La auténtica Margaret Thatcher: diez claves sobre la líder tory
Matthew Parris, diputado tory entre 1979 y 1986, contó en una ocasión a Margaret Thatcher que se había lanzado al Támesis para salvar a un perro. “¿Un perro? ¿En serio que rescataste a un perro?”, respondió ella. “¡Qué cosa más estúpida!” A lo largo de su carrera, Margaret Hilda Roberts (casada con Dennis Thatcher) pronunció frases y protagonizó anécdotas como para llenar varias películas, entusiasmar a sus partidarios y exasperar a sus rivales.
Por encima de su carácter, Thatcher, que ha muerto con 87 años, fue probablemente la figura política británica más importante desde la posguerra, en la medida en que cambió el discurso político y lo hizo de forma que su legado se prolongó después de ser sacrificada por sus compañeros de partido. Existe el consenso casi general de que tanto Tony Blair como Gordon Brown continuaron, obviamente no de forma exacta, algunos de los principios de su política.
La influencia de sus ideas ha hecho que tanto sus partidarios como sus enemigos hayan desarrollado un mito de Thatcher. Como es habitual, la realidad admite varias interpretaciones. Lo que no se puede negar es su influencia.
1. ¿Tuvo que afrontar Thatcher la discriminación contra las mujeres en la política?
Sí, aunque precisamente la falta de diputadas en la Cámara de los Comunes le favoreció en los inicios de su carrera. Fue candidata por primera vez en 1950 pero salió derrotada en una circunscripción en la que dominaban los laboristas. Consiguió una cierta popularidad en los medios al ser la mujer más joven que se presentaba a las elecciones. La clave para entrar en la política británica es ser elegido para un ‘safe seat’, un escaño que tu partido suele ganar por amplia mayoría. En 1958, los tories decidieron que necesitaban más mujeres en el grupo parlamentario (el número era ridículamente bajo). Un año después, Thatcher consiguió su ‘safe seat’ y ganó en la circunscripción de Finchley.
En 1959, 25 mujeres (un 3,9%) fueron elegidas diputadas en una Cámara de 630 miembros. Actualmente, hay 142 diputadas (un 21,8%).
Thatcher nunca pensó que tuviera alguna responsabilidad en promover a mujeres para que sean elegidas como cargos públicos. Cuando fue elegida primera ministra, había un 3% de mujeres en los Comunes. Al dejar el cargo, sólo eran el 6,3%.
No estaba a favor de la discriminación positiva, pero eso no quiere decir que no se beneficiara de ella. La derrota tory en 1964 le abrió puertas. Una vieja generación tenía que dejar paso a nuevos políticos. Ella apoyó a Edward Heath. El nuevo líder no la apreciaba mucho, lo que no impidió que la incluyera en el Gabinete en la sombra y después en el Gobierno, como ministra de Educación, tras volver al poder. Heath tenía serias dudas sobre Thatcher, pero la verdad es que no tenía mucho más donde elegir si quería tener alguna mujer en el Gabinete.
Es el inicio de los años 70 y el comienzo de una aguda decadencia en el Reino Unido con gobiernos de ambos partidos completamente superados por las circunstancias. Como ministra de Educación, Thatcher acumuló frustraciones y polémicas. Provocó una furiosa reacción al abolir la leche gratis en los colegios. Eso ayudó a que sus enemigos comenzaran a destacar su aparente dureza inhumana. Sin embargo, la polémica era un tanto exagerada. La leche gratis era un legado del racionamiento de la guerra. En realidad, Thatcher fue una ministra ‘gastadora’. Luchó por su presupuesto y ganó casi siempre. Según dijo The Guardian entonces, era más igualitaria que su predecesor laborista. La primera ministra Thatcher no hubiera tolerado con facilidad a la antigua ministra Thatcher.
2. ¿Fue una líder revolucionaria?
Sí. Desafió lo que allí se llamó el consenso de la posguerra. El origen del Estado de bienestar británico está en el informe Beveridge, presentado en el Parlamento en 1942. Tras la guerra, los laboristas pusieron en práctica las conclusiones del informe, por ejemplo con la creación del sistema público de salud. Los conservadores continuaron esa política al regresar al poder. MacMillan y Heath fueron los primeros ministros tories característicos de esa época. Conservadores, pero pragmáticos.
