Asomarse a la amplitud del Mediterráneo con las fotografías inéditas de Rafael Chirbes: “Era mucho más que un escritor”
No hay verano en Cartagena en que el Mediterráneo no tenga un protagonismo abrumador en casi cualquier esquina. Lo que no es tan usual, como ocurre este año, es que uno tenga la oportunidad de encontrarse con ese mismo mar que circunda la ciudad no en la explanada de su puerto o en lo alto de sus colinas, sino a través de una hilera de fotografías tomadas por el fallecido escritor valenciano Rafael Chirbes (1949-2015), que fue autor, entre otras muchas obras, de Mediterráneos, una recopilación de artículos de sus viajes por la costa europea y africana escritos durante los años noventa para la revista Sobremesa.
Chirbes escribió cientos de páginas sobre sus múltiples destinos. Plasmó en ellas una percepción crítica del mundo y del levante español. A cualquier parte que viajaba, el cuaderno y la pluma con la que tomaba rápidas anotaciones eran una compañía tan invariable como la de su cámara de fotos. Más de treinta años después de comenzar a disparar con ella, las instantáneas del valenciano son ahora un descubrimiento profundo del imán que durante siglos ha atraído a tantísimas civilizaciones.
Quien se aproxime estos días a la sala Domus del Pórtico de Cartagena, quien se interne en la exposición de Chirbes organizada por el festival La Mar de Músicas, que este mes de julio ha concluido su 29ª edición, se asomará, como si se apoyara en una fila de ventanas colocadas a lo largo de la cubierta de un buque, a la amplitud luminosa del Mediterráneo entero, a su azul obsesivo, al aroma a agua salada y al sonido a veces musical de la marea o de los mástiles de los veleros.
De una lectura, una ventana al mundo
Los negativos de Rafael Chirbes expuestos en Cartagena no se habían conocido hasta el momento. La exposición que los rescata está hecha para lectores acérrimos del valenciano, pero también para quienes tienen la oportunidad de conocerlo por vez primera. No muchas veces se había dado la oportunidad al público cartagenero de aproximarse a la literatura a través de la fotografía.
“La idea surgió de la lectura de un párrafo concreto de Mediterráneos. En él, Chirbes, que vuelve de uno de sus viajes, comienza a tratarse a sí mismo como fotógrafo. Tras leer eso sentimos que su personalidad de fotógrafo era algo que teníamos que descubrir”, cuenta a elDiario.es Nacho Ruiz, uno de los coordinadores de La Mar de Músicas y comisario de la exposición.
Después de quedar embriagados por ese punto concreto de Mediterráneos que seguramente pasaran por alto en otras lecturas, Ruiz y el resto del equipo del festival y del Ayuntamiento de la ciudad portuaria se pusieron en contacto con la Fundación Rafael Chirbes de Valencia. Desde la Fundación les facilitaron un total de 600 fotografías, entre negativos, fragmentos de papel y documentos digitalizados.
Entonces comenzó un trabajo de limpieza de las imágenes, de preparación y restauración del papel, de los colores, de la nitidez de cada escena. Seleccionaron un total de 46 para exponerlas en la presente edición del festival. Todas permanecerán en el Domus hasta el 1 de septiembre. “Conforme íbamos viendo las fotos, encontramos un componente estético que nos hablaba de un fotógrafo con criterio. Queríamos resaltar a Chirbes como un artista que es mucho más que un escritor”, explica el comisario.
Indagar el mar
En algunas de las instantáneas del escritor valenciano todo parece suceder un poco al azar, sin premeditación, con el desahogo de la vida diaria. Se trata de una contraposición perfecta a la actualidad que vivimos y que él no llegó a conocer demasiado. Las cámaras digitales y las de los teléfonos móviles han multiplicado nuestra exposición a un caudal de fotografías en su mayor parte irrelevantes. Rafael Chirbes y sus viajes por el Mediterráneo pertenecen a un tiempo, de repente muy lejano, en el que el disparo de la cámara era algo definitivo, como si él mismo hubiese escrito una frase en su cuaderno y ya no fuese posible borrarla.
