J.C. Sánchez, escritor: “La generación que luchó por la democracia en España hoy se siente desencantada”
'Cuando tomábamos café' (Raspabook) es una historia coral ambientada en el Madrid de finales de los sesenta donde, en torno al histórico Café Comercial, se despliega la vida de los protagonistas. Su autor, J.C. Sánchez (Madrid, 1976), ha querido convertir este “canto a la libertad hasta las últimas consecuencias” en un homenaje a las mujeres y, en general, a toda la generación de españoles que trataban de abrirse paso hacia la libertad en aquellos años convulsos que precedieron al cambio. Lo hace con un relato tan entretenido como ambicioso en el que ha invertido cuatro años de trabajo y para el que bebe de la mejor tradición narrativa nacional.
¿Por qué escribir sobre el Madrid de finales de los sesenta?
Porque es una época de nuestro país que, creo, no se ha tratado demasiado en literatura. Se ha hablado mucho de la posguerra, del final del franquismo, la Transición, pero los sesenta no se han recogido tanto. En cine, sí. De hecho, para documentarme he recurrido a las llamadas 'españoladas', un nombre que me parece muy injusto, porque ridiculiza un cine muy bueno, que se lograba sacar adelante pese a la censura y las limitaciones económicas.
Es algo que solemos olvidar.
Contar una historia con los ojos del censor en tu nuca, hacer crítica social velada desde el humor y la ironía. Eso es muy complicado. Hay que saber hilar muy fino.
También asoman a 'Cuando tomábamos café' referentes literarios.
Desde luego: Carmen Martín Gaite, Rosa Chacel, Ana María Matute… Toda esa literatura que está hoy un tanto olvidada, que narraba y criticaba con pluma elegante, delicada, sin necesidad de exabruptos.
Tres grandes escritoras. Precisamente tu novela es eminentemente femenina.
Es que hoy la voz de las mujeres se ha alzado de manera definitiva. A nadie escapa su reclamación por vivir en igualdad. Pero esa lucha que cristaliza ahora viene de muy atrás, en España con personajes como Rosa Chacel o Gloria Fuertes, que aparece en la novela. También Maruja Mallo. Que en nuestro país Maruja Mallo no sea una figura reconocida es tremendo: pintora, ecléctica, una personalidad brutal, maestra de Andy Warhol… A las mujeres se las ha silenciado en todas las áreas. No debemos olvidar que hubo un tiempo en que, en España, no se les permitía viajar al extranjero o abrir una cuenta sin el permiso del marido o el padre.
'Cuando tomábamos café' homenajea a las mujeres, y también a toda una generación.
Sí, la de nuestros padres, los nacidos en el medio siglo, que no ha sido suficientemente reconocida. Son gente que se crió en una dictadura, que tuvo que trabajar para sus padres casi desde niños, que cuando apenas empezaban a vivir, con veinte años, se casaban, tenían hijos y se dedicaban a su familia el resto de sus vidas.
Son la generación de la Transición también.
Una Transición a la democracia en la que se implicaron o se vieron envueltos sin saber realmente qué narices era eso de la democracia porque no lo habían vivido. Tenían muchas ganas de libertad, de hacer y decir cosas libremente, pero a veces no sabían cómo.
De hecho, la frase promocional del libro es: “Un canto a la libertad hasta las últimas consecuencias”.
Es que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. La libertad en los sesenta y setenta era algo por lo que clamaba todo el mundo. Si hablas hoy con cualquier persona de esa época, en general, sienten melancolía por lo que pudo ser y no fue: “Podíamos haber hecho algo bonito y no lo hicimos”. Es algo que oigo a menudo. Olvidamos que, durante el franquismo, cualquier policía podía darte un guantazo y no pasaba nada. Aquellas personas, asfixiadas como estaban, cuando vieron la posibilidad de respirar se lanzaron sin importarles nada. La libertad lo merecía todo. Son la generación de las revueltas estudiantiles en la Complutense, cuando se declaró el estado de excepción por última vez en España, en 1969. Ahora se sienten defraudados, sin las cotas de libertad que esperaban. En los ochenta era difícil de ver todavía, pero ahora…
Uno de los asuntos que tratas en tu libro es el caso Matesa, uno de los primeros grandes escándalos de corrupción en España, que tuvo lugar en ese año, 1969.
Y que tumbó el undécimo Gobierno de Franco, presidido por Carrero Blanco, aunque eso no fue más que una pantomima. El caso Matesa estalla en el primer momento de aperturismo económico del país, es decir que, en cuanto vimos un poco de dinero del exterior, ya estábamos haciendo de las nuestras. Eso me lleva a reflexionar, teniendo claro que no somos todos iguales, sobre el panorama actual: ¿Somos inevitablemente el país de Rinconete y Cortadillo y el Lazarillo de Tormes? ¿Podremos un día librarnos de la picaresca, el querer ser más listos que el otro? Porque en España siempre hay un gran caso de corrupción. No nos lo quitamos de encima.
¿Cómo surgió la idea de escribir una historia coral en torno a un café, a la manera de Cela?
Surgió un verano, cuando leí que el Café Comercial cerraba e iba a ser vendido a una multinacional. Tengo un vínculo personal y familiar con este lugar: Mis padres me llevaban de pequeño a tomar chocolate con churros allí. Me contaban historias sobre los grandes escritores y artistas que lo frecuentaban o lo habían frecuentado: Cela, Umbral, Machado, los actores del teatro Maravillas. Me encantaba imaginarme como habría sido ese lugar en otras épocas, o incluso verme a mí mismo escribiendo en sus mesas de mármol algún día en el futuro. Esos recuerdos sumados a la noticia del cierre dispararon la idea de escribir la novela.
Escribes desde niño. ¿Por qué has tardado tanto en lanzarte a la novela?
Porque asusta un poco. Yo había escrito muchos versos, relatos. Sin embargo la novela parecía algo inasequible, carecía de la formación necesaria. Pero al final la pasión pudo más que la razón. Para lanzarte debes sentir que estás preparado, que es tu momento. Las prisas no son buenas: Debes encontrar la historia adecuada.
Alguna vez has dicho que la escritura es para ti una forma de terapia.
En mi vida me he dedicado a muchas cosas, pero lo que siempre ha estado presente, lo que siempre me ha acompañado, es la escritura. Escribir es el bálsamo, una forma de desahogarte, de confesarte contigo mismo, de expiar fantasmas. También de compartir tu visión del mundo. Otros a lo mejor van al gimnasio a pegarle a un saco.
Hablando de deporte, tu otra gran pasión es el baloncesto. ¿Has pensado alguna vez en juntarlas, o lo has hecho ya?
Soy de Fuenlabrada, canterano del club. El baloncesto es una empresa tan difícil como la de ser escritor. El año pasado el responsable de prensa me ofreció la posibilidad de hacer crónicas en verso de los partidos, cosa que resultó muy interesante y divertida. Ahí junté mis dos pasiones.
Escribes poesía.
Todos los días. Lo veo como el calentamiento previo al partido, que sería la novela. Con la poesía me siento muy cómodo, por la libertad con que me expreso.
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