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Como Pedro por su casa

Por mal que pueda sentarles a quienes acusan permanentemente a Pedro Sánchez de no tener abuela, lo cierto es que el presidente acertó al afirmar, en rueda de prensa a comienzos de agosto, que el nuevo Gobierno socialista ha supuesto un cambio de época. Prueba de ello es que no lleva aún tres meses de existencia y el tiempo parece habérsenos multiplicado con los cambios que se han ido produciendo y los que ya se han anunciado. Después de años de estancamiento, ha empezado a correr el aire y lo que antes era imposible, ahora está dejando de serlo.

Es posible recuperar derechos sociales. Es posible fortalecer el Estado de bienestar. Es posible dejar atrás las políticas de recortes. Es posible reactivar la autonomía parlamentaria y arrumbar vetos gubernamentales a las iniciativas de las distintas fuerzas políticas. Es posible dialogar con las instituciones catalanas. Es posible recuperar como país un protagonismo internacional que habíamos perdido. ¡Y hasta se hace posible sacar la momia de Franco del Valle de los Caídos sin que se hunda España por ello!

Todo, en el actual momento político, parece recorrido por una sensación de estreno, correspondido con un agradecido asombro social. Hay cosas importantes que están ocurriendo en nuestra vida pública por primera vez. Por vez primera, un partido de oposición accede al poder tras ganar una moción de censura contra el anterior presidente. Por primera vez en nuestra historia democrática, se forma un Ejecutivo monocolor sin que haya indicios claros de poder contar con mayorías parlamentarias. Y tampoco tiene precedentes la mayoría de mujeres (y mujeres de valía comprobada) en la conformación de un Gobierno de España.

Con tales antecedentes, pocas dudas pueden existir sobre el hecho de que estamos en presencia de una forma, hasta ahora inédita, de hacer política. O de redescubrirla, según se mire. Hay momentos en que una cierta audacia se agradece, cuando en la vida pública no se ve otra cosa que la parálisis, por no decir el “rigor mortis”: el que condenaba a este país a no tener alternativas a las políticas de la derecha, porque “no daban los números” en el Congreso de los Diputados; o, más bien, porque había demasiada comodidad en que la “aritmética parlamentaria” favoreciera a quienes, por un lado, pretendían un “sorpasso” al PSOE, que resultó reiteradamente fallido; y, por otro, a quienes trataban de tener cautivo al primer partido de la oposición, con la excusa de la unidad de España, siempre en peligro.

De hecho, cuando desde el PP y Ciudadanos se acusa a Pedro Sánchez y a su Gobierno de “pactar con quienes quieren romper España”, se cuidan mucho de añadir que el Gobierno del PP y Ciudadanos se sentían en la gloria pensando que el desafío del independentismo catalán al Estado tendrían bien amarradito al PSOE para dejarles hacer a su antojo. Al parecer, llegó un momento en que las derechas españolas sólo se sabían el artículo 155 de la Constitución Española, pero se les había olvidado el 113. Y lo demás ya lo conocemos: vino la moción de censura y “mandó a parar”.

Y ahora la derecha española denuncia al Gobierno socialista por pagar peajes al independentismo que votó a favor de la investidura de Sánchez. Un peaje un tanto extraño, porque consiste en iniciar un diálogo a fondo con la Generalitat para desarrollar la vigente legalidad estatutaria de Cataluña. Tal vez a Quim Torra le encantaría que Cataluña se convirtiera en un asteroide nacional independiente de España, Europa y el Mundo, pero lo cierto es que, ruidos aparte, de lo que hoy están hablando la Generalitat y el Gobierno de España es de cumplir las leyes, y no de impulsar Repúblicas imaginarias.

Pero eso, encarrilar por la vía de la legalidad a los que antes, en época de Rajoy, se la saltaron, parece que no es suficientemente español. Siempre queda otra opción, como la que propone Pablo Casado: liderar “la España de los balcones y de las banderas”; que es también la España de la “defensa de la vida” (entendida como la entienden los “pro-vida”), la de la rebaja de impuestos y el Estado mínimo, la de la ilegalización del independentismo, la de los endurecimientos penales y el escarmiento permanente… La España de “toda la vida”, la que había hasta hace nada con el Partido Popular, la España del Viva España que hay que reconquistar, arrancándola de las manos de esos advenedizos que no creen en ella y están “usurpando” un poder que no les corresponde. Y, para colmo, permiten, por sus medidas irresponsables, que “millones de africanos” se lancen en tromba a colonizarnos. Porque el PP, con Ciudadanos, su hermano siamés, ya ha dejado claro que la inmigración y los manteros se han convertido en los dos grandes “peligros nacionales” que hay que combatir.

No tengo demasiado claro cuál es el atractivo electoral de semejante manera de ejercer la oposición; ni a qué país se quiere volver con ella. En mi humilde opinión, resulta infinitamente más atractiva la España que, liderada por el actual Gobierno, recupera la universalidad de la sanidad pública; la que pone en marcha medidas contra la precariedad laboral; la que recupera la cotización a la Seguridad Social de quienes cuidan a personas dependientes; la que anuncia políticas fiscales progresivas para sostener el Estado de bienestar; la que reincorpora el pluralismo en la Radio y la Televisión públicas; y la que pacta con Bruselas un mayor margen de déficit para que Comunidades Autónomas y Ayuntamientos dispongan de 5.000 millones de euros más de gasto para Educación, Sanidad y políticas sociales.

Porque este Gobierno, tan débil en apariencia, ha entrado con muy buen pie en la Unión Europea. Y hoy -“Aquarius” mediante- España está ejerciendo un liderazgo activo en la Europa que aún cree en los valores democráticos y que se resiste a caer en manos de los herederos del fascismo. Podríamos decir que ha entrado en el núcleo europeo de la misma forma que se ha metido en la sociedad española: como Pedro por su casa y hasta la cocina. Marcando estilo y abriendo una nueva época.

Por mal que pueda sentarles a quienes acusan permanentemente a Pedro Sánchez de no tener abuela, lo cierto es que el presidente acertó al afirmar, en rueda de prensa a comienzos de agosto, que el nuevo Gobierno socialista ha supuesto un cambio de época. Prueba de ello es que no lleva aún tres meses de existencia y el tiempo parece habérsenos multiplicado con los cambios que se han ido produciendo y los que ya se han anunciado. Después de años de estancamiento, ha empezado a correr el aire y lo que antes era imposible, ahora está dejando de serlo.

Es posible recuperar derechos sociales. Es posible fortalecer el Estado de bienestar. Es posible dejar atrás las políticas de recortes. Es posible reactivar la autonomía parlamentaria y arrumbar vetos gubernamentales a las iniciativas de las distintas fuerzas políticas. Es posible dialogar con las instituciones catalanas. Es posible recuperar como país un protagonismo internacional que habíamos perdido. ¡Y hasta se hace posible sacar la momia de Franco del Valle de los Caídos sin que se hunda España por ello!