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El periplo de Sviatlana: 8.200 kilómetros y seis meses para huir de Lukashenko a toda costa

Sviatlana es una gran fan de Bansky. El primer tatuaje se lo hizo en Mogilev y el segundo en Kiev, cuando su viaje estaba llegando a su fin.

Denis Vejas

24 de julio de 2022 21:12 h

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Sviatlana nos recibe en su nueva casa de Lentvaris, en el este de Lituania, y parece relajada. Lleva trenzas de colores y un top que deja ver los tatuajes inspirados en ilustraciones de Banksy en el hombro. Esta mujer de 40 años es originaria de Maguilov, una ciudad del extremo oriental de Bielorrusia. Esta región fue en su día el bastión del presidente Alexander Lukashenko: es el lugar donde nació el mandatario, y todavía goza de más apoyo en esta zona que en cualquier otra parte del país.

Como madre soltera de un hijo y dos hijas -Aleksey, de 15 años, Taisiya, de 13, y Alina, de 6-, Sviatlana siempre se había definido como apolítica. Aunque nunca ha apoyado a Lukashenko y participó en un par de mítines de la oposición en 2011 y 2017, ha llevado la mayor parte del tiempo una vida familiar tranquila con sus hijos y su madre Tamara, y ha trabajado como técnica electrónica, arreglando ordenadores portátiles, teléfonos y otros dispositivos informáticos.

Todo eso cambió en el verano de 2020, cuando decidió presentarse como voluntaria y ser observadora independiente en su colegio electoral durante los comicios. El día de las elecciones, el 9 de agosto, la hicieron esperar en la calle junto a otros tres observadores mientras los funcionarios contaban los votos. “Es imposible que Lukashenko consiguiera el 80% de los votos... contamos al menos el 50% para Tiachanovskaya (la candidata de la oposición que representa al movimiento democrático). Los ciudadanos vinieron a votar vestidos de blanco e hicieron señales de victoria o de corazón para demostrar que la apoyaban”, explica Sviatlana.

Esa misma noche comenzaron las detenciones. La unidad especial de la policía bielorrusa, Omon, detuvo a algunos amigos de Sviatlana. La versión oficial: haber asistido a un encuentro multitudinario no autorizado. Según el medio Mogilev Online, ese día fueron detenidas cientos de personas. Se desconoce la cifra exacta, pero en el periodo comprendido entre el 9 y el 12 de agosto, todos los centros de detención de la ciudad estaban desbordados, y fue necesario distribuir a los presos restantes entre las comisarías locales de toda la región de Maguilov.

A mediados de septiembre, Sviatlana había empezado a asistir a manifestaciones pacíficas en Maguilov y se había unido a un grupo de Telegram gestionado por opositores al régimen. Un mes después estaba en el radar de los servicios de seguridad y recibió su primera citación policial. “Me llamaron al Departamento de Policía del distrito como testigo, pero salí con un expediente -que se apoyaba en el artículo 23.34- en mi contra”. 

Muchos bielorrusos se aprendieron rápidamente el artículo 23.34 durante los meses de manifestaciones pacíficas que siguieron. Es un artículo de una sección del Código de Infracciones Administrativas que se refiere a la “violación de la organización o celebración de reuniones o actos públicos”. Este artículo se utiliza para justificar arrestos y detenciones ilegales, así como multas, palizas y abusos. Literalmente, cualquier persona que asista a cualquier tipo de manifestación puede ser detenida por ello. La organización de derechos humanos Viasna, con sede en Minsk, afirma que en el último año se han producido más de 33.000 detenciones y más de 1.000 casos de tortura en las cárceles del país.

Amenazas y espantapájaros

Poco después de su primera detención, Sviatlana fue llevada de nuevo a la comisaría. Esta vez el policía de guardia llegó a amenazarla con menciones a sus hijos cuando ella se negó a proporcionar los nombres de las personas que habían organizado las protestas. 