La primera revolución de Thatcher fue la liberalización de la economía y la reducción cueste lo que cueste del déficit público como prioridad. En un plano político, el reforzamiento de la figura del individuo. “There is no such thing as society” (no existe eso que llaman la sociedad), dijo en una célebre frase. “Hay hombres y mujeres, y hay familias”, explicó, y el Gobierno no puede hacer nada si no es a través de las personas.
Otro cambio radical en la política británica que vino de su mano fue la centralización del Gobierno, el predominio absoluto del Gobierno central sobre todas las demás instituciones y centros de poder. Empezando por los ayuntamientos, que conservaban amplias competencias en educación y vivienda. Y también por el alto funcionariado, el poderoso Civil Service, el baluarte del establishment británico. “Ninguno de ustedes son tan buenos. De lo contrario, trabajarían en el sector privado”, les dijo a los directivos de British Rail (la empresa pública de ferrocarriles).
3. ¿Cómo se convierte en la líder de los tories? ¿Estaba destinada a dirigir su partido?
No. Son la tremenda crisis de los 70 y los errores de otros líderes conservadores los factores que la aupan al poder. Las primeras medidas del Gobierno de Heath en 1971 son claramente liberales. La presión de la crisis de la energía y la contestación social provocan un repentino giro de 180 grados. Las demandas de los mineros y de un sector industrial agonizante son aceptadas y se impone el control de salarios.
El ala más conservadora de los tories estaba dirigida por un grupo de lunáticos aún nostálgicos de los tiempos del imperio. La crisis de los 70 desata un interés por la economía que termina por dar sentido y coherencia a este sector. El líder natural de ese grupo es Keith Joseph, el gran mentor de Thatcher. Para aplicar las medidas con las que pretenden levantar a un país en decadencia, Joseph sostiene que son imprescindibles medidas impopulares a lo largo de un amplio espacio de tiempo y hacer frente al poder de los sindicatos.
Thatcher es su mejor alumna. Empieza a despuntar como líder de futuro y es entonces cuando recibe clases de oratoria y baja una octava el tono de su voz.
La doble derrota de Heath en las dos elecciones de 1974 sella su futuro. Los tories no tienen piedad con los líderes que no están en condiciones de ganar en las urnas. Joseph es el líder natural del sector liberal, pero se autodestruye. Pronuncia un discurso en el que abraza las tesis eugenésicas. Después, a causa del escándalo originado y el acoso de la prensa, se encierra en su casa y decide que no está dispuesto a pasar por eso. Renuncia a disputarle el liderazgo a Heath y Thatcher le sustituye. Nadie cree que vaya a ganar pero sí que puede debilitar a Heath para que surja un tercer candidato. Thatcher tampoco cree en su victoria.
Sorprendentemente para todos, Thatcher gana en primera vuelta con 130 votos, por 119 de Heath. Aprovecha ese impulso con habilidad, demuestra una convicción ausente en sus rivales de la segunda vuelta y vence con mayoría absoluta. Los conservadores le dan el puesto, pero no la lealtad. Muchos creen que ha ganado sólo por efecto del desastre de la era de Heath. Su futuro ministro Norman Tebbit llama a esos años “la larga marcha de Thatcher”.
Ella se mueve con cautela y ofrece puestos en el Gabinete en la sombra a los partidarios de Heath. Aún no puede imponer sus puntos de vista en el partido. Incluso así, Thatcher sabe cómo rentabilizar su condición de cara nueva en un país de políticos avejentados. Viaja por el país y es muy hábil al utilizar la televisión, la prensa sensacionalista y las revistas femeninas para forjar una imagen nueva.
Como líder de la oposición, no quiere asustar. Se mueve con cautela y no busca impresionar al electorado con grandes expectativas. Describe las privatizaciones como revolucionarias, casi impensables. Suena tan moderada que algunos temen que el sector más derechista intente desbancarla. Es una cuestión táctica. Está esperando su momento. “Hay gente en mi partido que aún cree en el consenso. Los considero unos traidores, unos quisling”, le dice a un embajador.
4. ¿Era la líder más popular del país al ganar las elecciones?
