo reinventarse; de hecho, Ciudadanos pudo presentarse como partido nuevo y emergente en las elecciones europeas de 2014, momento en el que comienza su gran crecimiento, gracias a un gran apoyo mediático, su rivalidad con UPYD de la que saca provecho y los cambios que se producen en la política española. A finales de 2014, Podemos y Ciudadanos ya eran los dos partidos políticos emergentes llamados a condicionar la política española del futuro. Eran los días de vino y rosas, con presencia mediática diaria a pesar de su limitadísima implantación fuera de Cataluña y con encuestas que anunciaban su inminente entrada con fuerza en las principales instituciones españolas, especialmente en el Congreso de los Diputados. Era cuando todo el mundo (es un decir) quería entrar en Ciudadanos y Ciudadanos fichaba para sus filas a políticos de la competencia.
2015 fue su primer gran año, obteniendo nada menos que 40 diputados en las elecciones generales de diciembre de 2015, aquellas que ganó el PP de Mariano Rajoy, aunque lejos de la mayoría absoluta. En febrero de 2016 firma con el PSOE de Pedro Sánchez un pacto “reformista y de progreso” que incluía doscientas medidas, entre las cuales se encontraba la defensa de la unidad de España. Sin embargo, al no alcanzar ambos partidos la mayoría necesaria, el acuerdo se convierte en papel mojado y, unos meses después, en junio de 2016, se repiten las elecciones, en las que obtiene 32 diputados (Podemos llega hasta los 71).
Es a partir de ese momento cuando se hace más visible la pretensión de Albert Rivera de abandonar sus orígenes socialdemócratas y disputar el centro derecha al PP, lastrado en esos momentos por gravísimos casos de corrupción política. Y así, su IV Asamblea, en un ejercicio inusitado de travestismo político, decide abandonar el “socialismo democrático”, el “laicismo identitario” y el centro izquierda, y abrazar el liberalismo económico y la transversalidad, convertida en la práctica en una ubicación evidente en el centro derecha. Esta decisión supuso el abandono de muchos militantes inequívocamente izquierdistas de Ciudadanos y la crítica de algunos de sus fundadores.
Salvo en Cataluña, Ciudadanos creció en el resto de España impulsado por los votos de miles de ciudadanos desencantados pero, fundamentalmente, por los votos de antiguos votantes del PP, avergonzados por la corrupción del partido; y así obtuvo millones de votos. Ciudadanos fue llenándose de liberales en lo económico, de personas con ambición sin adscripción ideológica conocida y también, obviamente, de personas de enorme valía dispuestas a defender la unidad de España frente al desafío nacionalista, especialmente en Cataluña. Ciudadanos, con un discurso valiente y ganador, logró nada menos que ser el partido más votado en las elecciones autonómicas de 2017, con 36 escaños y más de un millón de votos. Ciudadanos seguía creciendo. Y su siguiente objetivo era conquistar la Moncloa.
Pero llegó la moción de censura del PSOE de Pedro Sánchez al Gobierno del PP a mediados de 2018, tras la sentencia de la Gürtel. Y Ciudadanos, en lugar de abstenerse, optó durante el debate por defender a Mariano Rajoy, en la esperanza, cabe suponerse, de que los votantes del PP siguieran transitando ordenadamente hacia el nuevo y pujante partido de centro derecha que se abría paso. Esta posición de Ciudadanos de votar en contra de la moción de censura en lugar de abstenerse fue otro de sus grandes errores, pues lo terminó ubicando en el mismo espacio electoral que el PP, al que prometía desalojar como principal partido del centro derecha. Ciudadanos ya había abandonado su ubicación en el centro izquierda en la IV Asamblea celebrada a comienzos de 2016, y ahora, ante la moción de censura, el nuevo rumbo era claro: crecer por la derecha. O todo o nada. O sorpasso al PP o, posiblemente, irrelevancia política.