“Chirbes va documentando en sus viajes el paisaje que está viendo con imágenes que son muy complementarias a los textos. Las reflexiones que escribe corren paralelas a las fotografías que saca. Son como fragmentos, como flashes”, explica Nacho Ruiz, que mira las fotografías de la exposición con un regocijo íntimo. Aunque las conozca de memoria siempre se posa un tiempo prolongado delante de cada una.
En las escenas se aprecian, sobre todo, estampas azuladas. El cielo y el mar a menudo tienen la misma tonalidad y se funden con armonía cromática. En las fotos se intuye el sol, el calor, el gusto de la brisa marina. Apenas aparecen personas. Las pocas que sí lo hacen, cuenta Ruiz, le servían a Chirbes para ofrecer “una medida” de la altura de las construcciones o de las rocas de los acantilados.
No hay foto, eso sí, en la que aparezca el escritor. Dicha circunstancia denota un rasgo de humildad, pero también una intención recriminatoria. “No es el turista que va y se saca fotos a sí mismo junto a monumentos o paisajes”, dice el comisario de la exposición. Es más bien, en contraposición, una clase de turista que busca la austeridad comparativa. “Trata de mostrar la esencia única de cada lugar, esa belleza que también está en su literatura todo el tiempo. Pero, a su vez, busca la atmósfera común del Mediterráneo, de lo que significa este mar para todas las poblaciones que viven de él”, dice.
Las fotos expuestas en el Domus del Pórtico invitan a cada persona a hallar dentro de sí misma su propio Mediterráneo. Cuando uno las visualiza lentamente, todos los recuerdos que posee del mar en su vida se agolpan y se superponen. No importan tanto los lugares desde los que fueron tomadas. La fotografía, para el escritor de Valencia, era una especie de obra de arte complementaria a su pluma que ya existía antes del momento mismo de la escritura. Era un indicio de clarividencia. Rafael Chirbes miraba y señalaba algo, en silencio. Un encuadre de un paisaje bañado por el mar que ya era memorable antes de que apretara el disparador. Después, cuando obtenía un número suficiente de imágenes, cuenta Ruiz, Chirbes las revelaba, y su realidad física y tangible se convertía entonces en una fuente de inspiración para comenzar a escribir.
Explica el comisario de la exposición que hay un cambio notable en la fotografía de Chirbes a medida que avanza en sus viajes: primero, durante sus primeros artículos, el valenciano utilizó una cámara compacta. “En este tiempo es un fotógrafo compulsivo. Apenas piensa. No le importa la calidad de imagen. El disparo es inmediato. Captura la realidad que ve para nosotros, los lectores”, cuenta Ruiz.
En las instantáneas tomadas con la compacta se aprecia una búsqueda de correspondencias visuales entre las formas de la naturaleza y las creaciones humanas. Unos pocos turistas que caminan por una ladera majestuosa de roca. Un arco gigantesco de piedra que se alza sobre la misma superficie del mar. Un puerto industrial que erige sus grúas y sus contenedores entre una neblina de contaminación. Un edificio moderno, de ángulos rectos y paneles de metal heridos al sol.
Más adelante, en sus últimos escritos, a finales de los noventa, el valenciano se hace con una cámara réflex. Las fotos ganan en calidad. Las toma con una evidente intención artística. Los encuadres pasan a ser técnicamente más precisos, y muestra más respeto por las reglas de armonía visual. “No fue un gran fotógrafo artísticamente hablando, pero en la fotografía de Chirbes encontramos la narración de todos los sitios en los que estuvo. Hallamos esa luz común del Mediterráneo, pero también esa crítica que era inherente a él”, esboza Ruiz.
