Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.
Por Lu
Casa Luna se encuentra situada en Corredera Baja de San Pablo 4, al lado de la calle luna, ¿de ahí el nombre o simplemente la han llamado «Casa Luna» porque les apetecía poner en su logo una luna menguante o porque el dueño es un licántropo? ¿Qué fue primero la luna, la gallina o el lobo (qué gran turrón)? Vale, lo dejo.
De música de fondo se oía a The Cure, pero en el fondo muy fondo, pues la acústica del lugar era atroz, era ese tipo de establecimientos en los que no se oye nada y la gente alza la voz cada vez más para entenderse y, entonces, cada vez se oye menos y aquello se convierte en un gallinero importante, lo cual a mí no me fascina, creo que porque estoy un poco sorda y, por otra parte, soy asocial, y el sentir el ruido de la gente no es lo mío, pero bueno, todo sea por la Patria.
Un poco de música para acompañar el picoteo, no de The Cure, que hoy no me apetece, un poco de «luna, luna, luna llena menguante» suave y brasileña, no de lobos, más bien de corderos lunáticos y amorosos, una preciosa luna de Caetano Veloso.
Este lugar está teniendo una buena acogida en ese sitio virtual llamado Twitter o X o como quiera llamarlo ese señor controvertido. Yo lo había visto hace tiempo pasando por delante, pero después de ver que un usuario de X que sabe de vinos —José Luis Priego Bermejo, @VinoComplutense— lo recomendaba, pues me he animado a probarlo con mi propio ser. En el establecimiento puedes comprarte una botella, solicitar su descorche (creo que son 4 €), beber allí y, si sobra algo, llevártelo para casa, lo cual encuentro muy cómodo y apañado. Yo, de todas formas no soy mucho de dejar botellas a medias, así que nos decidimos, M. y yo, por dos copas muy y mucho diversas; bueno, antes voy a describir el local.
El establecimiento presenta una barra central, dividida por botellas de vino con su precio, en torno a la cual se sitúa la gente según encuentren sitio o según les apetezca.
Y luego hay mesitas altas sueltas por ahí. También creo que hay una sala interna donde organizan catas. Por otra parte en la sala central, tienen una esquina de venta de charcutería, también para llevar, con una vitrina expositora de tienda de toda la vida.
Los vinos los tienes que recoger en una zona donde solo sirven vinos por copas, en copas cuidadas, de cristal fino, como debe ser. El local tiene aspecto medio industrial, con metales y tubos de aire acondicionado vistos; le falta algún ingenio para absorber el ruido humano.
Bueno, vamos a lo que vamos, M. escogió D’Berna Mencía (3,70 €), un tinto gallego. Bueno, por su nombre, ya somos conscientes de que la uva prevaleciente es mencía (90 %) y el resto garnacha. Este vino es fresco, de acidez marcada, recordaba en cierta medida a algunos tintos napolitanos o a un albariño convertido en tinto. Fácil de tomar, ligero, perfecto para acompañar carne y pescado, versátil, fruta roja, cereza poco madura. Muy agradabilis, muy simpático, como si de un refresco se tratara, se podrían beber muchas copas alegremente y salir saltando cual cabritillo por Corredera Baja.
Yo, por mi parte, escogí un Valtravieso (4,10 €), principalmente de uva tinto fino (o tinta fina o tinta del país), que es como llaman a la uva tempranillo en Ribera del Duero. A pesar del nombre, era un vino más bien poco travieso, pero sí algo golosón. Era un recio señor castellano, con notas de regaliz, de arándano, mora madura, con un gran cuerpo, que pasaba por la boca disfrazado de chocolate a la taza, con su densidad y su prestancia. Un vino para tomar lentamente, como si tomaras un oporto, sin prisa, regodeándose y esperando que haga su efecto y uno se convierta en lobo y auuuuuuu por la estepa castellana o directamente por la Castellana, sin más, tampoco hay que irse a las afueras para aullar, la ciudad es lo que tiene, lo admite todo. Es más, creo que podría haber aullado en el propio local y nadie se hubiera enterado, visto el volumen de la cháchara, y podría haberlo justificado diciendo que como es la Casa Luna estoy así, convertida en lobezna; pero no lo hice porque soy una señora y procuro pasar desapercibida allá donde voy.