“Uno de los detectives, Timur Pachomenko, es conocido por ser un auténtico sádico. Sabía dónde estaban mis hijos. Me negué a firmar el protocolo, pero me amenazaron: 'Ahora vamos a recoger a tu hijo del instituto y a tu hija mayor de la escuela de música. ¿Y qué pasa con tu pequeña? ¿Está en la guardería? También la vamos a recoger'. [...] Me dijeron que iban a dar a mi hija en adopción a una 'familia normal', y que era necesario esterilizar a las mujeres como yo”.

Al final, Sviatlana cedió. Firmó los papeles sin dar ningún nombre. El 11 de noviembre se enfrentó a un tribunal y fue multada con el equivalente a unos 150 euros. Poco después de la vista, empezó a recibir visitas del Departamento de Servicios para la Infancia y la Familia. Los funcionarios le dijeron que habían recibido una llamada anónima sobre violencia y consumo de alcohol en la familia. 

Comprendí que a partir de ese momento tendría que esconderme. Y esconderme con niños sería mucho más difícil

El 13 de noviembre todo el país se quedó conmocionado con la detención y muerte del artista bielorruso Roman Bondarenko. Fue detenido frente a su casa por policías de paisano, y más tarde fue golpeado brutalmente en un centro de detención de Minsk. Tras estos acontecimientos, Sviatlana decidió que no podía permanecer callada. Los miembros de su grupo de Telegram organizaron una manifestación que acabó siendo fatídica para todos los implicados. Los participantes llevaban la bandera blanca-roja-blanca (la bandera de la República Popular Bielorrusa que utilizan los manifestantes mientras que la bandera oficial es roja y verde) y exhibieron espantapájaros con los rostros de Lukashenko y Ermoshina, miembro de la comisión electoral central de Bielorrusia. Según afirmó más tarde la policía, ese acto causó un “sufrimiento insoportable” a Lukashenko.

El calvario de Sviatlana comenzó unos días después, cuando la policía se presentó en su casa. La llevaron al Comité de Investigación para hablar del incidente de la manifestación con espantapájaros. Sviatlana sentía que ya no estaba segura. Consiguió borrar sus dos teléfonos. “Mientras me interrogaban pedí ir al baño, donde tiré mis dos tarjetas SIM por el retrete, ya que sabía que podían restablecer mis contraseñas de Telegram”.

Más tarde, el investigador principal la llamó aparte a una habitación sin vigilancia y le pidió que proporcionara toda la información que pudiera sobre las protestas, amenazándola con ponerla en la cárcel si no lo hacía. Al final, Sviatlana decidió declarar. “Sobre todo les pasé información que en realidad ya tenían, y traté de no perjudicar a nadie, sólo confirmé lo que ya sabían”, asegura. A las tres de la madrugada dejaron que se marchara.

A la mañana siguiente, la policía registró su casa. Por suerte, Sviatlana había escondido todos sus discos duros días antes, así que no encontraron nada. Ese fue el momento en que tomó la decisión de huir. Esa misma noche hizo las maletas y, junto con sus hijos, tomó un autobús a Minsk.

La huida

Sviatlana y sus tres hijos llegaron a la capital bielorrusa en una fría tarde de noviembre. Tras llegar a Minsk, pasaron la noche en casa de una activista local llamada Olga Krachiova, que también planeaba abandonar el país. A la mañana siguiente cogieron juntos el primer autobús hacia Ashmyany, una ciudad fronteriza entre Bielorrusia y Lituania. Poco después de llegar a la ciudad, mientras almorzaban, Sviatlana recibió una llamada de una amiga activista de Maguilov. La policía ya la estaba buscando.dd

Kamenny Log es el principal punto de paso entre Vilna y Minsk. La mayor parte del tiempo está muy congestionado con camiones y autobuses que viajan entre las dos capitales. Está prohibido cruzar la frontera a pie. Cuando Sviatlana, Olga y los niños se bajaron del taxi que los había llevado hasta allí, tuvieron que hacer autostop para continuar su viaje. Una furgoneta llena de trabajadores de camino a Lituania se detuvo y los llevó hasta el primer puesto de control.

