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Los fallos de los servicios de inteligencia de Israel antes del 7 de octubre: “Nos dijeron que un gran ataque no ocurriría”

Asaltantes de Gaza atacan la valla e irrumpen en Israel el 7 de octubre de 2023

Jason Burke

8 de octubre de 2024 22:01 h

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El 7 de octubre de 2023 por la tarde, un ingeniero informático israelí de unos 35 años conducía por una carretera desierta paralela a la valla perimetral que separa Gaza de Israel. Había luchado durante horas con un AK-47 que había cogido a un militante de Hamás muerto. Ahora él y tres amigos se dirigían a la población de Ohad para buscar a unos familiares que habían desaparecido. 

“Solo cuando nos dirigimos al sur entendimos la envergadura [del ataque]. Era como un apocalipsis”, dice el ingeniero en una conversación con The Guardian. “Había centenares de cadáveres de civiles dentro de sus coches o en la carretera, cientos de terroristas muertos con sus camionetas o motos. Había policías muertos, vehículos del ejército en llamas. Estábamos solos”, señala el joven, que prefiere no revelar su identidad.

Este ingeniero fue uno de los muchos israelíes, posiblemente cientos, que se dirigieron por su cuenta a la zona de combate en torno a Gaza la mañana del ataque lanzado por Hamás el 7 de octubre del año pasado. Muchos de sus compatriotas consideran que son auténticos héroes. Sin embargo, el hecho de que se les necesitara evidencia los graves fallos que ese día cometieron las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).

Cuando se cumple un año de los ataques transfronterizos, para millones de israelíes la pregunta de qué falló sigue formando parte del traumático legado del ataque. Las recriminaciones constantes forman parte de una amarga discusión más amplia sobre a quién culpar del mayor fracaso en materia de seguridad en Israel desde la fundación del país en 1948. Benjamin Netanyahu, el primer ministro, ha eludido asumir su responsabilidad, aunque varios altos cargos militares y de los servicios de inteligencia han dimitido o admitido sus errores.

En total, unas 1.200 personas murieron en la incursión lanzada por Hamás. La mayoría de las víctimas eran civiles y muchas de ellas fueron asesinadas en sus casas o en un festival de música. Entre las víctimas había niños y ancianos. Una investigación de la ONU concluyó que existen suficientes evidencias para creer que los atacantes cometieron actos de violencia sexual en varios lugares, incluidas violaciones y violaciones colectivas. Los militantes de Hamás, y otros extremistas de Gaza que los siguieron, secuestraron a unos 250 rehenes, de los cuales aproximadamente 100 permanecen secuestrados en la Franja.

En el último año, los medios de comunicación israelíes no han dejado de preguntarse qué salió mal. Desde el ataque ha surgido una imagen de altos mandos entre una preocupación creciente tras las advertencias de un posible ataque masivo contra el sur de Israel desde Gaza y la creencia predominante entre los oficiales superiores y la cúpula política de que Israel había conseguido disuadir a Hamás por repetidos conflictos.

Muchos altos mandos de los servicios militares estaban convencidos de que las enormes sumas de ayuda directa enviadas a Gaza desde Qatar y otros incentivos económicos, como los permisos para que los trabajadores palestinos pudieran trabajar en Israel, también habían servido para disuadir a Hamás (en el poder desde 2007) de cometer actos violentos, al menos a corto plazo.

En una conferencia sobre lucha antiterrorista celebrada meses antes del atentado, David Barnea, jefe del Mosad, el principal servicio de inteligencia exterior israelí, no mencionó a Hamás en un discurso sobre posibles amenazas para el país.

“Fuimos complacientes, perezosos y quedamos atrapados en una especie de pensamiento de grupo por el que vamos a pagar un precio muy alto”, señalaba a The Guardian un oficial de inteligencia militar experto en Gaza poco después del ataque del 7 de octubre.

Otro problema grave fue la fe depositada en la supuestamente inexpugnable valla de mil millones de euros construida alrededor del territorio.

Por otra parte, reservistas que habían realizado varios recorridos por Gaza en el año anterior de los ataques recuerdan que les sorprendió que los militares de las fuerzas armadas mostraban una actitud bastante relajada. 

“Algunos vehículos no funcionaban, algunos equipos tampoco funcionaban y algunas patrullas no se hacían. Cuando preguntamos cómo íbamos a defendernos si se producía un ataque a gran escala, nos dijeron que eso no iba a suceder”, declaró el mes pasado un médico de combate reservista. “Nos dijeron que Hamás era la primera línea de defensa, que tenían demasiado que perder con un ataque y ellos contenían a la población. También nos dijeron que, en cualquier caso, estaba la valla y que nadie la podría cruzar. De hecho, discutí con mis oficiales superiores sobre esto, pero no llegó a ninguna parte”.

Solo unos pocos días antes del atentado se sucedieron una serie de errores en cadena. Algunos mandos militares locales pidieron evaluaciones al tener conocimiento de que combatientes de élite de Hamás estaban haciendo maniobras y entrenamientos intensos. Sin embargo, no actuaron.

