La lucha de los vecinos de Chamberí por la apertura de los jardines del Canal de Isabel II que empezó hace un siglo
El próximo fin de semana se llevará a cabo en Chamberí El Paseo de Jane –un recorrido vecinal reivindicativo inspirado en le filosofía de la célebre urbanista– que este año lleva por título El Canal de Isabel II: la gran posibilidad de aumentar las zonas verdes de Chamberí.
La historia de Chamberí ha sido, durante los siglos XX y XXI, la de la lucha de sus vecinos por reconquistar espacios verdes vetados al paso en un distrito con carencia histórica de parques. Especialmente al norte del distrito, donde el Canal de Isabel II cuenta con grandes extensiones de jardín cercado, asociados a sus instalaciones. La última y más sonada batalla se libró por el parque del Tercer Depósito, que es actualmente el pulmón verde del distrito. La ampliación del Parque de Santander prometida por Gallardón resultó convertirse en tiempos de Esperanza Aguirre en un gran campo de golf rodeado de parque. Sin embargo, quince años de lucha vecinal consiguieron revertir la situación y devolver el espacio al vecindario.
La carencia inicial de zonas verdes en Chamberí se debió a un problema de diseño, de evolución de la ciudad, pero, sobre todo, de mercado. Sobre el papel, el Plan de Ensanche de Madrid, tal y como lo redactó el ingeniero Carlos María de Castro, debería haber incluido un gran parque –bosque, lo llamaba por su apariencia irregular– en el norte, junto al Paseo de Ronda. Esta zona verde nunca llegó a construirse por las exigencias de la iniciativa privada, dejando el barrio de Chamberí y el imprevisto arrabal de los Cuatro Caminos sin parques.
Antes del Ensanche, al norte de la ciudad existía un gran espacio descampado moteado de tejares y lavaderos. Primero, el polvorín del Campo de Guardias, después los cementerios (entre las actuales Cea Bermúdez, Bravo Murillo e Islas Filipinas), que aún tardarían en desaparecer después de su cierre; y desde 1958 el Primer Depósito de aguas del Canal de Isabel II (al que seguirían el Segundo o Mayor, en construcción desde 1865 y el tercero, inaugurado en 1915). En definitiva, la ciudad creció por el norte dejando un espacio de desconexión asociado a infraestructuras antes de la barriada inmediatamente anterior al Paseo de Ronda (Reina Victoria).
Los vecinos de Chamberí y Cuatro Caminos, lugares en construcción, estaban muy habituados a convivir con los espacios abiertos, descampados y solares, pero no disponían de jardines de uso recreativo o parques. Sin embargo, muy tempranamente se hubieron de habituar a ver jardines desde el otro lado de la valla. En el Plano parcelario de Madrid de Carlos Ibáñez e Ibáñez de Íbero (1872-1874), estando en obras aún el Segundo Depósito, ya aparecen representados ajardinados los espacios del Primer Depósito.
Lo cierto es que en el siglo XIX aún no había aterrizado en nuestra ciudad el enfoque higienista del urbanismo reivindicador del parque público (el Parque del Oeste, el primer gran parque construido, abrió en 1905). Fue durante las primeras décadas de siglo cuando se dio en nuestra sociedad un intenso debate influido por las experiencias internacionales que ligaban el bienestar de la infancia a la existencia de este tipo de espacios abiertos y naturalizados.
La querella dialéctica acerca de la utilización pública de los jardines del Canal de Isabel II, a ambos lados de Bravo Murillo, ya se producía hace más de un siglo. Orillando la década de los veinte empezaron a aparecer en prensa voces que reclamaban la utilización del amplio espacio verde para el vecindario y, especialmente, para la infancia.
En 1921 Leopoldo Fau de Casa Juana, vecino prominente de Chamberí, escribía un artículo en La Correspondencia de España acerca de la necesidad de establecer en Madrid una red de parques públicos:
“Madrid tiene sobrados elementos para establecer estos parques de niños en el Retiro, Moncloa, Parque del Oeste, Cuesta de la Vega, Veterinaria y hasta en los jardines del Canal de Isabel II, en Bravo Murillo, que están injustamente cerrados al público”
Este mismo año ya encontramos al concejal socialista Andrés Saborit, que había sido elegido por Chamberí en 1917, reclamando en la Comisión Permanente del Ayuntamiento de Madrid la apertura al público de los jardines, algo que será frecuente en los años sucesivos. De hecho, en 1930 aún estaba a Saborit quejándose en el Ayuntamiento de que el Canal expulsaba de sus jardines a los niños de la barriada.