Al llegar a la frontera, a Sviatlana le dijeron que no podía pasar. Los agentes fronterizos no le dieron ninguna razón, pero sellaron su pasaporte con un requerimiento que le prohibía salir del país. Le aconsejaron que se pusiera en contacto con la policía local para que le dieran una explicación. En ese momento, la familia se vio obligada a separarse. “Comprendí que a partir de ese momento tendría que esconderme. Y esconderme con niños sería mucho más difícil”, recuerda Sviatlana. Preguntó si sus hijos podían continuar su viaje con Olga, y el oficial de fronteras accedió. Sviatlana dio los pasaportes de sus hijos a la activista y se quedó con el teléfono de su hija. “Recuerdo que veía cómo mi hija se alejaba, y pensé que probablemente esa sería la última vez que vería a mis hijos... ese fue el momento más aterrador de mi viaje”, afirma Sviatlana. Hasta el día de hoy, no puede entender por qué el agente fronterizo dejó que sus hijos cruzaran la frontera. Lo más probable, especula, es que asumiera que Olga era una pariente lejana.

Según las estadísticas oficiales, que ya no están disponibles en el sitio web del Departamento de Migración de Bielorrusia, 13.500 personas abandonaron el país en los meses posteriores a las elecciones presidenciales. Poco después, a partir del 20 de diciembre, Bielorrusia cerró completamente sus fronteras con todos los países vecinos, excepto Rusia. Al impedir la salida de sus ciudadanos, salvo en circunstancias excepcionales, el régimen ha convertido en rehenes a todos los que no están de acuerdo con sus políticas. La explicación oficial fue la necesidad de evitar la propagación del COVID-19 (aunque Lukashenko ha restado importancia al peligro del virus y ha llegado a afirmar que las mejores curas para cualquier enfermedad son el vodka, las saunas y el hockey sobre hielo).

En Kamenny Log, los agentes fronterizos metieron a Sviatlana en un autobús de vuelta a Maguilov. Sin embargo, consiguió escapar una vez más, cerca de Ashmianay. “Estaba histérica. No tenía conexión a Internet ni noticias. Para calmarme fui a una iglesia católica, aunque soy ortodoxa... pero creo que, en una situación así, no importa realmente a qué dios rezas”. 

¿Te imaginas? Estás sentada en una habitación alquilada por la noche sin ninguna posesión. Y tienes que redactar un documento oficial para proteger a tus hijos…

De vuelta a Ashmianay, sola, se recompuso y alquiló un lugar para pasar la noche. Recibió noticias de Olga de que seguían en la frontera. Una ONG local, Dopomoga, había organizado un corredor humanitario y sus voluntarios esperaban a Olga y a los niños al otro lado. Sin embargo, los funcionarios lituanos exigieron a Sviatlana algunos documentos escaneados para confirmar que confiaba sus hijos a Olga.

“¿Te imaginas? Estás sentada en una habitación alquilada por la noche sin ninguna posesión. Y tienes que redactar un documento oficial para proteger a tus hijos…no tenía bolígrafo ni papel. Encontré un lápiz y un trozo de papel pintado rasgado. Garabateé una declaración formal, la firmé y ese papel permitió que mis hijos pudieran entrar en Lituania con Olga”.

Sviatlana había sido incluida en una lista de personas que tenían prohibido salir del país. En Maguilov, su amiga Yulya, miembro destacado del grupo local de Telegram, fue interrogada por el investigador del caso del espantapájaros. Según Yulya, cuando la investigadora se dio cuenta de que Sviatlana había huido, explotó y declaró que iba a organizar una cacería para encontrarla. Quedarse en Ashmianay ya no era una opción.

Destino, Rusia

A la mañana siguiente, los activistas ya se habían puesto en marcha para ayudar. Dos personas procedentes de Minsk llevaron a Sviatlana a Vitebsk, una ciudad del noreste de Bielorrusia, a una hora de la frontera rusa. La zona alberga una red de ONG y voluntarios que trabajan a través de las fronteras entre Bielorrusia y sus países vecinos, para apoyar a personas en situaciones como la de Sviatlana. En este caso, los activistas lituanos, que conocieron a los hijos de Sviatlana en la frontera, se pusieron en contacto con los voluntarios de Minsk y les pidieron que vinieran a recogerla.