M. venía con ganas de cecina y allá que la pedimos, porque lo que diga M. va a misa, palabra de Dios, alabado sea el señor. Y nos pusieron cecina Angus (14 €), que aunque por el nombre pudiera parecer una cecina de tu tía Angustias de Villadangos del Páramo en realidad es de una raza de vaca de procedencia escocesa, que también debe llamarse Angustias, cuya máxima difusión ha tenido lugar en Estados Unidos, Argentina, Chile y Uruguay, parece ser. Era una cecina AWESOME total, lo digo en inglés para que lo entiendan los parientes escoceses de la vaca —creo más bien buey por esa grasa amarillenta que presentaba en los bordes—, que han inmolado para nuestro disfrute. La cecina, cortada muy fina, como debe ser, tenía un precioso color rojo cereza con vetas blancas de grasa infiltrada y presentaba, como señalaba antes, un borde de grasa amarillento, iba regada con un agradable aceite y por encima habían esparcido unas ricas almendras que hubiera preferido más tostadas. Una auténtica delicia, de las mejores cecinas que he probado nunca, si no la mejor. Suave en su textura, perfectamente curada, nada de sequedad, o amojamado, tierna, de sabor intenso a carne que recordaba vagamente un carpaccio, pero con aromas más profundos a hierbas, a naturaleza. Aunque no necesitaba aceite, por su ternura, su grasa intrínseca y su falta de sequedad, el aceite hacía el bocado aún más fácil, aún más delicioso, y las almendras aportaban un toque crujiente y el sabor propio del fruto seco, aunque a mí me faltó un punto tostado, un algo de amargo para que aquello fuera la perfección absoluta. Esta cecina y los vinos merecen la visita ellos solitos, no es necesario más para aullar de placer.
Un poco más de hilo musical…
El Valtravieso contrastaba, con su solidez y persistencia, a la perfección con esta cecina.
Después escogimos una ensaladilla rusa (10,50 €). Era fresca, delicada, con la patata ligeramente machacada y un poquito de ventresca de atún por encima, creo que era de atún pues era de sabor intenso, casi carnívoro, el bonito es más pescadero, más ligero, más civilizado y más claro, claro. Llevaba también un trocito de pimiento rojo para aportar un toque extra de color. La ensaladilla era fina, apetecible, no es como la de La Tasquita, que está ahí al lado y es de 10, pero estaba muy bien, se merece un 7 y medio tranquilamente.
Una ensaladilla que se dejaba comer fácilmente, que resultaba agradable, sin nada que destacara (los encurtidos, si había, no se notaban) ni para bien ni para mal, pero que, en su conjunto, se comía disfrutando, perfecta para el verano con un albariño encantador o ahora con el mencía que eligió M.
Después elegimos unas puntillitas (12,70 €) perfectamente fritas. Eran un bocado sencillo, con poco de mar y un crujiente suave, leve, nada de aceite y algo de frescor. A mí me supo a Benalmádena Pueblo, pero entiendo que a otros les sepa a otras cosas. Cada uno tiene sus recuerdos y sus papilas y esa es la gracia de las cosas, que yo ahora puedo contar todas mis impresiones y el que vaya después diga que no, que nada de eso le parece así, pues sus papilas y su bagaje culinario son diversos. Y como no soy una influencer y no tengo seguidores-creyentes sino gente que tendrá sus propios criterios y espero, también, que tengan un buen bagaje gastronómico, pues me alegro de que sea así, de que lo vean como les parezca. Estoy tan cansada de los que se erigen como faros de Alejandría en el mundo gastronómico, y en otros sectores... Vuelvo a las puntillitas, ricas, muy bien fritas, pero me faltó ese algo de mar, tal vez no se puede esperar mar siendo tan pequeñas, tal vez el mar va conformando a los seres marinos con el tiempo, a estos pobrinos no les ha dado tiempo a nada. Sea como sea, bien.
Y, para finalizar, rabo de toro (17,50 €). La carne estaba deliciosa, se deshacía en hebras, como debe ser, y las patatas de guarnición estupendas, crocantes, suavecitas por dentro y caseras totalis. El problema es que cuando pienso en rabo de toro, pienso en una salsa densa, oscura, tipo una salsa bordelesa, y era un rabo de toro estofado más sencillo, casero, con una salsa de cebolla ligera, en cuya preparación si había vino tinto no se había manifestado. Estaba muy rico, perfectamente cocinado, pero yo estaba esperando la otra preparación, la densa, la profunda, aquella en la que el vino tinto lo invade todo y el hueso tostado hace de las suyas y puede incluso brillar con el tuétano y tiene un color marrón granate. No, pero estaba muy rico igualmente, suave, cebolloso, con una ligera acidez propia de la cebolla marrón, muy rico e inocente.
Bueno, pues, esto es lo que hay. La Casa Luna está estupenda tanto para beber buen vino como para comer y para charlar, si tienes buen oído, también. Lo recomiendo totalmente para ir con amigos y pienso que la parte de chacinas es especialmente recomendable. La cecina no hay que perdérsela, es fantástica. Todo bien, todo agradable y una amplia oferta de vinos por copas y por botellas. Merece la pena.
Casa Luna se encuentra en Corredera Baja de San Pablo 4.
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