Suso de Toro: “España tenía que haber sido catalanizada, pero España es Madrid y Madrid no se deja catalanizar”
Ramón Baltar Domínguez fue un cirujano de prestigio en la Compostela del siglo XX. Republicano y galleguista, benefactor de intelectuales y artistas, después de 1936 sufrió las consecuencias de su compromiso. Pero no lo abandonó. Aunque su figura rara vez aparece en primer plano, se encuentra en muchos sucesos clave de la oposición antifascista y la reconstrucción del nacionalismo gallego: de la recuperación de la casa de Rosalía de Castro a un plan abortado para matar a Franco, de una misa por Castelao en su Rianxo natal a un informe sobre el estado de los hospitales españoles publicado en Triunfo. Un señor elegante (Xerais, 2020; en Alianza Editorial en castellano y en Més Llibres en catalán)], el nuevo libro de Suso de Toro (Santiago de Compostela, 1957), reconstruye su historia a partir de una indagación sobre el terreno realizada con ayuda de su compañera Teresa Cuns. Narración “proteica” en forma de puzzle, novela de no ficción con ecos, dice el autor, de Los Buddenbrock de Thomas Mann, trata una singular estirpe de “burgueses alegres, comprometidos con su país, portadores de optimismo y firmeza”, la familia Baltar. De Toro responde a la entrevista desde su domicilio compostelano vía Skype y, como acostumbra este intelectual con vocación de intervención pública, no evita entrar en política: “España tenía que haber sido catalanizada, pero España es Madrid y Madrid no se deja catalanizar”.
Su novela anterior, Fóra de si [Fuera de sí], era una historia en presente. Ahora vuelve a indagar en el pasado, como había hecho en Home sen nome [Hombre sin nombre] (2006) o en Sete palabras [Siete palabras] (2009). ¿Por qué?
Fóra de si realmente es alguien que revisa e investiga su vida, hace crisis y pretende comenzar una vida nueva cuando está en la vejez. El personaje era un tanto grotesco, un hombre incapaz de verificar la masculinidad que le viene impuesta en su relación con el padre. En Un señor elegante quien se hace dueño del libro es un varón con una masculinidad tradicional pero que al mismo tiempo la encarna con una gran apostura. No impostura, sino apostura. Es un poco una figura masculina tradicional pero admirable. Yo soy un hombre de otro tiempo, antropológica y psicológicamente muy distinto de ese personaje, pero manifiesto mi admiración.
En este caso el personaje es alguien que existió, el médico Ramón Baltar Domínguez.
Construyo un personaje a partir de una persona que no conocí más que de vista fugazmente en la calle. Ayer, alguien que lo trató me dijo: “Para no haberlo conocido qué bien lo retrataste”. Me halagó. Hice un esfuerzo para intentar comprender a ese hombre. La masculinidade, un tema muy presente en toda mi obra, en Fóra de si era una construcción fallida. Pero en Un señor elegante Ramón Baltar se siente conforme como varón, una especie de Gary Cooper en Sólo ante el peligro.
El de Baltar, que nació en 1902 y murió en 1981, era otro tiempo muy distinto, y las masculinidades también lo eran.
Es un varón de otro tiempo, efectivamente, un hombre del siglo XX, moderno en su época. Pero los hombres que eran los modernos en la época de la República son para nosotros varones de otro tiempo.
Como escritor, ¿qué lo atrae de tratar con el pasado?
Buscando en el origen de las historias, el narrador busca su sentido, tiene que desandar. Hace años me pasó algo relacionado. Me habían dado un argumento para hacer un film -después fue el largometraje Fisterra (1998), de Xavier Villaverde. Ese argumento ocurría en presente. Eran unos hermanos que viajaban en busca del padre. Yo pregunté: ¿por qué? ¿Por qué los hijos buscan al padre? ¿Por qué el padre se marchó? Eso no estaba en el argumento que me daban y mi reacción como escritor fue decir: “Lo voy averiguar”. Siempre entendí que el sentido del presente estaba en el pasado.
Ese es un rasgo muy habitual, por ejemplo, en el western.
Me gustan mucho los westerns y a veces en los libros pongo citas de ellos. En algunos filmes de John Ford está la cifra de la tragedia griega. Lo que diferencia un narrador de un escritor de ficción es que el escritor de ficción además de contar una historia intenta que esa historia tenga sentido. Y el sentido está siempre en el pasado de los personajes y en el pasado de la situación en la que se mueven. Además de la trama, tiene que haber un origen y una cifra de sentido, oculta, en el fondo. Eso está en el pasado, en la fuente, detrás.
