Hablan los policías que sufrieron la amenaza de ETA: “Bastantes de los que estuvimos cerca del fuego estamos mal”
Carlos –nombre ficticio– fue agente de la Ertzaintza. Entró al cuerpo al poco de su creación, en la década de 1980, con apenas 21 años. Tres años después ya formaba parte de la unidad que se conoce como Berrozi, por el nombre del pueblo alavés en el que se oculta su base y que durante años ha sido uno de los secretos mejor guardados de la Policía vasca. Hasta que se retiró, fue guardaespaldas de unas 25 personalidades, según calcula. Ahí se incluyen dos lehendakaris, líderes de varios partidos políticos amenazados como PP, PSE-EE y la extinta Unidad Alavesa (UA) y un consejero de Interior del PNV, Juan María Atutxa. Él era el chófer del coche oficial bajo el cual ETA quiso poner una bomba en un maletín. Era 1994. Era la boda del hijo del político, al que intentaron matar al menos en media docena de ocasiones. “Veo en mis compañeros y en mí mismo que la experiencia del terrorismo ha sido traumática. Después de pasar por ahí, después de enfrentarse a eso todos los días, hay desequilibrios mentales, ansiedad, depresión... No se le da publicidad, pero si lo buscas, lo encuentras. Bastantes de los que estuvimos cerca del fuego estamos mal”, cuenta en una entrevista celebrada con motivo del décimo aniversario del final de ETA.
El de los policías y militares fue un colectivo muy golpeado por el terrorismo. El primer asesinado fue el agente de la Guardia Civil José Pardines, tiroteado en 1968 en la localidad guipuzcoana de Villabona. El último caso fue el del policía francés Jean-Serge Nérin en Dammarie-lès-Lys, a 50 kilómetros de París. Según datos del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite), ETA y las organizaciones afines han matado a 198 agentes del Guardia Civil, a 134 agentes de la Policía Nacional (y 11 de la Policía Armada y uno de la Brigada Político-Social), a 100 militares, a 15 agentes de la Ertzaintza (uno del cuerpo foral de Miñones de Álava), a un funcionario de los Mossos d'Esquadra y a un policía francés, además de 24 policías más de diferentes cuerpos municipales.
Según Carlos, desde 2011 “ha cambiado absolutamente el modo de vida” de la sociedad vasca. Recuerda que él y algunos colegas de la Ertzaintza celebraron aquella noticia llegada a las 19.00 horas de aquella tarde de octubre. “Fuimos a cenar. Quedamos esa noche y fuimos a celebrarlo. Ya entonces estaba la cosa mucho más calmada, pero el que lo dijeran era algo que había que celebrar. Fue un alivio, no sé cómo explicarlo”. Por aquel entonces, su “vip” –como llaman a los protegidos en la jerga interna– era Jesús Eguiguren, presidente de los socialistas vascos y activo negociador con el entorno abertzale en aquella época. “Alguna vez fui a Txillarre, pero cuando estaba negociando no nos enterábamos”, explica sobre el caserío de Elgoibar en el que se produjeron algunas de las conversaciones.
Hace tres décadas, este agente empezó como escolta del lehendakari José Antonio Ardanza. Su “bautismo” fue una situación comprometida en una fiesta de las ikastolas de Navarra, técnicamente fuera de su jurisdicción. En la década de 1990 ejerció como protector del consejero Atutxa. En la boda de su hijo, en la basílica de Begoña de Bilbao, él nunca supo que anduvo moviendo entre la multitud que asistió a la fiesta un coche en el que se pretendía colocar un explosivo. Se enteraron mucho después por una rocambolesca historia tras la cual cayó el denominado 'comando Vizcaya', que confesó estos planes. “Hasta ese momento veíamos un peligro potencial. Pero entonces ya supimos que era real. Vivíamos en un limbo. No se había atentado contra nadie del PNV, todavía no teníamos coches blindados, ...”, relata. “Yo era el chófer de ese coche”, repite en varios momentos de la entrevista sin poder olvidarlo.
Conocida esta información, la jefatura de la Policía vasca propuso a todos los miembros del equipo de seguridad de Atutxa un nuevo destino. “Pero un compañero y yo pedimos continuar en el servicio con él. Estábamos muy convencidos de lo que hacíamos. Era algo profesional, pero se había convertido también en algo personal”, relata. Su siguiente destino fue la protección de Pablo Mosquera, líder del partido foralista alavés Unidad Alavesa (UA), que luego acabó integrado en el PP. “Cuando entramos nosotros, le habían dejado los Miñones porque tenían miedo y no tenían preparación”, explica sobre la pequeña Policía foral de Álava, ahora integrada como sección de la Ertzaintza. “También se detuvo a un comando al que se le descubrió una olla exprés para atentar contra él”, lamenta. “Cuando ETA lo tenía fácil es cuando las personas se negaban a hacer cambios de rutinas, horarios o vehículos”, apostilla.