No, a pesar de que la situación económica del país es pavorosa a finales de los 70. En 1976, la humillación se completa cuando el Gobierno tiene que pedir un crédito al FMI. A cambio, y en una época de alto desempleo, se ve obligado a recortar el gasto público y controlar el ascenso de los precios. La inflación está desbocada y las protestas laborales son constantes. El Gobierno decreta un aumento del 5% del sueldo de los funcionarios, muy por debajo de la inflación, y queda desautorizado cuando Ford acepta un incremento salarial del 15% para impedir que sus fábricas se vean paralizadas por las huelgas.
Ocho meses antes de las elecciones, algunos sondeos todavía dan ventaja a los laboristas. Las huelgas se ceban en los servicios públicos y el ‘invierno del descontento’ acaba con la credibilidad del Gobierno.
Gran Bretaña es el enfermo de Europa. Y en mitad de todo ese panorama, la popularidad personal del primer ministro laborista James Callaghan resulta ser superior a la de Thatcher. Sin embargo, la líder tory gana las elecciones de 1979 con un 44% de los votos y una mayoría absoluta de 43 escaños.
5. ¿Impone sus ideas desde el primer momento?
No. Incluye en su Gobierno a varios tories del sector moderado e incluso da a uno de ellos, James Prior, la cartera de Empleo. Encargar a uno de los suyos la responsabilidad de hacer frente a los sindicatos “supondría un desafío que aún no estamos listos para afrontar”, diría años después. De hecho, al poco de llegar al poder tiene la oportunidad de enfrentarse a los sindicatos mineros y prefiere no hacerlo. Acepta sus reivindicaciones salariales, porque esperará algún tiempo antes de la ofensiva definitiva. Primero, tiene que cambiar la legislación sindical para dificultar el ejercicio de la huelga.
En el Ministerio de Hacienda, sí coloca a sus partidarios, dirigidos por Geoffrey Howe. La lucha contra la inflación es la prioridad y el coste económico, muy alto. La cura provoca una caída del 6,1% en el PIB en 1980.
La retórica, eso sí, no tiene límites. “The lady is not for turning”, dice en el congreso tory de 1980. La señora no se da la vuelta, es decir, no cambia de opinión. Es muy probable que algunos de los presentes apreciaran una divertida connotación sexual en la frase. No en el caso de Thatcher, que no tenía mucho sentido del humor. Sus asesores incluían algún chiste en los discursos con mucho esfuerzo porque nunca parecía apreciar los golpes de humor. No hay mejor ejemplo de ello que en el congreso de 1990 cuando utilizó no una sino varias referencias a un famoso sketch de Monty Python, el del loro muerto. No las entendió, no sabía dónde estaba la gracia ni tampoco quién era ese Monty Python.
Y mira que el autor de la idea se lo intentó explicar en una escena que los Monty Python habrían firmado sin ningún problema: “Ella no lo entendía. No veía de qué iba. Por eso, buscaron un vídeo del sketch y se lo enseñaron. De alguna manera, la naturaleza surrealista del momento hizo que les pareciera aún más divertido, y les caían las lágrimas por la risa. Ella estaba impasible. Pero le convencimos de que al público le encantaría, y aceptó de forma algo reticente. Luego, justo antes de subir al escenario, se giró y preguntó: 'Ese Monty Python... ¿estás seguro de que es uno de los nuestros?'”
Para encontrar un cambio radical, hay que esperar a 1981, cuando Howe presenta lo que él mismo llama el “presupuesto más impopular de la historia”. Es el monetarismo (“sadomonetarismo”, lo llaman los laboristas) en su máxima expresión.
Los tories caen al tercer puesto en los sondeos. Las divisiones en el Gabinete enfrentan a radicales y moderados, e incluso algunos partidarios de Thatcher creen que se está yendo demasiado lejos. Una reunión del Gobierno en julio de 1981 acaba con una tempestad de críticas contra la política económica, un momento muy diferente a la imagen tradicional de una Thatcher que impone la más dura disciplina a sus ministros.
El país ha salido de la recesión pero sigue en crisis. El crecimiento es sólo del 1,7% en 1981 y del 2,2% un año después, insuficiente para recuperar lo perdido. El paro llega a los tres millones, los tipos de interés están en el 16%. Los conservadores se hunden hasta el 23% en las encuestas. Thatcher es la primera ministra más impopular desde el inicio histórico de los sondeos.
