Juan Ángel Laguna Edroso, editor: “No todos tenemos que ser la gran editorial mítica, también es importante la labor de base”
En 2009, un grupo de amantes del terror se lanzaron a un proyecto kamikaze: Publicar una revista periódica consagrada a los cuentos de miedo en español. Ocho años después, bajo el título “Dark Space Opera”, acaba de salir el número 22 de la hoy veterana Calabazas en el Trastero. Otros temas que han desfilado en este tiempo por la revista son “Horror cósmico”, “Aparecidos”, “Máscaras”, “Arañas” e incluso “Fútbol”, entre muchos otros. Con ellos han patentado el llamado “género fosco”. Es tan insólita la pervivencia en España de una publicación de estas características como esencial la función que cumple en cuanto vivero de jóvenes escritores que quieren foguearse en el género del terror: Más de 150 han pasado por sus páginas. Detrás de Calabazas en el Trastero está la editorial Saco de Huesos, nacida en 2009 también, y doblemente innovadora: No sólo se consagró al 100% al terror nacional cuando apenas nadie lo hacía, sino que apostó por el entonces naciente “small press”. En esta entrevista, el editor Juan Ángel Laguna Edroso rememora aquel momento germinal y conversa sobre el mundo de la literatura y la edición. Nacido en Zaragoza, Juan Ángel –Kachi en el entorno friki- es padre de cinco hijos, practica kendo (esgrima japonesa) y vive en una aldea en Francia.
Tu ciudad de origen, Zaragoza, es especialmente fecunda en escritores de terror.
Es cierto. En muchos aspectos, Zaragoza tiene una vitalidad cultural que no se corresponde con su tamaño. En terror, están los escritores Oscar Bibrián, David Jasso, Tamparillas, Roberto Malo, Fernando Lafuente, David Rozas Genzor. También Carlos Rodón, editor de Dissident Tales. De Calatayud, está Pedro Moscatel. Luego, Sable y Calabazas en el Trastero, de las pocas revistas de género que han sobrevivido durante años, las tenemos en Zaragoza también. No tengo respuesta para esa concentración de terror. Quizá tenga que ver que en Aragón hay un estrato folclórico del que se pueden sacar muchas fuentes, como las brujas de Trasmoz. Aunque no tenga la misma difusión que las tradiciones fantásticas vasca o gallega, por lo visto la nuestra ha cristalizado en algo. Fermín Moreno la explota muy bien en sus libros, por ejemplo. También, en Aragón sigue existiendo una cierta tradición de relato oral: En mi pueblo, de niño, todos los chiquillos -algunos son hoy pastores de ovejas- contábamos historias de terror.
¿De ahí viene tu gusto por lo siniestro?
Las historias de terror me fascinan desde crío, sí. Las contábamos en las noches de verano. Eran los benditos ochenta, cuando te podías quedar en la calle hasta medianoche. Yo tenía muchos primos, había mucha chiquillería en el pueblo y lo pasábamos en grande inventándonos historias de miedo. Aparte, tuve otras dos influencias clave: El librojuego “El misterio de Chimney Rock”, que era mi libro preferido, y el álbum de cromos “Monstruos”, ese clásico que tiene hoy club de fans en Internet y cuyos cromos se compran y venden todavía por ahí.
Además de escritor, eres editor. ¿Se llega a la edición por vocación o te lo encontraste?
Desde los seis años tengo claro que me encanta contar historias. Lo de editar no me lo planteaba. Antes, los editores eran para mí unos señores que tenían una oficina y todo eso, pero luego empecé a ir a las Hispacones (Congreso Nacional de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror que se celebra anualmente desde 1969) y ahí me di cuenta de que era posible sacar tus propios proyectos. Yo tenía el precedente del libro de plástico, que fue un proyecto universitario para Ingeniería Química. Mis compañeros de clase me dijeron que eso era una fumada, pero al profesor le encantó la idea, así que nos embarcamos. Hicimos un libro con ese material y ahora hay dos patentes. A través de ese trabajo contacté con un editor de Zaragoza, visité imprentas… Empecé a ver lo que es ser editor: Un tío que selecciona textos, los produce y los intenta vender. Y comprendes que es posible, asequible. Y es bonito crear libros. Es bonito escribirlos, leerlos… pero también hacerlos. De eso te das cuenta cuando lo tienes en tus manos. Es una labor con un lado artesanal muy atractivo. Pero el trabajo va mucho más allá: Tienes que crear una línea editorial, llegar a las tiendas.
¿Cuál fue tu primera experiencia real como editor?