La revelación de la realidad, por desgarradora que pudiera resultar, era lo más característico de la escritura Chirbes. La reprobación sobria y sin adornos rezuma en Mediterráneos. El valenciano también apelaba a ella con su cámara.
“Se enfrenta a todos los mediterráneos”
“Chirbes es ese gran crítico que no siempre ha tenido la cultura española. Escruta todo de una manera más honesta que los demás. Su trabajo literario, en esencia, radica en eso”, explica al respecto Nacho Ruiz. Y lo hace resaltando una fotografía en concreto. El escritor se encuentra en Almería, en uno de sus primeros viajes. Todavía lleva consigo la cámara compacta.
Su destino es el Mediterráneo andaluz, pero prefiere separarse por un momento de la costa y centrar su objetivo en un mar de plástico que se pierde en oleadas blancas hacia el interior. En ella aparecen tres hombres de espaldas, con mangas largas, con gorras y sombreros que les cubren las cabezas del sol. Son los trabajadores de los campos de cultivo de la provincia. “Chirbes siempre tuvo una conciencia social tan fuerte que las personas, las pocas que aparecían en sus fotos, solían ser trabajadores”, anota el comisario de la exposición.
La pulsión y la necesidad de crítica de Chirbes surgen durante la exposición como trazos tenues de un dibujo mucho más grande. Lo principal es el Mediterráneo, la descripción, el viaje, el placer. Pero la crítica subyace en cada destino. “Creta, Alejandría, Estambul, Alicante, Valencia, Mallorca”, enumera Nacho Ruiz. “Chirbes se enfrenta a todos esos lugares desde un punto de vista totalmente crítico. No podía no hacerlo”.
El coordinador de La Mar de Músicas entra en detalles. Hay dos cuestiones que especialmente preocupaban al literato valenciano. “Una, el desastre urbanístico de la costa”, subraya. “La otra, el advenimiento del turismo de masas”. “Chirbes sitúa el foco sobre ese tipo de turismo que vive de espaldas a la realidad de los lugares. De alguna manera casi lo desprecia, porque él sí contaba esa verdad en sus artículos, ya fuera esta política, social o económica. O bien los escándalos de corrupción del levante, como ocurre en su novela Crematorio”.
“Hoy Mediterráneos sería un libro muy triste”
Rafael Chirbes se anticipó a la actualidad. Décadas más tarde de sus textos para Sobremesa, la presión inmobiliaria de la costa mediterránea y el turismo descontrolado han acabado por generar un problema que no parece tener solución a corto plazo. “Si Chirbes escribiese hoy Mediterráneos sería un libro muy triste”, conjetura Nacho Ruiz.
“Habría visto la evolución de las ciudades, de los centros históricos que se reconstruyen pensando en esa ola de dinero que viene con el turismo masivo y no en la esencia y la singularidad que los distingue del resto de lugares del mundo”, prosigue. “En aquella época, en los noventa, Chirbes todavía buscaba la verdad de los sitios, a pesar de ese modelo desastroso que ya estaba surgiendo. Pero ahora, para él, todo habría perdido esa verdad. Todo sería parte de una industria destructiva”, explica.
Pese a la dicotomía entre la belleza y la crítica que siempre estuvo presente en el caudal de palabras del valenciano, sus instantáneas son todavía como un manantial de paz o como un vestigio de lo que un día sí fue el Mediterráneo, y de lo que en cierto sentido aún puede seguir siendo: Chirbes retrató como pocos su paz, su color, su silencio de olas resonando contra acantilados o contra cordilleras perdidas o contra las tapias encaladas de algunas casas. “Queremos que cada espectador haga su propia lectura. Que cada uno reconozca los sitios en los que ha estado, o que los imagine literariamente. Queremos, como pretendía Chirbes, recoger la esencia del Mediterráneo, del disfrutar de cada viaje”, concluye Nacho Ruiz.
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