– ¿Se arrepiente de la profesión que eligió?
– No, no me arrepiento. Coincido con mis amigos y compañeros en una cierta sensación de maltrato general. Pero está el orgullo de haber hecho cosas que sirvieron para algo. Ha habido una guerra civil en Euskadi. Más fría si se quiere, pero guerra al fin y al cabo. Ahora hemos pasado a la transición pero se ha hecho sin cuidar a la gente que estuvo en primera línea. Se ha dado carpetazo y ha quedado todo muy mal cerrado. No hay nadie que no se alegre de la nueva situación, pero los que hemos estado en primera línea, la gente amenazada... La sociedad debería haber hecho una labor más de pedagogía para premiar de alguna manera a quien ha dado la cara. La nieve no ha desaparecido casualmente, mucha gente ha hecho mucho. Explica bien el abandono institucional que el pabellón del Baskonia se llame Fernando Buesa Arena y no Fernando Buesa-Jorge Díez Arena.
Díez era el guardaespaldas del exvicelehendakari y dirigente del PSE-EE asesinado en 2000. Como él, 3.300 personas precisaron de escolta en Euskadi. Son un 65% de hombres y un 35% de mujeres. Aproximadamente la mitad fueron pagados por los presupuestos autonómicos y el resto por los del Estado. Además, de la Policía vasca y de las Fuerzas de Seguridad del Estado, se contrataron empresas privadas. En el caso de la Ertzaintza, la unidad de Berrozi no daba ya más de sí y hubo que diseñar una brigada adicional de protección de personas, la que se conoció como Unidad de Acompañamientos. Desapareció en 2013 tras haber sido dedicada durante un par de años a la vigilancia de mujeres víctimas de la violencia machista. La denominada “socialización del sufrimiento” por la cual se empezó a asesinar a concejales supuso la necesidad de un primer refuerzo. Un informe aludía a que solamente el Gobierno vasco costeaba 826 escoltas en 2010, cuando ETA puso en su punto de mira a todos los altos cargos del Ejecutivo de Patxi López, el primero íntegramente no nacionalista de la historia. Ahora mismo –aunque el Departamento de Seguridad no ha desglosado los datos- los guardaespaldas se limitan a la seguridad ordinaria de cualquier país del mundo. La llevan su presidente –el lehendakari–, los consejeros y algunas otras personalidades.
“Cuerpo a tierra” para buscar la bomba bajo el coche
Fernando Amo está ya retirado. Agente de la Policía Nacional nacido en Euskadi y siempre destinado en comisarías vascas, se jubiló siendo jefe superior, el cargo de más alto rango en la comunidad autónoma. “En San Sebastián tuve la suerte de no vivir ningún atentado, pero en Bilbao fue todo bastante duro durante el tiempo que estuvimos allí. No solamente era el hecho del atentado terrorista, sino todas las medidas que tenías que tomar tanto en el trabajo como al entrar y salir de casa”, relata tras constatar que la realidad “ha cambiado bastante”. El último asesinato de ETA en suelo vasco fue precisamente el del inspector de la Policía Nacional Eduardo Puelles, destinado en Basauri y nacido en la propia Bizkaia.
Amo revela las “rutinas” que cientos de personas tenían que hacer cada día: “En el portal, primero asomarte y ver cómo estaba la calle. Luego bajar con una precaución total. Al llegar a cualquier lado, una ojeada a todo el entorno para ver si había algo raro, aunque cualquier cosa te parecía rara. Y cuando ibas a comer a un restaurante, ponerse siempre mirando a la puerta”, pone como ejemplos. “Estando ya jubilado, muchas veces todavía conservo eso y siempre miro a la puerta”, ironiza. “Y si cogías el vehículo... pues cuerpo a tierra con disimulo para mirar los bajos”, apostilla. Cuando accedió a la Policía pocos años después del fallecimiento de Francisco Franco “había tres personas nacidas aquí”. “Y de fuera, al principio no venía nadie. Los mandaban forzosos. Eso se mantuvo así durante mucho tiempo”, concluye.
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