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Análisis

Qué supone para Biden la derrota de los demócratas en Virginia

Glenn Youngkin, candidato republicano ganador en las elecciones a gobernador de Virginia.
3 de noviembre de 2021 22:20 h

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Joe Biden derrochaba confianza. “Vamos a ganar”, decía a los periodistas antes de abandonar la COP26 en Glasgow. “Creo que vamos a ganar en Virginia”. Pero a su vuelta a Washington llegaron las preguntas de por qué sus predicciones fueron tan malas y de si la derrota de los demócratas en las elecciones más importantes del año coloca su presidencia en una espiral descendente.

La sorprendente victoria del republicano Glenn Youngkin sobre el demócrata Terry McAuliffe en las elecciones a gobernador de Virginia es un duro rapapolvo para Biden, que se había implicado personalmente en la campaña con dos viajes desde Washington DC para apoyar a McAuliffe en los mítines. Le dolerá especialmente por Donald Trump, que tras su derrota por 10 puntos porcentuales en las elecciones presidenciales del año pasado, tratará sin duda de saborear su venganza atribuyéndose el resultado.

Pero lo cierto es que esta elección tenía más que ver con el actual presidente que con el espectro del anterior. El ambicioso programa de Biden se ha estancado en el Congreso. Él mismo ha reconocido que la inercia está dejando sin oxígeno prioridades políticas como la reforma de la Policía y el derecho al voto, desilusionando a unos activistas fundamentales para la participación electoral del votante demócrata.

La inflación y los precios de la gasolina han subido, las cadenas globales de suministro se están resintiendo y las optimistas predicciones de Biden para el escenario posretirada de Afganistán han demostrado estar tan fuera de lugar como sus pronósticos para Virginia.

El bajo índice de aprobación del presidente (42%) se combina con un histórico viento en contra para McAuliffe. Nada dinamiza tanto un movimiento político como estar en la oposición: las elecciones a gobernador de Virgina llevan casi medio siglo dando la victoria al partido contrario al del presidente. La única excepción a esta regla fue el propio McAuliffe, que ganó en 2013 durante la presidencia del también demócrata Barack Obama.

Pero esta vez no ha sido capaz de generar la misma ilusión. En las primarias presidenciales de Hillary Clinton en 2008, McAuliffe trabajó como presidente de campaña y su última candidatura a gobernador de Virginia arrastraba un distinguible aroma 'Clinton 2016': un político de carrera que se siente merecedor de privilegios y permanece todo el rato a la defensiva y que se enfrenta a un candidato en ascenso y capaz de atraer a más personas.

McAuliffe cometió una metedura de pata similar a la de Hillary Clinton cuando la demócrata habló de “deplorables” para referirse a votantes de Trump. “No creo que los padres deban decir a las escuelas lo que deben enseñar”, dijo McAuliffe, una frase que repitieron sin cesar los anuncios en su contra pagados por Youngkin.

El argumento central de McAuliffe fue reforzar la idea de que Youngkin era un acólito de Trump. Es decir, hablar sobre el pasado. El argumento central de Youngkin fue denunciar un ataque sobre los colegios en el marco de una guerra cultural en temas de raza y género. Es decir, hablar sobre el futuro, aunque fuera mintiendo por los cuatro costados.

Para gran parte de los votantes, hablar del futuro suele ser más inspirador que hacerlo del pasado. Aparentemente, muchos de ellos no se dieron cuenta de que los argumentos de Youngkin sobre los colegios partían de mentiras. O no lo consideraron importante. El republicano avivó los temores sobre escuelas enseñando teoría racial crítica, a pesar de que no se está enseñando en ninguna. En su visión caricaturesca, la teoría sirve para que los niños aprendan a sentirse víctimas si son negros o a odiarse a sí mismos si son blancos.

La mentira se abrió paso y demostró su eficacia en el febril ambiente pandémico en el que los padres gritan e incluso se ponen violentos durante reuniones del consejo escolar en las que se debaten cuestiones como la identidad de género o la obligación de llevar mascarilla. Mientras que McAuliffe quiso llevar las elecciones a los temas nacionales, Youngkin consiguió mantenerlas en el ámbito local sin dejar de aprovechar los argumentos de conversación introducidos por Fox News tras las protestas del movimiento Black Lives Matter del año pasado.

Esta combinación incendiaria de niños y racismo será en 2022 el primer capítulo del libro de jugadas republicanas para las elecciones de mitad de mandato al Congreso. Lo más probable es que el capítulo dos sea 'Cómo lidiar con un problema llamado Donald Trump'. En los distritos electorales bastiones del 'Make America Great Again', el presidente número 45 mantendrá su popularidad, atraerá a multitudes de fanáticos y aumentará la participación electoral. Pero en los estados indecisos, Youngkin ha mostrado a los republicanos el camino a seguir.

En las primarias republicanas, Youngkin alabó a Trump y secundó sus falsas afirmaciones de fraude electoral hablando de preocupaciones por la “integridad electoral”. En las elecciones generales estuvo dispuesto a darle una palmadita tácita en la espalda, pero sin que pareciera una bienvenida con los brazos abiertos: en los discursos de campaña evitaba mencionar al expresidente y debió de sentirse tremendamente aliviado de que Trump nunca apareciera en persona.

Youngkin ha creado un modelo para resolver el enigma con el que lidian muchos republicanos: cómo ganarse a los moderados y a los independientes del partido sin alienar a la base de Trump, y viceversa. Llámenlo el estándar oro de la ambigüedad estratégica, ni demasiado caliente ni demasiado frío, la temperatura justa.

Los demócratas sabían perfectamente lo que estaba haciendo el republicano. McAuliffe trató incansablemente de mezclar a Youngkin con Trump. Durante un mitin la semana pasada, Biden advirtió: “El extremismo puede venir en muchas formas: puede tener el aspecto de una turba enfurecida y decidida a asaltar el Capitolio; puede tener el aspecto de una sonrisa con un chaleco de lana; pero en cualquiera de sus formas, la gran mentira sigue siendo la gran mentira”.

Todo fue en vano. Youngkin podría haber subrayado su condición de hombre de negocios ajeno a la política, como hizo Trump, pero en lugar de eso se presentó como un padre residente en los barrios de la periferia, más pulido y menos soez. Se presentó como la cara aceptable del trumpismo, pero sus tácticas fueron igual de tenebrosas, mentirosas y divisorias.

Los demócratas necesitan encontrar rápidamente una estrategia de contraataque. Algunos comentaristas han sugerido que los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado podrían abandonar a Biden y salir corriendo, retirándose antes de sufrir un baño de sangre en las elecciones de mitad de mandato, lo que debilitaría al presidente en un momento crucial para su programa. Virginia es una advertencia de que el partido necesita un liderazgo firme para cumplir con el programa antes de que todo se desmorone.

Este miércoles 3 de noviembre se ha cumplido el primer año de la victoria de Biden frente a Trump en una elección presidencial como no ha habido otra. Pero la pandemia del trumpismo hace estragos en formas nuevas e inesperadas, y la variante Youngkin podría ser una de las más peligrosas.

Traducido por Francisco de Zárate

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