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Mónica Ojeda: “Muchos ven la imaginación como algo peligroso e incómodo”

Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988)

José Miguel Vilar-Bou

La escritora Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) regresa con “Mandíbula”(Candaya), novela en la que, con una prosa que mezcla exploración poética con elementos de terror y “thriller”, hila un relato de perversión adolescente que le sirve para indagar en el miedo, la violencia, el deseo y las relaciones de poder. Su anterior novela, “Nefando”, le valió la inclusión en la lista Bogotá39, que reúne a los 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años con mayor proyección de la década. En esta entrevista reflexiona sobre el hecho de escribir y nos desvela algunas claves de su libro.

Las protagonistas de tu novela son adictas a las “creepypastas”. Para quien no lo sepa, ¿qué son?

Son historias de terror gestadas en Internet por jóvenes o por adultos que se ocultan tras “nicknames”. Nunca postean sus verdaderos nombres. Esas historias pretenden tener una veracidad: se les da forma de entrada de blog, van acompañadas de vídeos amateur… Muchas personas incluso creen que son reales. Se trata de crear miedo al lector.

Algo muy antiguo, en realidad.

Exacto, son las leyendas urbanas de siempre, pero en Internet.

En “Mandíbula” sometes al lector a un proceso traumático. ¿Fue también traumático escribirla?

Traumático no diría, aunque escribir es para mí un ejercicio que implica una cierta dificultad, tensión. Además, trabajo temas difíciles, que tienen que ver con los tabúes, lo abyecto, lo obsceno, el miedo en este caso ligado a la sexualidad… Son asuntos un poco oscuros, entonces es verdad que la escritura no es especialmente placentera.

¿Por qué a veces a los lectores nos gusta que nos hagan sufrir, asomarnos a la parte más oscura de las cosas?

Creo que es por lo mismo que por lo que nos gusta ver películas de terror: Te hace sentir vivo desde una seguridad. Sabes que no vas a morir, pero sientes el vértigo de una posible muerte. En el fondo todos buscamos emociones fuertes para recordar que estamos vivos, y también para lidiar con nuestras propias emociones, que siempre son intensas, aunque intentemos acallarlas para llevar una vida tranquila.

Hablando de miedo, en tu novela te acercas a géneros como el “thriller” o el terror. Alguna vez has dicho que el terror no es un género, sino un sentimiento universal.

Es verdad que “Mandíbula” toma rasgos de “thriller” y que está muy presente la tradición de la literatura de horror. Pero no creo que sea una novela de género en absoluto. No me gusta encasillar lo que estoy escribiendo en un formato. Un género suele tener unos corsés que no me gusta utilizar a la larga. El miedo no lo trabajo desde el género del horror sino como una emoción primordial, que nos permite sobrevivir porque es instinto de supervivencia, pero que también te puede paralizar o llevar a cometer actos abominables.

En un momento de la novela se lee “Las niñas que imaginan demasiado terminan enfermando”. ¿Es así o imaginar es una terapia?

No pienso que la imaginación sea terapéutica, pero sí es un lugar desde el cual te puedes liberar de una jaula hecha de valores, tabúes y prescripciones sociales. Por eso muchos creen que la imaginación es peligrosa e incómoda.

Aquí asoma el sexo, que nos atrae incluso en sus formas más retorcidas y oscuras.

Creo que eso tiene que ver con el deseo. Estamos atravesados por el deseo. El problema es que en éste cabe la ternura, pero también la violencia. Cabe la vida, pero también la muerte. Es una zona de contrastes muy grandes. Por eso el sexo es tan problemático y por eso se trata de normar y de domar cuando la sexualidad es algo indomable. Me interesa mucho en mis novelas abordar cómo los personajes lidian con sus pulsiones.

La infancia y la adolescencia son etapas de las que bebes en tus historias.

Es cierto que me obsesiona un poco la infancia como una época en la que carecemos de lenguaje para hablar de ciertas experiencias. Y de la adolescencia, que es lo que trabajo en “Mandíbula”, lo que me obsesiona es que se trata de una etapa en donde hay mucha hambre de experiencias: Quieres experimentar el sexo, el amor. El odio lo experimentas intensamente, los celos también. Parece que todo en la adolescencia se magnifica como si quisiéramos aprehender el mundo de una sola mordida. Es una etapa muy pasional, muy de descontrol y eso me parece increíblemente fértil para trabajar literariamente.

Otro elemento importante en tus novelas es Internet, que moldea nuestras vidas y por donde circula lo bueno pero también lo peor.

Me interesa Internet en tanto que es parte del paisaje de nuestra era, no es que lo tematice. Es cierto que Internet ha transformado ciertas formas de relacionarnos. Por ejemplo, en “Nefando”, donde hablo del abuso y la pornografía infantil: Internet transformó totalmente la distribución de ésta y expandió el daño que reciben las víctimas.

Cuando escribes, ¿tienes un lector ideal en mente o es un puro acto introspectivo?

No me gustaría decir que es un acto puramente introspectivo. Escribo y publico porque me gustaría que alguien me leyera. Pero sí pienso que escribo sin intentar complacer. Eso es importante para mí. Trato de complacerme a mí misma como escritora, y como por supuesto no soy única en el mundo, pienso que habrá más personas a las que les interesen las mismas cosas que a mí. Entonces te diría que mi lector ideal sería alguien a quien le guste una experiencia intensa, que es lo que yo busco cuando abro un libro. No me interesa la literatura “correcta”, sino algo que me haga temblar, que me remueva e inquiete.

¿Cómo vives el momento de la publicación, cuando algo que era sólo tuyo se expone a los ojos de los demás?

Es un poco como estar desnuda enfrente de otros. Da un poco de pudor, de hecho. Pero es solamente al principio. Después recuerdas que no estás tan desnuda, porque nunca te terminas de desnudar en una novela. Si no, dejarías de escribir para siempre. Además, al acabar una novela puedes por fin salir, pasear por el parque. Ya no necesitas estar ocho horas encerrada escribiendo. Así que publicar es un poco el proceso de volver a salir. Y eso también es bueno.

Escribes también poesía. ¿Prosa y poesía son mundos conectados o aparte?

Yo no los veo como mundos aparte. De hecho la prosa que más me interesa, no la única pero sí la que más, es la que está manchada de poesía. Y no me refiero a una prosa preciosista, grandilocuente, sino a una prosa en la que el lenguaje no sea un mero instrumento para contar una historia, sino también un fin en sí mismo. Así que no me gustan las divisiones genéricas, me gustan los géneros híbridos y no veo prosa y poesía como algo separado. Ahora bien, a la hora de escribir sí creo que son ejercicios distintos, pero están emparentados y me gusta que se mezclen en los libros que leo.

La poesía es un género muy minoritario. ¿Qué te lleva a escribirla sabiendo que al otro lado habrá muy pocos?

Si escribes poesía ya sabes desde el principio que no vas a tener una masa de lectores voraces detrás de ti. Eso no va a ocurrir nunca. Entonces es que lo estás haciendo por otra razón: Porque te está ardiendo la cabeza. Tienes un incendio forestal de ideas en la cabeza y lo tienes que sacar. Y entonces escribes poesía porque no puedes hacer otra cosa. Y luego lo publicas y te emparentas con esas pocas personas a las que les gusta la poesía, pero ese contacto es muy íntimo y muy especial. Es la retribución que tienes. Puede sonar a muy poco, pero en realidad es mucho, muchísimo.

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