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El pinchazo de la burbuja del hidrógeno verde
El hidrógeno verde se ha convertido por parte de varias corporaciones del sector eléctrico y de los combustibles fósiles, petroleras y gasísticas principalmente, en el nuevo 'santo grial energético' por una supuesta capacidad de descarbonizar nuestras economías y metabolismo industrial. Sin embargo, dicha omnipotencia está quedando en entredicho. Este vector energético verde se produce mediante electrolizadores alimentados por energía renovable en un proceso llamado electrólisis en el que las moléculas de agua se rompen y producen H2 y O2.
Cabe recordar que el 'boom' del hidrógeno verde se aceleró cuando la Unión Europea presentó en 2020 el Plan de Recuperación y Resiliencia, más conocido como Fondos Next Generation, con 750..000 millones de euros para reactivar y descarbonizar la industria europea, entre otras medidas. Todo ello, como reacción a una recesión económica provocada por los cierres debido a la pandemia de la COVID-19, así como por el aumento de los precios de los combustibles fósiles que aún pone en jaque a nuestra industria y hogares.
Siendo la mitad de los fondos subvenciones a fondo perdido, gran parte del sector energético se lanzó a por ellos sin reparar en gastos de marketing y publicidad. Así es que surgió el Corredor Vasco del Hidrógeno a través de una alianza del sector energético y político vasco para tratar de captar parte de los 140.000 millones en fondos para España. Sin embargo, la experiencia y la realidad están pinchando la burbuja del hidrógeno verde, y tanto la iniciativa privada como la comunidad científica han puesto en entredicho la capacidad del hidrógeno para descarbonizarlo todo.
El informe anual de OBS Business School publicado recientemente indica que el hidrógeno verde está muy lejos de ser competitivo en comparación con los combustibles fósiles, y qué decir de la electrificación, por lo que el mercado de hidrógeno verde sigue siendo apenas inexistente y que es un negocio a pérdidas, únicamente sostenible mediante fondos públicos. Esto abre otra pregunta respecto si es ético seguir regalando fondos públicos a empresas que luego nos facturan a precio de oro la energía, o si sería mejor crear una empresa pública de energía, como ya lo fue Endesa en su momento,
Este pinchazo de la burbuja se puede constatar incluso en algunos líderes del sector del hidrógeno verde, como Plug Power o Ballard Power, fabricantes de electrolizadores y pilas de hidrógeno, que han pasado de valer en bolsa, respectivamente, 66 dólares y 38 dólares por acción a 6,4 dólares y 3,5 dólares en la actualidad.
Pero no solamente hay escepticismo en la iniciativa privada, que ya anuncian que los costes de esta tecnología van a subir hasta un 50% y que no es viable sin fondos públicos. La comunidad científica ha sido rotunda respecto a la potencialidad real del hidrógeno verde: de 100 unidades de energía, se pierde en generación y transporte 75 unidades y se obtienen únicamente 25 unidades de hidrógeno, por lo que el H2 debe limitarse a proyectos muy concretos. Expertos energéticos como Liebreich Associates crearon el concepto de 'escalera de Liebreich', en la que se definen los usos del hidrógeno verde más eficientes (con categoría A) y los más desfavorables (categoría G).
En la cúspide de la escalera de Liebreich, o categoría A, se encuentra el uso del H2 verde como materia prima para producir fertilizantes o metanol. En el segundo escalón de la eficiencia estaría su uso para almacenamiento energético o para producir acero verde. Pero en el uso más desfavorable se encuentra utilizar el hidrógeno para calefactar la vivienda en sustitución del gas, producir combustibles sintéticos o para su uso en el transporte ligero, tal y como ha quedado demostrado por el fracaso de las hidrogeneras en Dinamarca o los trenes de hidrógeno en Alemania.
En estos casos, ha quedado demostrado que la electricidad es una mejor opción que el hidrógeno por ser más eficiente, barata y porque la red eléctrica, aunque mejorable, ya está construida y en marcha. Reconvertir todas las tuberías de gas en tuberías de hidrógeno no tiene ningún sentido, excepto el de retrasar la electrificación de la economía por parte del sector de los combustibles fósiles.
Por lo tanto, el hidrógeno verde puede tener ciertos usos eficientes, y otros que además de no serlo, son totalmente ruinosos, por lo que el hidrógeno verde no es la solución a todos los retos de la descarbonización y la electrificación debe ser la opción favorable para descarbonizar la vivienda, el transporte ligero y parte de la industria.
Sin embargo, a nivel estatal y autonómico, como es el caso del Gobierno vasco, se están promoviendo e invirtiendo fondos públicos en los proyectos más desfavorables según la 'escalera de Liebreich'. Son proyectos para llevar hidrógeno verde a las viviendas en sustitución del gas como el proyecto de Nortegas, o hidrógeno para producir combustibles sintéticos como los de Petronor, cuando la ciencia ya ha demostrado que es mucho más eficiente y barato electrificar la vivienda y sustituir el gas por bombas de calor o electrificar el transporte ligero. Un vehículo eléctrico es hasta cuatro veces más eficiente que un vehículo con e-fuel, lo que supone la necesidad de cuatro veces menos de energía renovable, y ello implica cuatro veces menos ocupación de terreno en instalaciones eólicas o solares para obtener dicha energía.
A nivel europeo es aún peor. El proyecto europeo H2 Med, como un corredor de hidrógeno verde que conectará Portugal, España y Francia para transportar la molécula de H2 por hidroductos, ya ha sido descartado por la comunidad científica por la gran cantidad de H2 que se pierde en generar y transportarlo, por lo que carece de justificación siendo mucho más eficiente transportar electricidad. El hidrógeno verde, en todo caso, tendría que producirse cerca del lugar de consumo y tendría mucho más sentido ubicar los electrolizadores en polígonos industriales conectados a industrias gasintensivas.
Por todo ello, es necesario que las políticas e inversiones destinadas al hidrógeno verde sean las más eficientes y las recomendadas por la comunidad científica. No podemos seguir invirtiendo fondos públicos y elaborando planes o leyes de transición energética para que ciertos sectores económicos busquen un nuevo gas o combustible sintético que facturarnos mientras retardan el fin del negocio de los combustibles fósiles a pesar de estar provocando una crisis climática, ecológica y agroalimentaria sin precedentes.
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