La otra Gran Vía entre Atocha y San Francisco el Grande que a punto estuvo de arrasar Lavapiés
En la segunda mitad del siglo XIX andaba Madrid falta de espacio, creciendo a lo alto y aún así siendo incapaz de asumir el rápido aumento de población que estaba recibiendo. Las reformas del entramado urbano capitalino no podían demorarse más y urgía una transformación interior que fuera más allá de las actuaciones localizadas que se habían estado realizando.
La desamortización eclesiástica de Mendizábal (1836) había logrado esponjar el centro de la ciudad creando plazas y equipamientos dotacionales donde antes había conventos. La posterior de Madoz (1855) incidió en amplitudes de calles y espacio público. Aún así era preciso ir más allá y mientras la capital se ensanchaba, un corazón de Madrid más cómodo e higiénico, menos medieval y más burgués, precisaba de grandes planes: servicios, líneas rectas, vías amplias, distinguidos edificios...
Al tiempo que se prolongaba la calle Bailén y aparecía el viaducto de Segovia, se actuaba en el eje de las calles Clavel y Sevilla y se ideaba la gran operación de la construcción de la Gran Vía, estuvo sobre la mesa el unir en línea recta el Paseo de Delicias -a la altura de la estación de Atocha- con el templo de San Francisco el Grande.
Esa obra, de haberse ejecutado en su totalidad, hubiera supuesto la desaparición de buena parte de los edificios del Lavapiés que ha llegado hasta nuestros días.
Para hacernos una idea de cómo podría lucir el barrio de Embajadores de haber prosperado este plan de construcción de otra Gran Vía que atravesara el sur de lo que hoy es el distrito Centro bastaría con fijarnos en la calle de Argumosa, la más amplia de la zona, conocida también como el bulevar de Lavapiés.
El trazado actual de esta calle corresponde al inicio de aquel plan que a punto estuvo de transformar el barrio: la proyectada unión entre Atocha y San Francisco se comenzó, penetrando con su modernización por Argumosa pero, sin embargo, se detuvo en la plaza de Lavapiés.
De no haberse frenado ahí, el plan hubiera afectado a calles tan emblemáticas como Sombrerete, Amparo, Mesón de Paredes, la plaza de Arturo Barea, Cabestreros, Embajadores, Rodas, Fray Ceferino González, San Cayetano... y hubiera llegado al Rastro por Ribera de Curtidores, arrasando también edificios de Carnero, Carlos Arniches, Vara del Rey, Mira el Río, etcétera, en su implacable búsqueda de una meta a la que llegar sin rodeo alguno.
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