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Enrique Maldonado (traductor): “¿A cuántas escritoras portuguesas o marroquíes conocemos?”

El traductor Enrique Maldonado Roldán

Elisa Reche

Murcia —

En Solos en Londres (Automática Editorial) de Sam Selvon escuchamos hablar a `los chicos´. Ellos son la primera oleada de antillanos llegados a Reino Unido por falta de mano de obra tras la Segunda Guerra Mundial y se expresan a su manera en el Londres de la década de los cincuenta. Más de 60 años después los leemos por primera vez en castellano en una valiente traducción de Enrique Maldonado Roldán (Úbeda, 1982), quien presentó la novela el pasado miércoles en la librería Colette.

La ministra del Interior británica, Amber Rudd, acaba de dimitir por haber tratado como inmigrantes en situación irregular justamente a los descendientes de estos antillanos que llegaron a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial para suplir la falta de mano de obra causada por la guerra. No es el único país europeo que está reduciendo sus cuotas de inmigrantes y refugiados. ¿Por qué consideras que se está acentuando el cierre de fronteras y la xenofobia?

Porque creemos que tenemos algo que perder. Es mentira, pero hemos asumido el discurso de que si compartimos tocamos a menos. Pero no tiene por qué ser cierto, sabemos de los efectos multiplicadores de la emigración, sabemos que quien viene nos aporta más de lo que se lleva, en todos los sentidos, quizá compartir significaría que tocáramos a más.

Pero, ojo, que esto no ha hecho más que empezar. Vienen años de oleadas migratorias desconocidas en la historia, el cambio climático va a desplazar a cientos de millones de personas. Y no en el siglo XXIII, va a suceder ya, ya está sucediendo de hecho. Nuestros políticos lo saben, aunque no nos lo cuenten. Nos toca decidir qué vamos a hacer.

¿Qué opinas sobre el hecho de que el Gobierno español haya cumplido tan solo con el 14% del cupo obligatorio de sus compromisos con la UE para la acogida de refugiados?

Hemos perdido una oportunidad magnífica para reconciliarnos, al menos parcialmente, con nosotros mismos. La ciudadanía quería que llegaran los refugiados y quería participar en ese proceso, pero el Gobierno está a otra cosa. Y podía haber sido un punto de inflexión. Una sociedad no es sólo una décima más o menos del PIB, una sociedad es el proceso de construcción de lo que queremos llegar a ser.

En un momento en el que tenemos una visión muy negativa de nuestro propio país y de Europa, en un momento en el que asumimos que el boom de la vivienda en realidad era un ladrillazo, que no paramos de perder derechos sociales, que tenemos el alma corrompida y el país lleno de corruptos, que esto no hay quien lo arregle, habría sido magnífico empezar a construir en positivo. Cambiar el discurso, de «somos un país con finales» a «somos una sociedad con principios». Hacer lo que consideramos que tenemos que hacer como sociedad no es solo una cuestión de justicia, también lo es de autoestima. Vamos a ser mejores, vamos a creernos que podemos ser mejores, y quizá empiece a irnos mejor.

La literatura se ha escrito mayoritariamente por hombres blancos y ricos, ¿estamos escuchando y publicando más otro tipo de voces?

Mayoritariamente seguimos leyendo a hombres occidentales, no nos engañemos, pero desde luego que algo está cambiando. Queremos escuchar otras voces, queremos vernos cuestionados. La voz de las mujeres se está abriendo paso ¡por fin!, con todas sus dificultades y sus mercantilismos, sí, pero se oye. Celebrémoslo, pidamos más. ¿A cuántas escritoras portuguesas o marroquíes conocemos? Viven a nuestro lado, son nosotros ligeramente desplazados, tenemos que querer oír sus voces.

En la traducción de `Solos en Londres´ retuerces el lenguaje para reflejar el idioma que usan los antillanos llegados a Londres en la novela original de Sam Selvon. ¿Cómo has hecho eso y qué efecto causa en el lector?

El propio Sam Selvon hace un trabajo de traducción en su obra, puesto que afirma que la lengua de «los chicos», de sus personajes, es una adaptación para que el lector la comprenda. Recordemos que es un texto publicado en 1956.

El proceso de traducción supongo que se debió de parecer al que siguió el propio Selvon, reducción del abanico gramatical de la lengua, establecimiento de un léxico propio. Y sistematización, sobre todo era fundamental sistematizar sus usos lingüísticos.

Y el efecto es, como Selvon bien sabía, de extrañamiento inicial. El lector tiene que sentir que la lengua que utilizan no es la suya, que existe una distancia. De alguna forma, sus usos lingüísticos reflejan su condición de migrantes, su color de piel, y el lector tiene que sentir esa distancia. Sin embargo, la magia del texto radica en que según vamos avanzando en la lectura, nos vamos acostumbrando a la forma de expresión de «los chicos» hasta que la vemos normal, y de este modo se produce un acercamiento, un proceso de empatía, de identificación.

¿Cuál ha sido la traducción más difícil a la que te has enfrentado?

Ay, la más difícil... Pues depende, cada libro presenta sus propias dificultades. Pueden ser léxicas, por tratarse de un vocabulario más técnico. O de jerga, reconozco que traducir Pimp: memorias de un chulo, de Iceberg Slim (Capitán Swing), supuso el reto de trasponer la lengua de las calles y las cloacas del Chicago de los años cuarenta y cincuenta tuvo su miga.

Pero también pueden venir las dificultades por el lado contrario, Una historia de Nueva York, de Washington Irving (Nórdica), planteaba el problema de un texto con doscientos años encima, con un tono irónico y cómico continuo, y que, evidentemente, no se podía leer como si estuviera escrito ayer. Uno de los halagos más bonitos, aunque involuntario, que he recibido fue cuando alguien, después de leer la traducción, me dijo «Ah, pero ¿eres tú? Te había puesto la cara de alguien muy mayor».

Según el Informe del Observatorio del Libro y la Lectura de 2017, las traducciones descendieron un 21% en 2015 de modo que la obra traducida fue de un 16,2%, el valor más bajo de los últimos quince años. ¿A qué atribuyes este descenso tan marcado? el Informe del Observatorio del Libro y la Lectura de 2017

Uf, pues me pillas con el pie cambiado, no conocía estos datos. El sector editorial hispanohablante traduce mucho, la verdad, comparado con otras regiones como las angloparlantes. De alguna forma, tenemos claro que es importante importar ideas, historias y experiencias, y eso hace que se traduzca mucho. Tiradas cortas, es cierto, pero con un gran abanico de títulos.

Si el descenso del que me hablas se está produciendo, supongo que tendrá que ver con los costes de producción. La traducción encarece el libro, es evidente, hay que darle de comer a alguien más. Supongo que irán por ahí los tiros.

¿Cómo es el día a día de un traductor?

Pues el día a día de un traductor (traductoras en su mayoría, la verdad sea dicha) es la historia que podríamos titula «Solos en casa». Ropa de gala (pijama), café a las horas indicadas y muchas horas delante de una pantalla. Algo muy parecido a lo que le sucede a mucha gente. Y libros por doquier.

La traducción es una profesión solitaria, es cierto, pero tiene muchas ventajas. Para empezar, en el caso de la traducción literaria, que está en menor medida vinculada al vértigo cotidiano de la empresa moderna, uno puede elegir dónde estar solo. Se puede traducir en cualquier lugar del mundo, moverse, cambiar de casa, de clima si viene el frío...

«Pero tendrás que leer mucho», me dicen aquellos preocupados por mi salud ocular. Y sí, es cierto. Y es un lujo.

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