Sviatlana llegó a Vitebsk tras tres horas y media de viaje, y otros activistas locales la acogieron y escondieron durante los dos días siguientes. “Conocí a personas increíbles en Vitebsk, María y Aleksandr. Por desgracia, Aleksandr está ahora en la cárcel... Me dieron alojamiento y comida. En ese momento casi no tenía dinero, sólo me quedaban 100 euros”.

También la ayudaron a preparar una solicitud de visado letón de última hora. El plan era llegar a Rusia ilegalmente y luego intentar cruzar al estado báltico. Las fronteras entre Bielorrusia y Letonia están demasiado vigiladas para entrar directamente. Sin embargo, este no es el caso de Rusia, ya que la frontera es mucho más larga. En la mayoría de los casos, los ciudadanos rusos y bielorrusos pueden viajar sin visado a través de la frontera, simplemente mostrando un documento de viaje en uno de los puntos de control. Sin embargo, dado que Sviatlana tenía prohibido salir del país, no podía correr el riesgo de tener que lidiar con los agentes.

Tres días después, gracias a la ayuda recibida, Sviatlana se dirigió a la frontera rusa. Los contrabandistas locales, que conocen la zona, suelen facilitar el cruce ilegal. La furgoneta que tomó Sviatlana estaba llena de gente, entre ellos muchos ciudadanos de Asia Central que esperaban encontrar trabajo en Rusia.

“Nunca olvidaré esa travesía. Fuimos por caminos de tierra y a través de pequeños pueblos hasta que llegamos a un campo. Allí había un tractor. Se conectó un cable a la furgoneta y nos arrastró por la hierba. Al final del campo, había un barranco y un arroyo con un puente de fabricación casera. Los coches ya nos esperaban al otro lado del barranco. Nos dividimos y nos llevaron a donde teníamos que ir; algunos a Smolensk, otros a Bryansk, otros incluso más lejos”.

Escondida

Una vez en Rusia, Sviatlana se bajó en Smolensk y esa misma tarde, tras un par de transbordos más, llegó al paso fronterizo letón de Burachk, al este de Rusia. Por desgracia, una vez más, no pudo entrar. Un acuerdo entre Rusia y Bielorrusia de 2015 dicta que si una de las partes prohíbe a una persona salir del país, la otra tiene derecho a denegar también el tránsito. 

“Me alegra que no me detuvieran. Vieron un sello en mi pasaporte que indicaba que tenía prohibida la salida de Bielorrusia y llamaron a un tipo del Servicio Federal de Seguridad. Supongo que era del FSB, porque ¿qué otra cosa podría ser? Un hombre corpulento vestido de negro, que no era precisamente muy hablador... Empezó a hacer preguntas y a anotar información. [...] La mayoría de las veces le dije la verdad, y parecía que estaba muy molesto por haber tenido que despertarse y venir a medianoche. Otros guardias se mostraron muy amables conmigo, y curiosos sobre la situación en Bielorrusia. Finalmente, a las 3 de la madrugada me denegaron oficialmente la entrada. Los oficiales me subieron a un camión que volvía a Rusia y me aconsejaron tácitamente que me escondiera en algún lugar del país”.

Un par de horas más tarde, en la fría madrugada del noviembre ruso, Sviatlana dejó el camión en medio de la nada y, con sólo su mochila, se dirigió a la ciudad más cercana a pie. Se gastó casi todo el dinero que le quedaba en un albergue.

A la mañana siguiente se puso en contacto con activistas rusos locales, que fueron a verla ese mismo día. Le dijeron que era peligroso que se quedara en el albergue. Afirmaron que habían sido testigos de una situación similar con otro refugiado en el pasado reciente: poco después de que se hubiera registrado, la policía había aparecido para detenerlo.

El clima político de Rusia también se estaba caldeando en ese momento, tras el envenenamiento del líder de la oposición Aleksey Navalny el 20 de agosto. Las personas que escondían a Sviatlana en Rusia eran activistas locales que luchaban contra el régimen de Putin. La pusieron en contacto con ellos a través de la misma red de activistas que la habían ayudado en todo momento. Unas ONG lituanas con vínculos con otros grupos de la región actuaron como mediadoras en la comunicación.

