La verdad, y hay que reconocerla, es que Trump es un tipo muy creativo. Hay cosas que a él se le ocurren que a un político normal ni se le pasan por la cabeza. Un ejemplo: la noche del martes perdió veintitantos escaños y el control de la Cámara de Representantes. ¿Su explicación? Pues a grandes rasgos, Trump dice que todo ha sido una mera cuestión logística. Que donde él ha ido personalmente a hacer campaña, ahí casi siempre han ganado. El problema, ves, es que no puede estar en todos los sitios.
A estas alturas ya deberíamos saber que Trump nunca, NUNCA, tiene la culpa de nada. Y su rueda de prensa postelectoral ha sido un fascinante ejercicio de repartirla entre los demás. Empezando, por cierto, por los candidatos de su partido que cometieron el imperdonable error de no querer que hiciera campaña por ellos. Entre risas, con algo de sadismo, Trump ha ido leyendo uno por uno los nombres de los republicanos moderados que no se hicieron la foto con él y que han perdido. Según el presidente su problema es que no eran suficientemente trumpistas.
Al principio de la comparecencia han cobrado los republicanos moderados, pero según avanzaba la cosa ha habido tortas para mucha más gente. Las más sonoras, como casi siempre, para los periodistas. Ha tenido tal bronca con Jim Acosta, de CNN, que me ha parecido milagroso que no interviniera el Servicio Secreto para garantizar su seguridad. Al reportero no le escuchábamos, pero el presidente tiraba como una ametralladora: “CNN debería estar avergonzada de darte trabajo / Eres un maleducado / Cuando publicas mentiras, cosa que CNN hace cada día, eres un enemigo del Pueblo”. Ratatatata.
Con los sopapos que ha repartido entre la prensa, normal que nadie le haya recordado que pese a su versión de que este martes “desafiaron a la historia” y de que “tienen un tremendo apoyo, tal vez el mayor de la historia”, la realidad es que, si contamos los votos, los demócratas quedaron nueve puntos por encima de los republicanos. Le habría dado igual, casi seguro, habida cuenta de que dos años después sigue hablando de su “tremendo margen de victoria” frente a Hillary aunque ella obtuvo tres millones de votos más. Todos ellos, por cierto, de inmigrantes ilegales. Eso decía el presidente.
El optimismo de Trump no sólo se refleja en su análisis del resultado electoral, también en su visión del futuro. Un futuro que políticamente, dice, será para él más fácil ahora que su partido ya no controla la Cámara de Representantes. Hasta ahora le ha costado convencer a los suyos, pero ahora que los demócratas tienen la mayoría “vendrán con ideas que yo pueda apoyar y negociaremos”. Su elogio del consenso suena bien, pero sólo hasta que le comentan que, ahora que mandan, los demócratas podrían obligarle a hacer públicas sus declaraciones de impuestos. Si eso pasa, dice Trump, él responderá con una actitud “bélica”.
El presidente nos ha vuelto a explicar, con el tono cansado de un profesor de guardería que ha repetido lo mismo demasiadas veces, que si no hace públicas sus declaraciones de impuestos como todos los presidentes es porque están siendo auditadas por Hacienda. Se lo han recomendado así sus abogados. El problema, dice, es que con tantos negocios como tiene siempre van a estar siendo auditadas. “Negocios tan grandes”, añade, “que no los puedes ni llegar a comprender”.
En las elecciones de ayer Trump salvó los muebles a duras penas, pero este miércoles nos lo ha vendido como una victoria “histórica”. Estoy deseando ver si pierde la presidencia en las elecciones de dentro de dos años, a ver que nos cuenta en la rueda de prensa del día siguiente. Seguro que será tan entretenida y delirante como esta, pero no más. Superarlo sería, verdaderamente, histórico.