La densidad de la narración.
Sí, y además es un tema que está en muchos de mis libros. El viaje al país de los muertos. El viaje a los infiernos. Porque los muertos son los que tienen las claves. El problema es que no les puedes hacer las preguntas. En la relación que hay entre los hijos y los padres acontece que sólo puedes ver a tus padres cuando están muertos, cuando no pueden hablar, cuando no pueden dar respuestas. Y es en ese momento cuando tienes las preguntas. Hasta ese momento no estás libre, porque mantienes una relación aún con la figura del vivo.
Un señor elegante también es un libro de padres e hijos.
Es un libro extraño sobre una familia que comienza en el siglo XIX y al final toda la historia se concentra en un personaje. Es una interpretación sobre alguien que murió en el año 81, el año del 23F, cuando se manifestó que los mismos que en julio del 36 habían comenzado todo seguían siendo nuestros dueños, nos vigilaban y nos contemplaban. Pero para hacer el libro tuve que preguntarle a personas vivas. Y eso determina el libro: una dialéctica del autor con los descendientes de Ramón Baltar. Entro a hacer algo que les correspondería a ellos: la historia de quién son su padre y su madre. Hay una cierta violencia en esta intrusión. Y en la dialéctica no siempre estuvimos de acuerdo. Podría existir la novela de la novela, el diario interno de su confección.
Al convertirse el autor en personaje y narrar la pesquisa, Un señor elegante recoge un poco ese recorrido.
Algo está, sí. De hecho en el principio y en el final hago constar que yo soy el único responsable de la historia. Los vivos no tienen porque estar de acuerdo con que esa es la historia de sus mayores.
Antes afirmaba que sus libros son viajes al país de los muertos, a los infiernos. En Un señor elegante está claro: un viaje a los infiernos que se desatan después de 1936. Si en Home sen nome narraba los verdugos, aquí narra las víctimas, una especie de resistente interior al fascismo.
La palabra víctima. Si algo me gusta de este libro, si por algo quiero que sea leído por la gente de mi país, es porque quiero darle una historia de alguien que sí, fue víctima de represalias. El 36 desvió el curso natural de su vida. Sin embargo, nunca interiorizó ser víctima. No querría de ningún modo ser calificado de víctima. Y además fue alguien que resistió, en la medida de sus posibilidades. Fue víctima de represalias, pero no fue una víctima. Yo creo que él podría decir para sí mismo: “A mí me dieron hostias, pero yo también repartí alguna”. Aguantó en pie.
Cierto. Triunfó profesionalmente como cirujano, por ejemplo. Su vida queda partida por el 36, pero se reconstruye, y sin traicionarse. En ese sentido resulta un personaje magnífico, por inesperado.
Era un fulano que fumaba rubio de contrabando y tenía su pitillera de oro, su estilográfica, un yate de dos mástiles. Tenía automóviles deportivos, más de uno. Como algunas otras casas, tenía chófer particular. Sus hijos tenían una fräulein para ser educados en alemán. De alguna manera cada vez que sufría una represalia, él respondía comprándose un automóvil más escandaloso, un deportivo rojo y descapotable. Hay algo de desafiante en Ramón Baltar que a mí me gusta mucho. No es una víctima. Al contrario, es un modelo de resistente, un modelo también ético.
Recuerda un poco, salvando todas las distancias, a las hermanas Fandiño, las Marías, que vestían de colores llamativos como para afirmarse: estamos aquí, no habéis acabado con nosotras.
Hay una intepretación de las Marías equivocada. Eran unas pobres mujeres, realmente víctimas, destruidas. Otra cosa es que efectivamente mantuvieron un resorte de alegría vital y una conciencia. Pero en Ramón Baltar hay una respuesta ética, individual, una afirmación primera de su persona en todo momento. Él se entrevistó en dos ocasiones con Franco. En una de ellas es desafiante, debido a un enfrentamiento previo con él sobre la intención de Franco de cerrar el Hospital Real para transformarlo en el actual Hostal de los Reis Católicos. Baltar quería conservarlo cómo hospital la toda costa.
Esa actitud enlaza con el Informe Baltar, su pieza crítica sobre los hospitales españoles, publicada en Triunfo apenas unos meses después de recibir una condecoración oficial como médico.
