El día que en el Pazo de Meirás se decidió el papel de España en la Segunda Guerra Mundial
En agosto de 1943 el Pazo de Meirás -de actualidad por la resistencia de los herederos del dictador a devolverlo a la propiedad pública- fue escenario de una reunión entre Francisco Franco y el embajador británico en España, Samuel Hoare. En un momento en que la Segunda Guerra Mundial comenzaba a cambiar definitivamente de rumbo, con el inicio de la derrota nazi en el frente oriental y el desembarco aliado en Sicilia, Hoare le exigió a Franco que España dejase de prestarle a Alemania el apoyo que hasta ese momento le había dado (desde el uso de puertos al comercio de wolframio). En el aire flotaba la amenaza de un desembarco aliado en la propia Península, posiblemente a través de Galicia. Fue uno de los momentos culminantes de un amplio juego de toma y daca, presiones de uno y de otro bando, redes de inteligencia cruzadas y un gran número de espías y agentes dobles que trabajaban en España y Portugal y por los que circulaba información en uno y en otro sentido.
El historiador Emilio Grandío (profesor de la USC) presentó esta semana en Santiago de Compostela A Balancing Act. British Intelligence in Spain during the Second World War, una obra que analiza las redes británicas de inteligencia y espionaje existentes en la Península Ibérica durante el conflicto, que buscaban principalmente evitar la incorporación total del régimen franquista a las potencias del eje. La obra se presentó conjuntamente con el volumen colectivo War Veterans and the World after 1945, coordinado por Ángel Alcalde y Xosé Manuel Núñez Seixas, en el que el propio Núñez Seixas incluye un trabajo sobre los veteranos de la División Azul.
“La implicación del Franquismo en apoyo de los nazis fue muy importante, al menos hasta finales del año 43 y comienzos del 44. Franco adoptó oficialmente una posición de no-beligerancia, que era un tanto insólita: los países o estaban en guerra o eran neutrales, pero España se mantenía aparentemente en una posición ambigua”, explica Grandío. El objetivo del Reino Unido era que España “no se volcase totalmente en su apoyo a Hitler”, aunque en esta cuestión hay que referirse conjuntamente a España y Portugal y a la importancia estratégica de la Península en la Segunda Guerra Mundial, especialmente en lo referido al control del estrecho de Gibraltar y de la navegación por el Océano Atlántico. “También era importante el uso de los puertos españoles por los barcos, aviones y submarinos alemanes. E igualmente el comercio con el wolframio, especialmente en Galicia”, señala.
Esa ambigüedad que aparentemente mostraba España también existía en la posición británica, explica Grandío. “Hay que tener en cuenta que en un inicio el Reino Unido mantuvo una posición un tanto ambigua ante el nazismo, al menos hasta la llegada de Churchill al poder y la ocupación de Francia, momento en que Gran Bretaña se queda sola. Entonces tuvo que activar su red de inteligencia, para que Franco no entrara en la guerra a favor del eje”.
Grandío subraya también que las relaciones entre el Reino Unido y el franquismo no eran necesariamente malas y que incluso se habían iniciado antes de la Guerra Civil: “Hay que tener en cuenta que, previamente, el Reino Unido no veía con buenos ojos la República española, sobre todo tras la victoria del Frente Popular, porque consideraban que constituía una situación muy inestable. Los servicios secretos británicos incluso juegan un papel en el traslado de Franco de Canarias a Marruecos, clave para el éxito del golpe militar. También fue importante su actuación promoviendo y acelerando el pacto de no intervención de Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, que perjudicó mucho a la República en la guerra. Esto es importante para entender las relaciones que en estos años mantienen el franquismo y la red británica de inteligencia”.
Una red por la que fluye la información reservada
“La red nace desde la nada, prácticamente, aprovechando lo que ya tenían: funcionarios británicos, empresarios, familiares, servicios consulares...”, explica Grandío, en un proceso “semejante al de otros países que son controlados por los nazis pero no directamente ocupados”. “En todos ellos los británicos desarrollaron una red de inteligencia con el objetivo de revertir el rumbo de la guerra”, dice. Sin embargo, continuando con ese juego de ambigüedades y de presiones controladas, esta red de espionaje era conocida (gracias a las informaciones facilitadas por Alemania) e incluso aceptada por el Franquismo, con la condición de que no traspasara una línea roja: podían actuar en España, pero no trabajar para derribar la dictadura. El régimen franquista incluso llegó a utilizar las propias redes británicas para negociar con el Reino Unido y para enviarle los mensajes que consideraba que podían jugar en su favor.
En este sentido, una figura clave son los agentes-dobles, espías que trasladaban información en uno y en otro sentido. “Esto no debemos entenderlo con la visión que nos da la literatura o el cine: un grupos de espías británicos enfrentados a los espías alemanes...” -explica Grandío- “sino que más bien debemos considerar un sistema complejo en el que la información era algo que circulaba y que estas personas soltaban en una o en otra dirección en momentos determinados, al mejor postor. En España muchos eran doble x, agentes dobles, que formaban una red y a través de los cuales fluía la información”. “Además, tanto los servicios de inteligencia franquistas como los británicos jugaban continuamente a la ambigüedad”, explica.