Partió de Ociojoven.com, una web que empezó siendo un foro friki de juegos de rol, de mesa y tal, y que desarrolló una sección de literatura bastante potente. Yo estaba en París en aquella época (2004) y tenía tiempo libre… Bueno, en realidad no debería haberlo tenido porque estaba terminando la carrera… pero el caso es que me dediqué a coordinar esa sección. Ociojoven no tenía el trasfondo de Sedice.com (www.sedice.com), la gran web literaria del fandom, pero sí un increíble número de visitas. Al final, en la sección de literatura nos acabamos juntando varios escritores y decidimos publicar juntos un libro de cuentos de miedo. Nos bautizamos como el Círculo de Escritores Errantes y el libro se titularía “El desván de los cuervos solitarios”. Lo presentamos en la HispaCon de 2006, en Dos Hermanas. Haciendo la selección de textos, nos dimos cuenta de que, aunque todo era terror, había enfoques muy distintos. Entonces Miguel Puente utilizó por primera vez el término “género fosco” para aunarlos a todos, y así apareció en el prólogo. El libro salió bien, pero los escritores tenemos mucho ego y aquello acabó naufragando y, además, alejándose del terror. Así que el núcleo al que nos gustaba el género decidimos sacar una antología de cuentos en convocatoria abierta. Era una manera de conocer a nuevos escritores. Éramos Miguel Puente, Pedro Escudero, Laura Luna y yo.
Y así nace la revista Calabazas en el Trastero (2009), consagrada al por vosotros bautizado como “género fosco”. ¿No era una locura lanzar una publicación literaria, y encima especializada en cuentos de terror?
Es verdad que cuando abrimos la colección con “Entierros”, el primer número, no había muchas publicaciones periódicas dedicadas a la ficción, y menos de género. En aquella época salió el Tierras de Acero, que naufragó a los pocos números. Luego estuvo el Historias Asombrosas, una revista que estaba muy bien, pero que se estrelló como se terminan estrellando todas estas iniciativas. Fue una gran inspiración para mí la revista digital Qliphoth, de Santiago Eximeno, que llegó a publicar más de cuarenta números, lo que es algo muy sorprendente en este tipo de publicaciones. También estaban o habían estado Vórtice, Galaxia, Sable de Fermín Moreno, que empezó a publicarse en 2002 y que sigue todavía.
Una de vuestras inspiraciones fue la extinta revista Miasma.
Tratábamos un poco de sustituirla, puesto que acababa de cerrar. Me gustaba mucho ese fanzine. Marcaba un poco la línea que queríamos seguir. Me lo había descubierto Eximeno, quien para mí siempre ha sido una especie de maestro. Tengo toda la colección, que es muy entrañable: Algunos números son de grapa, otros fresados, otros con anillas… Era un proyecto bastante artesanal, pero que fue creciendo en sus tres años y que publicó relatos de los que sigo acordándome.
La escasa pervivencia de todas estas publicaciones, imaginativas e interesantes pero casi siempre efímeras, debió de daros mucho realismo.
Es que cuando se habla de una revista de relatos de terror la referencia es siempre la Weird Tales, pero eso peca de un exceso de optimismo. Aquí no tenemos una industria ni una tradición como las anglosajonas. Ellos llevan leyendo “ghost stories” desde hace siglos. Escritores como Lovecraft vivían o malvivían de publicar relatos en estas revistas. Eso hoy, aquí, es impensable.
A los dos números del Calabazas en el Trastero, decidisteis dar un paso más allá y os constituisteis en algo aún más osado: Saco de Huesos, una editorial l00% consagrada al terror… y de autores nacionales.
Es que en ese momento no había aún muchas oportunidades para el autor español de terror. Las editoriales daban algo de margen, pero poco. El nacimiento de Saco de Huesos fue una reivindicación en ese sentido. Gracias a la experiencia de Calabazas en el Trastero nos dimos cuenta de que había cantera, lo que nos empujó a sacar la editorial y abrirnos a libros de un solo autor. El tercer número del Calabazas, el de “Poe”, lo hicimos ya como Saco de Huesos, en 2009.
Fuisteis pioneros al lanzar un proyecto editorial centrado exclusivamente en terror español.
Es muy tentador considerarse pioneros, y desde luego fue nuestra vocación. Como digo, llegamos con un panorama editorial generalista donde no se hacía ni caso a los autores de fantástico en general y de terror en particular. En cuanto a las editoriales del fandom, en ese momento estaban centradísimas en la ciencia ficción y la fantasía. En Ajec no había colección de terror todavía. En Equipo Sirius tampoco, aunque habían publicado “La silla” de David Jasso e “Infierno nevado” de Ismael Martínez Biurrun. En Parnaso tampoco había gran cosa. En Minotauro sí, pero apenas. Que se dedicase sólo al terror, estaba Valdemar, que publicaba a Pilar Pedraza, José María Latorre, Norberto Luis Romero… unos pocos, pero se volcaba sobre todo en los clásicos extranjeros. Estaba también la antología Paura, que hacían los del colectivo Xatafi. Puede que hubiera otros sellos, pero, en cualquier caso, no era un panorama muy alentador.
Fuisteis también innovadores al apostar por el “small press”, ahora extendidísimo.
