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El único teatro abierto de Madrid

Voluntarias del banco de alimentos metiendo una nevera donada en el Teatro del Barrio

Marta Maroto

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La cultura cerró sus puertas como cerró el país entero cuando se decretó el estado de alarma. Madrid clausuró sus colegios, sus bibliotecas, canceló sus eventos y sus conciertos, y selló las puertas de todos sus teatros. Sin embargo, ahora, en el número 20 de la calle Zurita, el Teatro del Barrio abre su escenario como almacén de comida para los más vulnerables en uno de los distritos con mayor población migrante y economía sumergida del centro madrileño. 

Con la barra del bar desmontada y las butacas plegadas, un foco ilumina la mesa donde varios voluntarios van colocando los alimentos donados. Bolsas de comida preparada para las personas sin techo que hacen cola en la puerta trasera, botellas de agua y zumos, y las 'cubas' que llaman aquí, cajas de madera en las que entregan la comida semanal a las más de 500 familias a las que abastecen. Deben también su nombre a la asociación detrás de la iniciativa, Plataforma la CuBa, un juego de palabras de 'Lavapiés cuidando del barrio'.

La paralización y el confinamiento dejaron sin sustento a muchas personas que vivían al día, familias con una economía muy frágil y en situación de vulnerabilidad que la asociación de fútbol Dragones de Lavapiés comenzó a ayudar con un banco de alimentos solidario. Pero el estado de alarma se alargó y las necesidades fueron creciendo, llegaron más donaciones, más voluntarios, y hubo que abrir nuevos espacios. La cooperativa del Teatro del Barrio, centro de cultura y activismo, cedió su instalación y se sofisticaron las formas de ayudar. 

“Llevo y traigo comida”, comienza Mariano, que antes era carpintero y ahora… “ahora soy esto”. Utiliza su furgoneta gris para agilizar las donaciones, que vienen de carnicerías, supermercados, fruterías y todo tipo de locales del barrio donde personas particulares hacen una compra extra para el banco de alimentos. “Hay muchos comercios que donan, y si es mucho me mandan a mí. También llevo comida a los que no pueden salir de casa, a enfermos, a ancianos a familias con niños…”, habla a toda velocidad mientras carga, descarga y vuelve a montarse en el vehículo.

En un suspiro llega a la parte trasera del mercado San Fernando, donde un supermercado colectivo de vecinos ha cedido una nevera. Vuelve al Teatro del Barrio, “tengo miles, miles de anécdotas, tú sabes lo que es una persona que no puede salir de casa, que no tiene dinero, y que le lleves un paquete de comida de todo tipo… Ponen cara de felicidad, hay una generosidad tremenda, de locos”. Una pescadería ha donado varias cajas. “¿Más pescado Mariano?”, Miguel Egea, vecino de Lavapiés y voluntario, hace un aspaviento, durante la mañana han llegado varios cargamentos de pescado y van a tener que entregarlo rápido. 

El sistema de distribución se hace a través de una estructura de madrinas. Vecinos de Lavapiés que se encargan de coordinar, hacer el seguimiento a las necesidades de otros vecinos en situación de vulnerabilidad y organizar las horas, para evitar filas y aglomeraciones en la puerta. “Intentamos hacer la atención lo más integral posible, aunque llegamos a donde podemos”, continúa Egea. Así, en las salas que preceden al escenario hay cajas con ropa, algunos juguetes, un día una madrina se encargó de hacer una tarta de cumpleaños, también se han comprado medicamentos si ha hecho falta. 

“Todo esto es consecuencia de años de recortes públicos, de esto deberían hacerse cargo las instituciones”, apunta Egea en una oficina improvisada entre los telones de un escenario más pequeño. Explica que muchas de las personas que tocan la puerta del teatro cuentan que han sido enviadas por trabajadores sociales, “si nos están derivando casos, también deberían derivarnos recursos”. “No tenemos capacidad para atender a todos, y tenemos familias de este barrio en lista de espera”, explica. En apenas media hora de conversación se han acercado a preguntar por la ayuda dos personas, Egea les ha dado el teléfono de la asociación, el de servicios sociales y les ha contado la situación actual del banco de alimentos. 

Margette espera junto a su hermana que vuelva a abrir el teatro para recibir su cuba semanal. Desde que en enero cerró el restaurante senegalés Baobab, en el que fue durante años cocinera, no ha vuelto a encontrar trabajo. Abdelali, marroquí que comparte un piso con otros dos compañeros migrantes, ya no tiene ingresos desde que se apagó el mercado de El Rastro, donde ganaba algunos euros en negro ayudando a montar puestos. “Tengo paisanos que no tienen nada y están en la calle, yo por lo menos tengo techo y ahora también comida”, agradece. 

“Tendrían que estar abiertos todos los teatros para ayudar ahora”, afirma Carmen Mayordomo, que tantas veces ha actuado sobre estas tablas. Los escenarios de la maltratada cultura española transformados en bancos de alimentos, “lo que considerábamos ocio se ha reconvertido y ha dejado paso ahora a un espacio de uso primordial, de algo tan básico como es comer”, reflexiona Manuel Dos santos, sociólogo que también ha venido a echar una mano. “Este es el único teatro abierto en España, y lo ha hecho para ponerse al servicio de los vecinos”, sentencia Egea.

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