Cuando decenas, posiblemente centenares, de tarjetas SIM israelíes se conectaron repentinamente a las redes israelíes en las primeras horas del 7 de octubre, el Shin Bet, el servicio de seguridad nacional de Israel, sólo desplegó a un pequeño equipo a la frontera. En una reunión convocada apresuradamente hacia las 3.30 de la madrugada del 7 de octubre, los altos mandos de las fuerzas armadas seguían sin estar seguros de si la inusual actividad de Hamás en Gaza era un ejercicio de entrenamiento o la preparación de un ataque.

Aunque la indignación pública contra los servicios de inteligencia ha sido considerable, algunos de los reproches más amargos se han dirigido a las propias FDI por no movilizarse más rápidamente para defender a las comunidades atacadas. En las horas siguientes del ataque del 7 de octubre, algunas unidades militares regulares, la policía y otros servicios se movilizaron, pero lo cierto es que jugaron un papel decisivo grupos de reservistas que cogieron uniformes o armas que tenían en su casa y se fueron a luchar.

Nimrod Palmach, comandante reservista y director ejecutivo de una ONG israelí, desafió las órdenes de unirse a su unidad de fuerzas especiales en Jerusalén y condujo hacia el sur tras oír que “miles de terroristas” estaban en el kibutz de Nir Oz, donde 46 de los cerca de 400 residentes fueron asesinados por militantes de Hamás que iban de casa en casa. La ONU estima que unos 72 fueron secuestrados. 

“Cogí un revólver y me fui tan lejos como pude. Me di cuenta de que mataban a gente cada segundo que pasaba. Mandé a mis hijos un vídeo por teléfono con mi testamento para que pudieran encontrarlo si me mataban”, explica. Armado con un fusil de asalto tomado de un militante de Hamás muerto, Palmach cogió el chaleco antibalas de un soldado muerto y luchó durante horas junto a otros reservistas y pequeños grupos de soldados regulares en los alrededores del kibutz de Be'eri, donde, según el informe de la ONU, 105 residentes del kibutz fueron asesinados por el brazo militar de Hamás y la Yihad Islámica Palestina, un grupo aliado, así como por civiles armados de Gaza.

“Al principio sólo estábamos nosotros y las fuerzas especiales que salían de sus casas, pero a medida que avanzaba el día fueron llegando cada vez más fuerzas esporádicas [regulares de las FDI]. A última hora de la tarde llegaron las fuerzas de defensa al completo, con todo su equipo, batallones de combate. Muchos buenos combatientes estuvieron esperando instrucciones y órdenes que nunca llegaron”, lamenta Palmach.

Una de las razones de la lentitud de la respuesta fue que los soldados de los alrededores de Gaza lucharon por sus vidas durante las primeras horas críticas del ataque de Hamás, cuando se produjeron la mayoría de las víctimas. Las unidades de defensa no estaban al completo debido a que era un fin de semana festivo —la festividad judía de Simchat Torá— y sólo había unos cientos de soldados dispersos en pequeños destacamentos alrededor de la valla perimetral.

Muchos murieron o fueron secuestrados cuando Hamás consiguió llegar hasta sus posiciones; otros lucharon desesperadamente durante horas para evitar el mismo destino. Un duro asalto al principal cuartel general local en Re'im, a sólo un kilómetro del festival de Nova, estuvo a punto de tener éxito, lo que en parte explica la aparente parálisis de los comandantes locales y sus superiores. En el ataque quedaron inutilizados equipos esenciales de vigilancia y comunicaciones.

“No había mando central, así que no sabíamos qué hacer ni adónde ir... No había conexión entre las unidades”, explica un soldado de las fuerzas especiales que fue uno de los primeros en llegar a la zona de combate. “Éramos demasiado pocos, y [cuando] intentamos entrar en los kibbutzim nos atacaron cientos de hombres de Hamás; retrocedimos para esperar refuerzos”.

Varias de las personas entrevistadas por The Guardian recuerdan cómo la situación empezó a estabilizarse a última hora del 7 de octubre, aunque los combates continuaron durante más de 48 horas mientras encontraban y mataban a los militantes restantes. Algunos se quedaron para ayudar, otros regresaron a las casas que habían abandonado apenas 10 o 12 horas antes. Cuando pasó el shock inicial, intentaron comprender los acontecimientos del día.

“Hemos sido entrenamos para atacar, para ser agresivos... pero se dio la situación contraria”, explica el soldado de las fuerzas especiales: “Todavía [veo] los niños muertos, los cuerpos quemados, las chicas del festival”.

Por su parte, el ingeniero, todavía no ha conseguido llegar a una conclusión de qué salió mal el 7 de octubre de 2023. “En realidad, no sé qué pasó”, reconoce a The Guardian: “Le sigo dando vueltas. Sinceramente, no lo sé”.

Traducción de Emma Reverter

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