Aguirre Fontanería, un negocio que cumple 100 años en la Malasaña de los comercios de 'quita y pon'

En tiempos de tiendas de quita y pon y de comercios de proximidad en clara retirada encontrar uno como Aguirre Fontanería es una agradable anomalía: cien años cumple este negocio en 2020, todos ellos en manos de la misma familia. La cuarta generación de los Aguirre fontaneros, con los hermanos César y Rafael al frente, sigue haciendo los trabajos de toda la vida propios de su profesión, a los que les han sumado una especialización en servicios menos habituales -como la colocación de suelos radiantes y la instalación y arreglos en cisternas empotradas- para lucir a su edad una salud económica de hierro, habiendo multiplicado por seis su facturación en los últimos tiempos y contando con una plantilla de 10 trabajadores.

La historia de esta fontanería, que siempre ha estado situada en la calle Divino Pastor, la inició Rafael Aguirre Santamaría, abriendo vivienda-taller en el número 6 de la citada calle. En esa ubicación, de no más de 65 metros cuadrados, levantó negocio y vivió en la trastienda con su mujer y sus 12 hijos (11 chicos y una chica). En 1951 seis de sus hijos tomaron el relevo, bajo el mando del primogénito de ellos, Luis Aguirre Guardiola, quien estuvo al frente del negocio hasta 1986.

En los negocios familiares los relevos generacionales no son sencillos y los Aguirre también se tuvieron que enfrentar con ello. “El relevo de mi bisabuelo no resultó excesivamente complicado, ya que antes estaba claro que era el mayor de los hijos quien heredaba la dirección del negocio”, asegura César Aguirre: “La cosa requirió de más negociación tras la marcha de mi tío Luis y el paso al frente que dio mi padre, Rafael Aguirre Bueno, para tomar las riendas de la fontanería”.

Así pues, entre 1987 y 2008 fue Aguirre Bueno quien condujo el negocio y es él mismo quien hace un breve resumen de lo que ha sido la vida del comercio que hoy sostienen sus hijos: “La época dorada de Fontanería Aguirre se vivió entre los años 60 y los 80, cuando entramos en relación con Horminesa, la empresa de Antonio Sáiz, padre del piloto Carlos Sáiz. Con él trabajamos en la construcción de chalets en Somosaguas y en otros proyectos grandes, como la edificación de la fábrica de Mahou, cerca del Calderón, y de la fábrica de Pepsi Cola. Llegamos a ser hasta 15 personas en la fontanería y no dábamos abasto”.

“Muchos chicos del barrio se formaron con nosotros por aquel entonces. Entre 1962 y 1975, más o menos, era muy habitual que los padres ofrecieran a sus hijos como aprendices de cualquier oficio -prosigue recordando Rafael-. Mucho antes de eso, mis propios tíos y mi padre se habían formado en la mejor fontanería que había en la zona, la de Moisés Grande, que estaba en la calle Velarde”.

Sintetizando los recuerdos que le vienen a la cabeza de la calle Divino Pastor, donde prácticamente se crió y mantuvo su negocio, Aguirre Bueno destaca el del Cine Alhambra, que se hallaba en el número 25 de esa vía, y la importante tahona de pan que había en una casa baja, hoy desaparecida, situada enfrente de donde tenían su taller, en el número 6.

Mientras hablamos de aquello que ya no existe, más que en las cabezas de quienes tienen memoria, tercia César Aguirre para apuntar dos pinceladas sobre cómo era la vida en Malasaña no hace tanto: “Recuerdo ver a mi abuela salir a tomar el fresco por las noches a la plaza del Dos de Mayo junto a otras muchas vecinas. Se llevaba su propia silla. También que era así como se celebraban las fiestas del Dos de Mayo, reuniéndose sin más en la calle los vecinos”.

“En cuanto al funcionamiento de los negocios, todo era muy de 'en confianza'. Por ejemplo, hasta que tomó mi padre el mando de la fontanería, en 1987, existía la figura del cobrador. Es decir, se hacían los trabajos y no se cobraban en el momento, sino que luego una persona acudía a que se los pagaran. En ocasiones, se demoraba tanto en hacerlo y era tan deficiente el estado de las instalaciones de entonces que, cuando trataba de cobrar encontraba que ya se había estropeado otro trozo de tubería y había problemas para hacer ver al cliente que se trataba de una avería distinta. ¿La de dinero que habremos dejado de ingresar por ese sistema ineficiente!”, señala César Aguirre.

Por su tipo de oficio, los Aguirre han tenido acceso a todas las casas de Malasaña a lo largo de los años. César habla de que no hace tanto tiempo, en un barrio repleto de edificios sin ascensor, las personas mayores se podían pasar semanas enteras sin salir de sus domicilios en cuanto tenían algún problema de movilidad y que, en ocasiones, les daban avisos sólo para tener con quien echar un rato de conversación.

También saben de la gran cantidad de infraviviendas que había en la zona hasta hace poco, con cuartos de baño comunes en edificios con estructura de corrala. Aún quedarían algunas así en el barrio y, según Rafa, de lo que sí que hay más es de pisos que todavía no cuentan con agua caliente y sus tuberías son de plomo.

Tras este repaso, en el que hemos estado mirando más que nada hacia atrás, toca fijar la vista al frente. Como 100 años no se cumplen todos los días y, según aseguran, no cumplirán 100 más, Fontanería Aguirre piensa celebrar su centenario con una gran fiesta para clientes y amigos el próximo octubre. Para ello alquilarán la terraza del Hotel Room Mate de la plaza de Pedro Zerolo.

En otro orden de cosas, César y Rafa aseguran también que ellos serán la última generación de Aguirre que estará al frente del negocio y, pese a la buena marcha del mismo, quizá no lo estén por mucho tiempo más: “Ninguno de los dos tenemos hijos, así que no tenemos el aliciente de quedarnos en este barco hasta el final para legarlo a quienes nos sucedan. Al mismo tiempo, llevar un negocio de este tipo resulta muy estresante: 10 familias dependen de nosotros y el hecho de que nos vengan clientes diciéndonos que conocieron a nuestro padre y a nuestro abuelo nos hace ser aún si cabe más responsables con todo, al tiempo que nos genera cierta angustia cuando no puedes llegar a todo. Además, en fontanería siempre es todo urgente, nadie puede esperar; sobre todo ahora, que vivimos en una época de inmediatez absoluta y que cada vez hay más gente intransigente que quiere que todo funcione bajo el dictado del ahora mismo. Nosotros nunca mentimos con los tiempos y plazos que damos son los que son. El nuestro es un trabajo muy estresante y desde que tenemos que vivir pegados a un teléfono móvil todavía más”.