Sí. La mayores, en el libro se habla del conocimiento que tenía Baltar de un plan, una emboscada, para matar a Franco. Con documentación sorprendente que encontré en el curso de la investigación. Es un tema tan delicado que me formuló un problema en la relación con la familia. Es un documento gráfico del lugar y de las posiciones de las personas armadas que van a atentar contra la caravana de Franco.
¿Por qué dice que le causó un problema con la familia?
Me digo: ¿cómo cuento yo esto? Hay que contarlo. Accedí la esa documentación a través de la familia, pero la familia ignoraba ese papel. Algo tan relevante tuve que pactarlo. La ética del escritor tiene que tener en cuenta las personas. No puedes traicionar la confianza. No está claro el lugar que ocupa Ramón Baltar en ese plan. No puedo atestiguar el lugar que ocupaba, pero sí tengo mi convición de que Ramón Baltar no era alguien que pasaba por allí, de casualidad. Era una persona que asumió responsablidades de una envergadura impresionante.
No es un episodio conocido.
Lo que ocurre en Galicia nunca está en el relato español. Solo lo encontré de pasada en el libro Los años de plomo, sobre la historia del Partido Comunista, de Fernando Hernando Sánchez. Tuve que reconstruir un aspecto de la resistencia clandestina que no está contado. Ni siquiera en el propio Partido Comunista tienen constancia hoy de estas cosas. Igual que en tantos otros asuntos, la historia española es la historia madrileña, es lo que sucede allí y lo que ellos ven allí. Pero existió un plan para matar a Franco un 25 de julio cuando volvía de Santiago a Meirás.
¿Existe una deuda social hacia este tipo de personajes? ¿La literatura puede ayudar a saldarla?
La familia Baltar es una familia única. Siempre aparecía por detrás, en letra pequeña. Como los productores de una película, que permiten que director, actores y actrices puedan hacer el film. Fueron mecenas, protectores y benefactores. Permitieron que existieran personas tan importantes como Rosalía de Castro y Manuel Murguía, la familia Castelao, la familia Dieste... Es algo singular. El papel de Ramón Baltar en la reconstrucción del galleguismo en la posguerra tampoco aparece, pero está en todo: en la creación de Bibliófilos Gallegos, en el patronato Rosalía de Castro. Ya su abuelo había sido quien le había buscado a Rosalía y la Murguía la Casa da Matanza cuando era alcalde de Padrón.
Una estirpe de benefactores.
Claro. Para Ramón era lo más natural dar pasos con Xosé Mosquera y otros para reconstruir la casa de Rosalía. Era lo más normal que conociera al padre de Castelao, a Castelao, era amigo de las hermanas de Castelao. Para ellos era un asunto de familia protegerlos. Lo hacían cómo cosas que hay que hacer. Es una historia que ocurre en Galicia, pero Ramón Baltar aparece en Madrid en la víspera del golpe de Estado entregando el Estatuto de Galicia, viaja a Berlín. Es la historia de una gente con una biblioteca con libros de todas partes, una gente sofisticada y al mismo tiempo completamente doméstica, enraizada en el país. Quiero descurbirlle a quien la lea una historia nuestra distinta: no es una historia de perdedores, es una historia de vencidos.
Varias novelas suyas indagan en la familia. ¿Qué explica ese concepto sobre el mundo?
En mi experiencia, la historia de la familia me explica quién son yo. Quien escribe contando historias o poemas lo que hace es reconstruirse. Todo autor es alguien que escribe porque le falta algo. El proceso de su escritura en el curso del tiempo crea una especie de prótesis, llena el hueco de lo que le falta con el intento de conocerse. Con Siete palabras asumí quien era yo, un nieto de campesinos, pero quizás de un modo más determinante, de campesinos muy pobres. La investigación de la historia familiar es básica para la reconstrucción de mi identidad.
Un señor elegante es una novela construida con hechos reales. Aunque esas categorías son inestables, ¿qué aportan las técnicas de la ficción a la búsqueda de la verdad histórica?
El libro me obligó a usar todos los recursos que fui consiguiendo con el tiempo como constructor de argumentos y narrador de historias. Se abre en muchas direcciones. Me sentí muy libre y por eso no es un libro que responda a una categoría exacta. Cuenta una historia, usa los mecanismos de la ficción para conseguir interés del lector.
Por cierto que en Fóra de si y en Un señor elegante los protagonistas son médicos.
Probablemente porque busco situaciones límite. El conocimiento verdadero es experiencial, no intelectual. Soy muy deudor de Walter Benjamin en muchos sentidos y también en ese. Además son cirujanos, lo más parecido al militar.