La recuperación económica de 1982 ayuda a los conservadores a recuperar posiciones. El nuevo partido socialdemócrata, escisión de los laboristas, sigue ganando elecciones parciales, lo que hace pensar que en los siguientes comicios ningún partido tendrá la mayoría absoluta. En esas condiciones, es muy poco probable que la odiada Thatcher pueda estar al frente de un Gobierno de coalición.
Todo cambia cuando una dictadura dirigida por un borracho (Galtieri) invade las Malvinas.
6. ¿Estaba Thatcher obligada a defender las Malvinas?
Ahora nos parece que Londres no tenía otra opción que hacer frente a la agresión de la dictadura argentina. Entonces, no estaba tan claro. La fuerza naval británica no era la del pasado. La distancia con el Atlántico Sur, un obstáculo logístico impresionante. La postura de la Administración de Ronald Reagan, un tanto reticente, porque no quería ponerse claramente del lado de su aliado de Londres y abandonar a los militares argentinos, que eran claves en su estrategia anticomunista en Latinoamérica.
Thatcher no dudó en ningún momento. Y tuvo esa experiencia de guerra que permitió a los británicos recuperar cierta mística nacional que fue tan habitual en los años de la Segunda Guerra Mundial. Esta vez, las islas británicas no estaban en peligro, pero en términos propagandísticos Thatcher no le sacó menos réditos políticos.
La decisión más polémica de la guerra fue el hundimiento del General Belgrano, el buque de guerra argentino que se estaba alejando de la zona de exclusión en torno a las Malvinas impuesta por Londres. El almirante Woodward, jefe de la operación militar, envió a uno de sus hombres a la residencia de la primera ministra en Chequers, y en la misma entrada recibió rápidamente el visto bueno al ataque. Después, el Gobierno intentó encubrir los hechos.
7. ¿Cuándo disfrutó Thatcher de un poder absoluto?
La victoria de las Malvinas y la mejora de la situación económica –el PIB creció un 4,3% en 1983– hacen que los tories entren en mucho mejor estado en 1984. Además, los laboristas han realizado un giro completo a la izquierda, liderados por Michael Foot, tan a la izquierda que casi entregan la reelección a Thatcher en bandeja de plata.
Es en su segundo mandato cuando se ocupa de la misión que tiene pendiente. Coloca a un duro al frente del Consejo Nacional del Carbón. Aprovisiona de carbón las centrales para que una posible huelga tarde muchos meses en causar problemas de suministro. Y espera a que los sindicatos respondan a la política de cierre de las minas que sólo se sostienen por las subvenciones públicas.
El sindicato de los mineros, dirigido por Arthur Scargill, está dispuesto a librar la guerra hasta el final. No hay margen para las negociaciones. Ningún bando quiere ceder. Los 66.000 mineros de Yorkshire habían votado tres años antes a favor de la huelga si se cerraba un solo pozo mientras quedara carbón que sacar. Scargill impone la solidaridad con esos mineros y se niega a que haya una votación nacional de todos los militantes sindicales.
El 5 de mayo de 1984, los mineros de Yorkshire se declaran en huelga ante el inicio de los cierres. Abandonan los pozos a los que no volverán hasta un año después. En algunas zonas del país, los piquetes no pueden impedir que algunos mineros no secunden la huelga. El momento más dramático es la batalla de Orgreave, en junio de 1984. 5.000 mineros se dirigen a bloquear la planta, pero la policía ha tomado posiciones antes con un número similar de agentes. Durante todo un día mineros y policías intercambian cargas y golpes. Al final, los primeros no pueden impedir que los camiones salgan cargados de carbón.
Durante meses, las familias de los mineros no reciben salarios y viven de la ayuda del sindicato y donaciones caritativas. Scargill mantiene una postura férrea en los negociaciones, pero el apoyo a la huelga se va diluyendo. En marzo de 1985, un congreso del sindicato minero aprueba poner fin a los paros por 98 votos a 91.
Thatcher ha vencido. El plan de cierre de los pozos no rentables se acelera. Es el comienzo de los años de poder incontestable para la primera ministra. No es que la economía haya despegado por completo. El crecimiento cae al 2,1% en 1984. Muchos analistas creen que el periodo que va de 1985 a 1989 (inicio de la revuelta del ‘poll tax’) es cuando Thatcher impone su voluntad al partido y al Gobierno sin ningún tipo de contrapeso. Las privatizaciones alcanzan a todos los sectores, excepto el servicio de correos (Royal Mail). Ya no hay ministros tories que discutan el poder de la jefa de Gobierno.
