La estrategia del miedo: el espejismo con el que Trump intenta ganar las elecciones
Quedan menos de dos meses para las elecciones y Donald Trump cree saber cómo ganar. Quiere presentarse como “el candidato de la ley y el orden” frente a los “agitadores anarquistas” de “las ciudades demócratas infestadas de crimen”. Confía en que el bombardeo de imágenes de protestas y contraprotestas, de disturbios y abusos policiales, ponga otra vez de moda una canción que los republicanos llevan interpretando con éxito desde hace décadas: aquí lo que hace falta es mano dura.
El planteamiento puede funcionar, pero tiene varios problemas fundamentales. El primero es que cuando Trump promete “ley y orden”, a diferencia de Nixon en 1968 o Reagan en 1980, él ya es presidente. Normalmente uno denuncia que hay caos cuando está en la oposición, no cuando está en el gobierno y debería ser capaz de solucionarlo. El segundo problema de su estrategia es que, aunque se esfuerce cada día en pintar un panorama apocalíptico de crimen y violencia, los datos no respaldan una realidad tan extrema y menos aún que sea consecuencia de las protestas antirracistas.
Más muertes, pero... ¿por qué?
No hay una ola de crimen comparada a la décadas pasadas, pero el número de asesinatos está creciendo en las grandes ciudades respecto al año pasado, en algunos lugares por encima del 20%. Los robos y los homicidios han aumentado en las metrópolis tras los meses más duros de confinamiento, en particular a partir de mayo, aunque hay que tener en cuenta que 2019 fue un año de récord a la baja en la tasa de asesinatos en las grandes ciudades.
A pesar de esto, no hay ninguna evidencia de que ese aumento en las muertes violentas esté relacionado con las manifestaciones de Black Lives Matter o con los disturbios que a veces las suceden. Esos homicidios, salvo en casos contados, suceden en lugares y contextos completamente diferentes a los de las protestas y pueden tener otras explicaciones.
Algunas de las posibles razones que se han dado para el aumento de los asesinatos tienen que ver con el coronavirus: el aumento repentino de la pobreza, los jóvenes sin colegio durante meses, las familias conviviendo muchas más horas de lo habitual, el aumento espectacular de la venta de armas durante la pandemia o la puesta en libertad de algunos presos por temor a que se contagien en las cárceles. A pesar de las generalizaciones de Trump, no está nada claro. Los crímenes suelen crecer con la llegada del verano y en grandes ciudades como Nueva York o Chicago, el aumento de los asesinatos pasó antes que las protestas.
El único vínculo razonable que se ha propuesto entre el aumento de la violencia y las manifestaciones antirracistas es la posibilidad de que el crecimiento de los asesinatos tenga que ver con una menor vigilancia policial. La teoría viene a decir que, al haber más agentes ocupados en vigilar las protestas o aplacar los disturbios, están dejando de hacer parte del trabajo policial que evitaba esas muertes. También está la posibilidad, poco agradable de contemplar, de que cuando los agentes se conciencian tras una desgracia y emplean menos violencia, eso haga subir la criminalidad. Es un fenómeno que se ha estudiado después de casos de brutalidad policial en Ferguson o en Baltimore.
Una mentira histórica
En cualquier caso, el discurso apocalíptico que Trump ha heredado de Nixon y Reagan resiste mal la comparación histórica. Sus dos antecesores prometían cambios profundos en momentos complicados (la guerra de Vietnam y la segunda crisis del petróleo), mientras que Trump ha presidido una gestión desastrosa de la COVID-19. El énfasis de Nixon por la “ley y el orden” tenía algo más de sentido ya que cuando llegó al poder la incidencia de crímenes violentos se había duplicado en menos de una década. Del mismo modo, la tasa de asesinatos por habitante en Estados Unidos nunca había estado tan alta como el año que Reagan ganó las elecciones. La situación actual de la criminalidad, por mucho que insista Trump, tiene poco que ver.
En los últimos 27 años, la tasa de crímenes violentos en EEUU se ha reducido a la mitad. Incluso en esas “ciudades demócratas” que Trump demoniza y donde efectivamente están empeorando ahora las cifras, estamos muy lejos de vivir una emergencia: en Nueva York subieron los asesinatos el año pasado, pero se produjeron menos de la mitad que en el año 2000. Chicago ha tenido un verano complicado, pero el año pasado tuvo un 25% menos de muertes que el año que Nixon ganó y un 43% menos que en el de la victoria de Reagan.
Un mensaje para un público
Las cifras son elocuentes, pero Trump sabe que muchos de los votantes no tienen esas estadísticas en la cabeza. De aquí a las elecciones va a intentar transmitir esa idea de que todo se desmorona y de que es culpa de los alcaldes demócratas, que gobiernan la inmensa mayoría de las grandes urbes y que, según el relato del presidente, están empeñados en no pedirle ayuda. Él dice que está listo para intervenir, aplicar mano dura y acabar con las protestas, pero que no le invitan. El mensaje, en definitiva, es que su rival Joe Biden está en manos de los radicales demócratas y que si gana habrá cuatro años de desorden, incendios y saqueos.
Trump se dirige fundamentalmente a un público muy concreto de votantes blancos, particularmente mujeres, que le votaron en las elecciones de 2016 y que ahora se han planteado abandonarlo. Espera convencerlas de nuevo con un argumento que los republicanos han usado en muchas ocasiones: “mira cómo están las ciudades, gobernadas por demócratas, ¿quieres que esa violencia llegue a tu urbanización a las afueras?”. Durante décadas esas zonas residenciales conocidas como suburbs han sido la clave del poder republicano, el hogar de millones de estadounidenses blancos que huyeron de la ciudad, y ahora Trump las necesita para seguir en el cargo.
Joe Biden cree que puede demostrarle a esos votantes que es un demócrata diferente, un moderado que no tiene nada que ver con el retrato que le hace Trump cada día. Los demócratas también piensan que los suburbs de hoy son más diversos y más difíciles de aterrorizar que los de hace 40 años. Veremos quién resulta más convincente.
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