La relación con las guerrillas republicanas
Grandío destaca además la relación que los servicios de inteligencia británicos tuvieron con las guerrillas de resistencia al franquismo. “Es cierto que los británicos eran muy reacios a la participación de la izquierda en esta red de resistencia. Pero hoy se sabe que soldados británicos entraron en contacto con guerrillas en León y Galicia, lo mismo que en otros países de Europa. La Federación de Guerrillas León-Galicia se debe en gran parte a la instrucción facilitada por personas enviadas desde Gran Bretaña, con el objetivo de molestar al franquismo”. Incluso funcionan campos de entrenamiento en Escocia y la red británica ayudó a formar también sistemas de sabotaje, “pero manteniendo una cierta ambigüedad ante el régimen, no tanto con el objetivo de derribar el franquismo, pero sí para presionarlo y sólo activarlos de verdad si España se decantaba abiertamente por Alemania”, añade.
La reunión Franco-Hoare en Meirás
Todos estos procesos tienen su punto culminante a mediados de 1943, un momento en el que la presión británica sobre el Franquismo se hace más fuerte. “En el verano de 1943 la guerra comienza a decantarse en favor de los aliados, sobre todo con el desembarco en el sur de Italia, de forma que el Mediterráneo pasa a estar controlado. A nivel interno Franco pasa seguramente su peor momento. 50 procuradores de Cortes habían firmado una carta, entre ellos el Duque de Alba, pidiéndole a Franco que abandonase el poder y permitiese la restauración monárquica en la figura de Juan de Borbón; un grupo importante de generales también le enviaron una carta pidiéndole lo mismo; además, la situación económica de España era insostenible, son los años del hambre”, explica Grandío.
En este difícil contexto para Franco, Samuel Hoare le pide una reunión de urgencia. Como es agosto, Franco está en Meirás (el Pazo había sido entregado al dictador en 1938 como residencia veraniega) y le dice al embajador británico que lo vaya a ver allí. Hoare aterriza en Guitiriz (Lugo), en un aeródromo casi improvisado, pernocta allí y por la mañana se desplaza hasta el Pazo. “Como curiosidad, la llegada de Hoare a Guitiriz coincide con unas grandes maniobras militares que Franco había ordenado iniciar en la zona, como una muestra de fuerza. Un ejemplo más de este juego que mantenían unos y otros”, cuenta Grandío.
En la reunión Hoare le exige a Franco el cumplimiento de una serie de demandas, entre ellas la retirada de la División Azul, que los puertos españoles dejen de acoger barcos alemanes y la paralización del comercio de volframio. Y le da un ultimatum, en el que también jugaba un papel Estados Unidos, que presionaba para que se le aplicaran a España sanciones internacionales. En esta exigencia planeaba la amenaza de un posible desembarco aliado en la Península, posiblemente a través de Galicia, un temor que había llevado a Franco a instalar búnkeres en las costas y a mantener continuas llevas de soldados en el norte de España.
La respuesta de Franco fue ambigua, algo como 'ya veremos lo que hacemos' y Samuel Hoare se marchó a Londres, permaneciendo allí varios meses, sin fecha de regreso. “En realidad esto ya estaba previsto, pero él también jugaba con esta ausencia, mientras aumentaban los rumores de un desembarco aerotransportado aliado a través de Galicia. De hecho, incluso el espionaje alemán difundió el rumor de que el desembarco sería en octubre, coincidiendo con el retorno de Hoare a España”, cuenta Grandío.
Hoare volvió efectivamente a España en octubre y no hubo desembarco. La presión surgió efecto y Franco fue atendiendo las demandas británicas, pero poco a poco, en un proceso que duró varios meses, hasta mediados del año 1944. “Samuel Hoare dejó escrito que Francisco Franco había sido el peor dirigente político con el que tuvo que tratar, porque nunca era directo, siempre era ambiguo y parecía que guardaba alguna cosa, no sabía a que atenerse” explica.
Después de la guerra
Una vez que termina la guerra, la imagen que existe en el Reino Unido sobre la oposición republicana, producto de los informes de sus redes de inteligencia, es que no hay una alternativa eficaz y sólida a Franco. “Y esto no es diferente en el Gobierno de Atlee, ganador de las elecciones en 1945” -explica Grandío- “Hay cartas que muestran que incluso grandes sectores del laborismo no estaban a favor del retorno de la democracia a España”. Entre 1945 y 1948, sin embargo, Gran Bretaña sí valora la posibilidad de una restauración monárquica en la figura de Juan de Borbón, “una restauración de la Monarquía que había sido siempre su apuesta”.
“Los sectores republicanos fueron perdiendo fuerza, en buena medida por no contar con el apoyo británico y si no tenían el apoyo británico tampoco tenían el norteamericano”, dice. Sin embargo, en 1948 también desaparecen las posibilidades de esa hipotética restauración monárquica. “Los acuerdos del Azor entre Franco y Juan de Borbón para que Juan Carlos fuera educado en España por el franquismo alejaron a los sectores republicanos moderados, como Salvador de Madariaga, que se consideraron engañados”, explica.
Otro aspecto importante en el escenario de posguerra es que la experiencia acumulada por los servicios de espionaje, en España y en otros países, ayudó a configurar las redes de inteligencia que actuaron en las décadas siguientes, en el contexto de la Guerra Fría. “En los últimos meses de la guerra, ya desde finales del año 1944 en el que ya se vislumbra la derrota nazi, las antiguas redes de inteligencia británicas y norteamericanas comenzaron a transformarse, se convierten en otra cosa, incluso aprovechando a personas y estructuras de la red alemana de espionaje”, cuenta Grandío. “Nace un nuevo concepto de servicio de información, mucho más estable y profesional, básico en el funcionamiento de los Estados, que es el que va a funcionar durante la Guerra Fría”, dice. “No tienen nada que ver los servicios de espionaje posteriores a la Segunda Guerra Mundial con los anteriores a la guerra. Y gran parte de ese aprendizaje se forjó en España”, concluye.