Los activistas escondieron a Sviatlana en su piso, proporcionándole comida y otras necesidades. En ese momento sabía que no podría salir de Rusia legalmente, y que tarde o temprano la policía la encontraría. Un par de semanas después intentó cruzar ilegalmente a Ucrania. Afirma que los guías que debían ayudarla eran delincuentes, y la operación fracasó.

La espera de los niños

Desde que la familia salió de Maguilov, Tamara, la madre de Sviatlana, tenía muchas dificultades para conciliar el sueño y perdió peso a causa del estrés. No tenía ni idea de cómo le había ido a su hija y a sus nietos en la frontera. Finalmente, Aleksey envió un mensaje de texto a uno de sus antiguos compañeros para decirle que estaba en Vilna. Fue así como Tamara supo que la familia se había visto obligada a separarse.

Durante su primer mes en Lituania, Olga cuidó de los tres niños. Después, a partir de mediados de diciembre, los niños se movieron entre diferentes familias, hasta el 11 de enero, cuando su abuela pudo finalmente viajar a Lituania. En este tiempo, los niños cambiaron de hogar en cuatro ocasiones y se vieron obligados a moverse constantemente entre albergues, apartamentos y el cuidado de diferentes adultos.

“Siempre tuvimos la esperanza de que mamá pronto podría reunirse con nosotros”, recuerda Aleksey, el mayor: “Nos cuidaban diferentes personas y, en ese sentido, nunca nos sentimos abandonados, ni nos faltó nada (...) pero siempre tuvimos la sensación de no pertenencia, de que la gente nos miraba con desprecio por hablar ruso (...) Me sentí triste... sin amigos... sin familia... y las personas que nos cuidaban... eran unos completos desconocidos”.

Dos ONG en particular -Nash Dom y Dopomoga- se encargaron de ayudar a los niños. Pagaron el alquiler, compraron comida y ropa, e incluso les proporcionaron un poco de dinero de bolsillo. Mientras tanto, de vuelta en Maguilov, Tamara estaba sumida en un estado de preocupación constante, tratando de comunicarse con sus nietos.

“Mi sobrino me ayudó a instalar Telegram, y los activistas me ayudaron a conectarme con los niños [...] Lloraba sin parar. Era muy difícil usar Telegram, cada vez que necesitaba hacer una llamada tardaba una eternidad. No sabía cómo activar la cámara, ni qué tecla debía tocar...”.

En vísperas de Año Nuevo, Sviatlana pudo ponerse en contacto con su madre y le pidió que fuera a Vilna. Unos días más tarde, Tamara fue en busca de sus nietos. Recuerda que le temblaban las manos al pasar por el control de pasaportes. Cuando le preguntaron por el motivo de su visita, respondió que iba a Druskininkai, un balneario lituano, por motivos de salud.

En este punto, Sviatlana seguía en Rusia. Un representante de la oficina lituana de custodia de menores se puso en contacto con ella para decirle que, para evitar que sus hijos fueran deportados, debían tramitar una orden de custodia temporal a nombre de su madre. Además, los niños tenían que pedir el estatus de solicitantes de asilo en Lituania. De lo contrario, debido a los acuerdos internacionales, el Estado se vería obligado a informar a Bielorrusia de que sus hijos estaban en el país, y podrían ser devueltos.

Afortunadamente, Tamara había llevado consigo copias de los certificados de nacimiento de los niños, por lo que logró obtener la custodia temporal. Gracias a la cooperación de los funcionarios lituanos, el papeleo se resolvió rápidamente y sin problemas.

Huir con una bolsa de basura

La llegada de Tamara a Vilna hizo que las cosas empezaran a mejorar para los niños. Sviatlana, mientras tanto, estaba atrapada. Llevaba casi tres meses en Rusia. Se puso en marcha una campaña de recaudación de fondos para ayudarla a cruzar a Ucrania. Mientras esperaba su oportunidad de trasladarse, decidió aprovechar su tiempo y las conexiones que había hecho por el camino para ayudar a otras personas de su grupo de Telegram en Maguilov. Publicó en el chat para comprobar quiénes habían logrado evitar la detención y podían necesitar ayuda para salir de Bielorrusia.