Albert Rivera dimitió, pero no reconoció ningún error concreto, entre los cuales se encontraba el principal: haber antepuesto sus (supuestos) intereses partidarios a los intereses generales de España
Ubicados definitivamente en ese espacio, se celebraron las elecciones de febrero de 2019, en las que obtuvo un extraordinario resultado (57 diputados), pero sin lograr el ansiado sorpasso al PP (66). Ciudadanos y PSOE sumaban 180 diputados, más allá de la mayoría absoluta. Incomprensiblemente, e independientemente de las supuestas preferencias de Pedro Sánchez, Ciudadanos se negó siquiera a dialogar con él, convirtiendo en inservibles esos 57 diputados. Ciudadanos había abandonado su ubicación en el centro izquierda y ahora abandonaba incluso su papel de bisagra, dispuesto a pactar a izquierda y derecha para que ni PSOE ni PP tuvieran que pactar con los nacionalistas la gobernabilidad de España, uno de los papeles principales que la historia le había guardado y una mayoría de españoles esperaba. Solo a última hora, y no por España sino para evitar una repetición electoral que los llevaría al desastre, Rivera planteó una oferta a Sánchez, pero ya era tarde y muy poco creíble. La figura de Rivera comenzó a menguar. Arrimadas dejaba Cataluña. Y Ciudadanos ya solo estaba dispuesto a pactar con el PP, a quien eligió como único aliado. Se mimetizaba con el partido histórico del centro derecha español. Incluso se presentaron en coalición con el PP en Euskadi y en Navarra, lugares donde decidió abrazar el foralismo y los derechos históricos, en lugar de mantener su independencia y algunos de sus muy buenos propósitos. No entendió que para hacer del PP, ya estaba el PP. Y que Ciudadanos no había nacido para eso.
Tras la negativa de Rivera a tratar al menos de condicionar a Sánchez e intentar pactar un gobierno progresista que no dependiera de nacionalistas y populistas, Ciudadanos se hundió hasta los 10 diputados en las elecciones generales de 2019. Albert Rivera dimitió, pero no reconoció ningún error concreto, entre los cuales se encontraba el principal: haber antepuesto sus (supuestos) intereses partidarios a los intereses generales de España. Inés Arrimadas heredaba un partido político al borde del abismo, cuyo resurgimiento entonces parecía entonces una quimera y ahora mismo, un imposible.
Arrimadas varió la estrategia errónea de Rivera y trató de negociar con Sánchez para condicionarlo, lo cual no era venderse al “sanchismo” ni cosa parecida, sino tratar de ser útil a los ciudadanos. Pero con 10 diputados era mucho más difícil hacerse valer que con los 57 que llegó a tener. Además, tras haber insistido durante años que con Sánchez nunca jamás ni siquiera dialogar, aunque fuera por el interés general, le fue difícil explicar su más que razonable cambio de postura. Y se le acumularon las críticas internas de muchos de sus afiliados y las externas de sus más directos adversarios. Y las de analistas políticos que únicamente se limitaban a señalar lo obvio.
La última de sus decisiones para resituar al partido en el centro del tablero político ha sido presentar las mociones de Murcia, pero ni supo explicarse ni lo entendió casi nadie. Y ahora, como suele ocurrir cuando el barco comienza a hundirse, se multiplican las críticas internas, las deserciones, los abandonos, las dimisiones e incluso los episodios de transfuguismo, en una sangría quizás imposible de detener por mucho que se intente.
De significar una esperanza para muchos, a la irrelevancia política, consecuencia de sus graves errores estratégicos. De nacer en el centro izquierda a ocupar el centro derecha. En no pocos casos, de defender una cosa a defender la contraria, con continuos cambios de criterio y decisiones incomprensibles, en una trayectoria entreverada de excesivo marketing, publicidad y propaganda. En ocasiones, excesos verbales e histrionismo, olvidando sus orígenes ilustrados y algunas de sus propuestas más progresistas. De defender reformas políticas, institucionales y constitucionales indispensables para España, a centrarse exclusivamente en la lucha contra el nacionalismo… y la bajada de impuestos. En determinados momentos, faltó autocrítica, y la crítica interna, o no se produjo o no fue atendida por la dirección, ciega y sorda. Se pasó de defender el interés general al sectarismo partidario, ese virus que termina afectando a todos los partidos políticos. Y ahora, Ciudadanos, a pesar de que alberga en su seno a algunas personas de enorme valía y con un compromiso diáfano de defensa de la democracia en España, parece rozar su desaparición definitiva.
De significar una esperanza para muchos, a la irrelevancia política, consecuencia de sus graves errores estratégicos. De nacer en el centro izquierda a ocupar el centro derecha
Hay quienes dicen que España necesita tres cosas: una nueva derecha que aúne a las derechas dispersas que ahora coexisten; un nuevo centro político capaz de pactar a izquierda y derecha; y una nueva izquierda que combine lo social con lo nacional, dialogue con sus adversarios y se enfrente con contundencia a los nacionalismos que quieren romper España. Si tuviese que elegir una de las tres cosas que se supone necesita España, elegiría la tercera.
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