8. ¿Cuál fue la razón de la caída de Thatcher?
La arrogancia suele ser una consecuencia del poder absoluto. “Nadie recordaría al buen samaritano si sólo hubiera tenido buenas intenciones. También tenía dinero”, había dicho en 1980. Con esa extraña filosofía, impone a los ayuntamientos el ’poll tax’. Si quieren ofrecer servicios, deberán pagarlos con sus fondos. El impuesto es completamente regresivo. Obliga a los ciudadanos a contribuir por igual, independientemente de su nivel de renta o de la ciudad o barrio en que residen. La injusticia de la medida es manifiesta. Pagan lo mismo los millonarios de los barrios finos de Londres y los habitantes de las zonas más depauperadas de Liverpool o Glasgow.
Esta vez, son la clase media y los jóvenes los que se lanzan a la calle. Los conservadores son conscientes de que Thatcher no cederá y que eso les llevará a la derrota. Además, las relaciones con Europa provocan una confrontación total dentro del partido, que se prolongará también en los años de John Major. Thatcher alimenta el alma euroescéptica de los tories. Varios ministros creen que su obstinación va contra los intereses del país.
Es la división sobre Europa, la que origina la dimisión del viceprimer ministro, Geoffrey Howe, y su discurso en la Cámara de los Comunes, que revela que Thatcher no dirige ya a un partido unido. El exministro Heseltine se ve obligado a adelantar el desafío por el liderazgo. Thatcher se confía y no admite ni como hipótesis no ser reelegida por amplio margen en la primera vuelta.
Derrota a Heseltine en la votación, pero sin llegar a la mayoría absoluta. Si bien es casi una humillación, está dispuesta a continuar luchando. Los pesos pesados del partido le convencen de que obtendrá aún menos votos en la segunda ronda. Nadie se atreve a decirle que no le va a votar. Todos le cuentan que serán otros los que no lo hagan.
9. ¿Supuso el fin de Thatcher el triunfo definitivo del thatcherismo?
Sí, por extraño que parezca. El electorado conservador y muchos medios de comunicación vieron la retirada de Thatcher como un ejemplo nefando de traición a la altura del asesinato de Julio César. En realidad, fue un cálculo frío y hasta obvio. Los tories se encaminaban a una derrota electoral que podía echar abajo una década de cambios políticos.
La victoria de 1992 fue decisiva. Si Thatcher hubiera seguido y perdido esas elecciones, un partido laborista no reformado habría llegado al poder y descompuesto todo el edificio thatcheriano. Esa victoria forzó la retirada de Neil Kinnock y la elección posterior de Tony Blair como líder laborista, tras el paréntesis de John Smith, fallecido por un infarto.
En el libro ‘Thatcher & Sons’, el periodista Simon Jenkins lo explica muy bien. Major, Blair y Brown convirtieron el thatcherismo en irreversible. La liberalización de la economía, la máxima flexibilidad laboral, la apuesta por el sector financiero, la negativa a desarrollar una política industrial a través de la intervención del Estado y la desconfianza en las instituciones europeas se convirtieron en el discurso oficial. Blair llevo la privatización a cada rincón de la economía y fue el primer ministro más autoritario de los tiempos modernos, en expresión de Jenkins, si por autoritario entendemos su capacidad de imponer sus ideas a otras instituciones. El proceso de concentración del poder en Londres se completó. Blair aprobó la devolución de poderes a Escocia y Gales, pero la tradicional autonomía local del Reino Unido se convirtió en un recuerdo del pasado.
Gordon Brown se ocupó de que descarrilara el tímido proceso puesto en marcha por Blair para que el Reino Unido pudiera unirse al euro (lo que en estos momentos no parece desde luego un error). El partido conservador quedó completamente marcado por el desdén de Thatcher hacia la UE. Hoy todos sus diputados, con un puñado de excepciones, son euroescépticos.
10. ¿Hablaba realmente Thatcher como Meryl Streep en la película 'La Dama de Hierro'?
Sí. Charles Moore, autor de la biografía oficial de Thatcher, lo confirmó sin ninguna duda. Sólo apreció una diferencia: la forma de caminar no era exactamente igual.