Según el relato de Sviatlana, después de salir de Maguilov la policía retiró los pasaportes de otros ocho participantes en la protesta de los espantapájaros, para que les fuera prácticamente imposible escapar. Según la legislación bielorrusa, las únicas ocasiones en las que se permite la confiscación de este documento son cuando una persona está en prisión o en un hospital psiquiátrico. En este caso no se dio ninguna razón oficial. Fue a principios de febrero, justo antes de la Asamblea Popular de Bielorrusia, una de las reuniones políticas más importantes del país, que se celebra cada cinco años. En las semanas previas al evento, las detenciones alcanzaron otro punto álgido en un contexto de purga de los opositores políticos por parte del gobierno.

La amiga de Sviatlana, Yulya, fue la primera en huir. Ya había sido detenida varias veces, y el día que planeaba escapar la policía se presentó en su casa cuatro veces, llamando agresivamente a su puerta. Tuvo que huir disfrazada de hombre, llevando todas sus cosas en una bolsa de basura. Siguió la ruta de Sviatlana desde Vitebsk hasta Rusia, hasta llegar al lugar donde se escondía su amiga.

“Nunca olvidaré sus ojos cuando la recogí. Estaban tan abiertos que parecía que ocupaban toda su cara. Tenía la cara gris y le temblaban las manos. La recogimos y la llevamos al centro comercial, porque llegó sin nada, ni siquiera un cepillo de dientes. ¿Te imaginas, huir con sólo una bolsa de basura y un par de mudas?”.

Durante los casi tres meses que estuvo escondida, Sviatlana, junto con otros activistas de Bielorrusia, Lituania y Rusia, consiguió ayudar a muchas personas, incluido el resto de la familia de Yulya, a huir a Europa. A principios de marzo, la red reunió finalmente suficiente dinero para pagar el viaje de una persona desde Rusia a Ucrania. Los contrabandistas suelen pedir una tarifa de entre 1.500 y 1.800 euros por persona para esta operación. Yulya no tenía pasaporte, lo que hacía aún más peligrosa su presencia en Rusia. Por eso se decidió que fuera ella la primera.

La persecución fue como el videojuego Need for Speed, cuando huyes de la policía, corriendo a 150 km/h en la oscuridad total a través de los campos

Yulya necesitó dos intentos para cruzar la frontera con éxito. Durante el primer intento fue descubierta por los funcionarios rusos, junto con los guías y otros dos bielorrusos. Los guardias abrieron fuego contra el grupo con pistolas de bengalas. Según el protocolo, los funcionarios deben disparar al aire en estos casos, pero Yulya afirma que les apuntaron directamente.

“La persecución fue como el videojuego Need for Speed, cuando huyes de la policía, corriendo a 150 km/h en la más completa oscuridad, campo a través. Daba miedo, tuvimos suerte de que el coche fuera un 4×4, adecuado para las condiciones”, recuerda Yulya. Al final, los guías consiguieron alejarse de los guardias y ella consiguió escapar.

El segundo intento, unos días más tarde, fue menos complicado y Yulya llegó a Kiev, donde se reunió con su marido y sus tres hijos, que ya la estaban esperando.

A pie hasta Kiev

Dos semanas después, Sviatlana repitió la hazaña de Yulya. En su caso, sin embargo, hizo todo el viaje a pie, junto con los guías. Empezaron a caminar a las cinco de la madrugada, y tres horas después llegaron a la primera ciudad ucraniana. Sus ropas estaban empapadas por el largo camino a través de los bosques y los campos, así que se cambiaron por otras limpias antes de continuar el viaje hacia Kiev.

Sviatlana se quedó con Yulya y su familia durante las siguientes semanas, tratando de encontrar la manera de llegar a la Unión Europea. Yulya fue a la policía y les dijo que había perdido su pasaporte. Recibió un formulario que llevó a la embajada bielorrusa para pedir un documento temporal que le permitiera volver a casa. 

