Proponen dedicar un jardín de General Perón a la primera directora de una biblioteca infantil en España
El jueves 14 de diciembre el grupo municipal Más Madrid llevará al pleno del distrito de Tetuán nombrar una parte de los jardines de General Perón –el comprendido entre las calles de Infanta Mercedes, Fortunata y Jacinta, Juan de Olías y General Perón– con el nombre Bibliotecaria Juana Quílez Martí. No es un nombre que a la mayoría de los ciudadanos le diga nada, pero se trata de una pionera de la biblioteconomía muy relacionada con el barrio, pues fue directora de la primera biblioteca infantil de España, que se abrió en 1934 en el grupo escolar Ortega y Munilla, situado en la calle de Ávila, llegando a General Perón.
En 1933 se había acordado en el Ayuntamiento nombrar el nuevo colegio con el nombre del periodista, escritor y padre del filósofo José Ortega y Gasset. Un año después, con la escuela ya abierta, se creó la biblioteca por iniciativa de la Asociación de Bibliotecarios y Bibliógrafos de España, que había surgido en el entorno de la Biblioteca de la Universidad Central, con sede en la calle Noviciado.
La nueva biblioteca estaría ubicada en un barrio obrero, empezaría con unos 300 volúmenes y tendría al frente bibliotecarios del Cuerpo Facultativo del Estado. La elegida para dirigirla fue Juana Quílez Martí.
En la inauguración, que se produjo un día de junio al mediodía, Juana Quílez Martí contaría La bella durmiente, interrumpiendo el cuento a la mitad para indicar que, para conocer el final de la historia, habría que leer el libro en la nueva biblioteca. Niños de la escuela participaron caracterizados como personajes del clásico.
La biblioteca abría a las cuatro de la tarde y, según cuentan, se formaban colas de niños y niñas de la barriada frente a sus puertas. Permanecía abierta hasta las 18.30. Tuvo cierto impacto en el Madrid de la época. Como muestra, un botón. Jacinto Benavente invitó a los niños que asistían a la biblioteca a una representación de su obra La novia de nieve en el Teatro Español, además de regalar un ejemplar para la biblioteca. Acudieron el día de nochebuena y el ingeniero de caminos Carlos Mendoza les pagó el metro, desde Estrecho a Antón Martín. En prensa aparecen también reclamos de donativos de libros para la biblioteca, a los que respondieron algunas figuras públicas como el político maurista Ángel Ossorio y Gallardo, que envió obras de su padre, Manuel Ossorio y Bernard. En la misma época empezaron a funcionar las bibliotecas de los hospitales –aquí conviene citar a otra bibliotecaria, Juana Capdevielle– y se usaban las mismas tarjetas postales para pedir los donativos en los dos tipos de biblioteca.
Nacida en Albacete, Quílez había estudiado en el instituto Cardenal Cisneros de Madrid y se licenció en Filosofía y Letras en la Central. Aprobó las oposiciones al cuerpo de Facultativos de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos –al que también pertenecía su padre– en 1931 y fue destinada a Tarragona. Pronto, sin embargo, regresó a Madrid para ejercer en la facultad de Farmacia antes de desembarcar en el Ortega y Munilla.
Después de la guerra, hubo de pasar un proceso de depuración del que salió felizmente indemne, prosiguiendo su carrera profesional en Granada. Allí, llegó a ser directora de la Biblioteca Pública Provincial y del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas. Siguió siendo una mujer muy activa en la vida social de Guadalajara, donde tiene dedicada una calle, hasta su muerte en 2004.
Elena Fortún y la biblioteca infantil para niños de Cuatro Caminos que antecedió a la de Juana Quílez
Una de las señas de identidad de la biblioteca de Quílez fue la hora del cuento, que se llevaba a cabo los jueves bajo la dirección de la bibliotecaria. Ella narraba y los pequeños representaban “escenas mudas de una mímica intuitiva”. Otras tardes, hacían teatro.
Lo que hoy conocemos como cuentacuentos era en la época una experiencia de vanguardia que tuvo una de sus primeras encarnaciones muy cerca, en lo que de hecho podríamos considerar un antecedente directo de la biblioteca infantil del Ortega Munilla. En 1929 el Lyceum Club Femenino creo la Casa del niño, una guardería gratuita para hijos de madres obreras donde los pequeños de la barriada de Cuatro Caminos recibían alimentación sana, higiene corporal, revisión médica semanal y jugaban al aire libre. Los domingos, el local se convertía en biblioteca, en un proyecto en el que colaboraban la Residencia de Señoritas y la sección de Sociología del propio Lyceum.
La pionera de la narración oral fue Elena Fortún –conocida, entre otras cosas, por Celia– que había conocido la experiencia de narradoras estadounidenses en París. Fortún dirigiría a un grupo de alumnas de Biblioteconomía que acudían los domingos a contar cuentos a los niños y niñas, entre los 2 y los 5 años, que utilizaban la Casa del niño.
La experiencia debió ser exitosa, a tenor de los número que se conservan del año 1933. Durante el verano, la biblioteca abría a diario y recibía a 60 menores. El resto del año, su actividad dominical llegaba a atender a un centenar.
Aunque en todos los textos de la época se sitúa de forma imprecisa la guardería en los Cuatro Caminos, a nuestros actuales ojos fronterizos estaba en Chamberí. Luis Bello habla en Viaje por las escuelas de Madrid de “los altos de Santa Engracia, cerca ya de Cuatro Caminos, dentro de los jardines del Canal”. El Canal de Isabel II, de hecho, facilitó los terrenos, pudiendo los niños y niñas disponer de unos jardines poco habituales en la periferia en la época.
Este jueves sabremos si se cumple el primer plazo para que la memoria de esta pionera de la biblioteconomía y aquella biblioteca tan especial de la calle Ávila arraiguen en el actual distrito de Tetuán. Luego, quedarían por delante su corroboración en el Pleno de Cibeles y unos plazos cuyos tiempos desiguales desconocemos a qué obedecen. Una compañera de generación y profesión, María Moliner, aún espera su turno para ocupar el rótulo de una plaza en el distrito. ¿Podremos pasear pronto por los jardines de la Bibliotecaria Juana Quílez Martí?
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