¿En qué?
El militar es alguien que mata, y el cirujano es alguien que trabaja en el mismo umbral, también actúa sobre la vida humana, salvándola o no. Pero trabaja en el mismo límite entre la vida y la muerte, y ese límite está en el cuerpo. Ramón Baltar es un médico militar. Por cierto, que este sigue siendo un Estado fundado por militares en Burgos, y el jefe del Estado es el jefe de los ejércitos. Es un país que tiene una cultura pública autoritaria y violenta. Se vio en cómo se reaccionó con los catalanes.
¿Se refiere al referéndum de 2017?
Sí, las personas llevaban una papeleta en la mano y les pegaban. Se desencadenó el odio. Eso no nace de la nada, nace de la naturaleza de este Estado. Es curioso que en el debate público de un Estado fundado por curas y militares no se hable ni de religión ni sobre el ejército y la vida militar. Me interesa el punto de vista de los militares. Un militar intelectual es una persona que sabe cosas que no sabe nadie más. Aquí vivimos en una falsa inocencia infantil en que fingimos que las cosas más decisivas no existen. Así es la vida pública española.
Un señor elegante se va a publicar también en catalán, en traducción de Eduard Velasco. Su audiencia como intelectual que interviene en el debate público es superior en Catalunya que en Galicia. ¿A qué cree que se debe?
Es un retrato de mi situación como intelectual. En España no tengo lugares donde participar y en Galicia tampoco hay muchos lugares para abrir debates. Los verdaderos debates intelectuales son muy minoritarios y no hay espacios que puedan llegar a sectores amplios de la sociedad. Y Catalunya es una sociedad que tuvo siempre un gran debate y una gran diversidad cultural e intelectual. De Catalunya llegaron siempre las ideas modernas y las ideas de apertura. España tenía que haber sido catalanizada, pero España es Madrid y Madrid no se deja catalanizar. Siempre aprendí de los catalanes. Y es cierto que me atienden y me respetan. Es un regalo, un privilegio. Que no me hagan caso en Madrid es lógico, hacen bien. Es una sociedad que no practica el debate abierto.
¿Y en Galicia?
El otro día en twitter hubo un pequeño intercambio sobre la recepción de Gramsci en Galicia. Eso le puede interesar a poca gente, pero tiene que haber un lugar donde se pueda discutir nuestra propia historia de las ideas políticas. Y no lo hay. Galicia es una sociedad más rica de lo que parece. Pero hay un problema físico, esas siete ciudades. Son una riqueza pero no permiten algo que es necesario, la masa crítica. Si hubiere una ciudad que juntara 900.000 personas, con esas cabeciñas que hay por ahí podríamos conformar muchas cosas, plataformas de opinión, fuerza política, iniciativas empresariales, sociales... Pero no se da la masa crítica.
¿Por eso Un señor elegante reivindica una burguesía culta y propia que no llegó a cuajar en Galicia?
Con este libro lo que me gustaría es modificar la percepción de nosotros mismos como gallegos, porque es una historia alegre. Historias de víctimas, de fracasos, de campesinos y marineros, hay a patadas. Lo que no tenemos es una historia de burgueses alegres, comprometidos con su país, portadores de optimismo y de firmeza. Esa es la historia de esta familia hasta 1981.
Fue Premio Nacional de Narrativa por Trece campanadas en 2003. Pasaron años, y en los últimos tiempos el Ministerio de Cultura está reconociendo a las poetas gallegas. ¿Hay un cambio de perspectiva en el centro o apenas es cuestión de la conformación de los jurados?
El Estado español es un estado castellano madrileño sin vuelta, castizo. La lengua del Estado es el castellano. Eso no tiene vuelta atrás. Lo que pasa es que hay una dinámica propia de los jurados. Desde el principio se instituyó una composición de los mismos en que hay representantes vascos, gallegos y catalanes, y puede ayudar. En lo que sí hay un cambio es en el proceso de nuestra literatura. Asisto a cambios de envergadura con un componente lógicamente generacional. Hay un horizonte de expectativa distinto. Hace años había comisarios políticos que nos controlaban ideológicamente no sólo la obra, sino la expectativa vital y profesional. Eso desapareció, y hay escritores que escriben con naturalidad, con expectativa de ser traducidos a otras lenguas y con expectativa de que se lea su obra, de que sea atendida, y en el caso de algunos que hacen literatura para gran público pues con la esperanza de triunfar por número de lectores.
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