“Cuando llegué a la embajada ya habían sido alertados de mi huida. Vi una fotocopia de mi pasaporte impresa, y oí a los funcionarios dar una llamada al servicio de seguridad nacional notificando mi presencia en la embajada. Luego silenciaron el micrófono, por lo que no pude escuchar. Quise correr, pero estaba claro que no lo conseguiría. Había unos ocho guardias y un montón de gente de paisano. Esperaba que Sviatlana, y otros que me esperaban fuera, hicieran una escena y no dejaran que me llevaran. Para mi enorme sorpresa, me dieron el documento y me preguntaron cuándo me iba. Les contesté que ese mismo día”. Este documento le permitió comprar un billete de avión a Minsk con transbordo en Varsovia. Allí se bajó del avión y pidió asilo. Su familia no tardó en seguirla.

Sviatlana salió de Kiev y aterrizó en Vilna el 20 de mayo. Prefiere no explicar cómo consiguió embarcar en el vuelo. “Siempre hay que pensar en la gente que va a seguir el mismo camino, y si yo hiciera pública esta información, ese camino podría cerrarse para ellos”.

Toda la familia la esperaba en el aeropuerto. Habían pasado seis meses desde la última vez que se vieron. “Los niños estaban muy contentos, sobre todo el pequeño. El mayor había cambiado mucho. Lo dejé como un niño y me encontré con un adulto, con una voz grave y el rostro barbudo”.

La familia está ahora a la espera de obtener el estatus de refugiado político. El 12 de septiembre, Tamara y los niños recibirán la resolución de su solicitud. La de Sviatlana llegará más tarde. Como no se le permite trabajar hasta entonces, se dedica al voluntariado. Utilizando los recursos que ha aprendido durante su viaje, está poniendo en contacto a quienes necesitan huir de Bielorrusia con quienes pueden proporcionarles ayuda. Además, está haciendo un curso de codificación, aprendiendo el idioma lituano, y ha solicitado una beca para la Academia de Marina.

La unión entre personas

“Me gustaría desear paz y cooperación a toda nuestra diáspora, porque sólo a través de la cooperación podremos ayudarnos unos a otros. En mi caso, la ayuda vino de todas partes [...] un poco de ayuda de todos es una gran contribución. Si no hubiera recibido este tipo de ayuda de cada persona, mi historia no habría sido posible. Bysol me ayudó con la huida, Natalya Kolegova, Dopomoga y Nash Dom ayudaron a mi familia a pagar el alquiler y a comprar comida. Los voluntarios de los Países Bajos pagaron los billetes de avión para mi madre y para mí [...] Los voluntarios rusos son de otro mundo, nos ayudaron a mí y a Yulya de forma totalmente desinteresada, costeando nuestros gastos de su bolsillo [...] La unión entre personas es lo más importante”.

Sviatlana, su madre y sus hijos viven ahora en una casa de paredes blancas que comparten con otra familia lituana. Su hogar está lleno de vida; los niños reciben constantemente la visita de amigos lituanos y bielorrusos. Viven en la ciudad de Lentvaris, a 40 minutos de Vilna. Muchas familias bielorrusas se han instalado aquí desde que la gente empezó a huir del país. “Poco después de mudarnos, conocimos a nuestras vecinas. También son de Bielorrusia, pero su historia es diferente a la nuestra. A sus padres no los detuvieron, pero sí a su padrino”, dice Taisiya, la hija mayor de Sviatlana.

En Bielorrusia, Sviatlana ha sido acusada de un delito penal por la protesta de los espantapájaros. Oficialmente, su caso se ha descrito como “gamberrismo furioso, despreciando de forma clínica y nihilista las normas e ideales de la sociedad, así como insultando al presidente”. Una treintena de personas formaban parte del chat de Telegram que organizó la manifestación. Otros tres participantes fueron condenados a más de tres años de prisión cada uno. Siete han huido del país. El resto no fue identificado por las autoridades y sigue viviendo en Maguilov.

Este artículo ha sido finalista del European Press Prize de 2022 y fue publicado por NARA y ereb. La republicación ha sido posible gracias a la cortesía del European Press Prize. Visite la web para conocer más ejemplos de excelencia del periodismo. La distribución es obra del servicio de sindicación Voxeurop.

Traducción de Emma Reverter

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