Se debatió de nuevo, por ejemplo, en 1924, con el mar de fondo de la polémica por el proceder de los jardineros municipales que, capitaneados por Cecilio Rodríguez, Jardinero Mayor de la Villa, tenían fama de echar a palos a niños y mayores de cuanta zona verde estaba a su cargo. Esta polémica, que llegó a ser denominada en prensa “del alambre de espino” por la facilidad con la que el cuerpo de jardineros acotaba los espacios, denotaba la existencia de dos visiones antagónicas de los espacios públicos.
También en 1924, la carta al director de un tal Julio Gallardo en La Libertad dejaba patente de la ausencia de bancos en el entorno de los Cuatro Caminos y pedía que “al menos abran al público los jardines del Canal”. Las menciones en prensa son abundantes en los años sucesivos. En julio de 1927, coincidiendo con las fiestas del Carmen en Chamberí, La Libertad enumera las carencias del barrio y, por su puesto, se acordaba de los inaccesibles jardines:
“En estos días que se proyecta la apertura de los parques públicos durante la noche, debe recordarse que hace muchos años que en el barrio de Chamberí es una aspiración, hasta ahora no lograda, la apertura de los jardines del Canal de Isabel II durante el día, cosa necesaria para los niños de la barriada que no tienen otro parque cercano”.
Y en El Sol a cuatro columnas en un artículo Los parques infantiles y los jardines del Canal, ilustrado con una fotografía de la fuente del Lozoya que adorna el lateral del recinto del Primer Depósito:
“…indicábamos en un artículo anterior la posibilidad de utilizar los jardines del Canal, situados en la calle de Santa Engracia y a ambos lados de la calle de Bravo Murillo. Uno de ellos, los que cubren el primer y el tercer depósito, se extienden hasta la Dehesa de la Villa. El Canal de Isabel II y el ministro de Fomento, si es necesaria su intervención, deberían autorizar la libre entrada en estos jardines y aún demarcar en ellos unas parcelas dedicadas a parques infantiles, cuya organización pudiera confiarse a los maestros de cada barrio cercano. Son estos jardines del Canal propiedad, en realidad, del pueblo, más directamente que si pertenecieran al Municipio. El pueblo madrileño proporciona las utilidades que el Canal obtiene; poco importaría que una parte mínima de estas utilidades se destinara al cuidado y vigilancia de los parques infantiles que allí se crearan”.
El fragmento refleja bien la concepción de parque público para la infancia a través del cual el reformismo social de la Restauración y la dictadura buscaba la cohesión social y la atracción de las clases populares y su ejército de chiquillos callejeros hacia las civilizadas forma burguesas. Zonas acotadas y reglamentadas al cargo de maestros o guardias. Sin embargo, en la práctica la mayoría de zonas ajardinadas y parques se construyeron en los espacios de la ciudad burguesa y las reglamentaciones impedían a las clases populares disfrutar de los parques, pues en ocasiones estaba prohibido que los niños permanecieran solos y, obviamente, solo las clases pudientes contaban con cuidadores.
Otro de los aspectos que se desprenden del mismo artículo de prensa es el de la propiedad del suelo y el régimen de administración del Canal como cortapisa para la apertura de los espacios. El Ayuntamiento de Madrid solo tenía un voto en el Consejo de Administración del Canal de Isabel II y era frecuente encontrar entre quienes reclamaban la apertura de las instalaciones la advertencia de que el terreno sobre el que se asentó el Canal es tierra de los madrileños.
En 1928 se concedió una parcela para que los niños entraran de forma tutelada en la parte este de los jardines. Sería en la Casa de los Niños, que estaba situada dentro de una arboleda entre las calles de Álvarez de Castro y José Abascal, antes de que la prolongación de esta última la hiciera llegar a Bravo Murillo. Se trataba de un proyecto pionero de las mujeres del Lyceum Club para ayudar a las madres trabajadoras de los niños y niñas de las barriadas de Cuatro Caminos y Chamberí, que podían dejar allí a los pequeños que aún no tenían edad escolar. La experiencia duró hasta que la guerra dio al traste con ella.
Después de la contienda, y hasta, hoy el vecindario ha seguido viendo desde el otro lado de la valla los magníficos arboledas del Canal y reivindicando entrar. Y consiguiéndolo en parte, como en el caso del parque Enrique Herreros y el de Santander. Pero la conquista de las praderas de la empresa pública sigue siendo uno de los caballos de batalla del movimiento vecinal de Chamberí, que las reclama para todos.
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