Teníamos claro que no íbamos a ser una editorial tradicional. No debíamos morder más de lo que podíamos. Nuestra aspiración era hacer libros que no desentonasen en la estantería. Poco antes de que nos lanzásemos, había aparecido Mandrágora, editorial de León Arsenal que trabajaba en “small press”. Fue la primera vez que oí el término y el concepto me pareció muy interesante: En lugar de sacar libros a toneladas para copar escaparates, haces tiradas muy cortas dirigidas directamente a tus lectores. La venta se haría por correspondencia. No nos planteábamos una distribución real en librerías.
¿Vino Saco de Huesos a llenar un vacío?
Vinimos a ocupar un papel que no existía, sí, aunque tan modestos que tampoco hemos inclinado demasiado la balanza. Publicar en Saco de Huesos ni te hace profesional ni te saca de pobre, pero sí damos un peldaño intermedio antes de publicar en Fantascy, Salto de Página… sellos que ya tienen una cierta proyección. En fin, no creo necesario que seamos todos el gran sello mítico. A mí me encantaría ser Valdemar, pero también es importante la labor de base, y en ese sentido Calabazas en el Trastero, ocho años después, sigue cumpliendo una función que ya entonces nadie más cumplía.
De hecho, más de 150 escritores han pasado por vuestra revista desde 2009. Ejercéis de vivero del terror.
Eso los propios autores nos lo dicen. Varios que han empezado en el Calabazas han cogido nivel y se han abierto paso en solitario, como Ignacio Cid Hermoso. Les hemos servido de pista de entrenamiento. De catalizador. Aunque sea sólo por el número de autores que han pasado por nuestra revista, tenemos una cartera que hace que, cuando se habla de terror en España, casi todos los nombres que salen han pasado por alguno de nuestros proyectos: Jesús Cañadas y Juan de Dios Garduño Cuenca, los dos han publicado en el Calabazas. A Emilio Bueso lo tenemos de prologuista en “Peste”. Hemos publicado a Eduardo Vaquerizo.
El nacimiento de Saco de Huesos coincide con un postergadísimo auge del terror: Hubo un estallido de publicaciones, escritores, editoriales…
Ese auge de la literatura de terror que vivimos desde hace unos años lo hicieron posible varios detonantes: El primero, que Dolmen lanzara sus novelas de zombis sin saber muy bien dónde se metía, pero dejando claro que se podía ganar pasta con esto del terror. Luego se podía hablar de la calidad de los textos, pero hay que reconocerles que abrieron brecha. Y en paralelo, hubo sellos alejados del fandom, con una visión más literaria que de género, que apostaron por el terror: Salto de Página, 451 Editores, Ediciones Nevsky. Abrieron las puertas a gente como Jon Bilbao, y hacían cosas definitivamente de terror pero que no son el género al que estábamos acostumbrados. Luego Valdemar ha dado el paso a autores nacionales jóvenes con la colección Insomnia.
Gran parte de este bum lo viviste como presidente de Nocte, la asociación española de escritores de terror.
De hecho, Nocte empezó siendo un grupo de colegas cuando se fundó en 2007. Apenas media docena de escritores. Ahora hay en torno a setenta. Cuando yo entré, tener publicado un libro de terror en España era una rareza… Lo más. Ahora hay quien tiene media docena. Es obvio que algo ha pasado.
Más vale tarde que nunca.
Es que los escritores de terror españoles tenemos la impresión de no tener pasado. Un anglosajón tiene ahí a Stoker, R.L. Stevenson, Henry James. Stephen King, Clive Barker o Joe Hill son nuevos, pero forman parte de una tradición muy potente. En España, en cambio, parece que Emilio Carrere (1881-1947) sea un eslabón perdido entre Bécquer y la actualidad. ¿De veras no tuvimos un solo escritor de terror en cien años? Está Ralph Barby, pero ¿quién más escribía terror en los setenta? Ahí nos fallan los estudios. La crítica literaria. Falta mucha información. En el mundo anglosajón se publican artículos, ensayos, hay difusión. En ese sentido, me parecen muy interesantes los trabajos de Sergi Viciana.
A la luz de los manuscritos que os envían, ¿cómo son los nuevos escritores de terror?
Hay muchos que han empezado a escribir con la crisis. Quizá porque hay más tiempo libre. Luego nos llegan muchos manuscritos de gente que nos insiste en que su libro se va a vender muy bien, que el tema está de moda y tal. Casi siempre son novelas tipo thriller con zombis, psicópatas, con una prosa sencilla y dinamismo en la trama… novelas de corte muy americano, no en el sentido de literatura norteamericana, que hay mucha más variedad, sino rollo “yanqui Hollywood”. Los jóvenes tienen los ojos muy puestos en lo que se hace fuera. Pero el autor al que solemos publicar es distinto: Primamos gente con voz propia, o que la busca. Los que se salen de la receta y te descolocan con cosas peregrinas. La variedad es lo que más nos caracteriza.