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The Guardian en español

ANÁLISIS

Qué refleja el cambio de estrategia militar de Putin y qué puede frenarle en Ucrania

Vista de un tanque ruso destruido en la ciudad de Trostyanets, en la región de Sumy, en Ucrania.
2 de abril de 2022 22:06 h

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En la última semana ha habido señales, más fuertes que nunca, de que Rusia reconoce que no es capaz de lograr el objetivo de conquistar Ucrania con la fuerza militar. Estas señales vinculadas a las conversaciones por la paz en Ucrania, que indicarían que Rusia está desistiendo de su intento de rodear Kiev, coinciden con la declaración anterior de que sus objetivos de guerra se limitaban a conquistar la parte oriental del país. E incluso antes de eso tanto Rusia como Ucrania habían declarado que las negociaciones de paz estaban entrando en una fase de discusiones sustanciales, en contraposición a Rusia limitándose a presentar ultimátums.

La afirmación de Rusia de que está reduciendo las operaciones alrededor de Kiev y centrando su ofensiva en el este del país es una de esas ocasiones en las que una declaración del Ministerio de Defensa ruso se ajusta de forma reconocible a la verdad. La “brecha de realidad” no está en lo que Rusia está haciendo, sino en la razón por la que dice estar haciéndolo. Rusia ha presentado esta retirada de sus tropas de los alrededores de Kiev como una especie de concesión para “impulsar la confianza mutua” en las conversaciones de paz. Pero ya estaba claro que su ofensiva en esa zona se había quedado estancada, y en algunos casos estaba dando marcha atrás, por la resistencia ucraniana. El cambio de planes hacia las operaciones en el este y la rotación de las maltrechas unidades rusas del flanco norte de Ucrania son un reconocimiento por parte de Moscú de que —como muchos analistas militares habían predicho antes del actual conflicto— no cuenta con las fuerzas para desplegar que necesitaría para conquistar toda Ucrania a lo largo de múltiples ejes de avance.

De hecho, Rusia está teniendo que arreglárselas con lo que hay para mantener sus operaciones actuales. La acumulación de tropas en vísperas de la ofensiva contra Ucrania hizo que se trajeran unidades desde lugares tan lejanos como el Ártico y el Extremo Oriente. Ahora que muchas de estas unidades han sido desbaratadas en los combates en Ucrania, Rusia está recurriendo a todas las fuentes posibles de cuerpos adicionales, incluyendo la incorporación de mercenarios y el reclutamiento en Siria.

Pero aunque el éxito de Ucrania a la hora de defenderse de al menos algunas de las ofensivas rusas puede significar que el país en su totalidad no se halla en peligro inmediato de ser invadido, el riesgo para el futuro de la soberanía ucraniana permanece. Rusia tiene un largo historial de iniciar guerras de forma desastrosa para después emplear suficientes soldados y equipamiento en el conflicto hasta aplastar a sus oponentes mediante la mera acumulación. Rusia puede continuar con una guerra de desgaste, sin importar el coste en bajas entre las tropas mal entrenadas o el daño causado a la propia economía rusa, durante más tiempo del que Ucrania puede mantener el interés y el apoyo de Occidente.

Presión a Zelenski

Y, mientras tanto, Rusia continuará diseñando catástrofes humanitarias con el objeto de presionar al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, para que haga concesiones que logren poner fin a los combates. La propia capital seguirá estando bajo amenaza. La suspensión de los intentos de avanzar y apoderarse de más territorio en torno a Kiev no significa que Rusia vaya a dejar de lanzar ataques de misiles y artillería de largo alcance contra las ciudades ucranianas desde aquellas zonas que ya controla.

Esa presión rusa será tanto directa, al ofrecer a Zelenski la desastrosa opción de continuar con los combates a costa de vidas inocentes o hacer concesiones para poner fin al sufrimiento, como indirecta, en caso de que los partidarios occidentales de Zelenski modifiquen su consejo —y su apoyo— porque no creen que Ucrania deba oponer más resistencia ante la catástrofe humanitaria.

Zelenski ya ha indicado que aceptaría el estatus de “neutral” para Ucrania que, en consecuencia, pondría fin al combate. Pero esto en sí mismo está plagado de peligros. Zelenski sabe tan bien como cualquiera que “neutral con garantías de seguridad” era precisamente el estatus de Ucrania hace una década, y que eso no hizo nada para evitar que Rusia se apoderara de Crimea y comenzara su guerra en el este de Ucrania. Así que, para que tengan algún sentido, las mismas palabras tendrían que acarrear un estatus internacional y un apoyo internacional para Ucrania radicalmente diferentes a los de 2014. Y siempre existe el peligro de que un alto el fuego temporal —alentado por un Occidente reacio a los conflictos— pueda convertirse en una división permanente del país, consolidando así las ganancias territoriales rusas.

Redefinir la victoria

El optimismo ante la resistencia a la ocupación por parte de la población ucraniana en las zonas controladas por Rusia, así como en las que aún podrían ser conquistadas en la ofensiva oriental, esconde una verdad sombría. La triste realidad es que Moscú tiene un altísimo índice de éxito en el aplastamiento de movimientos de resistencia e insurgencias, en gran medida gracias a la aplicación de una barbarie sin límites contra la población civil que los sustenta. Así que si Rusia decide ocupar el territorio que ya tiene bajo control, lo único que podría expulsarla son nuevas y mucho más sustanciales ofensivas militares ucranianas, las cuales puede que no estén dentro de las posibilidades de Kiev.

A fin de cuentas, mucho depende de lo que la propia Rusia defina como “victoria”. Ya ha reinventado sus objetivos bélicos originales tras no haberlos conseguido. La expectativa de que los ucranianos eran apenas rusos frustrados que aguardaban a ser liberados de una imaginaria élite política neonazi que había tomado el poder en Kiev fue torpedeada por el primer encontronazo con la realidad concreta en territorio ucraniano. Lejos de tener a todo el país en sus manos, Rusia debe luchar por cada centímetro de territorio ucraniano.

Por lo tanto, cualquiera sea la victoria que Rusia finalmente reclame, es poco probable que se parezca a lo que creía que iba a hacer en primer lugar. Pero eso importa poco cuando ha establecido tal control sobre la opinión pública en su país que gran parte de su población piensa que se está librando una guerra defensiva. En efecto, una declaración de éxito rusa no depende en absoluto de la realidad del resultado de la guerra. El problema a más largo plazo es que, si Vladímir Putin sale de esta guerra convenciéndose de que Rusia ha obtenido algo más que una derrota sustancial, no hay nada que le disuada de continuar con sus planes de guerras de conquista para reafirmar el control de Moscú sobre los territorios y pueblos que él asegura que son independientes por error.

Puede que Rusia necesite tiempo para reconstruir su ejército y reorientar su economía en el nuevo régimen de sanciones, pero lo único que cambiará la ambición de Putin es un fracaso claro e indiscutible que no pueda ser explicado mediante triquiñuelas que redefinan lo que Rusia quería con esta guerra. Ahora, al igual que al principio de la guerra, Occidente tiene la responsabilidad de ayudar a Ucrania a provocar ese fracaso.

Keir Giles trabaja en el programa de Rusia y Eurasia de Chatham House, y es autor de Moscow Rules: What Drives Russia to Confront the West.

Traducción de Julián Cnochaert.

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